jueves, 19 de abril de 2012

Qadar: destino y creación constante para el 2012 maya

Qadar: destino y creación constante (La adquisición de las obras según la ‘aquida de Abû’l-Hasan al-Ash’arî) 19/02/2004 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Webislam aquida creacion destino pensamiento qadar 0 Abdennur PradoSe dice que el Profeta (saws) pasó una vez junto a un muro que estaba a punto de derrumbarse. Alguien le advirtió del peligro y le preguntó: “Acaso huyes del qadâ’ predestinación de Al-lâh”. El Mensajero de Al-lâh (saws) contestó: “¡Huyo del qadâ’ al qadar destino!”. La idea de lo irrevocable del destino estaba firmemente asentada entre las primeras generaciones de creyentes, pero fue topando con el rechazo de los intelectuales, a medida que el islam se expandía por Siria y Persia. La discusión eclosionó con la conversión de numerosos cristianos y maniqueos. En ese momento se trasladaron al ámbito del islam toda una serie de disputas que contraponían la Soberanía de Al-lâh a la libertad del hombre (al-ijtiyâr, la libre elección de sus acciones). La corriente dominante en ese tiempo era la de los ÿabríes (deterministas) quienes se apoyaban en el Qur’án y en la tradición: “Y a cada ser humano le hemos atado al cuello su destino.” (Qur’án, surat 17, ayat 13). En el nº 97 del tomo I de hadices qudsíes leemos lo siguiente: Cuenta Omar Ibn al-Jattab (ra): “escuché la respuesta del Mensajero de Al-lâh (saws.), cuando se le preguntó por la aleya del Qur’án que dice: “Cogió tu Señor a los hijos de Adam de sus espaldas, (que serían) su descendencia, y les hizo dar testimonio (preguntándoles) ‘¿Acaso no soy vuestro Señor?’ y ellos contestaron: ‘Sí, atestiguamos (que lo eres)’ para que no podáis decir el Día del Juicio que no estabais informados.” (Y ésta fue su respuesta): “Ciertamente Al-lâh creó a Adam, y luego frotó su espalda con su derecha y sacó de él una descendencia, y dijo: He creado éstos para Al-Yanna el Jardín, y con las obras de la gente de Al-Yanna obrarán. Luego frotó su espalda y sacó de él una descendencia. Y dijo: He creado a éstos para An-Nar el Fuego, y con las obras de la gente de An-Nar obrarán.” Dijo un hombre: “Yâ Mensajero de Al-lâh, (entonces), ¿cómo debemos de actuar?” Dijo el Mensajero de Al-lâh: “Cuando Al-lâh crea a un siervo para Al-Yanna, lo hace obrar como la gente de Al-Yanna, (y así) hasta que muere (siendo su última obra) una obra de la gente de Al-Yanna, y le hará entrar en Al-Yanna, y cuando crea un siervo para An-Nar, le hace actuar con obras de la gente de An-nar, (y así) hasta que muere con una obra de la gente de An-Nar y le hace entrar en An-Nar.” En su respuesta, Muhámmad (saws) dice claramente que las gentes del Fuego actúan como tales, desde el primer hasta el último día de su vida, y por ello son conducidas al Fuego tras la muerte. No hay escapatoria, todo ha sido fijado de antemano. En un hadiz paralelo, los compañeros le preguntan al Mensajero de Al-lâh (saws): ¿por qué levantarse para realizar la salat del faÿr si todo está determinado? ¿Por qué esforzarse en realizar buenas acciones si ya está decidido si somos gentes del Fuego o del Jardín? La respuesta del Mensajero de Al-lâh (saws) indica que no se realiza la salat para ganar el paraíso, lo cual implicaría supeditar a Al-lâh a la acción humana. Así pues, algunos de los compañeros, decidieron no levantarse para la oración del faÿr. Sin embargo, al oír el adzân del alba, sintieron como sus lechos se transformaban, como si hubiese clavos en sus lechos, lo cual les impulsó a levantarse y dirigirse a la mezquita. Aquí, no nos encontramos con una explicación de compromiso. No se trata de justificar el escándalo para la razón que supone el determinismo, el fatalismo, la idea de que todo ha sido escrito y de que ningún hombre tiene el poder de cambiar su destino. Desde el momento en que esto es así, los compañeros del Profeta (saws) no pudieron más que levantarse: así estaba escrito. No son ellos sino Al-lâh quien los