MEXICO INFORMA ISLAM
lunes, 3 de octubre de 2022
Tercera Guerra Mundial: ¿es posible o ya comenzo?
Tercera Guerra Mundial: ¿es
posible? O ¿ya comenzó?
M
ARCELO
C
OLUSSI
mmcolussi@gmail.com
,
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forma creciente con el paso de los años y la
acumulación de capital, necesita de las guerras.
Hay que destruir para volver a construir: ciclo
monstruosamente infame del que la sociedad
capitalista no puede escapar. Las guerras están en
su ADN. Aunque el actual enfrentamiento europeo
entre Rusia y Ucrania se ha robado toda la fanfarria
mediática, en el mundo se cursan infinidad de
guerras de mediana o baja intensidad de las
que la industria comunicacional casi no habla.
O no habla. Entre grandes guerras (con más de
10,000 muertes anuales), guerras civiles, tribales
y enfrentamientos armados diversos (con hasta
10,000 muertos al año) y pequeños conflictos y
escaramuzas, hoy día se pueden contabilizar más
de 50 frentes de combate: Yemen, Arabia Saudita,
Palestina, Siria, Birmania, Pakistán, Etiopía,
Nigeria, Somalia, Camerún, Colombia, Egipto,
Libia, India, Filipinas, Israel, Tailandia, Senegal,
México, Chad, por nombrar solo algunos. De la
guerra ruso-ucraniana se habla más -se habla hasta
la saciedad en este momento- porque
allí se juegan otras
a g e n d a s ;
concretamente: el posible nuevo orden
internacional, la redistribución de áreas de
influencia para los grandes poderes globales
(el área dólar de los megacapitales occidentes,
estadounidenses y europeos, versus un nuevo
polo de poder centrado en el eje Pekín-Moscú).
Las guerras no son expresión de la “enfermedad”
psicológica de algunos (nunca falta un “malo
de la película”: Adolf Hitler, Saddam Hussein,
Mohamed Khadafi, Nicolás Maduro, Kim-Jong-un,
ahora Vladimir Putin) sino manifestación de luchas
de poder. Dicho en otros términos: expresión de
luchas de clases
sociales en su dinámica universal.
Dado que hay clases dominantes -hoy día,
una oligarquía capitalista global, básicamente
nor-atlántica-, como hay enfrentamiento al
rojo vivo, la ideología de esa clase divide al
mundo en “buenos” (Occidente democrático) y
“malos”, que están del otro lado del mundo, las
“autocracias” rusa y china (con algún agregado
como Norcorea o Irán, países “díscolos”, que no
acatan las
órdenes de los capitales
occidentales). En
realidad hoy,
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planetaria, la lucha no es entre capitalismo y
socialismo, sino solo entre planteos capitalistas.
En estos momentos, la hegemonía en la aldea
global la tienen los capitales (no los trabajadores),
por lo que la disputa es en torno a ese eje.
Los mandatarios “buenos” (incluidas esas
rémoras feudales de la Edad Media que son
las casas reales europeas, resabios de cuando
todavía se creía en brujas) siempre blancos, rubios
y de ojos celestes, serían entonces el ejemplo
de democracia y defensa de la libertad. Los que
no entran en ese selecto club privado serían los
“malos”. Toda esa mentira ideológica, ¿no es
acaso una forma de monstruosa violencia? En
otros términos: guerra psicológica, con armas más
letales que las de fuego, o letales de otro modo: no
provocan homicidios ni genocidios sino
intelicidios
.
“
Miente, miente, miente..., algo queda
”, enseñó
Joseph Goebbels, enseñanza llevada a un grado
sumo por la actual corporación mediática: ¿qué
es eso sino una
forma de
manipulación sutilmente violenta “
para mantener
bajo control a los pueblos ignorantes
”, como
decía hace cinco siglos el teólogo italiano
Giordano Bruno? Los manuales militares actuales
hablan de esto como “guerra psicológica”, sin
ningún empacho: “
Busca generar un impacto
psicológico de magnitud, tal como un shock o
una confusión, que afecte la iniciativa, la libertad
de acción o los deseos del oponente; requiere
una evaluación previa de las vulnerabilidades
del oponente y suele basarse en tácticas, armas
o tecnologías innovadoras y no tradicionales
”
(Steven Metz). Evidentemente, hay guerra para
rato, con las más diversas modalidades: armas
de fuego convencionales, aparatos mediáticos,
armamento nuclear.
