Las alabanzas más excelsas son para Allāh, el altísimo, el creador, quien inicia y quien moldea las formas de lo visible y lo invisible. La ṣalāt de Allāh y su salām sea sobre aquel que abre, sobre aquel que sella, sobre aquel que mantiene el absoluto valor y es digno de alabanza; sea, igualmente, sobre sus gentes y sobre sus compañeros en la excelencia hasta el día del juicio.

As-salām ‘alaykūm wa raḥmatullāh wa barakatuhu,

Queridas hermanas y queridos hermanos retornamos a la sabiduría del Profeta ﷺ, una semana más, buscando en sus palabras certeras nuestro camino hacia Allah, el Altísimo. Sus hadices son, sin duda, un gran ejemplo para nosotros cuando buscamos imitar su perfección. De sus palabras se infiere la ética (akhlaq) y la cortesía (adab) que muestran el carácter y la carta de presentación de un buen musulmán. El hadiz que vamos a comentar hoy —propuesto dentro de los cuarenta hadices de Shah Waliullah—es corto, pero muy contundente y dice así:

لَیْسَ مِنَّا مَنْ غَشَّنَا

Laysa minnā ghashanā

No es de los nuestros quien engaña.
(Sahih Muslim, 101; Ibn Majah, 2225; Mishkat al-Masabih, 3520)

El engaño, en todas sus variantes, es algo que no está permitido, pues supone romper el equilibrio entre realidad (haqiqa) y honestidad (siddiq) que Allah ha dispuesto en Su Creación. Esa alteración puede hacer daño a otros, puede dificultar el bien común y puede llevar al caos. Por eso, se ve como una acción negativa dentro de nuestro din. Nos recuerda el Corán:

Y no utilicéis juramentos para engaños, si no, no podréis sosteneros después de haber estado firmes. Paladeareis la desgracia por haber obstaculizado a otros de la Senda de Allah y que castigo más terrible tendréis (Corán 16: 94).

En esta aleya se nos remarca eso desde el punto de vista de los juramentos, invocaciones en la que nos aferramos a nuestra voluntad en la realidad, por eso, el engaño es doble. No solo se trata de no engañar, sino también de no ser hipócritas (munafiqun). El hipócrita es aquel que no muestra lo que hay en su corazón porque espera un beneficio personal. Y este no es un acto exclusivamente hacia los «otros», sino que, sin ningún éxito, intenta engañar a Allah:

Intentan engañar a Allah y a los que creen, pero, no se engañan más que a sí mismos, sin darse cuenta. Hay en sus corazones una enfermedad que Allah incrementó aún más. Y para ellos habrá un doloroso tormento por todo lo que mentían. (Corán 2: 9-10).

Es —como dice esta aleya del Corán— una terrible enfermedad que sufren algunos seres humanos. Este es un obstáculo para alcanzar la senda de Allah y para que el ego (nafs) se fortifique, acomodándose, volviéndose perezoso. Esa enfermedad va devorando poco a poco a la persona hasta ahogarla en su propia existencia, siendo un anticipo de un castigo mayor. El engaño jamás trae la paz, nos impide estar pacificados.

***

El hipócrita cree que el mundo se pliega sobre sí-mismo, sobre su nafs (ego), y el engaño forma parte del juego. Frente a él, el creyente sincero se siente humilde, eclipsado por la sombra de Allah durante su azalá. Esa es la gran diferencia que marca la pertenencia a una comunidad bendecida por Allah, a la cual el que engaña o se engaña no puede acceder. El corazón del hipócrita ha sido bloqueado y no son capaces de discernir dice el Corán advirtiéndonos que este mal es espiritual. Queridas hermanas y queridos hermanos, esas son gente que por su naturaleza es incapaz de mostrar humildad y la rahma en su corazón, y hasta que no lo haga Allah no romperá el sello y ellos no volverán a comprender lo que es la creencia sincera (al-iman al-sadiq), esa que se basa en el arraigo (amana) y no en la apariencia y en el engaño. Por eso, el engaño y la hipocresía pueden ser considerados como una forma de shirk (idolatría), pues absolutizamos nuestra creencia, nuestra percepción sobre la realidad. Olvidamos que no somos nosotros quienes dominamos esa Realidad y que, al final aunque intentemos esconderla no podemos hacer nada. Quien cree sabe que no necesita nada sino Allah, eso le es suficiente.

Un signo del creyente sincero, de quien está pacificado en Allah, el Altísimo, es ser sincero (siddiq). Ese «ser de los nuestros» el Mensajero ﷺ lo entendía como aceptar el din y vivir con coherencia. La ‘ibada, por ejemplo, debe vivirse con total sinceridad, aceptando, incluso, los errores y los cansancios. No somos super-creyentes sino que es un trabajo del día a día, pues más vale caer que engañarse a uno mismo. La sinceridad, también, va unida a la paciencia (sabr). A veces es más fácil engañar o engañarse para no tener que ponernos a prueba, para no tener que esperar, para no implorar que nuestros fallos sean olvidados (ghafara). Dicen los hipócritas cuando engañan:

Cuando dijeron los hipócritas y los que tenían sus corazones enfermos: «Engañados fueron estas gentes por su din» (Corán 8: 49)

El acto de apartarse del engaño y de la hipocresía es, de alguna forma, un aceptar los límites y la finitud que tenemos en nosotros mismos. Así volvemos a ponernos en quibla, a dirigirnos hacía Él, que exaltado sea, en plena humildad. En una sociedad de la apariencia, hiperreal y de las palabras vacías se hace urgente volver a pensar desde la sinceridad del creyente. La realidad a veces es más cortante que el filo de una espada, pero es la que es. Protejámonos con la ‘ibada y no temamos lo que no está en nuestras manos, que solo la conciencia de que Él es Altísimo y Todopoderoso esté sobre todos nosotros.

Quiera Allah darnos sinceridad en actos y en palabras. Quiera Allah protegernos de proferir engaños. Quiera Allah protegernos de ser engañados. Quiera Allah apartar la hipocresía de nuestro corazón. Quiera Allah hacernos garantes de Su Realidad. Quiera Allah darnos su ghafara y su rahma para no temer el equivocarnos. Quiera Allah hacernos dignos del Jardín. Amén.

Así, pidamos a Allāh, el Altísimo, la luz de Su Mensajero ﷺ para que nuestros corazones no se consuman en el fuego de la inmediatez y las palabras, antes de atisbar la plena realidad (ḥaqq bi-l ḥaqq).

Pidamos a Allāh luz y salām para ser agradecidos con su creación y superar los miedos al poder auténtico que debe regir en nuestros corazones.

Pidamos a Allāh que, a través de la pureza, incremente nuestro imān, limpie nuestros corazones y los llene de luz muhammadiyya.

Pidamos Allāh que purifique el alma de nuestros antepasados, la nuestra, la de nuestros padres y la de todos los creyentes.

Dicho esto, pido a Allāh bendiciones para todos. Que nuestras palabras estén bajo la obediencia a nuestro rabb, el señor de los mundos.