jueves, 21 de noviembre de 2013

El ISLAM, CAMINO DE FELICIDAD PARA EL SER HUMANO

 
El ISLAM, CAMINO DE FELICIDAD PARA EL SER HUMANO
Resumen del libro “ la alquimia de la felicidad” de Imán Al Gazzali
 
Introducción:
 
          La búsqueda de la felicidad es el objetivo primordial de la existencia humana. Sin embargo la historia (o mejor las historias tanto colectivas como personales) Parece obstinada en hacernos comparecer ante nosotros mismos como unos grandes fracasados en esta aventura y cuando pretendemos desembarcar en el puerto de una existencia  apacible acabamos naufragados en la amargura. Imam Al Gazzali nos abre en esta obra un sendero claro para quien desee transitarlo. Pero antes  daremos una breve semblanza del tema en culturas anteriores al Islam histórico:
 
          La preocupación por el destino del hombre y por el sentido de su existencia es común a las tres religiones del libro; Judaísmo, cristianismo e Islam coinciden en que la senda de la beatitud pasa obligatoriamente por la obediencia y el amor a Dios, semejante premisa se concreta no sólo en la práctica de la oración y la virtud, sino también en toda una serie de preceptos éticos que estimulan al creyente a situarse en el mundo como siervo de Dios y hermano de los hombres. Este entramado ético es particularmente complejo en el caso de Israel, pequeña comunidad monoteísta rodeada de un océano de idolatría. A tal efecto, son detallistas, casi hasta la exageración, las leyes del Deuteronomio con respecto a la pureza ritual y las relaciones con los pueblos paganos. Esta minuciosidad legal se verá más tarde refrescada por la literatura sapiencial y muy concretamente por el libro de los proverbios, la sabiduría y el Qohélet, dónde abundan los consejos para evitar en lo posible la desgracia y llevar una vida tranquila y santa. En tales libros todos los aspectos de la vida humana están iluminados por la templanza, la prudencia y el temor de Dios (cayendo a veces en cierta misoginia con respecto a las relaciones hombre-mujer).
          El mensaje del cristianismo basa la felicidad en la comunión íntima entre el creyente y Dios (comunión que, en su dimensión oculta, llegaba a extremos físicos incomprensibles para la sociedad grecorromana). Esta comunión lleva al seguidor de Cristo a la negación de sí mismo mediante determinadas prácticas ascéticas y penitenciales. El cristiano debe además situarse en su sociedad desde una posición de entrega y servicio, preferentemente a los más necesitados.
 
          También la filosofía grecolatina, distante de una religión caída en esferas demasiado mitológicas como para responder a los grandes interrogantes existenciales del ser humano, trató de ofrecer una vía para encontrar la quietud en aguas siempre turbulentas; El estoicismo, intentó con cierto éxito abrirse paso entre la molicie imperante predicando la práctica de la virtud y la moderación, además de la abnegación ante la inevitable desgracia. El epicureismo instaba en cambio al goce controlado de los placeres que el mundo y la existencia nos regalan.
 
           Ante la riqueza de estas tradiciones, el Islam se yergue como un camino de moderación; Ofrece al creyente la comunión íntima con Dios sin violentar por ello ni su naturaleza ni sus relaciones familiares y sociales. Estimula al musulmán a gozar de la vida instándole a la vez a un sano relativismo que le evitará la desgracia de apegarse a las cosas de este mundo. Esta visión es la que despliega Imam Al Gazzali en su alquimia, ilustrándola con parábolas que hacen más fácil su lectura y comprensión y que convertirán al discípulo inteligente en alquimista de su propia existencia con la ayuda de Allah
 
 
 El conocimiento de uno mismo:
 
         Antes que sumir al lector en pintorescas doctrinas esotéricas, Al Gazzali opta por una mística práctica que haga al ser humano mejor y así comienza el tratado con una máxima muhammadiana  “aquel que se conoce a sí mismo conoce a su Señor“. Este conocimiento derivará en la certeza de haber sido creado con una finalidad bien definida, la de ser feliz en la adoración de su creador, más para ello es necesario entrar en un proceso de purificación y autoconciencia, pues son variadas ( y contrapuestas) las naturalezas que conviven en cada uno de nosotros: Animal, diabólica y angélica.
 