Ahora se está hablando insistentemente de
una posible nueva conflagración planetaria,
disparada por el enfrentamiento Rusia-Ucrania o,
posiblemente, por las provocaciones de Estados
Unidos hacia China a partir de la “provincia
rebelde” (o Estado soberano, según quien
vea la cuestión) de Taiwán. Los mortales
de a pie -es decir: la prácticamente
totalidad de la población mundial-
no tenemos mayores noticias de
esto, de lo que en verdad se
está cocinando. ¿Qué plantes
secretos tiene el Pentágono?
¿Qué estrategia de largo plazo
tienen pensado los
grandes capitanes de
la economía global?
¿Qué acuerdos de
cooperación militar
hay entre Rusia y China? ¿Qué
sabemos del sistema Perímetro
(“Mano muerta”)
de respuesta
nuclear automática
de Moscú? Si las
potencias capitalistas
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han decidido no volverse a enfrentar entre sí (con
la hegemonía militar absoluta de Washington que
tomó a Europa Occidental como su rehén nuclear
y lidera esa coalición obligada que es la OTAN),
¿por qué entonces la posibilidad de una guerra
mundial, tal como ahora pareciera posible?
En realidad, cuando hoy por hoy se habla de
“Tercera Guerra Mundial”, se está haciendo
alusión a la posibilidad de un conflicto entre
Estados Unidos y sus dos verdaderos rivales: la
República Popular China y la Federación Rusa, los
únicos realmente en condiciones de hacerle frente
en el plano militar. La OTAN es el brazo armado
de Washington en territorio occidental fuera de
América. Dicho sea de paso: Estados Unidos tiene
452 bases militares en el continente europeo
(en Alemania básicamente, el país derrotado en
1945), mientras que Europa no posee ni una sola
instalación castrense en suelo estadounidense.
¿Quién manda? Más claro: imposible.
Las guerras que se libran hoy día son todos
conflictos internacionalizados. En todos, directa
o indirectamente, están presentes los intereses
geoestratégicos de las principales potencias, ya
sea porque la venta de armas y/o la reconstrucción
de lo destruido es un jugoso negocio, ya sea
porque esas guerras expresan las disputas
político-económicas por áreas de influencia con
un valor global. Los principales fabricantes de
armas son, justamente, las potencias que hoy
se disputan la geo-hegemonía: Estados Unidos,
Rusia, China, Gran Bretaña, Francia, todos ellos
con poder nuclear. Y curiosamente, los supuestos
garantes de la paz mundial, los únicos con sillas
permanentes en el Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas. Las interminables guerras del
África sub-sahariana (por el control de recursos
estratégicos como, por ejemplo, el coltán, u
otros minerales imprescindibles para la industria
de avanzada) o del Oriente Medio (por el control
del petróleo), son la manifestación de planes
imperiales de dominación, donde participan
empresas de distintos países capitalistas llamados
(con nada disimulada soberbia) “centrales”. Esos
enfrentamientos, sin ningún lugar a dudas, son
guerras mundializadas. ¿Qué hacen soldados
europeos en Afganistán? ¿Qué hacen los
portaviones estadounidenses en el Mar Rojo?
¿Por qué fuerzas de la OTAN bombardean Libia
o Egipto? O más aún: ¿cómo es posible entender
que fuerzas centroamericanas, de El Salvador,
por ejemplo, participen en misiones en África
(en Mali), supuestamente de paz, de la mano del
ejército estadounidense?
Ya no se diga lo que está ocurriendo ahora
en Ucrania: es abiertamente una guerra por
delegación; es decir: la OTAN, bajo el mando de
Washington, está participando en forma abierta
en apoyo a Kiev. Corrijamos: no en apoyo a
Ucrania (¡qué les importan los miles de soldados
ucranianos muertos ni la población de ese país!)
sino en contra de Moscú. Esta guerra, que ahora
está robando la atención de la corporación
mediática mundial, es un intento de Estados
Unidos por evitar un nuevo polo de poder global
que le quite supremacía. Es, definitivamente, una
guerra mundial. Guerra tremendamente perversa,
porque queriendo hacer aparecer el conflicto
como un enfrentamiento entre dos países, la
Casa Blanca -el verdadero y único poder que
maneja la situación por el lado de Occidente-
está desarrollando su estrategia de intentar
detener la aparición de nuevos poderes globales.
