Amedida que avanza el mes de enero de 2021, la pandemia de Covid-19 continúa arrasando por todo el mundo.

Ésta es una crisis mundial de gran importancia histórica. La pandemia es un “evento desencadenante” que manifiesta en una forma altamente concentrada las contradicciones del sistema capitalista mundial y está desencadenando fuerzas de transformación social largamente reprimidas.

La pandemia no puede describirse simplemente como una crisis médica. En el transcurso del año pasado, se puso de manifiesto el carácter completamente reaccionario del capitalismo mundial. La interacción del afán de lucro sin importar el costo social, la lujuria de los oligarcas por niveles obscenos de riqueza personal y su inhumana indiferencia por la vida y el bienestar de la población mundial ha creado una catástrofe social global.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) ha comparado con frecuencia la pandemia con el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los acontecimientos de 1914 y todo lo que siguió como consecuencia de la guerra pusieron en marcha un proceso de agitación política que se extendió por el mundo.

La clase trabajadora y las masas empobrecidas se radicalizaron políticamente. Imperios que parecían todopoderosos e invencibles a principios de 1914 —el ruso, el austrohúngaro y el prusiano— fueron derrocados en cuestión de años por las fuerzas de la revolución social. Un movimiento antiimperialista contra la dominación colonial, que abarca a cientos de millones de personas, surgió en Asia, África, Oriente Medio y América Latina.

La tragedia del 2020 que inició con la pandemia de Covid, y que continúa en 2021, está produciendo un cambio profundo en la conciencia de la clase trabajadora y la juventud internacional

El año 2020, marcado por muertes masivas prematuras, dislocación económica y la evidente crisis y el colapso de las estructuras políticas tradicionales, ya sean pseudodemocráticas o abiertamente autoritarias, será un punto de inflexión tan crítico en la historia del siglo XXI como lo fue 1914 en la historia del siglo XX. La contradicción entre los intereses de los ricos y las necesidades de la sociedad de masas es tan evidente que debe provocar la protesta social y la oposición política intransigente.

A principios del año pasado, el Comité Internacional repuso en su declaración de Año Nuevo que la década de 2020 sería una década de revolución social. Esta predicción se basó en un análisis de la etapa ya avanzada de la crisis geopolítica y socioeconómica global. Los acontecimientos de 2020 no sólo han confirmado este análisis, sino que también le han dado una mayor urgencia.

Lejos de disminuir, el impacto de la pandemia se está intensificando. Incluso antes del descubrimiento de una cepa nueva y más infecciosa del virus, la velocidad de propagación del Covid-19 a través de la población mundial se ha acelerado. La cifra mundial de muertos llegó a casi dos millones antes del cambio de año. En Asia, se han reportado 305,000 muertes. En África, la cifra oficial de muertos es de 63,000. En Europa, han muerto 552,000 personas. En las Américas, ha habido 848,000 muertes.

El número total de muertes en países individuales es asombroso. En Brasil, casi 200,000 personas han muerto. En el Reino Unido, el total es algo más de 71,000. El número de muertes en Italia es de 72,000. En Francia, se han perdido 63,000 vidas. En España han muerto 50,000. En Alemania, el número de muertos es de 30,000.

La situación más desastrosa del mundo está en los Estados Unidos, donde la pandemia está fuera de control. El número total de muertes por COVID-19 alcanzó las 340,000 en 2020. En el mes de diciembre, aproximadamente 70,000 estadounidenses murieron a causa del virus, y la cifra diaria de muertes llegó a 3,500. Ahora se predice que aproximadamente 115,000 estadounidenses más morirán en enero.

A pesar de los esfuerzos de los medios de comunicación para desviar la atención de la pesadilla actual centrándose en el desarrollo de vacunas anti-Covid, la realidad es que los estadounidenses están muriendo a un ritmo que supera el número anual de incluso sus guerras más sangrientas.

El bombo mediático que acompañó al lanzamiento de las vacunas Pfizer y Moderna ya está siendo desacreditado por el caos completamente predecible que ha caracterizado su lanzamiento

Sólo se administraron realmente 3 millones de los 20 millones de dosis que se iban a administrar a finales de diciembre. Pero incluso si esta desorganización e incompetencia se superan de alguna manera en los próximos meses —una perspectiva muy poco probable dado el desastroso estado de la industria estadounidense de atención médica impulsada por las ganancias—, el impacto sobre la acelerada tasa de mortalidad será limitado.

