martes, 27 de marzo de 2012

Las fases del islam español

Las fases del islam español
Conferencia pronunciada en la Universidad de Deusto
27/12/2011 - Autor: Abdelmumin Aya - Fuente: Vicenta Haya
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En los inicios del islam español (imagen de los años 70)Si tuviera que concretar las fases fundamentales de la historia reciente del Islam en nuestra tierra, establecería tres:

Desde 1975 a 1998 es la etapa de gestación. Con la muerte de Franco comienzan a producirse las primeras conversiones al Islam. Y la fecha simbólica del final de esta etapa es el asesinato de Sabora Uribe, redactora de Webislam.

“Webislam”, ese medio que cuenta actualmente con doce millones de visitas mensuales, fue ya entonces intuído por los enemigos del Islam como el instrumento por el que el Islam andalusí podía llegar con facilidad a Iberoamérica. Después del asesinato de la redactora de Webislam, un número significativo de musulmanes toman la decisión de ocultar indefinidamente su condición de musulmanes (taqîa).

Durante estos años, los musulmanes trataban de formarse, básicamente en clave sufí; sólo unos pocos, fascinados por la Revolución iraní, adoptaban el chiísmo, y casi ningún converso se adscribió al wahhabismo.

Desde 1998 a 2001 es una época de debate interno muy serio. Una etapa de encuentros, desencuentros y encontronazos. El chiísmo reduce su ámbito de influencia, y el wahabbismo sufre su gran afrenta con la desautorización del Imam Kamal que vino a enseñarnos cómo pegar a las mujeres.

Por su parte, el Sufismo, que hasta entonces había sido el corazón del nuevo Islam andalusí, sintiéndose aceptado de pleno derecho por el Cristianismo ecuménico, por el Arabismo más progresista y por la Nueva Era, comienza a presentarse como una realidad no restringida al Islam. En paralelo, el nuevo Islam andalusí va abandonando la expresión sufí y encuentra su propio lenguaje tratando de “descristianizar el Islam”.
Con el 11-S se da por concluida esta fase de debate interno y el Islam se ve sustituyendo al Comunismo en el papel de bête noir de algunos intereses expansionistas de Occidente.

Desde el 11 de septiembre del 2001 la Historia de la Humanidad ha iniciado una nueva fase, y con ella también los musulmanes españoles se ven obligados a cambiar de actitud. La etapa de la exposición del Islam. La sociedad –por primera vez- comienza a demandar auténticas explicaciones sobre el Islam, consciente de que sólo gracias a un conocimiento real podrá evitarse que se repitan ciertas catástrofes. Cuando son consultados los arabistas para tratar de desentrañar claves en el diálogo con los musulmanes, éstos ya no pueden seguir presentando los prejuicios y los sarcasmos sobre el Islam con que hasta ahora se habían ganado la vida. Tiende a arrinconarse ese Arabismo histórico que caricaturizaba al otro, porque ahora conocer las verdaderas razones se vuelve un asunto de seguridad internacional. Todo ello no impide que, para justificar una política global de expoliación a los países islámicos de sus recursos energéticos, se esté produciendo el ascenso imparable de una nueva islamofobia.

Las siete generaciones

Siete han sido las generaciones de conversos españoles al Islam hasta el momento. La primera generación de conversos españoles fue la de los románticos, los utópicos, los alucinados, los ilusos, los tarados. No sabían nada del Islam, pero intuyeron en él una fórmula de liberación más efectiva que aquellas otras que habían probado. Eran hombres y mujeres que provenían de la contracultura —de la extrema izquierda, del yoga, de los alucinógenos, etc. Hicieron todas las tonterías imaginables, aunque casi siempre la intención fuese pura (omito los innumerables casos de quienes vinieron a lucrarse o en busca de poder). A su manera sentaron las bases del Islam. Muchos lo abandonaron con el paso del tiempo, y muy pocos de ellos se mantuvieron desde entonces como pilares sólidos de nuestra comunidad que nada ni nadie consiguió remover. De todos ellos -los que lo lograron y los que no- somos sus herederos, y por ello les estamos agradecidos. El Islam andalusí en el futuro sería como los supervivientes de estos pioneros: abierto, flexible, espontáneo, imprevisible.

