viernes, 27 de enero de 2023

El Ruiseñor Mexicano

 

Ángela Peralta

Por Eusebio Ruvalcaba

 

Un anciano se le acerca y le dice: “Luego de escucharla, puedo morir en paz”. Esa noche, el anciano muere plácidamente en cama. Había oído cantar a Ángela Peralta, El Ruiseñor Mexicano, y su espíritu se había colmado.

Ángela Peralta —cuyo verdadero nombre era María de los Ángeles Manuela Tranquilina Cirila Efrena Peralta Castera— nació el 6 de julio de 1845 en la ciudad de México. El origen de la soprano fue humilde en extremo, careció prácticamente de recursos, por lo que tuvo que trabajar desde muy pequeña. Ante la pesadumbre de los padres, la niña obtuvo empleo de sirvienta en la casa de alguna familia de postín.

Su padre, Manuel Peralta, hombre ejemplar que respetó y apoyó la vocación de su hija, no podía satisfacer la manutención de su familia, y su madre, Josefa Castera, mujer sencilla y de espíritu infatigable, advirtió en Ángela dotes excepcionales para la música. Era tan evidente la inclinación de la menor por el canto, que el padre decidió redoblar sus esfuerzos y ponerle un maestro, y escoge a Manuel Barragán como profesor de solfeo de la niña.

Desde que se presenta en público por vez primera, en tertulia musical de las que organizaba una señora de apellido Galván, Ángela Peralta sorprende por su voz diáfana y el ardor con que acomete la cavatina de Belisario, de Bellini. Tiene entonces ocho años. Es el año de 1854, y Ángela Peralta cambia de maestro; de ahora en adelante la figura de Agustín Balderas se convertirá en ángel guardián de la niña prodigio. Paso a paso, la va adiestrando en el arte de la música, y lo mismo en el estudio de la voz que del piano y la composición. La niña vence los obstáculos más escabrosos con una facilidad innata, y la gente se agolpa en la calle para oírla cantar tras la ventana.

Por intermedio de algún tercero, se le consigue una audición con Enriqueta Sontag, aclamada cantante alemana que radicaba en México. Cuando ésta la ve entrar, estalla en carcajadas: si no es más que una niña, y además tan fea. Pero cuando la Peralta empieza a cantar y a sortear las dificultades que le son antepuestas, Enriqueta Sontag la cubre de besos y llora profusamente. Le regala una pieza de música y le dice: “Si tu padre te lleva a Italia, serás una de las más grandes cantantes del mundo”.

Curiosamente, un mes después de haber formulado su vaticinio, Enriqueta Sontag muere enferma de cólera. Y se le hace un homenaje luctuoso en la Profesa.

Agustín Balderas, el maestro, no pierde la cabeza, y obliga a su alumna a ceñirse a la disciplina. El elogio de la Sontag será humo si abandona el rigor. Agustín Balderas era figura; precisamente fue uno de los jurados que ese año de 1854 premiaron el trabajo de Jaime Nunó y González Bocanegra: la Gran Marcha Marcial, que cambiaría su nombre por el de Himno Nacional.

Su debut sería el impulso y la confirmación que la artista necesitaba para marchar a Europa.

De paso hacia Italia, en donde perfeccionaría sus estudios, la Peralta canta en España, pero en exclusiva para los amigos de su maestro Balderas y algunos periodistas del medio. Causa tal conmoción, que los diarios la anuncian como la más grande promesa del bel canto; y a partir de ese momento se le acuña el afortunado epíteto de El Ruiseñor Mexicano.

Cinco años permanece en Europa bajo la tutela del prestigiado maestro Francesco Lamperti. La Peralta avanza a pasos agigantados. El 13 de mayo de 1862 canta en el Gran Teatro Scala de Milán, interpretando la Lucía de Lammermoor. Hay expectación por verla, pues tanto elogio ha terminado por hacer desconfiar al público italiano. Poco se solía ovacionar en la Scala, y según testigos se le da un aplauso verdaderamente inusitado. Canta Lucía 23 veces consecutivas, con lleno absoluto, y se dirige a Turín donde interpreta Sonámbulos, de Bellini, en el Teatro del Rey. Gusta tanto, que la obligan a salir 32 veces en agradecimiento a la ovación, que parecía no terminar nunca.

De Bérgamo partirá para Cremona y después Lisboa. En la capital de Portugal se le obsequia un collar de 12 brillantes, puros, limpios y de idéntico tamaño. Esta joya sería muy codiciada en México, y el propio general invasor francés Bezaine, en 1866 afirmaba que pagaría gustoso 10 mil pesos oro por ella.

El 20 de noviembre de 1865, Ángela Peralta hace su entrada a los perímetros de la Ciudad de México.

Se fija el 28 de noviembre para que El Ruiseñor Mexicano se presente en el Teatro Imperial. Agustín Balderas dirige la orquesta y se escoge Sonámbulos como ópera inicial.

Se propone entonces la primera función de beneficio para Ángela Peralta. Desde Maximiliano, que envió a la Peralta un aderezo de brillantes —y que aceptarlo le costó una fuerte crítica del liberal Ignacio M. Altamirano—, hasta el último de sus fanáticos, el Teatro Imperial no se dio abasto y se recaudaron 19 mil 900 pesos, una fortuna en aquellos años.

Se casa entonces con su primo hermano Eugenio Castera, matrimonio que significaría el principio de su ruina. Emprende una nueva gira por la República y en Zacatecas es halagada con una hermosa águila de oro puro asentada en una base de plata, cuyo peso es tan exagerado que tienen que cargarla cuatro hombres. Pasa por Guadalajara y los ciudadanos se unen a los albañiles para terminar el Teatro Alarcón —que después sería el Teatro Degollado— y que lo inaugure la soprano.

Se enamora de su administrador, Julián Montiel Duarte, y la maledicencia corre de boca en boca. Se la condena al silencio y su público la abandona. Hace esfuerzos titánicos por complacer a los fanáticos pero la actitud es unánime. Se traslada de un extremo a otro; está por declararse en quiebra cuando llega al puerto de Mazatlán. Toda la compañía se prepara arduamente para actuar ante el público mazatleco; pero en esos días en un barco que arriba al puerto trasladan el cadáver de un gringo, muerto en altamar. Lo sepultan y la fiebre amarilla cunde. El 24 de agosto Ángela Peralta dirige el ensayo de la ópera, pero la función definitiva no puede llevarse a cabo porque uno tras otro se van muriendo los integrantes de la compañía. Así, e1 30 de agosto de 1883, Ángela Peralta muere. En artículo mortis, la Peralta se casó con Julián Montiel Duarte. En 1917, sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres.

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