levanta, transformando su lecho de plumas en un zarzal inhabitable. A pesar de la claridad de estos y otros signos, aún hoy muchos musulmanes afirman el libre albedrío. Parece que la idea de que nuestro destino “ha sido escrito” causa la repulsión del hombre civilizado, que ve como toda la esperanza que ha depositado en la técnica y en la razón se queda en nada. Frente a esta actitud, la idea del destino irrevocable es asumida como un hecho por el hombre entregado al devenir, que actúa movido por fuerzas que lo exceden. La actitud determinista, lejos de implicar dejadez o fatalismo, libera al ser humano de la estrechez moral y relativiza sus acciones. Es una apertura y una prueba: si el destino ya está escrito, ¿por qué hacer salat cinco veces al día? ¿Por qué comportarse noblemente, tratar de mejorar, de aprender, de combatir? El hadiz citado nos responde a su manera: los hombres sintieron el mandato interior que nos conduce a la plegaria. Lo cual quiere decir: no actuaron movidos por un deseo de intercambio comercial con Al-lâh, sino que descubrieron que era Él mismo quien los había estado llevando a la salat desde que se reconocieron musulmanes. Es decir: reconocieron que estaban sometidos de un modo más completo del que habían imaginado, sin intervención de su ego siquiera. Al-lâh había pronunciado su shahada. Desde entonces, simplemente, se dejaron llevar por esa fuerza que escribe su destino. El rechazo del determinismo tiene un carácter profundamente moralista. Al defender la libertad para obrar en uno u otro sentido, se incide en la responsabilidad del ser humano, tanto moral como penal. De ahí la severidad a la hora de afrontar el tema de los dzunûb transgresiones en el entorno de los califas abbasidas, especialmente entre los mu’taçilíes. Frente a la tolerancia mostrada por las primeras generaciones, se va perfilando el islam racionalista y puritano, que sitúa al hombre en la tribulación y la amenaza del pecado. No en vano se ha dicho que la doctrina del libre albedrío fue introducida en el islam por conversos del cristianismo y del maniqueísmo, y ambas consideran al hombre un ser caído, preso de las tinieblas de la materia pecaminosa. A partir de la idea de la naturaleza caída, es lógico que se afirme el libre albedrío como la posibilidad de superar la condición natural y acceder a un universo moral. Una fractura (Voluntad de Al-lâh frente a voluntad del hombre) nos conduce a otra (mundo natural frente a mundo moral). Frente a ello, el hombre sometido fluye con Al-lâh, se abandona a aquello que Al-lâh quiere para él, acepta sus circunstancias como las mejores y realiza su destino, agradecido por los dones y sin lamentarse por los males (aparentes). Realizar el propio destino es acordarse a aquello que Al-lâh ha querido para uno, recordar lo que somos desde que el Mandato de Al-lâh decretase nuestra forma, nuestro carácter, nuestra complexión interior y exterior. El hombre que acepta su destino permanece ajeno a los problemas morales y de culpabilidad de un ego que vive bajo la ilusión de ser libre, atormentado por sus actos. A esa actitud, sencillez y facticidad absolutas, los ignorantes la llaman fatalismo. Sin embargo, es todo lo contrario: en vez de fatalismo (que supone negatividad), habría que hablar de radical optimismo: si todo ha sido escrito por Al-lâh, estamos en el mejor de los mundos posibles (tal y como afirmaba Leibniz, lector atento de al-Gazâlî). En realidad, optimismo y pesimismo son caras de lo mismo, juicios de valor carentes que carecen del más mínimo valor. Tan solo hay que quitarse la venda de los ojos, dejar atrás nuestras caprichosas consideraciones sobre “lo que es bueno” y “lo que es malo” y aprender a percibir la Realidad en toda su grandeza. Fractales, simpathos, humedad, balanza. Es lo que hay, y lo que hay es lo mejor. Los dones de este instante son aquellos que pueden colmar este instante, los males de este instante son el motivo del aprendizaje que necesitamos este instante. La