Cara a cara con un yihadista del Estado Islámico en Irak
Wanas Tar Kalaf servía como informático y combatiente de los terroristas en Kirkuk, ahora espera su condena, de 20 a 50 años o incluso pena de muerte
"No puedes sacar fotografías o vídeo de las instalaciones", insiste el general Sarhad K. Muhammed, jefe de las fuerzas policiales iraquíes en Kirkuk, quien ha otorgado acceso exclusivo a EL MUNDO para hablar con uno de los combatientes del Estado Islámico (IS, por sus siglas en inglés) encerrado en "una prisión especial", tal y como la describe el oficial policial de mayor rango en esta ciudad al sur de Irak. "Sólo unos minutos", advierte, "y no puedes verle la cara".
Poco después, atravesamos la ciudad de Kirkuk a toda velocidad escoltados por un equipo de las fuerzas especiales de la policía iraquí hacia una localización secreta donde el Gobierno del primer ministro, Haider al-Abadi, ha establecido una prisión para los miembros del IS capturados en la zona.
Al llegar a la cárcel, un edificio residencial que se cae a pedazos, varios hombres armados hasta los dientes nos escoltan hasta la oficina del director del centro, el comandante Ahmad, a través de al menos una docena de celdas con gruesas puertas metálicas, todas cerradas a cal y canto. Allí esperamos la llegada del prisionero.
"He sido policía durante más de 30 años, desde los tiempos de Sadam", explica Ahmad. "Aquí los detenidos esperan juicio, o sentencia". El comandante se niega a facilitar más datos. Ni el número de combatientes que hay en las celdas, ni lo que sucede en el interior de este edificio de dos plantas en el que la atmósfera sombría y tétrica denota que ha sido una prisión durante muchos años.
En el momento en que el combatiente del IS entra en la oficina se da cuenta de que varios extraños están en el interior. Mira alrededor asustado, como no comprendiendo qué está pasando, aturdido. Entra dando pequeños pasitos debido a los grilletes encadenando sus tobillos. Dos policías encargados de la custodia de los presos lo cogen por los brazos y lo sientan en un sofá desgastado. Lleva una capucha de tela negra en la cabeza, una muy parecida a la utilizada por el IS en sus vídeos propagandísticos mostrando prisioneros.
Entonces, uno de los policías retira de la capucha las vendas que cubren sus ojos y la boca. Dos pupilas negras y grandes y unos labios carnosos emergen de la máscara mostrando unos rasgos demasiado maduros, con mucha guerra y combates a sus espaldas.
Luchar contra el islam chiita
"Me llamo Wanas Tar Kalaf", dice con voz temblorosa, "soy de Hawija", ciudad a unos 67 kilómetros de Kirkuk, "y he militado en Daesh durante los últimos tres años. Me uní a ellos en 2014 para luchar contra los chiíes", añade ya con la voz rota buscando la aprobación en los ojos del comandante. Wanas está visiblemente aterrorizado.
"Cuando el ejército del al-Hashd al-Shaabi", las milicias chiíes de las Unidades de Movilización Popular (PMU, por sus siglas en inglés), "bombardearon mi pueblo destruyeron mi casa, perdí a familiares y por eso me uní al Daesh".
"Mi trabajo consistía en actuar como combatiente formando parte de un grupo cuyo objetivo era controlar Kirkuk y luego retomarlo", añade refiriéndose al intento de los yihadistas de reconquistar a finales de octubre pasado este estratégico enclave urbano al sur del país. Un asalto en el que perdieron alrededor de 120 combatientes.
"Me uní a Daesh para luchar por el islam para y para luchar al lado de mis hermanos suníes. Por el islam", repite. "Me capturaron hace más o menos un mes durante la última batalla de Kirkuk", suspira. "Soy combatiente y miembro de la inteligencia de Daesh. Era uno de los encargados de buscar a miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes y a personas con lazos con la peshmerga", las fuerzas kurdas.
El cazador cazado
El sistema que este combatiente yihadista empleaba para encontrar a posibles traidores y simpatizantes de los gobiernos iraquí y del kurdistán era muy básico, pero efectivo. "Tenía un ordenador y cuando sospechaba de alguien, miraba su perfil en las redes sociales". A la pregunta de qué le sucedía a los detenidos por el IS se queda en silencio, no quiere responder.
Wanas confirma que muchos de sus compañeros de combate fueron miembros extranjeros del Estado Islámico provenientes de países árabes, del norte de África, Asia y Europa. "Sí, aquí en Kirkuk luché con miembros de Daesh que vinieron desde Francia, Afganistán, Chechenia, Libia, Túnez y Turquía".
"Cuando perdimos la ciudad, mi trabajo cambió. Durante el día estaba en la ciudad recogiendo información sobre las fuerzas de seguridad iraquíes y sus movimientos". Luego, por la noche, Wanas pasaba esa información y volvía a las filas de los yihadistas. Una información que, por otro lado, fue crucial para su detención ya que la almacenaba en su teléfono móvil junto a archivos y fotos conteniendo propaganda del IS.
El grupo yihadista es famoso por su alto nivel de sofisticación a la hora de utilizar las redes sociales como instrumento para difundir su propaganda. Así han reclutado a miles tanto en Irak como en el extranjero. Pero, en esta ocasión, esa propaganda resultó ser un arma de doble filo, porque el dispositivo sirvió como prueba definitiva para establecer su pertenencia y actividades dentro del grupo terrorista.
En estos momentos Wanas Tar Kalaf sigue en la prisión de Kirkuk, esperando a ser llevado ante la Justicia. Según el comandante Ahmad, "la sentencia por sus crímenes puede ser de 20 o 50 años, o la pena de muerte. El juez y sus actos como terrorista serán lo que decida su futuro", concluye.
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