         Por otra parte cuerpo y alma se complementan como el jinete y su montura. El alma (jinete) debe servirse del cuerpo controlando sus impulsos primarios. No existe aquí, pues, la visión pesimista del neoplatonismo en torno a la realidad corpórea del hombre, pues esta realidad es la que le proporciona el conocimiento tanto de sí mismo, como de la realidad de lo creado. La metáfora del caballero y su montura nos evoca la transitoriedad de nuestro paso por este mundo, de la que todo hombre y mujer sabios deben ser  plenamente conscientes.
 
          La antropología de Imam Al Gazzali es profundamente optimista; El ser humano es un todo armónico que está destinado a gobernarse a sí mismo en la recta vía de su Señor: El cuerpo es descrito en esta ocasión como un reino. El rey es el alma, el visir o primer ministro es la razón, las facultades y sentidos son el ejército, las pasiones constituyen al recaudador de impuestos y la ira es la policía; El alma  y la razón deben tener a los demás elementos bajo su control, dado que un ser humano gobernado por las pasiones o la ira está abocado a la autodestrucción.
 
          El alma, como sede del conocimiento de Allah debe ser cuidada esmeradamente ya que sus capacidades son infinitamente más grandes que las del cuerpo. Es el ámbito dónde se manifiesta la fitra, es decir la íntima y natural predisposición del hombre al Islam, de manera única y privilegiada. Llegado a este punto el autor escribe la afirmación clave del tratado: la felicidad está inevitablemente ligada al conocimiento de Allah. Los profetas y los awliya (los íntimos de Allah), en todo similares al resto de la gente, han llegado a esta experiencia vital a través de almas particularmente sensibles a la impresión divina, logrando poderes y conocimientos especiales.
 
          Concluye el capítulo constatando cómo el estado del hombre en este mundo es extremadamente débil y puede incluso a llegar a ser despreciable. Solamente el esfuerzo por aproximarse a la naturaleza angélica (en esto precisamente consiste la alquimia) nos lleva a la felicidad. Siendo conscientes de ser el cenit de las criaturas y a la vez de nuestra precariedad. 
 
        
El conocimiento de Allah:

          Derivado del conocimiento de sí mismo, el hombre sabio se percibe como un pequeño rey cuyo reino es la propia existencia y que debe reinar con justicia y equidad. Sabe que sus más nobles cualidades son una pequeñísima participación de los atributos de Allah, rey de los mundos. Así pues, solo un rey puede entender a otro aunque sea infinitamente más débil que él. Allah nos ha nombrado julafa, es decir, representantes suyos en la tierra y por tanto responsables ante él de todo lo que ha puesto bajo nuestro cuidado.
 
          Sin embargo son muchos los peligros que acechan a los que quieren conocer a Allah. Uno de los más graves es el de adorar a la criatura en detrimento de su creador. Por otra parte es imprescindible ser humilde para saber que Allah jamás será aprehendido por nuestra escasa capacidad de comprensión.
 
          El amor a Allah es semilla de felicidad para el creyente y le abrirá hermosos caminos para desarrollar sus potencialidades ocultas. Pero en esta aventura existencial muchos caen en la  no creencia en la que nuestro autor distingue cinco niveles:
 
         - Ignorancia científica: Es la derivada del conocimiento científico. Mediante la observación de los fenómenos de la naturaleza y la experimentación, se llega a la conclusión de la no existencia de Dios. Al Gazzali se adelanta con mucho a su época e identifica a la forma de ateísmo más extendida en la Europa ilustrada y positivista de los siglos XIX y XX.
        - Indiferencia hacia la trascendencia: Hoy denominada agnosticismo. Ante la dificultad en la comprensión de Allah o ante el énfasis en su soberanía absoluta, el hombre, en una postura de pereza intelectual, prefiere permanecer indiferente a la realidad suprema.
         - Pesimismo antropológico: Ante la realidad del ser humano, trasgresor por naturaleza, se cae en la misantropía o en la indiferencia. El Islam no dice que arranquemos de cuajo nuestros vicios convirtiéndonos en ángeles. Pero nos ordena ponerles límites para que no nos hagan perecer espiritualmente.
         - El énfasis en la misericordia de Allah: Negando su justicia. Ante esta convicción todo está permitido y el hombre cree que puede entregarse a la molicie tranquilamente pues espera que Allah le perdonará.
 