facticidad es la liberación del ego de todas las cadenas, dejar de lamentarse por lo que debería ser y no es, por lo que pudo ser y no ha sido. Claro que el filósofo difícilmente puede aceptar esto: En su más profunda intención, la filosofía es una firme reivindicación de la potencia, la construcción de una experiencia de lo posible como tal. No el pensamiento, sino la potencia de pensar; no la escritura, sino la hoja en blanco: esto es lo que la filosofía no quiere de ningún modo olvidar. (Giorgio Agamben, Preferiría no hacerlo, p. 105) Pero la hoja no está nunca en blanco, sino que nacemos con unas características heredadas, con un entorno que nos determina, con una configuración genética. En otra frase clarificadora, Noam Chomsky escribe: “los intelectuales niegan lo innato para afirmar su poder personal”. De ahí que el concepto del destino que el islam representa sea tan difícil de aceptar por estos intelectuales, que creen poder cambiar el curso de las cosas. Vana ficción que espejos multiplica: quien niega lo innato quiere proyectarse fuera de si mismo. En realidad, no se acepta y trata de cambiarse. Frente a la soberbia de los intelectuales, el islam de Muhámmad (saws) no hace concesiones. Y sin embargo, son muchos los signos coránicos que se refieren a las acciones de los hombres y expresan claramente el sentido de responsabilidad que emana de cada una de ellas: “Y todo lo que un ser humano haga recaerá sólo en él; y nadie habrá de soportar la carga de otro.” (Qur’án, surat 6, ayat 164) “Y, entonces, quien haya hecho el peso de un átomo de bien, lo verá; y quien haya hecho el peso de un átomo de mal, lo verá.” (Qur’án, surat 99, ayats 7-8) Estos signos parecen decirnos: los hombres son responsables de sus actos, y recibirán su recompensa. Para los qadiríes (defensores del libre albedrío) esto está claro. Sino, ¿qué sentido tendría hablar de la Justicia divina? El concepto de la libertad humana está muy ligado al deber de castigar del soberano: si eres libre y responsable, eres completamente culpable de tus transgresiones, no puedes escudarte en ninguna clase de explicación mística o refugiarte en tu ignorancia. Estos signos divergentes harán decir a los orientalistas que el Qur’án está lleno de contradicciones, que es un “batiburrillo de ideas sin ilación alguna”. Sin embargo, son un aliciente para los musulmanes conscientes, un aliciente para una comprensión que tenga en cuenta la revelación como un todo orgánico, frente a unos signos aislados. No es que cada signo no sea un valor absoluto en si mismo, es que cada signo está inscrito en un desarrollo que lo explica y aumenta su sentido. A partir de aquí, debemos replantearnos el dilema: ¿libre albedrío o fatalismo? Nos enfrentamos con un irresoluble. ¿Cómo conjugar el Poder absoluto de Al-lâh con la responsabilidad de la criatura? ¿Cómo casar la idea de un “Dios Justo y Generoso” con la imagen de un Ser Supremo que ha decretado de antemano el castigo del Fuego para algunas de sus criaturas? Según creemos, la mejor respuesta a esta paradoja es la ofrecida por Abû’l-Hasan al-Ash’arî (nacido el 260 H. en Basora), quien perteneció en principio al movimiento de los mu’taçilíes, hasta que una experiencia espiritual lo llevó a rechazar el dogmatismo de los racionalistas en favor de lo que se ha dado en llamar una postura intermedia. Frente a las disputas entre mu’taçilíes y ÿabríes, al-Ash’arî nos ofrece una teoría que es una visión, que nos remite a nuestra capacidad de penetrar los signos de una Creación siempre en movimiento, de un Creador que va forjando a cada paso el destino de las criaturas. Con ello se hace eco de diversos signos coránicos: Al-lâh no cesa de crear, no descansa nunca, está constantemente activo: “Al-lâh tiene el poder para disponer cualquier cosa.” (Qur’án, surat 29, ayat 20) “Al-lâh crea en un principio, y luego lo suscita de nuevo.” (Qur’án surat 30, ayat 11 y surat 30, ayat 27) “Añade a Su creación lo que Él quiere: pues, ciertamente, Al-lâh