Asi Murio El Ruiseñor Mexicano
Por Óscar Lara Salazar*
El día 22 de agosto de 1883, el vapor de matrícula inglesa
Newborn, procedente de La Paz, Baja California, fondeaba en la Bahía del Puerto
de Mazatlán. Conducìa a la Compañía de Opera Italiana, integrada por 80
artistas de la empresa propiedad de Ángela Peralta.
Ángela Peralta, la gran artista de México llegaba a la
ciudad y Puerto de Mazatlán. El Ayuntamiento porteño – según la crónica del
periódico El Sinaloense de Mazatlán, del 23 de agosto de 1883-al verificar la
visita de la cantante, aprobó los gastos que fueron necesarios para recibir a
la excelsa soprano. Nombró una comisión para que se encargara de la recepción.
Se contrató el teatro Rubio y se engalanó el muelle, de tal suerte, que cuando
arribó la Peralta, el pueblo mazatleco le lanzó incesantes vivas a la artista,
y ahí mismo se cantó el himno nacional.
La descripción de la llegada de la estrella al puerto
asentaba: “Con gran dificultad pudo la comitiva abrirse paso entre la multitud
que invadía el muelle, ansiosa de conocer a la artista de tanto renombre. Por
fin llegan al sitio donde esperaban los carruajes y al que ocupó la Peralta con
la comisión municipal, le fueron quitados los caballos por un grupo de
admiradores, quienes tiraron de él y llevaron en triunfo a la diva, seguida por
la música y la multitud hasta el Hotel Iturbide, donde se le tenía preparado el
alojamiento. Allí fueron los brindis y los agasajos, y la Peralta salió al
balcón y saludó al pueblo que se agrupaba al frente del edificio, siendo
calurosamente vitoreada.”
Cuando vino al mundo
Según el libro de bautizo, acta 654, se asienta que el día 6
de julio de 1854, en la calle Aldaco número 11, de la ciudad de México, nació
una niña que le pusieron por nombre María de los Ángeles, Manuela, Tranquilina,
Cirila, Efrena Peralta y Castera . La criatura al nacer en vez del primer
llanto entonó el primer canto, porque a los 8 años cantó la Cavatina de la
ópera Belisario de Donizzeti. A los 9 años maravilló a Enriqueta Sontag,
condesa de Rossi. Se fue a Europa, en España la llamaron El Ruiseñor Mexicano.
Regresa a México y es recibida como una soberana, cantó en los mejores teatros
y se le reconoció como una de las mejores cantantes de ópera en el mundo.
La función que no funcionó
Retomando el relato de los acontecimientos de la llegada de
la Peralta a Mazatlàn. Tendríamos que decir que nadie le comunicó a la
operista, que en este puerto se había propagado la epidemia de la Fiebre
Amarilla, toda vez que en el interior de un barco norteamericano atracado en ese
puerto murió un contador de aquella nacionalidad, víctima de ese virus
contagioso. Lo sepultaron en el panteón municipal, las autoridades no tuvieron
los cuidados necesarios y la infección cundió.
Al día siguiente- rememora el mismo diario del 24 de agosto-,
Ángela Peralta dirigió el ensayo para la representación de Aída, ópera con la
que debería hacer su debut, pero no se hizo por haber caído enfermos de fiebre
amarilla, el director de escena y el maestro director. La función debió
verificarse esa misma noche, pero se pospuso porque al obscurecer ya eran
varios los artistas atacados por la devastadora calamidad. Al amanecer del día
25, el mal se ensañó en los miembros de la Compañía, a tal grado, que de los 80
que la integraban, solo quedaban con vida dos. Ángela peralta murió el día 30
de agosto de ese 1883.
Casó en artículo mortis
El señor José Luis Jiménez, periodista mazatleco aficionado
a la ópera, llevaba un diario donde refiere los detalles de cómo se desarrolló
la impresionante ceremonia matrimonial, donde la Peralta casa en hecho de
muerte: “Eran la diez y cuarto de la mañana, en la habitación número 10 del
Hotel Iturbide, uno de los artistas de apellido Lemus, sostenía a doña Ángela
por la espalda y en el momento en que el juez hizo la pregunta sacramental:
—¿Acepta a este hombre por esposo? Lemus movió la cabeza de
la enferma en señal afirmativa. La cantante prácticamente estaba ya muerta y
tengo la seguridad absoluta de que no se enteró de la importancia del acto…
Sin perder detalle de cómo sucedieron los hechos, continúa
el narrador: “Se vistió el cadáver con ropa de alguno de los personajes que en
vida había interpretado la diva mexicana, y, según se dijo entonces, también se
le colocaron sus mejores joyas. El cadáver fue trasladado a la necrópolis
mazatleca, en trayecto rápido, esquivándose las principales calles del puerto,
en carroza ordinaria, sin ofrendas florales, formando el cortejo, don Julián
Montiel, don Bartolomé Carvajal y Serrano, propietario del Hotel Iturbide donde
se alojó y cerro el pico “El Ruiseñor Mexicano”, don Guadalupe Cota, celador de
la Oficina de Rentas del Estado, dos artistas de la Compañía, cuyos nombres se
ignoran, y algunas otras personas que se atrevieron a sumarse a la modesta comitiva.”
Bajó a tierra el cadáver de Ángela Peralta a las cinco y
media de la tarde, en medio de un silencio impresionante, atmósfera pesada,
calurosa, que impedía respirar; el cielo alto, encendido, sin nubes, las olas
deshaciéndose en montañas de espuma al llegar al Malecón desierto.
El Ruiseñor a rotonda
El periodista don Rafael Martínez, gestionó durante años,
que los restos de Ángela Peralta fueran trasladados a la Rotonda de los Hombres
Ilustres de la Ciudad de México, por fin lo consiguió. El 11 de abril de 1937
fueron inhumados los restos de Ángela Peralta. Descubierta la bóveda, se
extrajo el ataúd de madera, destruido por la humedad en sus bases y paredes
laterales, permaneciendo intacta la cubierta y las costillas de zinc del
modesto féretro.
A su llegada a la Ciudad de México, durante varios días se
le estuvieron tributando honores, primero en el Conservatorio Nacional de
Música, en donde se les puso la capilla ardiente, después en el Palacio de las
Bellas Artes de donde se trasladaron para conducirlos al Panteón Civil, el 23
del mismo mes de abril. Vinieron a quedar junto a las tumbas de los grandes
poetas Luis G. Urbina y Amado Nervo.
Este fue el triste fin de quien tanta alegría departió y
supo llevar muy en alto el orgullo del talento mexicano. Por eso fue a reposar
donde descansan los grandes hombres y mujeres de México.
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