La guardia pretoriana de AMLO, el presidente que mimó como
nadie a los militares
Diego Fonseca
jue, 1 de abril de 2021 1:48 p. m.
Militares toman el control de la seguridad pública
en México
En una foto tomada el 30 de junio de 2020 el presidente de
México, Andrés Manuel López Obrador, platica con los altos mandos del las
Fuerzas Armadas mientras atienden una ceremonia en el Campo Marte de la Ciudad
de México, donde se presenta a la Guardia Nacional como nuevo dispositivo de
seguridad del país. Crédito: Manuel Velásquez/Getty Images
¿POR QUÉ AMLO MIMA A LOS MILITARES?
EL PRESIDENTE DE MÉXICO ENCONTRÓ EN LAS FUERZAS ARMADAS UN
ALIADO. LAS CONSIDERA PARTE DE SU PROYECTO POLÍTICO PERSONAL. Y LAS PREMIA Y
PROTEGE.
¿PROTEGE SU FUTURO CON ELLAS?
Mientras lees estas líneas, en México un soldado habrá
distribuido vacunas, un marino habrá terminado de quitar sargazo del mar Caribe
y un oficial vigilará a un grupo de migrantes que avanza para cruzar sin
documentos la frontera sur del país. En ocasiones, quizás mate a alguno.
Los militares también aparecen a menudo en las conferencias
mañaneras del presidente Andrés Manuel López Obrador. Y por una razón: con
AMLO, las fuerzas armadas se han vuelto omnipresentes en la vida diaria de
México. La militarización es mayor, incluso, que cuando el derechista Felipe
Calderón declaró su guerra al crimen organizado en 2006 o después de que
Enrique Peña Nieto mantuviera ese despliegue durante su mandato.
AMLO comprende que la presencia militar hace fuerte a su
gobierno, al menos metiendo el susto en el cuerpo de la oposición y la sociedad
civil sobre sus intenciones. No es solo que encontrase en ella un aliado para
atacar problemas de policías corruptas o burocracias lentas: el presidente está
decidido a cobijar a las fuerzas armadas en su proyecto político. AMLO, un
nacionalista autoritario que dice ser de izquierda, habla de los soldados como
el pueblo uniformado al igual que Hugo Chávez. Su discurso cala profundo en las
familias más pobres, donde suele nutrirse la infantería militar.
En la construcción del poder, no siempre se necesita ocupar
un cargo para cogobernar y, sin suficiente transparencia o vigilancia
legislativa, las fuerzas armadas de México tienen demasiado campo de operación.
Lo que el ejército decida hacer depende más de la mayor o menor fe democrática
que digan profesar sus generales que de candados y controles institucionales.
No es una imagen tranquilizadora. AMLO ha encontrado en los
militares un respaldo inesperado para realizar acciones de seguridad, resolver
logística de oficinas civiles del Estado o apuntalar negocios públicos. Y no es
una buena idea tener a una organización vertical y opaca con demasiado poder
cerca de un presidente con vocación hegemónica, escaso respeto por el disenso,
desprecio por los mecanismos de control y empeñado en un ataque sistemático a
la prensa independiente. ¿Acaso unos se están convirtiendo en la guardia
pretoriana del otro por ambiciones y necesidades mutuas?
Las grandes obras del sexenio quedaron en manos del
Ejército Mexicano
En una foto tomada en el 29 de abril de 2019 se observa
equipo de construcción operado por militares en la construcción del Nuevo
Aeropuerto de México que estará ubicado en la base militar de Santa Lucía,
cercana a la capital del país. Crédito: AP Foto:/Marco Ugarte
Golpes y revoluciones mediante, la presencia militar en la
vida cotidiana de América Latina no ha sido, por decir lo menos, saludable. Las
dictaduras, el sandinismo devenido en autocracia familiar, el chavismo en
Venezuela o los cientos de oficiales investidos como funcionarios por Jair
Bolsonaro en Brasil simbolizan —no agotan— el riesgo de tener un cuerpo armado
protagonizando la vida política de las naciones.
México no ha tenido golpes militares pero sus ejércitos
tienen un lugar privilegiado en el ajedrez institucional. En general, actúan en
una suerte de limbo. Ejecutan su presupuesto con muchísima autarquía y mínima
supervisión legislativa. La justicia rara vez condena a los soldados y altos
oficiales que violan la ley, creando un fuero especial cuasi de facto.
AMLO ha virado en su visión de las fuerzas armadas. Después
de prometer que las sacaría de las calles, les otorgó mayor peso político,
funcional y económico. Primero creó una Guardia Nacional, civil en el papel
pero repleta de soldados; luego les concedió el control de las fronteras y puso
un número elevado de exoficiales al frente de las oficinas migratorias de la
mitad del país.
También decidió que los militares realicen tareas
administrativas como repartir vacunas o alistar hospitales contra la covid.
Finalmente, les abrió una ventanilla impensada de negocios. Su gobierno otorgó
millones de dólares a la Secretaría de Defensa para que construya y administre
un aeropuerto en una instalación militar dirigida por militares. Incluso los
protegió de sí mismo: los militares no entraron en el recorte draconiano que la
Cuarta Transformación del presidente impuso a casi todas las oficinas
federales. Los fondos para las fuerzas armadas no han dejado de crecer. La
última decisión de AMLO —conceder al ejército las ganancias del Tren Maya, como
sucedió en Chile con el cobre— premia a su aliado armado.
Ciertamente, la relación de AMLO con las fuerzas armadas ha
tenido tensiones. Los militares se inquietaron cuando ordenó que liberaran a un
hijo de Joaquín Guzmán en Culiacán. Pero el gobierno se ha ocupado por
llevarles tranquilidad. Como en pocos asuntos, su gobierno presionó a Estados
Unidos por el retorno y liberación del ex secretario de Defensa Salvador
Cienfuegos, detenido en Estados Unidos por presuntos vínculos directos con el
narco. Comprensible para quien ve a los militares como parte de su proyecto
político.
Militares en el plan de vacunación anticovid de
México
Médicos militares esperan para recibir la vacuna contra el
COVID-19 en el Hospital Militar en Ciudad de México. Foto del 29 de diciembre
de 2020. Crédito: AP Foto/Marco Ugarte
Uniformes caminando una casa de gobierno hieren el sentido
común: no es guerra o dictadura. El escenario parece invitar a un llamado
recurrente: con oposiciones desprestigiadas, la sociedad civil debe levantar su
voz. Discutir la inconveniencia de una organización inútil —los militares no
están entrenados para hacer de policías, manejar trenes, aeropuertos,
distribuir vacunas, detener migrantes o limpiar las playas— de una
omnipresencia incontrolable. Y discutirla políticamente: en América Latina la
figura del hombre fuerte es históricamente tentadora y, combinada con una
presencia militar politizada, trágica.
Es imprescindible corregir a un presidente que solo parece
cómodo si le obedecen sin cuestionarlo. En unos meses serán las elecciones
intermedias de México y es probable que el partido de AMLO gane una mayoría
legislativa absoluta. Si el presidente lo logra, será difícil que retroceda y
saque a los militares de su círculo áulico: se sentirá reivindicado. ¿Reformará
luego la Constitución, posará con sus generales detrás? México haría bien en
cuestionarse si no está ante el riesgo de un nuevo caudillo que, enamorado de
un incomprobable pueblo bueno, decida gobernar abrazando a pretorianos armados.
This article originally appeared in The New York Times.
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