tiene el poder para disponer cualquier cosa.” (Qur’án, surat 35, ayat 1) “¡Si, en verdad, Él tiene poder para disponer cualquier cosa!” (Qur’án, surat 46, ayat 33) “Y hemos creado los cielos y la tierra y todo lo que hay entre ellos en seis eras, y el cansancio jamás nos afecta.” (Qur’án, surat 50, ayat 38) “De Él dependen todas las criaturas en los cielos y en la tierra; y cada día se manifiesta en otra faceta.” (Qur’án, surat 55, ayat 29) Para los asharíes la Creación es la generación constante de accidentes, que no se suceden en una concatenación de causa y efecto, sino únicamente en virtud del Mandato de Al-lâh. Esto quiere decir que cuando yo pico la tecla en el ordenador, la letra no aparece en la pantalla a causa de un mecanismo interno, sino que es Al-lâh quien la hace aparecer en la pantalla, del mismo modo que nos hace aparecer a nosotros, la mesa y el teclado, y que crea en el interior del ordenador todos aquellas piezas que nosotros creemos que lo hacen funcionar. Quiere decir que cuando alguien nos golpea, el dolor que sentimos no es causado por el golpe, sino producido independientemente de éste por Al-lâh. Esta teoría quiere librar al hombre de la causalidad devoradora y devolverlo a la acción incesante de Al-lâh. Efectivamente, en la causalidad estamos presos del fatalismo de los actos y de los que nos rodea. Es el hábito, que nos hace creer que somos nosotros los que hacemos, y nos aleja de la conciencia de Al-lâh. Todo esto es ilusorio: “No hay poder creador fuera de Al-lâh” (Qur’án, surat 35, ayat 3) Esta teoría, por excéntrica que pueda parecernos, ha pasado por “ortodoxa” durante muchos años. Hoy en día, goza de una amplia difusión en el mundo islámico, a pesar de que produzca cierta incomodidad en aquellos que quieren hacer pasar al Islam por un “racionalismo”. Es una teoría sumamente hermosa, que responde a alguno de los Signos coránicos, ante los cuales no cabe la componenda de un “dios bueno” hecho a la medida del hombre, sino la plena aceptación de que Al-lâh está detrás de todas y cada una de las acciones que hacen o no hacen las criaturas: “Y no obstante, no fuisteis vosotros quienes matasteis al enemigo, sino que fue Al-lâh quien les mató; y no fuiste tú quien arrojó, cuando lo arrojaste, sino que fue Al-lâh quien lo arrojó”. (Qur’án, surat 8, ayat 17) La imagen de la Creación constante nos sitúa en un mundo abierto de posibilidades, en el cual es posible una transformación, es posible eso que desde nuestro limite concebimos como milagroso: todo es posible para Al-lâh. Podemos escapar de toda forma de opresión (de imposición) con solo recordar (volverse a acordar, re-adaptarse a) la potencia creadora de Al-lâh. Todas las fatigas del hombre pasan por permanecer presos de la causalidad agotadora, del mecanicismo de lo cotidiano, de las causas y de los efectos, que no son sino proyecciones mentales que velan el verdadero sentido de los acontecimientos. Efectivamente, si es Al-lâh quien crea aquello que aparentemente nos oprime, esto deja de ser opresivo y muestra su faceta luminosa. Así, el dolor es un signo que nos transforma, y el placer el signo de nuestra adecuación a cada instante. Situarnos en la Creación de Al-lâh el Altísimo es penetrar en el instante, donde la Creación se actualiza. Sobre esto hemos escrito: » Cada gesto, cada objeto, cada movimiento —las arañas, los crepúsculos, el tedio— todo en si mismo contiene un valor absoluto independiente de la narración donde se inscribe. » En el acontecer de un puñetazo lo que destaca es el hombre que nos ha dado un puñetazo, no el hecho del puñetazo como un absoluto. Al huir hacia la causa (la pelea) huimos del dolor de vernos abocados al instante. Al huir hacia la causa aparente, nos desentendemos del sentido del puñetazo como un suceso interno, con su sentido propio independientemente del hombre que lo ha dado, del motivo aparente de la pelea. » En realidad, la causa que nosotros damos a la pelea es una ficción que construye nuestro ego. Nos