miércoles, 4 de marzo de 2015

La actualidad, Voltaire y el Islam


La actualidad, Voltaire y el Islam

Un Mediterráneo plural

04/03/2015 - Autor: José Antonio González Alcantud - Fuente: redmarruecos.com
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Voltaire
Todo acto terrorista busca trasladarnos a una suerte de “trauma de guerra”, en forma de pesadilla, de marcada irrealidad. Lo hizo el 11-s y lo han venido a reafirmar los actos subsiguientes. Recuerdo que cuando en el 2001 miré por vez primera las imágenes televisivas de las Torres Gemelas ardiendo y derrumbándose pensé espontáneamente que se trataba del fragmento de una de tantas películas que tienen por escenario Nueva York y que cargan las tintas en el apocalipsis urbano.  A los pocos días de aquel atentado almorcé a solas con el gran antropólogo especialista en los mundos contemporáneos Marc Augé, autor de un libro dado a la luz poco antes titulado La guerra de los sueños. Ensayos de etnoficción. En este volumen Augé sugiere que los conflictos en ciernes nos producen ensoñaciones en forma de pesadilla que anteceden a la realidad. Tienen algo de proféticos. Le pregunté a Augé, a la luz de los acontecimientos y el alto contenido simbólico del atentado de Nueva York, si nos encontrábamos en una fase culminante de la “guerra de los sueños”. Recuerdo su contestación: sí.  Pocos años después cuando nos vimos sumergidos en la atmósfera irreal del 11-m volví a pensar en el meditado cálculo simbólico de quienes se consagran a estos menesteres siniestros.
No es un enemigo cualquiera el terrorismo actual: quienes dirigen el operativo conocen el lenguaje de signos y símbolos en profundidad, amén del de las armas. Nos han estudiado, quizás más que nosotros a ellos, y conocen entre otras debilidades del modo de vida occidental nuestro apego a la vida buena
París es justo la capital de la vida buena. Tiene mal clima pero tiene una bien lograda atmósfera de confort, bohemia, estudio, negocio, y paisaje urbano inigualables. Manuel Chaves Nogales en su magnífico libro La agonía de Francia, escrito al inicio de la II Guerra Mundial, hacía una insinuación sobre por qué París se había dejado conquistar por los alemanes sin prestar resistencia: para salvarse de la destrucción dada su alta autoestima. Sea como fuere, París es una megalópolis poseída de sí misma, que a todos mal que bien nos ha ido conquistando en algún momento de nuestra vida. Pero París es frágil, por su mismo apego a la buona vita, y en medio de la crisis mundial que vivimos estaba mirando hacia otro lado cuando ha despertado de repente a la irrealidad y a la pesadilla.
No es un enemigo cualquiera el terrorismo actual: quienes dirigen el operativo conocen el lenguaje de signos y símbolos en profundidad, amén del de las armas. Nos han estudiado, quizás más que nosotros a ellos, y conocen entre otras debilidades del modo de vida occidental nuestro apego a la vida buena
Para comprender un poco siquiera lo que está pasando hay que mirar hacia atrás. Y en el pasado parisino hay muchas claves que van desde la guerra de Argelia hasta le crisis contemporánea de los barrios periféricos plenos de migrantes magrebíes.  Pero hay que mirar aún más lejos, a la manera como Juan Goytisolo mira a la historia española, sin pararse en el obstáculo opaco de la guerra civil. Al menos nuestra mirada tiene que llegar hasta los albores de la Revolución francesa, hasta mitad del siglo XVIII.
Allí nos espera Voltaire. El filósofo de la tolerancia estudió en el Colegio de San Luis el Grande, regido por los jesuitas. Absorto en los asuntos del fanatismo católico se topó con el affaire Jean Calas, un crimen pasional de naturaleza religiosa acontecido coetáneamente en el seno de una familia dividida hasta el fanatismo por las luchas entre hugonotes y católicos. Voltaire escandalizado de que un padre pudiese matar a un hijo por ideas religiosas disímiles decidió apostar decididamente por la idea de tolerancia. En el subsiguiente Tratado de la Tolerancia escrito por el filósofo, sin embargo, no hizo alusión a la religión que más nos preocupa hoy, al islam. Es más, la palabra islam en su tiempo ni siquiera se empleaba; en su lugar los europeos hablan de “mahometismo”. Sin embargo, el islam, en cuanto religión era ampliamente conocida de los hombres de la Ilustración. Generalmente se le identificaba con el mundo turco y persa; Montesquieu había dado testimonio de ello en las Lettres persannes, a través de Usbek, un iraní que visita París y transmite sus impresiones a sus lejanos parientes y amigos. La evolución de la imagen del profeta Mahomet o Mahometo, en expresión de la época, fue evolucionando de una suerte de anticristo, tal como se le representaba en la literatura tardomedieval,  a la un impostor. Esta sutil diferencia establecida a través de las obras de Adrian Reland y Georges Sale, autores que precedieron a Voltaire, sostenía que el mahometismo era una religión con principios de racionalidad muy sólidos, aunque al final hubiese tomado una dirección equivocada.  