         La quinta forma de descreimiento es la del fanático; Aquel que se cree un perfecto cumplidor del Islam y menosprecia a los demás creyéndose totalmente a salvo del error. No podemos por menos que señalar este nivel como el más presente entre los artífices del choque de civilizaciones y la guerra unilateral contra el terrorismo.   
 

El conocimiento de este mundo:

          Aunque ámbito del conocimiento de Allah en cuanto que creación suya, Al Gazzali nos pone continuamente en guardia dada su condición engañosa. La mayoría de la gente cree que el mundo es imperecedero y así, se entregan sin reservas a sus seducciones para constatar después con amargura hasta qué punto han estado engañados. El hombre se ha complicado la existencia haciendo de  la satisfacción de sus necesidades un fin en sí mismo y por lo tanto haciendo su existencia cada vez más penosa y complicada (esta realidad llega hoy, en nuestras sociedades “desarrolladas” a extremos de auténtica neurosis). El mundo es personificado en una espléndida mujer con dotes de seducción casi irresistibles con las que atrae a sus incautos amantes. En el día del juicio final, la hermosa mujer muestra su auténtica condición de vieja bruja de horrible aspecto. Es arrojada al infierno y con ella sus aterrorizados seguidores.
 
          El creyente, por el contrario, conoce bien el carácter perecedero de este mundo. Se sabe extranjero en él y por ello sabe servirse de sus ventajas (matrimonio, conocimiento, etc.) sin apegarse a ellas como si fueran eternas e  inmutables, dedicando la mayor parte de su tiempo al conocimiento de Allah.
 
 
 El conocimiento del otro mundo:

          La aceptación del mensaje coránico implica para el creyente el tener que afrontar su propio abismo. Ante la majestad de Allah, el musulmán toma conciencia de su insignificancia y de su condición de mortal. Pero la vida del siervo de Allah no se detiene ante su contingencia sino que está imbuida de eternidad y como tal debe asumir la trascendencia de su manera de situarse en el mundo; es decir, el premio y el castigo eternos están ya presentes en esta vida (dunia) para cobrar plenitud en la otra (ajira). De tal modo el infiel (kafir) lleva en sí mismo, en su conducta y aún en sus sentimientos los instrumentos de su tormento eterno. Su apego a las cosas de este mundo habrá provocado desgracias sin cuento a su alrededor (¿qué son las guerras sino el efecto de la ambición superlativa de los poderosos?) desgracias que recaerán en ellos mismos  en la eternidad y en grado superlativo. Al Gazzali distingue tres niveles de infierno:
 
          - La separación de las cosas mundanas: Cuando no se ha tenido en esta vida otro objetivo que los oropeles del mundo (fama, dinero, prestigio, poder) la primera tortura viene con la muerte y la descarnada desnudez de la que es portadora. Los que aman al mundo en sí mismo no pueden verla más que desde la tragedia y el sinsentido.
          - La vergüenza ante la majestad de Allah: Ante la belleza, la majestad y el poder por excelencia, las cosas por las que el kafir se ha afanado cobran su verdadero y repugnante aspecto sumiendo al que las persiguió en la más grande de las desesperaciones.
          -  La amargura del fracaso: Al no haber buscado lo que es auténtico. En palabras de Jesús (a.s.) el dolor de no haber atesorado sino lo que la polilla roe y la herrumbre deteriora.
 
         Concluye el autor con que la única ocupación del hombre en este mundo es prepararse para el otro (difícil sentencia para el hombre occidental moderno, tan enquistado en su mundo y en esta vida) 
 

Sobre la música y la danza como ayudas en la vida espiritual:
 
         Allah ha puesto a disposición de sus siervos innumerables medios de unión con él. Uno de ellos es la propia capacidad creadora del hombre, que en realidad no es más que un instrumento en sus manos. La belleza de las obras humanas participan en la creación divina; El artista es un ser en profunda conexión con el creador.
 