creamos motivos y razones y nos vemos enfrentados al otro como a un enemigo. En realidad, sucede que el otro es un reflejo de mi mismo, que es Al-lâh quien posee todos los motivos, que nos desdobla y nos golpea para despertarnos. El dar prioridad a nuestras razones y motivos nos impide tener en cuenta las razones de Al-lâh, que son las únicas que tienen realidad para el creyente. » Al comprender esto, el hombre se para, no puede actuar como un esclavo de una causalidad donde actúa por costumbre, por los malos hábitos y las razones que le han llevado a recibir un puñetazo. » El hombre, en cuanto se para penetra en el instante, en cuanto decide fijarse en lo absoluto del puñetazo, en el dolor como significado, escapa a la causalidad externa. Entonces comprende que ese puñetazo lo ha dado “el otro” tan solo como instrumento cuya verdadera causa está en si mismo... Ese hombre se ha liberado del determinismo del suceso. » Ese hombre es capaz de no devolver el golpe para poder acceder al sentido de ese golpe: se paraliza el hombre que ha captado un destello de lo permanente, de lo absoluto del suceso. Se da un vuelco en el hombre que recibe un asombro en plena cara, como un sol de espanto. » Es a partir de esa conciencia que debe volver al mundo, no se puede quedar allí, tendido en el instante, debe regresar desde la sensación de lo absoluto a ver fluir las luces junto a sí, debe hacer de la luces permanencia. » Se trata, si se ha comprendido, de encontrar una causalidad en lo incondicionado. Se trata de lograr que la reacción al puñetazo no sea únicamente animal o instintiva, sino acorde con lo absoluto de ese puñetazo, con lo que Al-lâh ha querido para nosotros a través de ese puñetazo. » Al penetrar en la Creación constante el hombre puede actuar como si todo fuese un signo: esa es la única manera de escapar del solipsismo del que piensa (que se cierra a lo real) y del sentido prosaico (en el que estamos separados del otro por un ego que recibe y un ego que golpea). » El primer paso para lograr ese nuevo causalismo, la posibilidad de fluir en una creación constantemente renovada, es considerar al hombre que nos ha dado el puñetazo como proveniente de la misma abundancia, como un hermano —parte de nosotros mismos— en la misma fluidez de lo absoluto. (De El libro de los súbitos, inédito) No se que hubiera pensado Abû’l-Hasan al-Ash’arî de una lectura como esta, seguramente le parecería un planteamiento excéntrico o extremo. En todo caso, su pensamiento toma como base la distinción entre “acción obligada” y “acción libre”. Al hombre le suceden una serie de cosas según el decreto divino, y ante este no puede más que someterse. Y es aquí donde se nos ofrece una salida, un escapar hacia el interior de la acción determinada, más que tratar de negar lo que está escrito. La libertad humana consiste en su capacidad de adecuarse a la voluntad divina, lo cual no implica resignación, sino un modo de participar de Su potencia creadora. Esto está especificado en numerosas aleyas del Qur’án, donde se hace hincapié en la responsabilidad humana: “Quien obra con rectitud, lo hace en beneficio propio; y quien obra mal, lo hace en contra de sí mismo: y Al-lâh no es injusto en absoluto con Sus criaturas." (Qur’án, surat 41, ayat 46) “En verdad, Al-lâh no cambia la condición de una gente mientras estos no se cambien a sí mismos”. (Qur’án, surat 13, ayat 11) Según la interpretación asharí, —y dado que Él es el Único Creador de todas las acciones— el “obrar bien (o hermosamente)” (‘amila sâlihân) del hombre solo puede consistir en conformarse a la Voluntad divina. El “obrar mal” (wan ‘asâ’), por el contrario, es el desconocimiento de que toda acción tiene su origen en Al-lâh, viene acompañado de la creencia en que el hombre tiene independencia: el mal es el deseo de poder inherente a esta ignorancia. El beneficio es el bien-estar consigo mismo, en conformarse con aquello que Al-lâh ha querido para uno, y saber existenciarlo plenamente. El bien (el