Incluso con una vacuna”, advirtió el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud en diciembre, “si los estados no actúan para controlar las oleadas actuales, el número de muertos podría llegar a 770,000 para el 1 de abril”.

El caso Biden

El presidente electo Joe Biden ha predicho que se avecina “un invierno muy oscuro”. Pero frente a una catástrofe social sin precedentes, la única medida que se propone tomar durante sus primeros 100 días en el cargo es hacer un llamado a todos los estadounidenses para que usen máscaras faciales.

En esta etapa de la pandemia, la política de Biden se puede comparar con intentar contener los vientos huracanados de un huracán con redes para mariposas. La patética propuesta de Biden personifica el desprecio de la oligarquía capitalista por la vida humana.

La clase dominante se niega a implementar políticas que se deben tomar para detener la propagación del virus Covid-19: es decir, el cierre de todos los lugares de trabajo no esenciales, el cierre de escuelas y la provisión de emergencia del apoyo financiero necesario para sostener la población hasta superar la crisis.

Las afirmaciones egoístas de que no se pudo haber hecho nada para salvar vidas se contradice con la capacidad de China, a través de un estricto programa de pruebas, rastreo de contactos y cierres selectivos, para contener rápidamente la propagación del virus y mantener el total de muertes en menos de 5,000

El hecho de que el impacto de la pandemia haya sido más severo en los países capitalistas avanzados de Europa Occidental y, especialmente, en los Estados Unidos, hogar de la clase dominante capitalista más rica y centro del imperialismo mundial, atestigua la obsolescencia histórica de un sistema socioeconómico basado en el sistema del Estado-Nación, la propiedad privada de los medios de producción y el afán de lucro mediante la explotación de la fuerza de trabajo humana.

Desde las primeras etapas del estallido, las clases dominantes rechazaron todas las medidas, aunque fueran necesarias desde el punto de vista de salvar vidas, que entraran en conflicto con su acumulación de riqueza personal o con los intereses geopolíticos globales de sus estados nacionales.

Las consideraciones de seguridad nacional, los conflictos inter-imperialistas y el equilibrio global de poder, y la lucha de las empresas transnacionales (que siguen ligadas a los estados nacionales existentes) por una ventaja competitiva excluyeron desde el principio cualquier respuesta coordinada globalmente y científicamente guiada a la pandemia.

En lugar de fomentar la unidad frente a una amenaza común a la vida humana, la pandemia ha intensificado los antagonismos entre los estados nacionales capitalistas. La Encuesta Estratégica de 2020 , publicada por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos, reconoce que “incluso cuando el virus se extendió a casi todos los países, las divisiones entre ellos se profundizaron”.

El informe de IISS continúa:

A mediados de 2020, las relaciones entre Estados Unidos, Europa y China casi habían caído a su punto más bajo en décadas. Las relaciones ruso-occidentales seguían envueltas en sospechas. Las tensiones chino-indias estallaron en enfrentamientos fronterizos mortales. Las instituciones, leyes y normas de cooperación sufrieron múltiples reveses. Estados Unidos denunció o se retiró de varias organizaciones y tratados, incluida la Organización Mundial de la Salud. El Reino Unido abandonó la Unión Europea. China alteró el estatus especial de Hong Kong”.

En una evaluación extraordinariamente pesimista de la situación mundial, el Estudio Estratégico explica:

Cada vez más, estamos entrando en una era de ‘guerra de tolerancia’, que el IISS define como el ‘esfuerzo constante por probar las tolerancias para diferentes formas de intervención contra los estados asentados. A veces, la guerra de tolerancia se lleva a cabo abiertamente y de hecho se ‘declara’. Pero muchas veces se ejecuta a través de redes extranjeras o socios privados, especialmente en los teatros de operaciones que son adyacentes a la potencia que ejecuta esta técnica. Una herramienta favorecida por los actores que desean cambiar el ‘status quo’, la guerra de tolerancia es difícil de contrarrestar porque genera conflictos por debajo del umbral de la guerra tradicional, fuera de los límites de las leyes establecidas, pero por encima de los límites aceptables de estabilidad…”

La pandemia de Covid-19 apenas ha permitido una pausa estratégica en estas tendencias. La resiliencia y la autosuficiencia nacionales se están valorando como objetivos clave. La reputación está resucitando como un elemento importante del poder nacional

En esta situación tan tensa, el IISS advierte, “la anarquía aparece tan a menudo, a sólo unos pocos errores de distancia”.

