martes, 27 de marzo de 2012

Los musulmanes no cometen pecados

Los musulmanes no cometen pecados
Capítulo de Islam para ateos (ed. Palmart 2006)
10/11/2011 - Autor: Abdelmumin Aya - Fuente: Webislam
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Abdelmumin Aya (Foto: Laure Rodríguez Quiroga)En el Islam es francamente difícil que llegue a existir alguna vez la noción católica de “pecado”: un musulmán no puede imaginar que el ser humano sea capaz de ofender a Allâh. En reiteradas ocasiones en el Corán se habla de que “a Allâh nada le hacéis con vuestros errores (dzunûb), sólo os dañáis a vosotros mismos”. Ese “dios” capaz de ser “ofendido, defraudado, entristecido” por nuestros pecados sólo inspira compasión al musulmán; es para nosotros -en el sentido literal y en el figurado- un dios patético. Los musulmanes rechazamos el dzanb no por Allâh sino por puro interés egoísta, porque según el Corán, el dzanb es todo aquello que nos daña a nosotros mismos, eso sí, fundamentando nuestro comportamiento ético en un egoísmo inteligente no en ese tipo de egoísmo subnormal que tratándose de producir un beneficio se causa un daño.

Si -al traducir dzanb- hablamos los musulmanes de “pecados” estamos poniendo en juego todo un mundo de significados asociados que traicionan el sentir islámico de lo que son los dzunûb (pl. de dzanb). Los dzunûb no son algo que “hagan daño” a Allâh, como no son algo que “manche” interiormente al hombre, ni que haga precisa esa especie de catarsis liberadora que es una confesión de los pecados, cuya consecuencia es la penitencia, la cual fácilmente deviene en mortificación del propio cuerpo. Esto no Islam.

Los que de nosotros hemos sido católicos antes de aceptar el Islam aún recordamos aquello de que “cada vez que pecamos venialmente es una espina que clavamos en la corona de espinas de Cristo”, o -más tremendo- “cada vez que pecas mortalmente vuelves a crucificar a Cristo”, etc... Ahora, ya, para nosotros se acabó el culto de muerte que ha venido a traer la Iglesia Católica, se acabó el que nadie tenga que volver a “imitar los padecimientos de Cristo”, como se acabó el sentimiento de ser culpable de que -nada menos que- Dios haya venido a morir por ninguna clase de acto nefasto que podamos cometer. El Islam trae un respiro a esta tierra tradicionalmente católica, bañada en el sufrimiento de los que han aceptado una fe en cosas incomprensibles sólo porque esperaban de ella obtener paz espiritual. Nosotros sabemos que al Rahman le gusta derramar su Generosidad sobre nosotros; sabemos que, si damos un paso hacia Allâh, Él da dos hacia nuestro encuentro; y -sobre todo- sabemos que no hay hombres que no cometan errores. Dice el hadiz: “Todos los descendientes de Adán cometen errores...”, porque está en su condición de criatura el que el ser humano carezca de una comprensión total de las cosas; precisamente es criatura por eso. El dzanb es el resultado de su limitación, pero los musulmanes sabemos que lo mismo que lo limita lo posibilita. Así que la relación entre realizar un dzanb y ser criatura es como la de “golpear” y “ser piedra”, es decir, una posibilidad perfectamente normal de una criatura en determinadas circunstancias. La naturalidad con la que los musulmanes hablan de los dzunûb es un escándalo para los católicos. Dice un hadiz del Profeta que si no cometemos dzanb Allâh nos extinguirá y creará otros hombres que necesiten de su Misericordia.

La cuestión no es diferenciar si los “dzunûb” son exactamente lo que los sectores más retrógados de los católicos llaman “pecados”. Hay importantes diferencias, pero, a grosso modo, hablamos de las mismas cosas (robo, traición, engaño, asesinato...); la cuestión es que a la hora de traducir el término al castellano hay que ser fiel a las implicaciones sociales de uno y otro concepto.

Nada hay en común entre lo que enseña el Cristianismo respecto del “pecado” y lo que enseña el Islam en relación al dzanb. Si buscamos el significado primario de dzanb en un diccionario árabe encontramos que es “lo extremo, lo innecesario, un apéndice, una excrecencia, lo marginal en contraposición a lo nuclear”; según ello, el dzanb de que nos habla el Corán es un acto innecesario, algo que no llega a su fin. El término dzanb no debe traducirse como “pecado” sino como “error, equivocación”; todo lo más, como “trasgresión de la propia naturaleza”. Lo que se nos ha revelado a los musulmanes como dzanb es la enorme trascendencia de constatar que el ser humano es capaz de dañarse a sí mismo, de ser injusto consigo mismo, de ser un dzâlim nafsahu. Hablando con propiedad, un dzâlim nafsahu es alguien que impide a su propia existencia la plenitud del que se acerca a Allâh, alguien que oscurece la luz de su existencia primordial. En árabe para referirse al hombre cuando hace este tipo de actos destructivos, que son autodestructivos, se emplea un término que mezcla en sí las ideas de “injusticia” (dzulm) y “tinieblas” (dzulm). Dzâlim nâfsahu sería “injusto consigo mismo” como sinónimo de “entenebrecedor de sí mismo”. El que hace algo que le retrotrae a la nada de antes de ser sacado a la luz.

