jueves, 30 de enero de 2014

¿Hay una guerra contra el islam?

¿Hay una guerra contra el islam?


16/06/2003 - Autor: Pervez Hoodbhoy * - Fuente: zmag.org



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Pervez Hoodbhoy
Pervez Hoodbhoy

La opinión pública en Pakistán, y probablemente la mayoría de los países musulmanes, sostienen que el Islam es el único blanco de las nuevas guerras de Estados Unidos. Incluso los musulmanes moderados están preocupados. La especial atención dedicada a los inmigrantes musulmanes por el Departamento de Inmigración a raíz del 11/9, la ubicación de estados musulmanes en el registro norteamericano de estados delincuentes y el cheque en blanco dado a los bulldozers israelíes para destrozar los barrios palestinos, parecen peligrosos indicadores de una guerra religiosa. Pero, los musulmanes, inmerecidamente, se otorgan a sí mismos un status especial e imaginan lo que no es verdad.

La meta de Norteamérica va mucho más allá de subyugar estados musulmanes sin trascendencia. Lo que pretende es rehacer el mundo de acuerdo a sus necesidades, preferencias y conveniencias. La guerra en Irak es sólo el primer paso.

El sistema político y corporativo norteamericano ha ratificado abiertamente un militarismo agresivo. Comentaristas de primera línea de la prensa de EE.UU. ahora argumentan que dado su abrumador poderío militar la ambición norteamericana ha sido insuficiente.

Max Boot, editor del Wall Street Journal escribe "Afganistán y otros agitados territorios claman hoy por la clase de administración extranjera culta provista antiguamente por ingleses en pantalones de montar y casco, seguros de sí mismos". El Washington Post llama a un "restablecimiento imperialista" y a la necesidad para los norteamericanos de "imponer sus propias instituciones a las instituciones indisciplinadas". El Atlantic Monthly remarca que los hacedores de la política norteamericana deberían aprender de los consejos de los imperios griego, romano y británico, de cómo desarrollar la política exterior de Estados Unidos.

Aunque muchos norteamericanos todavía se aferran a la creencia que el nuevo unilateralismo de su país no es más que "la inocencia herida" y una respuesta natural de cualquier víctima del terror, el Sistema no padece tal ingenuidad. El Imperio ha sido parte del estilo norteamericano de vida por mucho tiempo.

La diferencia después del 11 de septiembre —y es significativa— es que Norteamérica ya no ve la necesidad de luchar por las mentes y los corazones de quienes va a dominar; no hay otra superpotencia a los que los débiles puedan recurrir. En el Washington de hoy un diplomático afincado en EE.UU. me confesó recientemente que las Naciones Unidas se han vuelto una mala palabra. El derecho internacional está camino de ser irrelevante, excepto cuando puede ser usado para los propósitos norteamericanos.

A pesar de todo, nada de esto equivale a una guerra contra el Islam. Algunos discreparán. Las hordas fanáticas que salen de las madrassas de Pakistán imaginan ver a Ricardo Corazón de León avanzando hacia ellas. Espada en mano piden a Alá que fomente la guerra y envíe al moderno Saladino, que pueda evadir milagrosamente los misiles crucero y enviarlos de vuelta a los que los lanzan.

Por otra parte, los extremistas judeo-cristianos, desde los Jerry Falwells y Pat Robertsons hasta los líderes del Likud de Israel anhelan todavía otra cruzada. Ellos también están convencidos que una guerra religiosa entre civilizaciones no sólo es inevitable, sino también deseable. Los fieles nunca dudan de la victoria final, por supuesto.

Pero las pruebas en contra de una guerra entre civilizaciones son mucho más poderosas. Entre 1945 y 2000 los EE.UU. han librado 28 importantes e incontables pequeñas guerras.

Corea, Guatemala, Congo, Laos, Perú, Vietnam, Cambodia, El Salvador, Nicaragua, Yugoslavia e Irak son solamente algunos de los países que los EE.UU. han bombardeado o invadido. La Guerra de Vietnam costó un millón de vidas ella sola. En comparación las guerras norteamericanas en los estados musulmanes han sido menos cruentas.

Las muertes iraquíes durante la Guerra del Golfo y las recientes víctimas de los bombardeos a Afghanistán ascienden a menos de 70 mil. Aún si uno añade las bajas de las guerras árabe-israelíes de 1967 y 1971 y las atribuye a los EE.UU., las muertes musulmanas son sólo un pequeño porcentaje del total de las de la Guerra de Vietnam.

El propio interés material y no la antipatía hacia el Islam ha sido el motor de la política exterior de EE.UU. Una lista de los musulmanes amigos y enemigos de los norteamericanos lo deja más claro que el agua. Durante 1950 y 1960 los enemigos de Norteamérica fueron los líderes laicos nacionalistas.

Mohammed Mossadeq de Irán, quien se opuso al despojo de los recursos petroleros de Irán por parte de la Standard Oil fue derrocado por un golpe de la CIA. Ahmed Sukarno de Indonesia, acusado de ser comunista, fue derrocado por intervención de EE.UU. con el resultado de un baño de sangre que segó cerca de ochocientas mil vidas. Gamal Abdul Nasser en Egipto, quien había ejecutado públicamente fundamentalistas islámicos como Saiyyid Qutb, cayó en desgracia ante los Estados Unidos y Gran Bretaña después de la crisis de Suez. Por otra parte, hace muy poco los amigos de Norteamérica eran los jeques de Arabia Saudí y los estados del Golfo, todos ellos practicantes de formas muy conservadoras del Islam, pero los preferidos de las compañías petroleras de Occidente.