Las características de la guerra, la forma de los conflictos, las estrategias empleadas, los actores involucrados y las armas utilizadas están cambiando rápidamente. La naturaleza del poder que los estados, las empresas y los actores transnacionales despliegan digital y económicamente está cambiando a gran velocidad. Los órdenes regionales están mutando. La interacción de normas, pautas, estándares, regulaciones y leyes que gobiernan la sociedad internacional también están cambiando. Sin embargo, la sociedad internacional sigue estando insuficientemente regulada y casi se está convirtiendo en un “espacio sin gobierno”.

Lo que el IISS describe como “guerra de tolerancia” puede escalar fácilmente a una guerra a gran escala, con el peligro muy real de un intercambio nuclear. Las incesantes denuncias estadounidenses de Rusia y China, combinadas con maniobras militares cada vez más provocativas, tienen una lógica política fatal. Este peligro se intensifica por la necesidad de la clase dominante de dirigir la presión social interna hacia afuera, es decir, lejos del conflicto interno de clases y hacia la guerra.

Como han perseguido implacablemente sus intereses geopolíticos globales, las élites capitalistas han rechazado cualquier respuesta a la pandemia que entre en conflicto con los intereses de lucro de las corporaciones y el impulso por la acumulación de riqueza privada. El asombroso aumento en el valor de las acciones en Wall Street entre marzo y diciembre de 2020 y el creciente número de muertos fueron fenómenos paralelos y complementarios.

Las políticas que hicieron posible el enriquecimiento capitalista también hicieron inevitable la muerte masiva. Ya en enero de 2020, las clases dominantes de Estados Unidos y Europa tomaron la decisión de priorizar los intereses de los mercados financieros sobre salvar vidas. Como admitió más tarde Donald Trump en su entrevista con el periodista Bob Woodward, el peligro que representaba la pandemia se ocultó al público.

Desde principios de 2020, la riqueza de las 500 personas más ricas del mundo ha aumentado en aproximadamente 1.8 billones de dólares, hasta un total de 7.6 billones de dólares. Cinco de estos especuladores de la pandemia ahora tienen más 100 mil millones cada uno, incluido el CEO de Amazon, Jeff Bezos (190 mil millones) y el CEO de Tesla, Elon Musk (170 mil millones). Combinados, estos dos individuos aumentaron su riqueza en 217 mil millones en 2020.

El asombroso aumento de la riqueza del estrato gobernante ha dependido por completo de la transferencia ilimitada por parte de la Reserva Federal de dinero fabricado digitalmente —“capital ficticio” totalmente ajeno a la producción de valor real— a los mercados financieros

Esto ha desencadenado en consecuencia una orgía de especulaciones que ha llevado el precio de los activos especulativos, y la riqueza de quienes los poseen, a alturas estratosféricas. El precio de la criptomoneda Bitcoin, dinero que no tiene existencia física fuera del ámbito del ciberespacio, aumentó un 360 % en 2020, de 7,194 a 34,000. Entre las vacaciones de Navidad y Año Nuevo, su precio de mercado casi se duplicó. Tales obsequios para los ricos, como Edward Luce, que comentó irónicamente en una columna publicada durante el fin de semana de Año Nuevo, son “cortesía de la Reserva Federal de los Estados Unidos… la fuente de dinero gratis ha elevado todos los precios de los activos”.

Pero el peso de la política de la Reserva Federal recae sobre la clase trabajadora. La acumulación masiva de déficits estatales y deuda corporativa requerida para financiar el rescate exige el flujo continuo de ingresos corporativos y altos niveles de rentabilidad. Sin esta afluencia, la burbuja especulativa y la riqueza que depende de ella no pueden sostenerse.

Este imperativo económico sólo puede cumplirse mediante la explotación ininterrumpida de la fuerza de trabajo de la clase trabajadora. O dicho de otro modo: así como los soldados de la Primera Guerra Mundial tuvieron que ser mantenidos en las trincheras y obligados a luchar contra el fuego de las ametralladoras y el gas venenoso, los trabajadores de hoy deben permanecer en las fábricas y lugares de trabajo a pesar de la propagación incontrolada del virus. Y para que los padres puedan asistir a sus trabajos, las escuelas deben mantenerse abiertas.