La segunda generación de musulmanes españoles fueron “los hombres de la sensatez”. Todavía no hablaban árabe y no sabían demasiado del Islam, pero –a diferencia de la primera generación- al menos estaban cuerdos. Defendieron el sentido común dentro de los pocos grupos formados por los pioneros que tuvieron futuro. La argumentación más frecuente a la que se acogieron fue: “Si es raro, no es Islam”. Porque el Islam debía ser lo normal. Tuvieron un papel fundamental en hacer posible el Islam en nuestra tierra tratando de que no se identificara “islamización” con “arabización”. Argumentaban en sus comunidades: “Convertirse al Islam no es convertirse en marroquí”. La lucha teológica de esta generación tuvo por objeto asuntos tan aparentemente nimios como el poder usar la vestidura occidental o el papel higiénico. En dos palabras: sensatez y cordura.

Vino una tercera generación de musulmanes que trató de desautorizar a los precedentes, pero que no tenían ni la genialidad de los primeros ni el sentido común de los segundos. Fueron “los hombres del árabe”, esos que tuvieron la suerte o la desgracia de poder estudiar unos años en países islámicos. Intentaron meter en cintura los experimentos de “adaptación del Islam a la realidad española” y por un tiempo lo consiguieron. Fueron imames, trataron de liderar las comunidades y aburrieron a los que intentaron acercarse al Islam hasta que pasaron a ocupar sus lugares naturales como humildes traductores. Porque por las mismas razones que habían conseguido adaptarse cuando fueron becarios en países como Arabia Saudí, Irán o Kuwait, no fueron seguidos por los españoles: por la falta de sangre en sus venas. Fueron útiles sus traducciones porque, a pesar de estar plagadas de un lenguaje cristianizante, pusieron en manos de todos nosotros el primer material traducido por españoles.

La cuarta generación fue la de aquellos que no sólo eran perfectos bilingües como “los hombres del árabe” sino que supieron explicar el Islam con fuerza y belleza, un Islam comprensible a la racionalidad de los occidentales. Dieron fundamento a las ciegas intuiciones de “los hombres de la cordura”, y por eso les llamo “los hombres de la sabiduría”. Tradujeron y escribieron, pero más que nada, hablaron. Si no hubiera sido porque ellos pusieron en su sitio a “los hombres del árabe”, el Islam que se hubiera difundido desde España habría sido un Islam sin genio, cristianizado, sin discurso posible para una realidad latina.

Una quinta generación de musulmanes españoles vino a paliar la excesiva cerebralidad de “los hombres de la sabiduría”. A los musulmanes de la cuarta generación la lucha intelectual que tenían que acometer les consumió y no supieron transformarla en parte de su camino espiritual. Tal vez por eso llegaron para sucederles “los hombres y las mujeres de luz”, esos que venían limpios al Islam, sin traumas. Estos nuevos sabios y sabias del Islam no podían hacerse una idea de cuánto esfuerzo les había supuesto a los anteriores cada detalle de normalidad de que ellos gozaban. Tras el 11-S se volvieron virtualmente invisibles y ni los propios musulmanes sabían quiénes eran o si eran musulmanes u otra clase de creyentes.

Antes de que se cerrara el círculo llegaron los hipócritas. Cuando todo estaba hecho, y los mártires con sus vidas habían terminado de forzar el asalto la puerta del castillo, vinieron los munafiqûn –como a la sociedad de Medina en tiempos del Profeta. Nacieron como inevitables oportunistas en esa zona franca que nosotros mismos no sabíamos cómo gestionar ni cómo “vender” al gran público. No eran patanes, ni eran como los que al principio venían al Islam en busca de petrodólares, sino gente que sabían gestionar recursos; los que había y los que vendrían en el futuro. Cometieron el error de pensar que sus negocios podrían prosperar al margen de lo que de ellos pensase la Umma.

La séptima, y última generación, fue la de los musulmanes que habían nacido en tierras de mayoría islámica pero que fueron reeducados islámicamente en Occidente. Llegaron de sus países a estudiar carreras universitarias, venían como librepensadores, hechizados por una Etica sin Dios a lo Albert Camus, y aquí se encontraron el enorme potencial del Islam de su infancia con un formato completamente nuevo. Casi todos ellos tuvieron la paciencia y la modestia de crecer a la sombra de algún sheij o sheija que presentaban siempre un mismo perfil: ególatras que sobredimensionaban su papel histórico, ignorantes en materia de Islam pero con una gran capacidad de convocatoria y de construir comunidades humanas.

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