No obstante, a veces Washington ha malinterpretado los propios intereses norteamericanos, en ocasiones con resultados fatales. La "Miopía en la Misión" como la CIA admite ahora tristemente, llevó a constituir, a principios de 1980, la red global de guerra santa.

Con William Cassey como director de la CIA, se lanzó la más amplia operación secreta después que Reagan firmara la "Directiva 166 de Decisión sobre Seguridad Nacional" que pedía esfuerzos norteamericanos para arrojar las fuerzas soviéticas de Afganistán "por todos los medios disponibles". Los expertos contrainsurgentes norteamericanos trabajaron conjuntamente con la ISI pakistaní trayendo hombres y material de todo el mundo árabe y más allá. Todo esto es sabido. Menos conocida es la ayuda ideológica brindada por instituciones estadounidenses, incluyendo universidades.

Los lectores que curioseen en las librerías de Rawalpindi y Peshawar pueden, aún hoy, encontrar textos escritos como parte de las series respaldadas por una subvención de USAID ONG norteamericana de ayuda al desarrollo, N. del T. de $50 millones a la Universidad de Nebraska en 1980. Estos libros de texto intentaban contrarrestar al marxismo creando entusiasmo en la militancia islámica. Exhortaban a los niños afganos a "arrancar los ojos al enemigo soviético y cortar sus piernas". Años después de su publicación los Talibán aprobaron su uso en las madrassas, una muestra de su acierto ideológico.

El costo de la miopía de la misión norteamericana ha sido asombroso. La red de organizaciones militantes del Islam creada primariamente por la necesidad de luchar contra los soviéticos en Afganistán, no desapareció después que se lograra el objetivo inmediato, sino que, como cualquier buen complejo militar-industrial, creció cada vez más fuerte. No obstante, hasta el 11 de septiembre, los arquitectos de la política de EE.UU. no estaban arrepentidos, sino orgullosos de su estrategia ganadora. Fue necesario un cataclismo para hacerles poner los pies sobre la tierra.

Pero las organizaciones militantes han hecho mucho más daño a los musulmanes, cuyas causas proclaman defender, que aquellos a los que atacan. Matar turistas y bombardear iglesias es trabajo de cretinos morales y no es sólo cobarde e inhumano, sino también un desastre estratégico.

En efecto, los actos fanáticos pueden aguijonear al coloso americano, pero nunca dañarlo seriamente. Aunque fue planeada y ejecutada perfectamente, la operación del 11/9 fue una metida de pata estratégica de proporciones colosales. Fortaleció ampliamente el militarismo americano, brindó a Ariel Sharon licencia para limpiar étnicamente Palestina y permitió los progroms (auspiciados por el Estado) de musulmanes en Gujarat con apenas un atisbo de condena internacional.

La ausencia de una cultura política moderna y la debilidad de la sociedad civil musulmana le ha dado a los estados musulmanes representantes sin trascendencia en el escenario mundial. Un dictador debilitado y aislado es apenas una amenaza para sus vecinos ya que pelea por salvar su pellejo. Trágicamente los líderes musulmanes, por puro temor y codicia, se quejan amargamente en público pero colaboran con EE.UU. ofreciendo sus territorios para las bases necesarias para el ataque a Irak. Significativamente ningún país musulmán ha propuesto un embargo de petróleo o un boicot serio a las compañías americanas.

¿Cuál, entonces, debería ser la estrategia para todos aquellos que creen en un mundo más justo y están aterrados por la guerra de Norteamérica contra los débiles?

Vietnam, pienso yo, ofrece el único modelo viable de resistencia. Una escrupulosa defensa de la moralidad, dijeron sus estrategas, es la mejor defensa de los débiles. Aún cuando los B52 estaban arrasando su país, Ho Chi Minh no llamó a secuestrar aviones de pasajeros ni a volar autobuses. Por el contrario, los vietnamitas tendieron sus manos al pueblo norteamericano, haciendo una distinción entre ellos y su gobierno.

Vietnam generó una enorme buena voluntad invitando a celebridades de los medios como Jane Fonda y Joan Baez. Por otra parte, ¿pueden imaginar las consecuencias si Osama bin Laden hubiese ejercido el liderato en Vietnam, en lugar de Ho Chi Minh? Ese país hubiese sido, seguramente, devastado por la radiactividad, en vez de ser el único vencedor contra el imperialismo.

Solamente un movimiento global por la paz que explícitamente condene el terrorismo contra los no combatientes, puede menguar y, quizás detener, el veloz y demente carro de guerra de George Bush. Masivas demostraciones contra la guerra en Washington, Nueva York, Londres, Florencia y otras ciudades occidentales han arrojado cientos de miles de personas a la calle al mismo tiempo.

Un sentimiento de compromiso con los principios humanitarios y con la paz —no con el temor o fanatismo— impulsó estas demostraciones.

Pero, ¿por qué las calles de Islamabad, El Cairo, Riyadh, Damasco y Jakarta están vacías? ¿Por qué sólo los fanáticos se manifiestan en nuestras ciudades? Bajemos nuestras cabezas con vergüenza.

* El autor enseña en la Universidad de Quaid-e-Azam, en Islamabad

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