Estos son los cálculos socialmente criminales que subyacen a la implementación del programa de “inmunidad colectiva”, es decir, aceptar, hasta el punto de abogar por la propagación incontrolada del virus. Eventualmente, según los defensores de esta política, una porción tan grande de la población se infectará con el virus Covid19, de tal modo que se logrará la “inmunidad colectiva”.

Esta política fue implementada de inmediato con mucha fanfarria por Suecia y luego, después de que se implementaron los rescates a fines de marzo de 2020, se transfirió al resto de Europa y Estados Unidos. Esta política sociópata se justificó alegando que el uso de cierres de escuelas y cierres de escuelas para detener la propagación del virus incurriría en costos financieros insoportables.

Thomas Friedman, del New York Times, en una columna alabando el ejemplo de Suecia, popularizó el lema: “La cura no puede ser peor que la enfermedad”. El verdadero significado de esta frase cínica es que salvar vidas humanas no debe hacerse a expensas de las ganancias corporativas y el valor de las acciones de Wall Street.

El corolario político de la política económica de la clase dominante ha sido pues el giro cada vez más abierto hacia la promoción de movimientos fascistas, el desmantelamiento de las instituciones tradicionales de la democracia burguesa y los esfuerzos por establecer regímenes autoritarios

En su conspiración para derrocar la Constitución y establecer una dictadura presidencial, Donald Trump no fue simplemente un psicópata aislado que luchaba por cumplir sus ambiciones personales hitlerianas. El hecho de que su repudio a los resultados de las elecciones de 2020 fuese apoyado abiertamente por una gran parte del Partido Republicano, incluidos miembros del Congreso, indica hasta qué punto los elementos poderosos de la clase dominante están dispuestos a romper con la Constitución y respaldar a la creación de un régimen autoritario.

Las incesantes denuncias de Trump de la “izquierda radical” y el socialismo, combinadas con su estímulo a las bandas fascistas, apelan a los temores dentro de la oligarquía de que el desarrollo de un movimiento popular de masas contra la desigualdad social no es simplemente posible, sino inevitable e inminente. La retórica y las acciones de Trump se ajustan a una estrategia política que el destacado historiador de izquierda Arno J. Mayer identificó con la preparación de una contrarrevolución preventiva. Me permito citarlo a pie juntillas. Dice:

“En una atmósfera cargada de sospechas, incertidumbre y violencia, los líderes contrarrevolucionarios intentan convencer a las élites asediadas y traumatizadas de que es sólo cuestión de tiempo que los revolucionarios vuelvan a explotar la situación para sus fines. Pero en lugar de dedicarse a enfriar la atmósfera sobrecalentada, hacen todo lo posible para inflamarla más. Lo hacen para apuntalar su afirmación de que la revolución es inminente, mientras que al mismo tiempo buscan, si no precipitan, enfrentamientos en los que demostrar su capacidad para reprimir a revolucionarios reales o supuestos”.

El análisis de J. Mayer nos proporciona pues la perspectiva histórica necesaria para comprender los cálculos políticos detrás de los ataques de Trump a las protestas contra la violencia policial del año pasado y su brutal instigación al asesinato estatal del presunto partidario de Antifa, Michael Reinoehl, el 3 de septiembre de 2020.

Las acciones del régimen de Trump confirman pues las advertencias del Comité Internacional, cuya evaluación de la trascendencia política de su acceso al poder se basó en un análisis marxista de los fundamentos sociales del gobierno capitalista en los Estados Unidos. Debe enfatizarse, sin embargo, que Trump no es una especie de intruso monstruoso en lo que había sido, hasta el día de las elecciones de 2016, una sociedad defectuosa pero esencialmente decente. Trump es el producto de los acoplamientos criminales y enfermos de las industrias de bienes raíces, finanzas, juegos de azar y entretenimiento: es el rostro genuino de la clase dominante estadounidense.

La administración entrante de Trump, tanto en sus objetivos como en su personal, tiene el carácter de una insurrección de la oligarquía. A medida que una clase social condenada se acerca a su fin, sus esfuerzos por resistir las mareas de la historia asumen no pocas veces la forma de un intento de revertir lo que se percibe como la erosión de larga data de su poder y privilegio. Busca que las condiciones vuelvan a ser como eran (o como imaginaban que eran) antes de que las fuerzas inexorables del cambio económico y social comenzaran a corroer los cimientos de su dominio.