ihsan, la excelencia: embellecer el mundo) es una cuestión de intensidad, de capacidad de bien-estar aquí y ahora. El mal es una pérdida y una lejanía: el proyectar nuestros deseos fuera del instante, vivir insatisfecho con el presente a causa de aquellas posibilidades que Al-lâh no ha hecho pasar de la potencia (posibilidad infinita) al acto. “Y si Al-lâh te aflige con una desgracia, nadie sino Él podrá librarte de ella; y si desea un bien para ti, nadie podrá apartar Su favor: Él lo hace llegar a quien quiere de Sus siervos. Y sólo Él es realmente indulgente y dispensador de gracia.” (Qur’án, surat 10, ayat 107) Esto quiere decir: no luches por que esto o lo otro sea como tu quieres que sea. Limítate a aceptarlo y llévalo a su límite, al grado de máxima intensidad y de conciencia donde te reencontrarás con el Poder de Al-lâh. Haz de cada acto una entrega absoluta, un modo de adoración. Como el peregrino, solo tiene que pronunciar la frase: “Labbaik, Allah­umma labbaik. Labbaik, la sharika laka labbaik. Imna Alhamda wanni’amata laka wal mulk, la sharika lak...”. Esta es la famosa teoría de la “adquisición de las obras” (kasb), y nos ofrece una bella lectura de la propia palabra islam: someterse es ser capaz co-incidir con aquello que Al-lâh crea, participar de la Creación mediante la toma de conciencia de nuestro destino (qadr) de criaturas. Someterse es ser nosotros mismos, tal y como Al-lâh nos ha creado, y no como querríamos. Es renunciar a toda fantasía de dominio y darse cuenta de que no hay otro camino que la aceptación del destino como el único horizonte posible de plenitud. Como dice Agamben: “El fatalismo islámico no hunde sus raíces en una disposición a la resignación, sino, al contrario, en la pura fe en la acción incesante del milagro divino”. (Giorgio Agamben, Preferiría no hacerlo, ed. Pre-Textos, p. 105) Con esto se preserva la Omnipotencia absoluta de Al-lâh: Él es el Único Creador, el Único capaz de activar lo que está en potencia. El hombre no tiene poder alguno, ni sobre su entorno ni sobre su destino, lo cual quiere decir que carece de la posibilidad de hacer pasar las cosas de la nada (de la potencia) a la existencia. El hombre no crea, recibe. La impotencia del hombre no nos entristece, sino todo lo contrario: solo cuando el hombre renuncie a toda ficción de un poder o una soberanía propios será libre. Libre de todo sueño de poder, de toda tentación de dominio sobre lo que le rodea. El musulmán (criatura sometida) se transforma en receptor pasivo de diferentes actualizaciones, y es su capacidad de vivir estas con mayor o menor plenitud lo que lo convierte en un ser feliz o desgraciado. El islam es el asentimiento y agradecimiento ante un destino que no controlamos, entrega y renuncia a toda forma de poder personal, a todo sueño de soberanía. De ahí que el islam sea el dîn al-faqr, la “senda de la pobreza”: desapego radical hacia todo lo mundano, basado en la conciencia de que no somos nada, de que nada poseemos, de nuestra precariedad de criaturas. En la síntesis o camino intermedio trazado por Abû’l-Hasan al-Ash’arî nos encontramos un sabor (dzawq) islámico que nos faltaba en las concepciones de los peripatéticos y los racionalistas. Frente al sueño de la libre elección y el frío de la lejanía, la “recurrencia de la Creación” combinada con la idea de la “adquisición de las obras” representan la entrada de la filosofía en el universo de los Signos, donde cada suceso quiere ser recibido por la criatura como una donación de Al-lâh el Altísimo. Con todo esto, podemos abordar el hadiz citado al principio de este texto, en el cual Muhámmad (saws) afirma moverse desde el qadâ’ al qadar. La distinción entre estas dos palabras es crucial. El qadâ’ se refiere al destino escrito de antemano, lo que ha sido pre-destinado “en el principio de los tiempos”, antes del instante presente (ad-dahr) en el cual Al-lâh nos crea. El qadar, por el contrario, se refiere a la acción destinante de Al-lâh, aquí y ahora. No existe