viernes, 25 de enero de 2013

El arte de arriesgarse o el riesgo del arte

El arte de arriesgarse o el riesgo del arte


¿Será que el arte y la espiritualidad exijan estar enamorado?


07/01/2011 - Autor: Jalil Bárcena - Fuente: Instituto de Estudios Sufíes



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Mark Rothko. (Foto: lausinafilms.blogspot.com).
Mark Rothko (Foto: lausinafilms.blogspot.com)

En el manifiesto que el pintor ruso Mark Rothko (m. 1970) escribió, el año 1943, junto a Adolph Gottlieb, puede leerse: "Para nosotros, el arte es un viaje a un mundo ignoto (...). Lo pueden emprender aquellos que no temen arriesgarse".

El arte constituye una indagación creativa que, por su propia naturaleza aventurera, exige un tránsito constante, no permanecer anclado en nada que no sea el propio compromiso artístico de búsqueda permanente. El arte es aventurarse en cuerpo y alma en lo ignoto, en ese fondo insondable de la realidad que, aun mostrándose ante nosotros sin cesar, no percibimos a simple vista, henchidos de egocentrismo como estamos.

El arte es un viaje que transita por sendas siempre nuevas, jamás antes visitadas; de perplejidad en perplejidad, con la capacidad del niño de sorprenderse a cada instante. De ahí, que un gran artista no se repita nunca. La repetición es ajena al ejercicio creativo. Y es que apostar por la creación, que es sumergirse en la profundidad de la realidad en la que todo juicio se desvanece, es renunciar a la comodidad que aporta lo sabido y, por lo tanto, aceptar vivir en vilo, al límite de uno mismo, sin red de seguridad. En otras palabras, crear es arriesgarse. Y sólo se arriesgan los valientes, quienes carecen de miedo, o aun teniéndolo saben vadearlo, y poseen la fortaleza de espíritu necesaria para seguir avanzar sin volver la vista atrás.

Pues bien, todo lo hasta aquí dicho es, precisamente, lo que emparenta arte y espiritualidad, lo que hace que un espiritual pueda ser considerado un artista del camino interior, del mismo modo que en el artista de verdad, cuando no es un ególatra insufrible atacado de esnobismo, se dan los rasgos propios de toda indagación espiritual y, en primer lugar, la capacidad de acallar a una razón que, silente, es capaz de abrirse a las mil y una posibilidades que la vida ofrece por doquier.

El espiritual, al igual que el artista a su manera, nos muestra mediante su ejemplo vivo otras facetas del vivir, la cara de la realidad que nuestro ego nos ha secuestrado, amputándonos con ello la posibilidad de un vivir mucho más pleno y amoroso, más solidario y expansivo. El espiritual encarna en sí mimo su búsqueda, puesto que la ha in-corporado; él mismo es el resultado de su propia indagación.

Y es que lo espiritual no es un añadido a la vida, sino la profundización de ésta hasta su raíz. De ahí que el espiritual, el derviche por ejemplo, sea como se muestra y se muestre como es. No hay doblez en él. Y por eso mismo resulta tan creíble la poesía de sufíes de la talla de Mawlânâ Rûmî o Mansûr Hal·lâj, porque escriben lo que viven y viven lo que escriben.

Con todo, no hay Arte con mayúsculas, al igual que tampoco alta espiritualidad, como la de los sufíes persas mencionados, por ejemplo, sin que se den tres elementos, a mi modo de ver, insustituibles: pasión desmedida, paciencia ilimitada y atrevimiento irreductible. Justo, por otro lado, lo que todo amor de verdad exige: pasión (que es entrega), paciencia (que es estar siempre) y atrevimiento (que es riesgo). ¿Será que el arte y la espiritualidad exijan estar enamorado?

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