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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ayotzinapa y el Estado Islámico

Ante la abyección, una ética de la frugalidad


Ayotzinapa y el Estado Islámico


19/11/2014 - Autor: Reyna Carretero Rangel - Fuente: Webislam



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Deslizamiento existencial

El mal y la violencia que nos confrontan hoy, a pesar de todos los discursos para constituirlos como destino fatal e inevitable, se revelan solo como elección inmoral; más aún, el mal no tiene lugar como principio de vida y existencia, es así un excedente, una hybris, el exceso que ha devenido en “lugar común” a partir de su repetición, de su representación escenográfica que siempre nos horroriza; y que sin embargo es siempre temporal, derivada de su característica de no-lugar, que impide su integración plena, puesto que hay que repetirlo junto con Emmanuel Lévinas, tantas veces sea necesario: 'El mal no sólo es inintegrable, sino que es la inintegrabilidad de lo inintegrable” (Lévinas, 1983: 158).

La filtración del exceso en los países periféricos ha devenido en una especie de Aleph, recordando el cuento de Jorge Luis Borges. Como nos dice Julia Kristeva: “Este Aleph es exorbitante al punto que, en el relato, sólo la narración de la infamia podría captar su poder. Es decir la narración de la desmesura, del sin límite, de lo impensable, de lo insostenible, de lo insimbolizable“ (2006: 35). De ahí que la relación entre eventos extremos del horror como el de Ayotzinapa y el Estado islámico no estén desvinculados, sino por el contrario sigan una lógica impecable: aquella del escalamiento de la decadencia ética, una que tiene que ver con el tráfico de drogas y otra con el de armas, en medio de ellas quedan pendiendo de un hilo y expuestas a los mayores crímenes y horrores, poblaciones enteras en la indefensión total.

Los discursos y formas vernáculas que toman, van desde las de un medio rural donde los sembradíos de marihuana dominan el horizonte (Ayotzinapa) o las que usan el disfraz de la lectura desvirtuada de Islam, para someter y aterrorizar (Estado Islámico), comandados a su vez por agencias internacionales, cuyo rostro se hace visible en las invasiones de países con ricos yacimientos petroleros y minerales, que se vuelven presa fácil para apoderarse de ellos, en medio del caos y la fragilidad social y estatal generada por las “guerrillas locales”, acciones todas que devienen en un festín de venta de armamento por parte de los países productores, léase Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, China, Israel y Francia, entre los principales.

Los resultados que arrojan estas dinámicas colocan estas dos experiencias del terror en igualdad de circunstancias: son el reflejo de la implementación de un modelo económico que produce unos cuantos grupos de multimillonarios, y miles de millones de personas en la miseria extrema, nutriéndose de ellas para reciclar la maquinaría mortal que va más allá incluso de la infamia, inoculando la abyección a través de la ilusión del acceso general al exceso material y social perfilado solo para unos cuantos: propiedades suntuosas, fama, reconocimiento. Kristeva lo describe así: "Lo abyecto está emparentado con la perversión. Lo abyecto es perverso ya que no abandona ni asume una interdicción, una regla o una ley, sino que la desvía, la descamina, la corrompe. Y se sirve de todo ello para denegarlos. Mata en nombre de la vida: es el déspota progresista, vive al servicio de la muerte: es el traficante genético: realimenta el sufrimiento del otro para su propio bien: es el cínico. Su rostro más conocido, más evidente, es la corrupción. Es la figura socializada de lo abyecto” (2006: 25).

Recordemos que el terror social necesita cambiar de máscaras continuamente para asegurar su funcionamiento. Así que lo relevante en todo esto es darnos cuenta que si no paramos la rueda del consumo, podremos esperar mayores escaladas de horror, siempre con caras nuevas. Ante esto, tendríamos que comenzar reconociendo que no solo son los "otros", llámense grupos criminales, sicarios, autoridades, Estados; sino también nosotros, quienes con nuestros hábitos de consumo, le damos una vuelta más a la maquinaria del horror.

De modo que abandonar el automóvil, los supermercados, las plazas comerciales, la compulsión por adquirir todo lo “nuevo”, lo excedente y superfluo, y volver la vista al consumo local y vecinal, al intercambio y reciclaje de objetos y actos que fomenten el reconocimiento mutuo entre vecinos y comunidades, generará un cambio económico que tendrá mucho más impacto que la sola indignación contra el Estado y los grupos criminales. Porque estamos hablando efectivamente del desbordamiento del exceso en el mundo, del individualismo exacerbado, que comienza en cada uno de nosotros. De ahí que una ética de la frugalidad, una estética del reciclaje como aprovechamiento y rendimiento máximo, tienda un nuevo piso colectivo, sobre el cual las futuras generaciones se alzarán porque tendrán un apoyo seguro, ya que recordando a Lucrecio y Epicuro: “Nuestros movimientos ni a tiempos ni a lugares se sujetan determinadamente … aunque una fuerza extraña obligue a andar a muchos mal ni grato en nuestro pecho, sin embargo queda un poder que combate y hace frente”.

Como escape del "destino fatal" por el que tanto proclamaron Epicuro y Lucrecio, la ética de la frugalidad desbroza el camino, abriendo un nuevo horizonte que exige la máxima ligereza, articulada en la manifestación de nuestra exaltada dignidad-sutileza, condición que posibilita el deslizamiento y tiende un puente sobre la corriente turbulenta del horror generalizado, impidiendo la caída; ecuación extraordinaria cuya resolución fractal, configura el camino en torno a nuestra plenitud humana.

Bibliografía:

Epicuro (2007) "Epístola a Herodoto", en Obras completas, Madrid, Cátedra.

Kristeva, J. (2006), Poderes de la perversión, México, Siglo XXI.
Lévinas, E. (1983), “Trascendence and Evil”, citado en Bernstein, R. (2006) El mal radical, México, Fineo, p. 260.
Lucrecio, T. C. (1969), De la naturaleza de las cosas, Madrid, Espasa-Calpe.



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