jueves, 29 de agosto de 2013

Islam y Democracia ante el siglo xxi

Islam y Democracia ante el siglo xxi


Capítulo II de “El Islam en Democracia”


29/08/2013 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Webislam



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Islamofobia y democracia
Islamofobia y democracia

La incompatibilidad entre islam y democracia es un tópico en vías de extinción. En una encuesta internacional de junio del 2003, realizada por el Pew Center (que dirige la ex secretaria de Estado Madeleine Albright), se mostraba que la apreciación de la democracia como sistema de gobierno es mayoritaria entre los musulmanes.

En Pakistán, una mujer tan occidentalizada como Benazir Bhuto ganó dos elecciones generales. En Indonesia, una mujer sin velo, Megawatti Sukarnoputri, fue hace pocos años elegida presidenta de un país donde viven 180 millones de musulmanes. En Malasia, la democracia funciona desde hace más años que en España. En todos estos países, los islamistas apenas cuentan para el electorado.

En Irán, tras la revolución del 79, el presidente elegido por sufragio universal fue Bani Sadr, un intelectual de izquierdas educado en el Quartier Latin parisino. El triunfo del laico y liberal Bani Sadr contra el candidato de los ayatol-lâhs vino a demostrar que los revolucionarios iraníes no buscaban instaurar ninguna teocracia. No hay más que rescatar de las hemerotecas las fotos de las jóvenes iraníes con vaqueros y sin velo al frente de las manifestaciones contra la tiranía del sha para darse cuenta de hasta que punto sus esperanzas fueron traicionadas. Jomeini impugnó las elecciones e impuso la “tutela de los juristas” (velayat al-faqih), de la cual la democracia permanece presa.

En el Iraq ocupado, los llamamientos más sonoros a la democracia proceden del hawza ilimiyya, el consejo chiíta de la escuela de Nayaf. El Ayatol-lâh Ali al-Sistani defi ende que sea un órgano electo, y no un consejo designado por Estados Unidos, quien debería redactar la constitución de todos los iraquíes. En las calles de Bagdad, han tenido lugar grandes manifestaciones pidiendo el fi n de la ocupación y el principio de la democracia. En contra de lo que se nos quiere dar a entender, los iraquíes no necesitan de ninguna tutela colonial para gobernarse. Más bien todo lo contrario.

Si tenemos en cuenta que en la India y en los países occidentales los musulmanes también participan en el juego de las urnas, nos damos cuenta de que a principios del siglo xxi la gran mayoría de los musulmanes del mundo eligen a sus gobernantes por la vía electoral. Claro que unas elecciones no bastan para defi nir una “verdadera democracia”. En Turquía existe un régimen democrático mediatizado por una oligarquía militar, lo mismo que en Argelia, Nigeria, Marruecos, Egipto y Mauritania. Todos estos países son considerados pro-occidentales, lo cual no quiere decir que apuesten por los derechos humanos y la libertad de conciencia, por desgracia. Signifi ca que ponen la riqueza de sus naciones al servicio de intereses extranjeros.

Como todo tópico, el de la incompatibilidad entre islam y democracia se sustenta en realidades y discursos. No hay más que mirar hacia las oligarquías del golfo pérsico, que han impuesto un sistema monárquico de corte feudal, donde todo el poder está en manos de unas familias que utilizan la religión como instrumento de control ideológico. Este control implica, precisamente, tratar de convencernos de la incompatibilidad entre islam y democracia, para lo que cuentan con la inestimable ayuda de ciertos arabistas. También las oligarquías del golfo son grandes aliadas de occidente, consintiendo en la explotación del petróleo a bajo precio, y generando unas riquezas que no llegan a los ciudadanos más necesitados. Miserias aparte, la conexión entre islam y democracia es más profunda de lo que parece. Aunque suele decirse que el islam es un modo de vida integral, que abarca todos los aspec-tos de la vida, hay que señalar con extrañeza que ni el Qur’án ni la Sunna nos proponen un modelo unívoco de gobierno. Dejando aparte las consideraciones éticas (del tipo “prohibir el mal y ordenar el bien”), el único precepto sobre el modelo de gobierno que vincula a los musulmanes es el principio de la Shura (la consulta mutua):

“…los creyentes tienen por norma consultarse entre sí.”