          Entre las manifestaciones artísticas que ayudan al hombre en su vida trascendente, Al Gazzali menciona a la música y la poesía como las más provechosas. La música posee sobre nosotros un ancestral poder de seducción que puede ser encauzado hacia la religión o hacia el extravío. A las objeciones de los 'ulama, ciertos hadices  narran la tolerancia que el profeta (s.a.s.) manifestó ante la música aún subiendo a Aisha (r.a.)  sobre sus hombros para que pudiera disfrutar mejor de la melodía de unos músicos negros.
 
          La música y la danza juegan un papel esencial en la mística islámica. Los ritmos cíclicos de la hadra  llevan a los participantes a perder la conciencia del mundo para entrar en el ámbito de lo puramente trascendente. En esta sociedad sedienta de espiritualidad la música mística, como el canto gregoriano, los mantras tibetanos, etc. Llegan a convertirse en superventas. La universalidad del lenguaje de la música hace que las barreras del idioma y de la cultura se rompan y que el lenguaje espiritual se haga más comprensible; La misma recitación coránica participa de las cualidades de la música en cuanto el hechizo y fascinación que ejerce; aún sobre personas cuyas inquietudes espirituales son nimias.
 
          Otra de las manifestaciones artísticas privilegiadas para hacer comprender al hombre la belleza y majestad de Allah es la poesía, y más concretamente la poesía erótica que aúna en sí no sólo la belleza rítmica del verso sino también dos de las cualidades innatas del hombre, es decir, la energía espiritual y la sexual. Dios y alma quedan transmutados en amante y amado. En el cántico espiritual de Juan de la Cruz, el alma es la amada que debe vencerse a sí misma y los peligros que la rodean para unirse a su enamorado. Cuando la unión llega no se ponen reparos en  describirla como unión sexual. En el cantar de cantares bíblico, éxtasis místico y orgasmo son realidades equiparables para la comprensión del poeta.     
 
 
Sobre la introspección y el recogimiento en Allah:
 
         El hombre sabio (necedad y ateísmo son casi sinónimos en la literatura islámica medieval) es consciente de que Allah le ve constantemente y no sólo sus actos sino su interioridad y la intención que le lleva a ejecutarlos. La omnividencia de Allah hizo que los grandes profetas como Yusuf (a.s.) evitaran el extravío. El siervo inteligente vive en la autoexigencia sabiendo la trascendental importancia de sus acciones y sentimientos.
          Por ello el autor prescribe la autodisciplina en el recogimiento en Allah. Los grandes santos se distinguen por su gran capacidad de introspección pues son plenamente conscientes del engaño del mundo y de la propia debilidad. Vivir sin cultivar el silencio, el recuerdo de Allah y la adoración es desperdiciar miserablemente la única existencia que poseemos y de la que somos responsables.
 
 
El matrimonio como ayuda u obstáculo en el Islam:
 
         A diferencia del cristianismo paulino, el Islam ve el matrimonio no sólo como una institución destinada a satisfacer la carnalidad humana sino que está llamada a ser la mitad misma del Dîn. Como todas las opciones que el musulmán toma en su vida, esta posee una gran trascendencia en su suerte última; El paso al matrimonio debe ser bien meditado cómo el mismo profeta (s.a.s.) ordenó a todos los musulmanes y entre las cualidades de la futura esposa se debe buscar con preferencia el imán (sensibilidad ante la realidad de Allah) y la práctica religiosa sincera. Una vida de santidad y ascetismo no está completa sin la vida en pareja y los hijos, pues una de las finalidades más hermosas del matrimonio es la procreación de nuevos siervos de Allah.
          El hallar una buena esposa es una bendición comparable al imán, en palabras del califa Omar, pues proporciona al hombre la felicidad en esta vida y la paz y la seguridad para pensar en la otra.
          Para una vida dichosa en el matrimonio Al Gazzali recomienda al marido buen carácter y paciencia ante las veleidades femeninas de la esposa; Debe ser indulgente y tolerar sus distracciones y pasatiempos siempre que sepa combinar su indulgencia con la firmeza para no convertirse en esclavo de su mujer. El autor recuerda a los hombres que ambos cónyuges tienen igualdad de derechos y que no deben, ellos tampoco, convertir a sus mujeres en esclavas (aunque este aspecto será contradicho al final del capítulo).