Algunos además aprovecharon para señalar que el islam había sido perseguido por los católicos, al igual que éstos lo habían hecho con los protestantes. De esta guisa se establecía una corriente de simpatía entre protestantes, musulmanes e incluso judíos, hermanados en la persecución.
Voltaire fue girando hacia una comprensión de la figura de Mahoma, que acabó por concebir como un reformador social que frente a la intolerancia encarnada en Europa tuvo más en consideración el respeto mutuo. Hay  incluso quien piensa que Voltaire más que descalificar al islam lo que pretendía era atacar a la clerecía cristiana
No obstante haber leído los textos de Reland y Sale, que buscaban poner un cortafuego a los estereotipos circulantes, la primera reacción de Voltaire fue incluir al islam entre las religiones “fanáticas. Esta opinión la desarrolló Voltaire en su obra dramática Le fanatisme ou Mahomet le prophète. Sin embargo, tras profundizar leyendo más y más sobre el asunto la opinión de Voltaire fue girando hacia una comprensión de la figura de Mahoma, que acabó por concebir como un reformador social que frente a la intolerancia encarnada en Europa tuvo más en consideración el respeto mutuo. Hay  incluso quien benévolamente piensa que Voltaire más que descalificar al islam lo que pretendía era atacar a la clerecía cristiana. Ello se manifiesta sobre todo en el Essai sur les mœurs et l’esprit des nations cuando habla de las cruzadas y los acontecimientos de España, con la Inquisición como telón de fondo. A Voltaire, pues, lo que le preocupaba no era en sí la religión sino el “fanatismo”, concepto al cual dedicó una entrada en su diccionario filosófico, y donde asociará el fanatismo a la ignorancia, la mayor lacra para los ilustrados creyentes en la supremacía de la razón.
Hace escasamente cuatro años recuerdo que asistí en París, en ópera Garnier, a la premier de la ópera de Mozart, Idomeneo, rei di Creta. En el libreto de la misma, que es un canto ilustrado a la tolerancia, al final se corta la cabeza a cuatro iconos de las grandes religiones, Poseidón, Buda, Mahoma y Jesús. No sé qué organización fanática había amenazado con atacar la representación de la obra de Mozart cuando en el 2006 se había planificado en Alemania su representación. Yo esperaba en esta ocasión que Francia fuese valiente, pero cual fue mi decepción cuando el final de la ópera había sido modificado. Oh gran error los organizadores habían amagado. Leí en varios artículos del programa de mano se vertían no sé qué justificaciones sobre esta variación, que no tenía otro sentido que dar satisfacción mediante la autocensura, a los fanáticos.
Por pura casualidad hace pocos días, muy pocos antes del actual desastre parisino, tenía en mis manos unos ejemplares de Charlie Hebdo con las célebres caricaturas que me había regalado, como una pura curiosidad, una amiga; al manosearlos pensaba en lo absurdo del asunto. Supuesto que haya una prohibición de representar al profeta Mohammed, una gran figura de la Historia, un reformador social también, sin lugar a dudas, esa prohibición concierne exclusivamente a los musulmanes. A los demás, creyentes o no, no nos va. Lo que no entiendo es el porqué de esta resurgencia del fanatismo, se me escapa tanto como a los intelectuales que vieron venir las consecuencias del nazismo en Alemania. Lo veo y lo analizo, pero sigo sin comprender esta pulsión suicida de una parte de la Humanidad. Llegados a este punto de poco sirven las palabras, desgraciadamente. Sólo se me ocurre afirmar que Voltaire sigue vivo, quizás por cómo describió imperecederamente al fanático y su enfermedad: “El fanatismo es a la superstición lo que el delirio a la fiebre y lo que la rabia a la cólera. El que padece éxtasis y visiones, el que toma los sueños por realidades, y las imaginaciones por profecías es un exaltado; el que confirma su locura con un crimen es un fanático”. Y eso basta.
José Antonio González Alcantud es Catedrático de Antropología de la Universidad de Granada. Columnista de Red Marruecos.

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