La Fe y la Felicidad
Si la felicidad es un árbol cuyas raíces se fortalecen en el alma y el corazón del ser humano, entonces la fe en Allah y en el Más-allá son el agua y el alimento, el aire y la luz
Pensamiento - 05/09/2011 7:52 - Autor: Sheykh Yûsuf al-Qaradâwi - Fuente: Islam Sunni
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Etiquetas: felicidad, bienes materiales, progreso, hijos
Felicidad sin límites
La felicidad es el sueno al cual aspira todo ser humano, desde el filosofo con el pensamiento el más abstracto al hombre del pueblo lo más primitivo, desde el rey en su palacio lujoso al va sandalia en su casucha. Ciertamente, nadie no busca el sufrimiento ni se satisface de ser infeliz.
¿Dónde se encuentra la felicidad?
No obstante, los hombres se enfrentan desde siempre a la pregunta: ¿Dónde se encuentra la felicidad?
¡Numerosos son los que buscaron donde no se encontraba, y volvieron manos vacías, agotados, desesperados, como alguien que hubiera buscado perlas en el desierto!
Por cierto, en cada época, la gente intento encontrar en los disfrutes materiales los más diversos, en todos los placeres de los sentidos; pero se dieron cuenta que eso no bastaba nunca a llevar a la felicidad, y que cada nuevo placer, muchas veces, no hacía mas que crearles nuevas preocupaciones.
¿Se encuentra la felicidad en el placer material?
Algunos lo creyeron, y pensaron que la felicidad residía en la riqueza, el lujo, el placer y la comodidad material. Pero en un país donde la gente alcanza el nivel de vida más alto, donde la comodidad material está asegurada, ya se trate de comida o de bebida, de ropas, de vivienda, de medios de transporte o de las más facilidades más diversas… la gente igual se encuentra infeliz, sufre de depresión y busca otros medios para alcanzar la felicidad.
La abundancia de las riquezas no hace la felicidad, ni siquiera constituye el elemento principal de esta. Al contrario, la riqueza material hace a veces la desgracia de su propietario en este mundo antes del otro. Es por eso que Allah dice sobre algunos hipócritas, en el sentido:
«Que no te maravillen ni sus bienes ni sus hijos, Allah solo quiere preocuparles con esto en la vida de este mundo.» (Sourate at-Tawba, «El arrepentimiento», versiculo 55).
La preocupación mencionada aquí es la preocupación causada por la pena, la desgracia, el dolor y los aprietos; es un sufrimiento sentido en este mundo, en la vida actual, a la imagen de la evocada en el hadiz: «Viajar hace experimentar la preocupación».
Ahora bien eso es lo que constatamos en los para quienes el dinero y la vida de este mundo son la principal preocupación, el único objetivo y la única aspiración: estos sienten siempre un sufrimiento sicológico, un cansancio del corazón, una pesadez del alma, tengan mucho o poco, nunca están satisfechos.
El hadiz transmitido por Anas y según el Profeta -la paz y las bendiciones sean con él-, describe bien estos espíritus atormentados, en el sentido:
«Aquel que se preocupa por el mas-allá, Allah coloca su riqueza en su corazón y junta los suyos alrededor de él, y este mundo esta forzado a venir hacia él; pero el que se preocupa por este mundo, Allah coloca su pobreza delante de él y dispersa los suyos, este no recibirá otra parte de este mundo que la que le está reservada.» Transmitido por at-Timidhî por la voz de Anas, y transmitido por Ibn Mâjah y otros en términos similares por la voz de Zayd ibn Thâbit.
Como lo dijo un autor anciano: «Aquel que ama este mundo tiene que estar determinado a sostener las desgracias.»
Aquel que está enamorado de este mundo no puede escapar a tres cosas: una preocupación permanente, un cansancio incesante y un remordimiento interminable. De hecho, el enamorado de este mundo no consigue obtener una cosa cuando ya desea otra, como lo dice la traducción del hadiz: «Si el hijo de Adam poseía dos riveras de oro, desearía una tercera.»
Jésus, hijo de María ha comparado el enamorado de este mundo al bebedor de vino: cuanto más bebe, más sed tiene.
¿Procuran los hijos la felicidad?