          En una esposa se requieren las siguientes virtudes:
          La castidad: La deshonestidad es causa  de intranquilidad en la vida del marido y además esturbiará su Islam. Una mujer deshonesta debe ser divorciada antes de que sus actos traigan mayores desgracias. Por ello es desaconsejable desposar a una dama tan solo por su belleza o riqueza.
          La buena disposición: No debe ser arrogante, ni deslenguada ni de mal genio.
          La belleza: Relativizar esta cualidad no quiere decir que haya que descartarla, ya que un aspecto agradable y atractivo despierta los sentimientos amorosos.
          La dote aportada por el marido debe ser moderada.
          La fertilidad.
 
         Como institución social el matrimonio debe ser debidamente celebrado con fiestas y música pues de lo contrario no alcanza mayor categoría que el apareamiento de los animales. En ciertos aspectos Al Gazzali cae en una misoginia típicamente medieval cuando afirma que la mujer debe ser sierva de su marido, que no es aconsejable regalarle buenas ropas que exciten en ella el deseo de salir a lucirlas y que esta debe evitar cualquier reproche al esposo (supongo que el marido tendrá que ganarse a pulso el afecto de su esposa si quiere que le sea agradecida).
 
 
El amor de Allah:
 
         Este es el núcleo central del tratado; Al Gazzali censura como desconocedores del sentido de la religión a aquellos ulama que niegan en el hombre la capacidad de amar a Dios, limitándose solo, por su propia naturaleza, a obedecerle.
          Para nuestro autor no hay obediencia sin conocimiento ni conocimiento sin amor. Es imposible conocer a Allah sin amarle. Desde el conocimiento de sí mismo, el ser humano se sabe distinto al resto de las criaturas; amando su perfección llega a comprender que sólo existe por la voluntad y munificencia de Allah, por lo que el amor por asimismo le conduce al más sublime amor.
          En consecuencia, el amante ama todo lo que esté relacionado con el amado, como veremos en determinados signos y se sabe creado a imagen y semejanza suya (sin que ello signifique dar razón al antropomorfismo cristiano). La visión de Allah se convierte en la recompensa más ansiada y en el objetivo último de la existencia (mucho más que todas las delicias del jardín).
 
         El creyente que ha llegado a amar a Allah es conocido por los siguientes signos:
          No le desagrada la idea de la muerte: Pues a diferencia del kafir, él no está apegado a este mundo y ansía ver a su amado. Para el siervo de Allah, la muerte está plenamente dotada de sentido.
          Se adhiere con firmeza a las cosas y personas que le acercan a Allah y rechaza a aquellos que puedan apartarle de Él.
          El recuerdo de Allah se mantiene siempre fresco en su mente y en su corazón.
          Ama a la creación, al género humano, al profeta (s.a.s.).
          Ama al Qurán: como palabra de Allah.
          El culto es fácil para él: y en él encuentra reposo y alegría.
 
         Por último señala que el que ama a Allah, odia el extravío. Es dulce y afable con los creyentes y enérgico con los idólatras. Estas personas son las que han recuperado su naturaleza angélica y han tenido éxito en esta alquimia existencial a la que está llamado todo ser humano.
                  
 
Conclusión; ¿Es el Islam un camino fácil para el hombre de hoy?
 
        Llegados al final de nuestra disertación cabe preguntarnos si el discurso de imán Al Gazzali puede llegar al corazón y al entendimiento del hombre moderno cada vez más alienado espiritualmente en aras de la globalización mercantilista.
 
          Son ajenas al mundo actual, tan pagado de sí mismo, ideas como la del desapego de las cosas mundanas, justo en este momento histórico en que sucumbimos ante nuestras necesidades y el afán de consumo. Sin embargo, y esto es lo extraño, la obra que hemos comentado se puede encontrar en cualquier librería que se precie y no desde luego en estantes recónditos sino en aquellos que bajo el título de religión y esoterismo ocupan un lugar estelar en estos establecimientos. Parece como si, a pesar de todo, siguiéramos buscando denodadamente nuestras raíces espirituales, aunque envueltas en el colorido propio para seducir a las sensibilidades modernas.
 