Qur’án 42, 38

En otro versículo, Dios se dirige al Profeta Muhámmad en los siguientes términos:

“Y consulta con ellos en todos los asuntos de interés público.”

Qur’án 3, 159

Sobre esta aleya, comenta Muhámmad Asad: “Este precepto, que implica el gobierno mediante consenso y consulta, debe considerarse como una de las cláusulas fundamentales de la legislación coránica relativa al régimen de gobierno. El pro-nombre ‘ellos’ se refi ere a los creyentes no sólo musulmanes, es decir, a toda la comunidad, mientras que la expresión al-amr que aparece en este contexto denota todos los asuntos de interés público, incluida la administración del estado. Todas las autoridades coinciden en que esta ordenanza es vinculante para todos los musulmanes y en todos los tiempos. Algunos sabios musulmanes deducen del texto de esta ordenanza que el jefe de la comunidad, si bien está obligado a someter los asuntos al consejo, es libre de aceptar o rechazar sus recomendaciones; sin embargo, resulta evidente que esta es una conclusión arbitraria, si se recuerda que el Profeta se consideraba obligado a acatar las decisiones de su consejo.” (El Mensaje del Qur’án, ed. Junta Islámica).

Los arabistas suelen presentar a Muhámmad como un monarca todopoderoso, un profeta investido de un poder absoluto. Nada más lejos de la realidad. En la mezquita de Medina se reunían todos los miembros de la comunidad, mujeres incluidas, para discutir y buscar soluciones de consenso a los problemas que se planteaban. Todos podían opinar, a todos se escuchaba. Como prueba concluyente, se conocen decisiones tomadas de forma colectiva en contra de la opción defendida por el propio profeta, lo cual da que pensar.

Uno de los episodios más significativos al respecto es el de la batalla de Uhud. Amenazados por los mecanos que se dirigían contra Meca, los creyentes se reunieron para deliberar y tomar una decisión conjunta. Dado que había opiniones diferentes, se decidió por mayoría salir al encuentro de los mecanos, en oposición a la opinión del profeta. La vida de la comunidad estaba en juego, y Muhámmad no apeló a su autoridad como profeta para tratar de imponer su punto de vista. Para él, contrastar y consensuar las decisiones era lo normal entre miembros de una comunidad basada en la conciencia de la Realidad.

En base al principio coránico de la shura y su aplicación en tiempos de Muhámmad, creemos que el sistema de gobierno que más se acerca a los principios del islam es el de la democracia participativa. Al decir esto, no pretendemos insinuar que en la Arabia del siglo vii existiesen partidos políticos, un censo electoral y urnas donde depositar los votos para escoger entre candidaturas diferentes. Lo que afi rmamos es que la shura como órgano de participación de todos los miembros de la comunidad en las decisiones colectivas es un principio coránico esencialmente democrático.

No olvidemos esto: la gran mayoría de los musulmanes del mundo quiere democracia, participar en las decisiones que afecten a las sociedades donde viven, ejercer su responsabilidad ante Dios y ante la creación en su conjunto. De ahí el carácter igualitario del islam, y la interiorización que hace el musulmán de valores universales como la conservación del medio ambiente y la justicia social como horizonte de toda sociedad pacifi cada.

Esta es la dicotomía que se le presenta al musulmán ante el futuro: o asumir la libertad de interpretación y de conciencia hasta sus últimas consecuencias o ponerse en manos de aquellos que se nos presentan como guardianes de la tradición, constituyendo “consejos de sabios” y otras estrategias de control. Entre una y otra opción se decide el camino del islam en el siglo xxi, un camino íntimamente ligado a la emancipación de los países de mayoría musulmana de toda dependencia externa, lo cual implica la resistencia armada si fuese necesario.

Frente a esta posibilidad, los enemigos de la compatibilidad entre islam y democracia siempre defenderán que la masa de los musulmanes carece de capacidad de juicio sobre las cosas de la religión, somos como un cero a la izquierda que debe ponerse en manos de los “expertos religiosos”. Esta visión es compartida por un gran número de arabistas y los regímenes despóticos de oriente medio. Los unos ofrecen el modelo sobre el “despotismo oriental” que los otros encarnan a su modo, cerrando un círculo perfecto en el cual quedan ahogadas todas nuestras esperanzas.

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