miércoles, 1 de febrero de 2017

Guerra santa en el siglo XXI

ACTUALIZADO EL 08 DE FEBRERO DE 2015 A LAS 12:00 AM
El mundo entero quedó conmocionado el 7 de enero por el atentado terrorista contra el semanario francés Charlie Hebdo , conocido por su permanente crítica sarcástica y caricaturesca de todas las religiones.
Mensajes en las redes sociales, noticias, artículos de opinión y declaraciones políticas llenaron las páginas, los espacios y el tiempo de los medios de comunicación.
La reacción inmediata fue la marcha de más de un millón de personas en París, encabezada por distinguidos mandatarios.
“Je suis Charlie” ( Yo soy Charlie) fue el lema de la protesta. Los medios de comunicación, en forma legítima, condenaron la violación al derecho de expresarse libremente y el asesinato vil de 12 personas en el nombre de Mahoma, según palabras de los mismos terroristas.
El atentado se convirtió de pronto en solamente un hecho contra la libertad de expresión, a pesar de que un par de días después Al Qaeda afirmó su autoría y amenazó a Occidente con más tragedias y terrorismo en nombre de sus creencias y su religión.
Nueva batalla. ¿Fue lo sucedido en la redacción de Charlie Hebdo un atentado contra la libertad de expresión? Ciertamente lo fue y ciertamente es inaceptable desde todo punto de vista. Pero ¿fue solamente una violación a la libertad de expresión?
¿Y el derecho a la existencia arrebatada a cientos de víctimas inocentes en nombre de una guerra santa, de una cruzada religiosa?
Cinco siglos después de la Santa Inquisición, el mundo vuelve a librar una batalla contra la intolerancia religiosa y el extremismo. La palabra “hereje”, presuntamente desterrada del diccionario religioso, toma fuerza, una vez más, en una guerra santa financiada esta vez por las grandes fortunas generadas por el oro negro.
Charlie Hebdo, por doloroso que sea, es solo parte de una cadena que ni empezó ni terminó el 7 de enero del 2015. Solo tres días después, un supermercado judío, también en París, sumó cuatro víctimas a la lista; una escuela hebrea, una sinagoga y un museo en Bruselas, les antecedieron hacía apenas unos meses.
Más violencia. Sin siquiera haberse terminado enero del 2015, 150 personas fueron víctimas de Boko Haram, la misma organización terrorista que ha asesinado, torturado y secuestrado a cientos de pobladores cristianos en Nigeria, incluyendo a 200 niñas el año pasado.
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El 17 de enero 148 escolares fueron asesinados por talibanes fundamentalistas en Pakistán, país cuya religión principal, el islam, es practicada aproximadamente por el 95% de la población y que durante la década de los 80 sirvió de refugio, precisamente, a los talibanes. El mismo día, 26 personas, de las cuales 16 eran colegiales yemeníes, sufrieron la misma suerte a manos de Al Qaeda.
El Estado Islámico (EI), por su parte, ha declarado abiertamente su cruzada contra Occidente y su intención de recobrar territorios de la época dorada del Imperio Islámico, haciendo gala de la filmación en vivo y a todo color de sus horrendas ejecuciones, entre ellas las de varios periodistas y civiles. ¿Cuantas han sido las víctimas? ¿Alguien ha marchado por ellas?
Hace algunos años, me sorprendió leer en el Museo del Holocausto, en Washington, las excusas que varios países, especialmente latinoamericanos, dieron para no asumir una posición en contra de la masacre nazi.
Las justificaciones eran de toda índole: desconocimiento, imposibilidad material, sobrepoblación que los obligaba a cerrar las fronteras a los inmigrantes que huían de Europa, etc. Me temo que dentro de 50 años los museos que recojan nuestra historia estarán llenos de las excusas de hoy. Decenas de explicaciones que he leído con estupor, comienzan a justificar lo que está sucediendo. Aquellos que no lo justifican, con su indiferencia lo toleran o lo disimulan evitando llamar las cosas por su nombre.
Disimilitud. Terrorismo islámico y fundamentalismo religioso no alude, de ninguna forma, a los millones de musulmanes moderados que conviven pacíficamente con sus semejantes como cualquier otra minoría. Ellos, al igual que los cristianos, los judíos o los ateos son víctimas de esta horrible batalla religiosa porque también, para los radicales, es infiel aquel musulmán que no practique la sharia (ley islámica), conforme a su interpretación.
Las generalizaciones ciertamente son nefastas; pueden tergiversar realidades, pero pueden también ocultar responsabilidades. Por ello, es necesario hablar claro, puntualizar y no permitir que detrás de las palabras se oculten las intenciones.
Acciones concretas. Los Gobiernos que desde hace muchos años financian sistemáticamente la violencia y el terrorismo tienen que ser señalados. Los Estados que proclaman la desaparición de etnias, de religiones, incluso de países, deben saber que se exponen a la condena internacional, al boicot y a la exclusión. Ellos y sus protegidos son los terroristas islámicos, así como aquellos que promueven una legislación para limitar las libertades de las mujeres, que persiguen y condenan a los homosexuales, que no permiten la convivencia entre distintas religiones.
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No sé si es anécdota o si es verdad, pero se dice que cuando la pequeña Costa Rica fue el primer país en declararle la guerra a Hitler, este no pudo encontrarla en el mapa porque una mosca se había parado sobre nuestro territorio. Seguramente, todavía habrá muchos que no nos encuentren en el mapa. Estoy segura, sin embargo, de que sí se nos reconoce por nuestra estatura en la defensa de los derechos más sagrados de la humanidad.
Petición. En las circunstancias internacionales actuales, el Gobierno de la República tiene el deber de llevar a la práctica lo que permanentemente predicamos. América Latina no puede sustraerse de la nueva forma de guerra que recorre el mundo, ni puede permanecer callada ante las nuevas formas de intolerancia religiosa y de credo, que posiblemente sean la principal causa de la violencia que el mundo ha experimentado.
Desde este espacio, señor presidente Solís, señor canciller, les ruego no callar, porque no hay dignidad ni humanidad cuando en nombre de prebendas económicas se disimula y se complace. Ni América Latina, y mucho menos Costa Rica, deben continuar negociando con países que promueven o financian el terrorismo porque la justicia social y el progreso económico al que aspiramos son secundarios cuando la vida no tiene valor, o cuando los niños crecen convencidos de que su sacrificio bélico será premiado en el más allá.En la paz como en la guerra, la palabra es un arma poderosa y la indiferencia, el peor de los males. Si hoy volteamos la mirada, mañana tendremos que agachar la cabeza.

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