Tan mundial es esta guerra que un presidente
de un olvidado país centroamericano como
Guatemala (con un ejército que no podría estar
ni remotamente en condiciones de enfrentarse al
ruso) viajó a Kiev para dar su apoyo a Volodimir
Zelensky, el mandatario ucraniano. Más allá de que
esa medida puede haber sido solo un genuflexo
intento de la actual administración de la nación
centroamericana para congraciarse con el poder
de Washington intentando evitar deportaciones
y quitado de visas a sus corruptos funcionarios,
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el hecho muestra la “mundialidad” del asunto:
ya
estamos cursando una guerra mundial
.
Todos estos son conflictos, y no solo el de
Ucrania,
absolutamente mundiales
. Como lo
puede ser el que el Pentágono está buscando
generar en el Mar de China, utilizando a Taiwán
como campo de batalla. Tras la fachada de la
OTAN o de la ONU, o de la reciente asociación
AUKUS para atacar China (Australia, Reino Unido
de Gran Bretaña y Estados Unidos, por sus siglas
en inglés), vienen las petroleras, las grandes
empresas euro-estadounidenses, las inversiones
de la gran banca mundial (occidental). ¿No son
reparticiones mundiales esas, que recuerdan la
Conferencia de Berlín de 1884/5, donde unas
cuantas potencias capitalistas europeas se
dividieron el dominio del África sobre un mapa?
Ahora, en forma alarmante, se nos habla
de una posible guerra mundial con armas
atómicas. ¿Quién es el “malo de la película”
en todo esto? Según desde donde lo miremos,
puede ser Putin (el nuevo Hitler, un “psicópata
sediento de sangre”; no olvidar que esa persona
es el presidente de un país capitalista, ¡ya
no es socialista!, un país tan capitalista como
Estados Unidos, o Inglaterra, o Arabia Saudita)
o la geopolítica de Washington. Lo cierto es que
estamos ante una escalada sin precedentes desde
1945. Los mega-capitales occidentales tienen
mucho que perder: si Moscú, junto con Pekín, se
constituyen en los nuevos referentes planetarios,
se termina el reinado de dólar y del “hombre
blanco” eurocéntrico. ¿Llegaremos realmente al
holocausto termonuclear disparando los más de
15.000 misiles con carga nuclear? (cada uno de
ellos con una potencia destructiva 30 o 50 veces
mayor a las bombas de Hiroshima y Nagasaki)
¿Qué se juega en esa posible “nueva” guerra
mundial?
Alguna vez dijo Einstein: “
No sé si habrá
Tercera Guerra Mundial, pero si la hay, seguro
que la Cuarta será a garrotazos
”. Desgarrador,
y tremendamente cierto. Aunque equivocado.
Corrijamos al genio de la física: ¡No habría Cuarta,
porque no va a quedar forma viva alguna sobre la
faz del planeta!
El poder nuclear que se desarrolló durante
la segunda mitad del siglo XX en plena Guerra
Fría -pero super caliente para los territorios
donde, por delegación, se enfrentaban las
dos superpotencias- y lo que va del actual, es
impresionante. De liberarse toda esa energía se
produciría una explosión con una onda expansiva
que llegaría hasta la órbita de Plutón. Proeza
técnica, pero que no resuelve los principales
problemas del mundo. Se puede destruir todo un
planeta... pero continuamos con niños de la calle,
población hambrienta y prejuicios milenarios
como el patriarcado. Algo no funciona en esa
idea de progreso. El capitalismo, definitivamente,
no quiere – ¡ni puede! – resolver todo esto. Su
esencia es la acumulación de capital, y si para eso
sirve la guerra: ¡adelante con la guerra!
El sistema económico-político actual -basado
exclusivamente en el lucro empresarial individual-
no ofrece ninguna posibilidad real de arreglar
la situación, porque en su esencia no existe la
preocupación por lo humano, la solidaridad,
la empatía: lo único que lo mueve es la sed de
ganancia, el espíritu comercial, el negocio. El ser
humano de carne y hueso no cuenta.