La toma de posesión de Joe Biden como presidente este 20 de enero —suponiendo que los esfuerzos de Trump por organizar un golpe de Estado no tengan éxito— no detendrá de manera significativa, y mucho menos revertirá, el colapso de la democracia estadounidense

El movimiento hacia el autoritarismo no es impulsado por personalidades sino por las contradicciones socioeconómicas del capitalismo estadounidense, que encuentran su expresión más maligna en niveles extremos de desigualdad social; y por el impulso inherente e incontrolable del imperialismo estadounidense, por terribles que sean las consecuencias, para revertir la erosión de su posición geopolítica y restablecer su hegemonía global.

El caso mexicano

Por el contrario, en silencio ante un intento de golpe de Estado, el presidente Andrés Manuel López Obrador, desde México, ha defendido a Trump contra la “censura”. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador se ha negado a condenar el intento de golpe de Estado del 6 de enero instigado por Donald Trump. En cambio, ha centrado su respuesta a los tumultuosos acontecimientos en Estados Unidos en defender el acceso de Trump, el principal conspirador detrás de los esfuerzos por establecer una dictadura fascista, a sus cuentas de redes sociales.

El colapso de la democracia estadounidense tiene implicaciones explosivas para la crisis política que envuelve a la administración de AMLO, ya que su sumisión a Wall Street y al imperialismo estadounidense se vuelve cada vez más evidente en el contexto de la propagación incontrolada de la pandemia del coronavirus. Al defender a Trump después del golpe, AMLO está señalando que impondrá la explotación sin trabas de la mano de obra barata y los dictados de austeridad en México con su propio cambio hacia la dictadura.

México está reportando casos y muertes récord diarios de Covid-19, mientras que corporaciones, sindicatos y las autoridades han encubierto brotes mortales en fábricas y lugares de trabajo. En este contexto, el gobierno de AMLO planea redoblar su política de maximizar la producción y privar a aquellos trabajadores y pequeñas empresas que caen en la indigencia económica de las ayudas económicas necesarias.

Actualmente, la cobertura de noticias en México está dominada por el llamamiento más desnudo de AMLO al Ejército mexicano, en el que se ha basado cada vez más para reprimir huelgas y protestas

López Obrador respaldó la exoneración, otorgada por de la Fiscalía General de la República, del general Salvador Cienfuegos, un ex secretario de Defensa mexicano que había sido procesado por tribunales estadounidenses por cargos de tráfico de drogas. La negativa del gobierno mexicano a formular cargos contra Cienfuegos es una garantía efectiva de impunidad para los mandos militares.

AMLO hizo su primera mención de la insurrección del Capitolio de Estados Unidos durante una conferencia de prensa el 7 de enero. Comenzó: “Siempre hemos actuado con respecto a la política interna de otros países, como dice nuestra Constitución… No intervendremos en asuntos que correspondan a resolver, a servir a los estadounidenses. Esa es nuestra política…

Luego lamentó la muerte de los cuatro insurrectos en el Capitolio y apeló a que el “conflicto” se resuelva a través del “diálogo”. Concluyó fugazmente: “Respecto al resto, no tomamos posición, deseamos la paz, que prevalezca la democracia, que sea el poder del pueblo, y que haya libertades. Eso es todo”.

El presidente mexicano había utilizado entonces la misma excusa de “respeto” y no intervención en asuntos exteriores para justificar su negativa a reconocer la contundente victoria electoral del presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden, hasta que el Colegio Electoral la ratificó el 14 de diciembre. Todos los líderes latinoamericanos, a excepción de López Obrador y el fascista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, felicitaron a Biden el 7 de noviembre, luego de que las principales cadenas de noticias dieran el resultado.

No son ahora pocos los medios internacionales que insisten en advertir que, desde ya, AMLO apeló a la instalación de una dictadura presidencial estadounidense. Habiendo sido retratado por los medios de comunicación estadounidenses y la pseudoizquierda en América Latina, Europa y América del Norte como un presidente de “izquierda” y “progresista”.

La postura de AMLO ayudó a proporcionar una cobertura de legitimidad para las afirmaciones de Trump de fraude electoral cuando incitó a sus fascistas-simpatizantes a movilizarse para revocar las elecciones, algo que terminó con el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021

Paradójicamente, el 9 de noviembre, respaldando las conspiraciones de Trump, AMLO ya estaba sugiriendo que la mayor amenaza para la democracia en los Estados Unidos era la decisión de las empresas de redes sociales de etiquetar como “no verificadas” las afirmaciones de Trump de fraude electoral.