Los hijos son, seguramente, la flor de la vida, la belleza de este mundo. Ocurre muchas veces, sin embargo, que los hijos no llevan sino penas a los padres y les recompensan con desobediencia e ingratitud en vez de manifestarles bondad y respeto. Hasta ocurre que los hijos agreden a sus padres para apropiarse de su fortuna o porque representan un obstáculo a sus pasiones. Así un padre se lamenta diciéndole a su hijo:
«Te he alimentado siendo chico, niño provee a tus necesidades. Crecías bebiendo mis consejos. Si una tarde te había causado alguna molestia, pasaba la noche desvelado, agitado. Pero cuando alcanzaste la edad adulta, y que para ti no me atrevía esperar, me recompensaste por dureza y brutalidad, como si fueras tu el generoso bienhechor!»
Hemos visto muchos ejemplos extraños de la ingratitud de los hijos y del desamparo de los padres, y hemos escuchado hablar de más extraño otra vez. Los padres de todos tiempos están desesperados por la ingratitud de sus hijos, a imagen del Rey Lear de Shakespeare, que exclamaba: «¡Cuanto más cruel es el diente de la serpiente mayor es la ingratitud de un hijo!»
¿Lleva a la felicidad el progreso científico?
La ciencia experimental, que permitió acercar a la gente mas-allá de las distancias y allanar las dificultades… ¿puede realizar la felicidad?
Por cierto, como lo dice el Doctor Mohammad Husayn Haykal, la ciencia nos permitió descubrir muchos secretos de la vida y sacar de eso un beneficio hasta un punto que nuestros predecesores ni hubieran imaginado.
Es también cierto que la sed de conocimiento constituye una parte de la naturaleza humana. Cuando el hombre logra conocer una cosa, aspira a profundizar más en ella o se interesa por otro tema de investigación. Pero la ciencia no abre la puerta de la felicidad. Al contrario, lleva muchas veces al aburrimiento o a la inquietud. La felicidad es este lindo sueño que vemos brillar ante nosotros, que queremos agarrar y del cual nunca tenemos bastante. Desde el alba de la humanidad, los hombres siempre han corrido tras la felicidad, pero cuando piensan haber alcanzado el objetivo, el maldito demonio se pone en medio de su camino. Esta felicidad tan buscada no reside en la ciencia, porque la ciencia corresponde a un deseo, y el deseo no lleva a la felicidad. Cuantos sabios consagraron su vida a la ciencia, para sufrir, al fin del camino, una amarga decepción, constatando que su ciencia no les había llevado nada más que un aumento de aflicción; ellos recomendaron entonces que sus hijos fueran educados en le fe y siguieran su naturaleza, sin pedirle a la ciencia que descifrara los misterios del Invisible.
Nuestro conocimiento, por muy vasto que sea, es ínfimo comparado a la inmensidad de este universo infinito. Así Nietzsche y otros grandes pensadores, que afirmaban que la ciencia lograría un día u otro rasgar el velo del Invisible, se debilitaron viendo que este velo era permanente, y tuvieron que admitir que corrían detrás de un espejismo desprovisto de realidad, aunque el objetivo de este espejismo fuera justamente penetrar el secreto de la realidad.
El filosofo británico contemporáneo, Bertrand Russel, a pesar de su punto de vista materialista, admitió que si la ciencia permitía al hombre salir vencedor de su lucha contra la naturaleza, esta no le sirvía para nada en la lucha contra sí mismo, y que en este campo la fe siempre prevalece.
El Doctor Henry Lenk, famoso sicólogo americano, se opone a los que niegan la fe en el Invisible en el nombre de la ciencia y del respeto al pensamiento, y muestra que la ciencia no basta para procurar al ser humano la verdadera felicidad:
"En realidad, existen en cada campo de la ciencia fenómenos capaces de alimentar el fuego de este error que consiste en otorgar al pensamiento una importancia excesiva. Sin embargo, son los psicólogos quienes llegaron a la conclusión de que apoyarse únicamente sobre el pensamiento daña la felicidad del ser humano, aunque no dañe su éxito. Estos descubrimientos fueron revelados después de la experiencia de estos psicólogos con gente y de estudios científicos que dirigieron sobre miles de personas. Añadamos también que las investigaciones que llegaron a estos descubrimientos tomaron en cuenta el vínculo con la religión, la personalidad y la filosofía en general.
No pudimos llegar a una solución definitiva para los problemas complejos de la vida, y no beberemos de la fuente de la felicidad por el único medio del progreso de los conocimientos y de la ciencia. El progreso científico significa más perplejidad y preocupaciones. Hasta que estas ciencias no se unifiquen en una concepción clara y aplicada de las verdades de la vida cotidiana, no lograrán liberar los espíritus que les dieron luz. Antes por el contrario, no faltarán en llevar estos espíritus a su destrucción y descomposición. Además, esta unificación tendrá inevitablemente que venir por otra vía distinta a la de la ciencia: quiero decir por la vía de la fe.”