nada anterior a este instante, pues es ahora mismo cuando Al-lâh está creando el mundo. No hay presente, pasado o futuro para la eternidad de la Palabra. Esta distinción no es arbitraria, ni una explicación surgida al paso. En efecto, si decimos que Al-lâh es absolutamente soberano, que Él tiene poder de crear cualquier cosa, ¿acaso podemos hacerlo dependiente de algo pre-determinado? Con ello, tan solo estaríamos negando la capacidad de Al-lâh de crear cualquier cosa cuando quiera, estaríamos limitando eso que se denomina “el capricho de Al-lâh”, su potestad absoluta sobre el mundo, su capacidad de cambiar el destino de las criaturas a cada nuevo paso, de hacer este destino aquí y ahora, sin los límites de ninguna ciencia. ¡Otro escándalo para la razón, que quisiera un dios sometido a sus propias determinaciones! Pero la única ley a la cual Al-lâh se ha sometido a si mismo es la Ley de la Misericordia: Di: “¿De quien es todo cuanto hay en los cielos y en la tierra?” Di: “De Al-lâh, que se ha prescrito a Sí mismo la ley de la misericordia.” (Qur’án, surat 6, ayat 12) Así, Al-lâh escribe tu destino, puede escuchar tus plegarias, hacerse receptivo a tu sometimiento. Para ello, tienes que abandonar toda pretensión de dominio y entregarte a la Creación de Al-lâh el Altísimo. Esta es la mayor de las bendiciones para el hombre sometido, lo que transforma la obediencia ciega en un movimiento hacia las fuerzas creativas que rigen la existencia. Esto está expresado en el hadiz donde Muhámmad (saws) nos dice: “El du’a es el arma del creyente”. Dicho de otro modo: el ser humano no tiene poder para cambiar su qadar, pero Al-lâh puede. “¡Si, en verdad, Él tiene poder para disponer cualquier cosa!” (Qur’án, surat 46, ayat 33) Volviendo al hadiz donde el Mensajero de Al-lâh (saws) se mueve del qadâ’ al qadar, interpretamos lo siguiente: al indicarle a través de uno de sus compañeros que el muro estaba a punto de caer sobre su cabeza, Al-lâh cambió el destino de Muhámmad (saws). Si lo pensamos bien, el hecho de que uno de sus compañeros le indique el peligro ya indica que ese hombre se preocupa por Muhámmad (saws). Esta preocupación no es sino la respuesta a la actitud del Mensajero de Al-lâh (saws) hacia sus compañeros: suma atención, entrega. Así, nos damos cuenta de que Al-lâh cambia nuestro qadar en el momento en que nos entregamos sinceramente a Su Creación. Mutua compasión, zakat, salat, meditación, plegaria, compromiso compartido de todos los creyentes en el camino de Al-lâh... Todo aquello que nos pone en contacto con la propia raíz de la existencia. De ahí la diferencia entre destino (qadar) y pre-destino (qadâ’). Donde el primero hace referencia a la acción creadora de Al-lâh y a su asunción como destino por el hombre, el segundo alude a lo fijado de antemano “en el principio de los tiempos”, y que sólo Al-lâh modifica, en respuesta a la práctica de adoración sincera. Las enseñanzas del islam son claras y sencillas. Existe una profundidad no complicada, una enseñanza al mismo tiempo honda e inmediata que nos impulsa hacia el sometimiento. A la larga, las ideas de Abû’l-Hasan al-Ash’arî fueron asumidas por la mayoría de los de los ulemas del período clásico, aunque también recibió severas críticas de uno y otro lado, incluidas las de al-Gazzali y Muhyî d-Dîn ibn ‘Arabî. Al configurarse como ortodoxia, un pensamiento como este no puede sino verse rebajado, deja de ser un abismo y se convierte en una “explicación satisfactoria”. De ahí las críticas surgidas, que tiene más que ver con esta “domesticación del pensamiento” que no con el carácter insondable de una ‘aquida que nos hace conscientes de las paradojas de la Creación, y por tanto nos aboca al saboreo. Sa-nûrî-him âyâti-nâ fî l-âfâqi wa-fî anfusi-him hattà yatabayyana lahum anna-hu l-haqq. “Daremos luz a nuestros Signos en los horizontes y dentro de ellos mismos hasta que les resulte clara la Verdad.” (Qur’án, surat 41, ayat 53)

No hay comentarios:

Publicar un comentario