Luego, el 8 de enero, después de negarse a condenar la instigación de Trump al golpe del Capitolio, AMLO denunció nuevamente a Twitter y Facebook después de que se cerraran las cuentas personales de Trump. “No acepto eso”, dijo el Presidente de México “Hay algo que dije ayer y algunos días antes y siempre digo lo que pienso, algo que no me gustó del asunto del Capitolio, es sólo que soy respetuoso, pero no me gusta la censura”.

Luego comparó el cierre de las cuentas de Trump con la Santa Inquisición y lo calificó de “extremadamente serio” sólo para agregar: “¿Dónde está eso regulado? Es un asunto del Estado, no de las empresas. Es un tema importante porque han tratado de censurarnos aquí”.

Las conspiraciones neofascistas de Trump constituyen pues una amenaza de proporciones históricas para los trabajadores mexicanos a nivel nacional y estadounidense. Grupos fascistas violentamente hostiles a los migrantes, incitados por un presidente que ha amenazado con desplegar tropas estadounidenses en México contra migrantes y organizaciones criminales, que intentaron revertir una elección y establecer una dictadura.

En respuesta, AMLO ha extendido su mano en colaboración. Desde Porfirio Díaz, el gobernante dictatorial derrocado por la Revolución Mexicana en 1911, un jefe de estado mexicano no había adoptado una postura tan sumisa hacia el poder imperialista del norte. Al hacerlo, AMLO simplemente está expresando los intereses de la burguesía nacional mexicana, que se ha subordinado completa y económicamente al imperialismo estadounidense en la forma de una plataforma geopolítica norteamericana para competir contra los rivales económicos y militares asiáticos y europeos de Washington.

Al mismo tiempo, el destino de los trabajadores a nivel internacional se ha fusionado en el sentido más inquebrantable. Esto es especialmente cierto en México y los Estados Unidos. Casi la mitad de todas las importaciones mexicanas provienen de Estados Unidos y el 80 por ciento de sus exportaciones van a Estados Unidos; los dos países comparten una frontera de 2,000 millas, y alrededor de 40 millones de personas de origen mexicano viven del otro lado.

Se han expuesto numerosos detalles sobre el apoyo de alto nivel en el Partido Republicano, la Policía y el Ejército para la insurrección del 6 de enero, así como informes del FBI de más ataques planeados por milicias fascistas contra Washington DC y todas las capitales de los estados en los Estados Unidos

Sin embargo, hasta el miércoles, AMLO continuó su silencio sobre los complots fascistas y nuevamente apuntó sus ataques contra el cierre de las cuentas de Trump en los medios. Declaró: “Desde que se tomaron esas decisiones, la Estatua de la Libertad de Nueva York se ha vuelto verde de ira porque no quiere convertirse en un símbolo vacío”.

El propio Trump reconoció debidamente el respaldo de AMLO en lo que fue su última aparición pública desde el intento de golpe, una peregrinación a su odiado muro fronterizo en Texas. Después de aplaudir el “acuerdo pionero con México” para obligar a los solicitantes de asilo en los Estados Unidos a esperar en México; ahí, Trump dijo efusivamente:

“Quiero agradecer al gran presidente de México. Es un gran caballero, amigo mío, el presidente Obrador. Es un hombre que realmente sabe lo que está pasando y ama a su país y también ama a los Estados Unidos… De hecho, tuvimos 27,000 soldados mexicanos custodiando nuestras fronteras durante los últimos dos años. Nadie pensó que eso fuera posible”.

Téngase en cuenta que Trump elogiaba al mismo hombre promovido por medios pseudoizquierdistas como Jacobin Magazine, que habla en nombre de la facción del Partido Demócrata entre los Socialistas Democráticos de América (DSA), como un “defensor de la clase trabajadora”.

Como esto sea, la sumisión de AMLO ante Trump es una confirmación de la teoría de la revolución permanente desarrollada por León Trotsky, quien escribió sobre México en 1938, en el momento de las nacionalizaciones del petróleo y los ferrocarriles bajo Lázaro Cárdenas, que la burguesía todavía era “absolutamente incapaz de desarrollar una regla”.

“Si la burguesía nacional se ve obligada a abandonar la lucha contra los capitalistas extranjeros y trabajar bajo su tutela directa, tendremos un régimen fascista”, resumía Trotsky.

  • Intervención gráfica: Ruleta Rusa