¡Y la guerra también es negocio! Da ganancias...,
aunque sólo a algunos, por supuesto. Ese es el
grado de insensibilidad al que llega el sistema
vigente: matar gente, destruir la obra de la
civilización, producir hechos criminales... ¡es
negocio! ¡Ese es el espíritu que lo alienta! Todo es
mercancía, absolutamente todo: la muerte, el sexo,
el amor, la comida, el saber, el entretenimiento,
etc. ¡Eso es el sistema dominante! Felizmente,
hay otros a la vista, un poco sacados de en medio
por la corporación mediática, pero que continúan
vigentes como inspiración.
Por eso hoy día la posibilidad de una nueva
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perspectivas
guerra mundial devastadora está abierta. Pero
cuando se dice “mundial”, se está hablando
de la confrontación de la potencia dominante:
Estados Unidos, y sus obligados aliados (¿perros
falderos?), con quienes efectivamente le hacen
sombra, Rusia y China. Y fundamentalmente con
esta última: el avance del yuan sobre el dólar es
irrefrenable. Lo que se juega verdaderamente en
esta posibilidad de locura nuclear es la supremacía
que vino detentando el principal país capitalista
del mundo hasta ahora, momento en que empieza
a ser seriamente cuestionado.
El capitalismo, en tanto sistema planetario,
y también su locomotora: la economía
estadounidense, desde el año 2008 cursan una
profunda crisis de la que no se terminan de
recuperar. En ese escenario, el auge de China
y su incontenible pujanza, resulta una afrenta
insoportable, más la potencia militar de una
Federación Rusa renacida, que dejó atrás la crisis
final de la Unión Soviética. Ante este escenario, la
posibilidad de una guerra funciona como válvula
de escape, como salida de emergencia para los
actuales amos planetarios. Aunque, por supuesto,
la guerra no es ninguna salida. Pero en un sentido,
sí revitaliza al sistema global, obviamente a favor
de la élite dominante.
En esa lucha por mantener la supremacía o,
dicho de otro modo: por no poder un centavo
de la ganancia capitalista, la geoestrategia de
Washington apunta a asfixiar por todos los medios
a sus rivales, a sus verdaderos rivales, que no son
ni la Unión Europea ni Japón. Un rival de peso que
es, sin vueltas de hojas, el eje Pekín-Moscú. La
guerra, lamentablemente, es una de las opciones,
quizá la única, en esta lucha a muerte. Ahogar
significa prolongar la locura en Ucrania, quizá
abrirla en Taiwán. Aunque todo ello puede llevar al
desastre global, una locura total y sin posibilidad
de retorno. Quienes estamos en el medio somos
los 8.000 millones de seres humanos de a pie que
no queremos morir por el impacto de los misiles,
ni por la posterior radiación, ni de hambre debido
al perenne invierno nuclear.
Comentario marginal: hablamos de civilización
como sinónimo de progreso, como oposición
a salvajismo, pero por lo que se ve, la dinámica
humana no ha cambiado mucho en relación
a la historia de nuestros ancestros: las cosas
se siguen arreglando -más allá de cualquier
pomposa declaración por la paz- en relación a
quién tiene el garrote más grande. El pequeño
-y desgarrador- detalle es que hoy ese garrote
se llama misil balístico intercontinental con ojiva
nuclear múltiple. Y si es lanzado con un vehículo
hipersónico indetectable por los medios de
defensa actuales: mejor.
De darse un enfrentamiento entre los gigantes,
definitivamente se usaría material nuclear.
Queremos creer que ello no sucederá, pero no
hay garantías. Los países que detentan armas
atómicas son pocos: Gran Bretaña, Francia, India,
Pakistán, Israel (aunque oficialmente declara no
tenerlas), Corea del Norte, China, todos ellos en
una escala moderada, y en mayor medida, con
infinitamente mayor capacidad destructiva: Rusia
y Estados Unidos. A la Unión Soviética la terminó
asfixiando la carrera armamentista; a Estados
Unidos, el negocio de las armas le provee una
muy buena parte de su economía. Es obvio que la
guerra alimenta al capitalismo. Pero sucede que
jugar con energía nuclear es invocar a los peores
demonios. Hagamos lo imposible para que los
mismos nunca despierten
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