domingo, 1 de noviembre de 2020

Los muertos divinos. Sacrificios humanos entre los aztecas

 

Los muertos divinos. Sacrificios humanos entre los aztecas

 

El sacrificio humano practicado por los aztecas, o mexicas, despierta desde la incómoda aceptación hasta el repudio, la negación e incluso la censura, pues fuera del ámbito académico ha sido juzgado a partir de parámetros ajenos al mundo mesoamericano. Para entender esta práctica hay que explicarla desde el punto de vista de los antiguos mexicanos.

Los sacrificios humanos desempeñaron un papel muy importante en la cosmovisión de los aztecas. No sabemos con exactitud con qué frecuencia tuvieron lugar esos ritos. Pero, igual que sin el sacrificio de Jesús no podríamos comprender el cristianismo, la religión azteca sería incomprensible sin reconocer estos rituales, de los que dan evidencia hallazgos arqueológicos, pinturas indígenas, algunos bajorrelieves en piedra, obras de evangelizadores y testimonios de cronistas españoles, como Bernal Díaz del Castillo.

Para los aztecas, el sacrificio humano se remonta a los mitos primordiales, al origen mismo del Sol y de la Luna. Según la Leyenda de los soles, manuscrito en náhuatl, escrito en 1558 y basado en un códice indígena hoy desaparecido, el mundo había tenido cuatro eras o “soles” que antecedían al que conocieron los aztecas. Con motivo de la creación del Quinto Sol y para propiciar su nacimiento, los dioses se reunieron en la ciudad de Teotihuacán. La Leyenda cuenta que mientras Nahuatl se arrojó al fuego y se convirtió en el Sol, Nahuitécpatl hizo lo propio sobre las cenizas, convirtiéndose en la Luna. Sin embargo, a pesar del sacrificio, el Sol permanecía estático en el cielo, y así transcurrieron cuatro días. Cuando los dioses mandaron un mensajero para preguntarle por qué no se movía, el Sol respondió: “Porque pido su sangre y su reino”. De inmediato, los dioses se reunieron para morir en Teotihuacán.

Una vez creado el Sol, los dioses se preguntaron quién habría de poblar la tierra, a lo que convinieron que los nuevos hombres fueran creados con los huesos preciosos que se encontraban en e Mictlán, la “región de los muertos”. Así, fue Quetzzalcóatl quien llevó los huesos desde el Mictlán hasta Temoanchán, donde los molió y los bañó con la sangre de su miembro. Inmediatamente después, los demás dioses hicieron penitencia para dar paso a la creación de los nuevos hombres.

Aztecas

CORAZONES COMO ALIMENTO. Habiendo dado los dioses su vida y ofreciendo su sangre en favor de la Humanidad, era menester que sus deudores reactualizaran el rito primordial y llevaran a cabo sacrificios humanos para ayudar al Sol en su tránsito por la bóveda celeste. Debido a este sacrificio, los humanos estaban obligados a pagar del mismo modo. Fue así como los corazones y la sangre humana fueron concebidos como alimento de los dioses.

El sacrifico debía llevarse a cabo dentro de un espacio y tempo que evocaran el mito. Un templo, un cerro, un medio acuático o cualquier lugar asociado a la deidad a la que se pretendía homenajear podían ser el lugar del sacrificio. El momento en que se llevaba a cabo era sumamente importante, pues la sustancia de los dioses llegaba a la Tierra en forma de tiempo, mientras la presencia de un dios se encontraba en el plano terrenal, esta opacaba a la de las demás deidades y ejercía mayor influencia sobre la vida cotidiana de los humanos. De manera que los sacrificios efectuados durante cualquier veintena o mes azteca, el de ochpaniztli, por ejemplo, momento en que se encontraban presentes deidades como Tici, la diosa abuela, Chicomecóatl y Cintéotl, deidades femenina y masculina del maíz, pretendían tanto homenajearlas como asegurar las buenas cosechas. El ritual correspondía, pues, a la presencia puntual de los dioses entre los hombres.

VESTIDOS COMO DIOSES. Gracias a varias fuentes en náhuatl y en español que se elaboraron tras los primeros años de la conquista, sabemos que el sacrificio humano azteca tenía fuertes connotaciones metafísicas. Los individuos destinados al sacrificio en honor de los dioses eran llamados ixiptla, “representante” de los dioses. Tiempo antes de que llegara la hora del sacrificio, los hombres y mujeres que serían ofrecidos recibían un baño ritual que les quitaba la mácula de la esclavitud y después eran aderezados con las vestimentas y los atavíos del dios a quien representarían. De este modo eran investidos con la esencia del dios y estaban listos para asumir su papel.

Los sacerdotes que tenían que sacrificar a las víctimas eran los ixiptla del dios al que estaban consagrados; se presentaban al ritual, al igual que las víctimas, con las vestimentas y los atavíos del dios al que estaba dedicado el rito.

En el rito prehispánico de pinturas y caracteres conocido como Códice Borgia se puede observar a los dioses Tezcatlipoca rojo y Tezcatlipoca negro asociados a un sacrificio humano en una cancha de juego de pelota. En este caso, los dos tezcatlipocas eran los receptores del sacrificio y su presencai en el códice alude a dos sacerdotes ataviados como estos dioses. Del mismo modo el Huey tlatoani, “gobernante”, quien era el ixiptla de Huitzilopochtli, dios de la guerra, también participaba en el sacrificio; una vez que el corazón de la víctima era presentado al Sol y a los dioses, se le mostraba al gobernante, en señal de ofrenda al dios que este representaba.

