La Biografía de
Muhammad
سة اذلاتية لنيب �مد ص� االله عليه
وسلم
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2013 - 1434
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Arabia en ese período estaba dividida en tres áreas de
influencia. El norte vivía bajo la sombra de dos grandes imperios,
el cristiano bizantino y el zoroastriano persa, imperios en una
guerra eterna por lo tanto los dos tenían las mismas posibilidades
de conseguir la victoria definitiva sobre el otro. En las sombras de
estos poderes vivían los árabes de la región del norte con alianzas
divididas y cambiantes.
El sur era la tierra de los perfumes árabes, llamado por los
romanos ‘Arabia Felix’ (en el día de hoy Yemen y el sur de Arabia
Saudita) era propiedad deseada. La conversión del gobernador de
Etiopia, el Negus, al cristianismo llevó a su país a la alianza con
Bizancio, y fue con el consentimiento de Bizancio que los etíopes
tomaron posesión de este territorio fértil a principios del siglo seis.
Antes de su ruina en manos del despiadado conquistador, sin
embargo, los sureños habían abierto los desiertos de Arabia
Central al comercio, introduciendo una medida de su organización
en la vida del beduino que servía de guía para las caravanas y
establecimiento de puestos de comercio en los oasis.
Si el símbolo de estas personas sedentarias fuesen árboles de
inciensos, la de la zona árida era la palmera de dátiles; por un lado
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el lujo del perfume, por otro la comida básica. A nadie le hubiese
interesado el Hiyaz -Donde no cantan las aves ni crecen las
hiervas – según el poeta sureño – como una propiedad deseable.
Las tribus del Hiyaz nunca experimentaron ni la conquista ni la
opresión; nunca habían sido obligados a decirle ‘Señor’ a nadie.
La pobreza era su protección, pero indudablemente no se
sentían pobres. Para sentir la pobreza se debe envidiar la riqueza,
y ellos no envidiaban a nadie. Su riqueza era la libertad interior, en
sus nobles ancestros, y en el sensible instrumento del único arte
que conocían, el arte de la pobreza. Todo lo que ahora llamamos
‘cultura’ se concentraba en este medio solamente. Su pobreza
glorificaba el coraje y la libertad, alababan al amigo y se burlaban
del adversario, ensalzaban la valentía del miembro de la tribu y la
belleza de la mujer, en poemas cantados en los fogones o en el
infinito desierto bajo el vasto cielo azul, siendo testigos de la
grandeza de esta pequeña criatura humana viajando por siempre en
los vastos terrenos de la tierra.
Para los beduinos el mundo era tan poderoso como la espada.
Cuando se encontraban con tribus hostiles para probarse en la
batalla era de costumbre que se apareciera el más fino poeta
alabando el coraje y la nobleza de su propia gente y despreciar al
innoble enemigo. Tales batallas, en donde el combate entre los
campeones rivales era la mayor característica, eran mas una
competencia de honor que la guerra como la comprendemos hoy
en día; los tumultos, presunción y exposición, con menos víctimas
que aquellas producidas por la guerra moderna. Servían un claro
propósito económico a través de la distribución del botín, y para el
vencedor presionar demasiado su ventaja sería lo contrario al
concepto de honor. Cuando alguno de los dos lados era derrotado
contaban los muertos y los victoriosos pagaban el dinero de sangre
– para reparar los daños – a los vencidos, para que la fuerza
relativa de las tribus se mantuviese balanceada. El contraste entre
estos y las prácticas de la guerra civilizada es impresionante.
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