domingo, 2 de marzo de 2014

Obama y el islam

Obama y el islam


Con su soy uno de ellos, corta con la idea del choque de civilizaciones


21/04/2009 - Autor: Jean Daniel - Fuente: El País



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Obama durante su intervención en el canal Al-Arabiya.
Obama durante su intervención en el canal Al-Arabiya.

La semana pasada escribía que los amos de la economía de mercado han actuado de forma que "todo cambie para que nada cambie". Desde luego, hoy no podría hacer la misma observación acerca de las nuevas relaciones que el presidente norteamericano ha decidido mantener con el islam y que constituyen, en efecto, un cambio real y profundo en las mentalidades occidentales y en los factores geopolíticos. Para mí, es un acontecimiento considerable.

Sin duda, de las declaraciones y escritos de Barack Obama cuando era senador por Illinois, luego candidato del Partido Demócrata y, finalmente, nuevo presidente de Estados Unidos se podía deducir una de sus decisiones geopolíticas fundamentales. Su voluntad de ofrecer al mundo un rostro radicalmente diferente de Estados Unidos poniendo fin a las guerras de Afganistán e Irak y a los conflictos de Oriente Próximo era clara. Además, en su combate contra el terrorismo, quería abolir el espíritu de cruzada que había desembocado en una estigmatización no sólo del islamismo radical, sino finalmente del islam en su conjunto. Es lo que acaba de confirmar con claridad durante su visita a Ankara.

Pero, ¿por qué escogió Turquía? Porque este país forma parte de la OTAN y su deseo de integrarse en la Unión Europea confirma su aspiración de integrarse en Occidente. Porque este país es limítrofe con Irak e Irán y puede influir en uno y en otro. Porque, al estar en paz con Israel, pudo facilitar las negociaciones con los sirios y puede ayudar a Estados Unidos a ejercer presión tanto sobre Hamás como sobre los nuevos dirigentes israelíes. Y, finalmente, porque este país musulmán es también un país laico y su héroe, Mustafá Kemal, ha sido comparado por Barack Obama con Abraham Lincoln: a sus ojos los dos eran libertadores.

Estos temas estuvieron presentes en los discursos notablemente bien pensados que Barack Obama pronunció ante el Parlamento turco y durante su visita a la mezquita de Santa Sofía. El sucesor de George Bush se dio el gusto de recordar que Turquía accedió a la democracia libremente y por iniciativa propia y que no fue necesario imponérsela -sobrentendido: como a Irak-.

Esta estrategia geopolítica da la espalda radicalmente al maniqueísmo del concepto del "eje del mal" y de los "Estados gamberros", que podía justificar los comportamientos intervencionistas y, para ser más exactos, la guerra preventiva contra Irán. No olvidemos que hoy mismo, en Israel y en algunos ambientes norteamericanos, no se excluye la eventualidad de tal guerra. Mientras, los iraníes han aceptado la invitación de los es-tadounidenses para participar en la Conferencia de los Seis sobre la proliferación nuclear.

Este viraje no significa que uno sea más o menos propenso a bajar la guardia ante una eventual respuesta provocativa por parte de los países a los que se les ha ofrecido la paz, pero implica que ya no se toma al pie de la letra un discurso iraní que preconiza la destrucción de Israel, por ejemplo, o un conjuro de los talibanes conminando a Estados Unidos a abandonar Afganistán. La proclamada reconciliación con el islam facilita la posibilidad, para Estados Unidos, de intervenir en la política interna de cada país musulmán para favorecer a sus fuerzas pacíficas. Por eso Barack Obama se permitió aconsejar a los turcos que se reconciliasen con los armenios -sin invitarles, sin embargo, a reconocer el genocidio-, a avanzar en las propuestas hechas a los kurdos y a facilitar un acercamiento entre los chipriotas turcos y los chipriotas griegos.

El presidente estadounidense apeló a Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro turco, para que le ayude a alcanzar los dos objetivos prioritarios en Oriente Próximo: la unidad entre Hamás y la Autoridad Palestina y la instauración de un Estado palestino al lado del de Israel.

"Quisiera dejar claro", dijo Barack Obama en Ankara, "tan claro como sea posible, que Estados Unidos no está, ni lo estará nunca, en guerra con el islam. De hecho, nuestra colaboración con el mundo musulmán es crucial. (...) Escucharemos cuidadosamente, disiparemos los malentendidos y encontraremos terrenos comunes. Seremos respetuosos incluso cuando no estemos de acuerdo. (...) Estados Unidos se ha visto enriquecido por los norteamericanos musulmanes. Muchos norteamericanos tienen musulmanes en su familia o han vivido en países de mayoría musulmana. Yo lo sé bien, y lo sé simplemente porque soy uno de ellos".

Esta última expresión "soy uno de ellos" proclama su voluntad de acabar con la amenaza del "choque de civilizaciones", tan cara a Samuel Huntington, y con la profecía del islamizante Bernard Lewis, partidario de los turcos contra los kurdos, que apoyó la guerra de Irak y para quien no hay razón alguna para que cese un conflicto entre cristianos y musulmanes que dura ya once siglos.

En pleno impulso, Barack Obama no se ha preguntado si la integración de Turquía en la Unión Europea es o no un asunto exclusivo de los europeos, que tienen razones para dudar que su identidad pueda permanecer inalterada si se extendiese a 76 millones de musulmanes turcos. Todo se desarrolla como si, a ojos de Obama, un poco más de islam en Europa tuviese la ventaja de alejar la amenaza del conflicto de civilizaciones. Tampoco se ha preguntado si no será peligroso exhortar a Anders Fogh Rasmussen, el antiguo presidente danés y actual candidato a la Secretaría General de la OTAN, a presentar excusas a los turcos por haber permitido que sus conciudadanos se burlasen -refiriéndose al asunto de las caricaturas de Mahoma- de ciertos aspectos de la religión islámica. Seguramente ésta fue para él la manera de echar un capote a Erdogan ante sus aliados musulmanes.

Con todo y con eso, la islamofilia de Barack Obama, ocho años después de la destrucción de las torres de Manhattan, no deja de ser, en mi opinión, uno de los acontecimientos más importantes de los quince últimos años.

Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

Jean Daniel es director de Le Nouvel Observateur.


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