Tanto la víctima como el sacerdote se mostraban ante la gente representando al mismo dios, con la diferencia de que el dios-víctima tenía la muerte como destino y el dios-sacerdote se alimentaría de la fuerza contenida en el corazón y la sangre de la víctima para hacer resurgir al Sol y ayudarlo en su tránsito por el cielo. El contacto del sacerdote-dios con la sangre y el corazón de la víctima marcaban, además de la resurrección del Sol, la llegada del dios a la Tierra, que se alojaba temporalmente dentro del sacerdote. De esta manera, durante el sacrificio el tiempo de los dioses se hacía presente en la Tierra; el lugar del sacrificio se convertía en Teotihuacán y el Sol, junto con los demás dioses, hacían funcioanr de nuevo el cosmos.

Hubo varias formas de sacrificios humanos entre los aztecas; desde ahogar, desollar o asaetear a la víctima hasta el degollamiento y el sacrificio por extracción del corazón. Aunque en los códices prehispánicos las imágenes más comunes son las de este último tipo de sacrificio, tenemos noticia de las variantes antes mencionadas gracias a las otras de algunos evangelizadores como fray Bernardino de Sahagún y fray Diego Durán, quienes, para redactar sus trabajos, se hicieron ayudar de sabios indígenas que, además de proporcionar información de viva voz, interpretaban los códices prehispánicos de los que se dispusieron los frailes.

Sabemos que el sacrificio por ahogamiento estaba consagrado a Tláloc, dis de la lluvia, y que las víctimas más comunes eran los niños que tenían dos remolinos en la cabeza.

El degollamiento era un sacrificio asociado a los rituales de fertilidad. De él quedan pruebas en el tiempo de la Serpiente Emplumada y en la Pirámide de la Luna, ambos en Teotihuacán, donde fueron depositadas varias víctimas degolladas; asímismo, se han encontrado, en un pequeño adoratorio adjunto al Templo Mayor, 38 cuerpos de niños degollados en la época de Moctezuma I.

Aztecas
Imagen representativa de un ritual azteca

PIEDRA DEL SACRIFICIO. Del sacrificio por extracción de corazón se tiene evidencia tanto en los códices prehispánicos como en las crónicas de los misioneros. En el folio 255r. del Códice Matritense del Gran Palacio, los informantes indígeneas de fray Bernardino de Sahagún asentaron en náhuatl la forma en que este sacrificio, llamado tlacamictiliztli, se llevaba a cabo. En la actualidad se cuenta con una traducción al español del texto náhuatl elaborada por el doctor Miguel León-Portilla: “Tlacamictiliztli. Muerte sacrificial. así se hacía la muerte sacrificial: con ella muere el cautivo y el esclavo, se llamaba ‘muerto divino’. Así lo subían delante del dios, lo van cogiendo con sus manos y el que se llamaba colocador de la gente, lo acostaba sobre la piedra del sacrificio. Y habiendo sido echado en ella, cuatro hombres lo estiraban de sus manos y pies. Y luego, estando tendido, se ponía allí el sacerdote que ofrecía el fuego, con el cuchillo con el que abrirá el pecho al sacrificado. Después de haberle abierto el pecho, le quitaba primero su corazón, cuando aún estaba vivo, al que le había abierto el pecho. Y tomando su corazón, se lo presentaba al sol”.

A menudo, a la extracción de corazón le seguían prácticas como desollar el cuerpo y vestir la piel de la víctima durante más de veinte días en honor al dios Xipe Tótec. Entre los aztecas hubo una especie de comunión con los dioses. En muchas de las fiestas que tenían lugar cada veinte días, en particular durante la llamada tlacaxipehualiztli, “desollamiento de hombres”, el cuerpo de la víctima que hacía las veces del dios era desmembrado y repartido entre los participantes del rito para elaborar una comida a base de granos de maíz y carne humana llamada “tlacatlaolli, maíz desgranado de hombres”. Esta comida era sumamente apreciada, pues guardaba la fuerza del dios y permitía que los humanos se pusieran en contacto con su esencia.

Aunque no se puede afirmar que los tratamientos dados al cuerpo después del sacrificio por extracción de corazón fueron comunes para toda Mesoamérica, esta forma de sacrificio no fue exclusiva de los aztecas. En varios códices mixtecos de área de Oaxaca, en particular en el Zoche Nuttall, se representaron escenas donde tiene lugar la extracción de corazón.

El sacrificio humano era entendido por los aztecas como la muerte ritual de los dioses, por medio de la cual estos se renovaban, al tiempo que se conmemoraba el mito de creación y se reestablecía el orden del cosmos. Como “rito de Estado”, el sacrificio tenía, a través del gobernante, la función de regenerar al dios Huitzilopochtli, que también era tenido como una representación del Sol. Desde el punto de vista metafísico, era el medio por el cual la Humanidad y los dioses establecían un constante diálogo armónico dentro de un mismo tiempo y espacio, a través del cual el orden de las cosas, tanto naturales como sobrenaturales, respondía a los principios básicos del bienestar común; gracias a los corazones que alimentaban al Sol las fuerzas de la naturaleza conspirarían en favor de la Humanidad.

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