La felicidad se encuentra dentro del ser humano.
Entonces la felicidad no reside en la riqueza, en el poder, en la abundancia de los hijos, ni en la ciencia material. La felicidad es algo abstracto, impalpable, que no podría ser medido o contenido, y tampoco podría ser comprado con dinero.
La felicidad es algo que el ser humano siente en el fondo de si mismo… una pureza del alma, una serenidad del corazón, una alegría interior, una paz de la conciencia.
La felicidad es algo que emana del interior del ser humano, y no algo que se puede procurar desde el exterior.
Se cuenta que un marido, dejándose llevar por la ira contra su esposa, le dijo con un tono amenazador:
«¡Te hare infeliz!»
A lo que la mujer contestó con calma:
«No tienes el poder de hacerme infeliz, y tampoco el de hacerme feliz.»
El esposo, furioso, preguntó:
«¿Cómo que no tengo el poder para hacerlo?»
La mujer respondió con confianza:
«¡Si la felicidad fuera cuestión de dinero podrías privarme de ella; si estuviera contenida en los adornos y joyas podrías despojarme de ella; pero la felicidad proviene de algo sobre lo cual no tienes ningún poder, ni tu ni nadie en el mundo!»
El marido, sorprendido, interrogó:
«¿Y que es?»
La esposa replicó con convicción:
«¡Encuentro la felicidad en mi fe, y mi fe está en mi corazón; y nadie tiene poder alguno sobre mi corazón, excepto Allah! »
Esa es la verdadera felicidad, aquella sobre la que ningún ser humano tiene el poder de actuar, ni de darla a quien no la tiene, ni de quitarla a quien la posee. Es esa felicidad que le hace decir al piadoso creyente: «¡Si los reyes supieran cuál es nuestra felicidad, nos combatirían con sus sables!»
Alguien, penetrado por este éxtasis espiritual, dijo: «Vivo momentos durante los cuales pienso: si los anfitriones del Paraíso conocen la felicidad, están seguramente plenamente satisfechos.»
A los que conocen tal felicidad les da igual lo que pueda suceder, por más que estén en problemas; sonríen a la vida y aunque ésta les muestre los dientes, toman las penas con filosofía. Las pruebas se metamorfosean para ellos en ventajas, suscitando el reconocimiento donde otros no ven nada más que desgracias, por las cuales se lamentan. Es como si poseyeran glándulas espirituales particulares que segregaran una substancia cuyo efecto cambiara las malandanzas de la vida en ventajas.
Lo mínimo de comodidad material necesaria a la felicidad
No negaremos que la comodidad material tiene un papel en la realización de la felicidad. Cómo podríamos, sabiendo que el Profeta -la paz y las bendiciones sean con el- dijo lo que significa:
«Forman parte de la felicidad del hombre: una buena esposa, una buena vivienda y una buena montura.» Transmitido por Ahmad a través de una cadena de transmisión autentificada, por vía de Sa'd ibn Abî Waqqâs.
Sin embargo, la comodidad material no es el elemento esencial de la felicidad; es más una cuestión de calidad y cantidad. Le basta a un hombre estar lejos de las preocupaciones materiales susceptibles de perturbar la existencia, como una mala esposa, una mala vivienda o una mala montura, de gozar de la seguridad y de la salud y de poder asegurar su subsistencia sin dificultades excesivas. Que justa es la palabra del Profeta -la paz y las bendiciones sean con el- cuando dice lo que significa:
«El que se despierta de mañana en seguridad, con buena salud, encontrando delante de si mismo lo necesario para comer durante el día, es como si fuera que la totalidad de este mundo le perteneciera.» Transmitido por al-Boukhârî en la selección de textos emanando de una misma fuente: al-Adab al-mufrad, recopilado por at-Tirmidhî y por Ibn Mâjah.
Si la felicidad es un árbol cuyas raíces se fortalecen en el alma y el corazón del ser humano, entonces la fe en Allah y en el Más-allá son el agua y el alimento, el aire y la luz.
La fe hace brotar en el corazón del ser humano fuentes inagotables sin las cuales la felicidad no podría realizarse: estas fuentes son la serenidad, la seguridad, la esperanza, el contento y el amor.
Fuente : http://aslama.com/rappels/foi-bonheur.php
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