El Islam enseña que la obra más insignificante de cada hombre tiene una dimensión y un alcance que se le escapa: el más vulgar de sus actos, el más breve de sus movimientos contribuye a crear el entorno en el que el hombre pasa a moverse. Porque un acto no sólo se realiza en el ámbito de lo que el individuo controla sino que tiene su propia justicia, su propio sentido y su propio “modo de estar” en el mundo, perpetuamente cercano al hombre que le ha dado el ser. Y más aún: en cada gesto del ser humano hay algo que es eterno y tiene su fruto en la eternidad del Uno, la realización de su verdad en Allâh. Cada uno de nuestros momentos hunde sus raíces en lo infinito, se entierra cual semilla en lo eterno. Nos es imposible calibrar las implicaciones de nuestra existencia en cada uno de sus instantes. Esa naturaleza de la acción es el secreto de la soberanía y la fuerza de cada hombre y de cada mujer.

Lo contrario del dzanb, que podría ser definido como “un acto sin corazón”, es la hasana o acto que embellece al ser humano y lo hace progresar hacia Allâh-Uno. Los dzunûb son todas las acciones o movimientos con los que el ser humano traiciona la autenticidad del Universo, atenta contra la Verdad de las cosas (puesto que el Corán nos enseña que la Verdad es la esencia de todo cuanto es). Los dzunûb son como una pretensión de salida fuera de lo real; son como tratar de añadir algo artificial a la existencia. El dzanb progresa aislando al ser humano, encerrándolo en un círculo vicioso que no le permite aprovechar la rahma de Allâh. El dzanb es el resultado de la ignorancia que ha hecho al hombre tomar por real lo que no lo era, y por ello buscando su felicidad ha producido su daño.

El “pecado” católico es un acto por el que “nuestra naturaleza caída se regodea en su tendencia al Mal”, y además lo hace con toda la contumacia que nos da el ser absolutamente libres; es el resultado de la guerra interior de un hombre dividido entre “lo que quiere y no debe” y “lo que debe y no quiere”: alma contra cuerpo, razón contra instinto, “hombre nuevo” contra “hombre viejo” (de que hablaba Pablo de Tarso)... El dzanb en el Islam es el resultado de la comprensión torpe de la criatura que jamás actúa sino por su beneficio pero que precisamente por ser criatura -es decir, limitada- se equivoca. Es un error que se rectifica como rectifica el caminante cuando se da cuenta de que el camino que ha elegido no le va llevando a donde quería ir. No hay lucha interior. No hay penitencia, no hay “catarsis”. No hay desprecio de la propia naturaleza. Sólo un wudû’, lavarse con agua, y volver a ese Señor del que nunca hemos estado distantes. Nuestra naturaleza no tiene por tendencia el Mal, sino el Bien; ella siempre -y sólo- busca el Bien. A veces nos equivocamos, porque, si es cierto que nuestra naturaleza de criatura es buena en tanto que naturaleza y tiende a la felicidad, no es absolutamente sabia (pues ninguna de las criaturas del universo conocido lo es absolutamente). No podemos achacar a nuestra naturaleza el que nosotros no siempre sepamos qué nos conviene, y mucho menos debemos castigarla, distorsionando lo que nos queda de comunicación con nuestro fundamento íntimo. Porque Allâh –como explicaría el exoterismo islámico- no tiene otro modo de comunicarse con nosotros que a través de lo que somos; nuestro ser, que no conoce divisiones interiores. Un cuerpo maltratado distorsiona la imagen de su Creador y nos lleva a un completo extravío.

Así pues, dado que nuestros dzunûb no son la consecuencia de un contumaz encenagamiento en el fango de la maldad, sino el efecto de un error, de un desatino, no tenemos que ensañarnos contra nuestro cuerpo ni contra su nafs. Tan sólo aprender del error, que es ésa su única razón de ser.

La vida humana bajo el peso de la noción de pecado pierde toda su autenticidad. El creyente que tema pecar será cada vez más proclive a dejar a otros –las autoridades religiosas- intervenir en su vida espiritual para no equivocarse, porque la equivocación le es psíquicamente gravosa. Sólo los sabios, los teólogos, las autoridades de la sociedad sabrán cómo no equivocarse, y el ser humano de la calle estará siempre a vueltas con la culpabilidad por ser demasiado espontáneo, por actuar según su instinto le demanda, en un estado de cosas en el que por descontado habrá sido asimismo condenado el instinto. Los musulmanes sabemos que ni tus aciertos ni tus errores importan. Lo importante es ese centro tuyo que se ha despertado y que busca una dirección: Allâh. Tú tienes que hacer y dejarte hacer, pero sin sentirte el protagonista del proceso en el que estás inmerso.

Es significativo que -después de que el término “pecado” haya llegado históricamente al culmen de su eficacia en el control de las conciencias- la teología católica actual en sus propios textos haya dejado de hablar de ellos; ahora se habla de “ofensas” (término con menos carga de negatividad). Mientras que los arabistas de la escuela cristianizante y los misioneros cuando hablan del Islam (no de su propia religión) no se cuestionan la traducción de dzanb como “pecado” en una metafísica como la islámica en la que este concepto resulta de una insoportable artificiosidad. En el mejor de los casos, el término “pecado” es una trampa mortal que los católicos han dejado en el idioma castellano, como el que abandona un pueblo y deja las minas personales que lo protegían, para causar bajas en el enemigo a partir de que musulmanes, budistas y evangélicos han avanzado sus posiciones en una tierra tradicionalmente católica.

Nuestra conclusión es clara: Nosotros –los musulmanes- no cometemos pecados. No ofendemos a Dios. No manchamos nuestra alma. Y no necesitamos fe para comprobar que hemos hecho un desatino. Necesitamos sentido común.

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