         Por supuesto, muchos explicarán el fenómeno desde la proliferación de “espiritualismos exóticos” promovidos por ésa corriente misteriosa y acéfala llamada “ new age”. Así, el lector contemporáneo, hastiado de su propia tradición religiosa (mayoritariamente católica en el caso de nuestro país) busca en el mercado, máximo proveedor de todas sus necesidades, los sucedáneos de milenarias sabidurías orientales, sucedáneos que las transforman en terapias más o menos eficaces. Este marketing espiritual llega al extremo de desligar Islam y sufismo como si fueran realidades contrapuestas; El Islam es presentado como una realidad dogmática e intransigente, más burda aún que el catolicismo del que muchos huyen. Mientras el sufismo es convertido en una espiritualidad simpática y acogedora, próxima a lo mejor del mensaje de Jesús y al budismo que gana cada vez más adeptos. Si nuestro lector occidental anda buscando semejantes características en esta obra, tenemos que dar por sentado que saldrá decepcionado de su lectura. 
 
         Y es que en los tiempos del euro y la comida rápida la espiritualidad está puesta al servicio exclusivo del yo. Un yo atrapado por las leyes draconianas de  la religión neoliberal y sediento de lugares tranquilos que no solo le brinden la quietud que la sociedad le niega sino que además justifique el sistema como parte de la “armonía mundi”. En tal estado de cosas, es comprensible que las tres religiones del libro, derivadas de mensajes proféticos encaminados a florecer en sociedad, tengan poco éxito en un occidente más preocupado por el individuo y sus necesidades-apetencias que por las sociedades del mundo.
         No ocurre así, sin embargo en otras latitudes, donde la religión no se circunscribe solo al terreno de la satisfacción personal sino que estimula y da forma a la lucha por la liberación de los pueblos; tal como sucede en América latina con la teología católica de la liberación. En el caso del Islam, vemos cómo este es capaz de cohesionar sociedades enteras. En el mensaje de Sidna Muhammad (s.a.s.) la felicidad personal no puede desligarse de la social y por ello, los musulmanes tejen redes de relación allí dónde van haciendo eco del hadiz que reza “quien camina solo camina con shaytán “ .Este fuerte sentido comunitario, tan contrario al individualismo europeo, fue un duro hueso a roer por las potencias coloniales y aún da fuertes quebraderos de cabeza a los hacedores del famoso “choque de civilizaciones”. El Islam, en su preocupación y respeto por todo lo creado, no sólo rige la vida del individuo, sino que además teje relaciones sociales, establece leyes, marca límites, da forma a deseos y aspiraciones y despliega un fuerte sentido de pertenencia a la colectividad. Por ello, el público occidental y sus bienpensantes, quedan atónitos ante las imágenes de las muchedumbres islámicas expresando a voz en cuello su solidaridad, su indignación o su afán de lucha, que les brinda la televisión.
 
          En resumidas cuentas, el musulmán está destinado a dar calor al mundo con su presencia. El artista musulmán no trata de imitar lo creado por Allah, pero sí es capaz de recrear con sus manos espacios para la intimidad espiritual y a la vez para el deleite de los sentidos. La ciudad musulmana tradicional, la medina, está hecha a medida humana, proporcionando a sus habitantes la intimidad y el cobijo de las inclemencias del tiempo, mediante el trazado de sinuosas calles. Los edificios más hermosos, mezquitas y palacios, no surgen del entramado urbano como colosos impresionantes, no buscan la subyugación, sino la acogida y la hospitalidad. Todo en el Islam, recuerda el sentido de la fitra o naturaleza primigenia del hombre, incluso las leyes y los límites que tanto escandalizan a nuestros “opinadores autorizados” tales como la separación de sexos en lugares públicos (Con respecto a este punto es muy curioso saber que ciudades no islámicas como Tokio y Sao Paulo han tenido que habilitar vagones de metro solo para damas, ya que las usuarias se quejaban de los continuos tocamientos a que eran sometidas por parte del público masculino).
 
          En la lucha existencial por la felicidad, el Islam nos prescribe recuperar la fitra y con ello todo lo que es genuinamente humano. Por ello imam Al Gazzali propone el conocimiento de uno mismo como punto de partida. Este es el gran error del hombre moderno; buscar la dicha en lo que es ajeno a su naturaleza (ideologías, poder, dinero, consumo, amor posesivo, etc.)
 

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