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Los atentados terroristas siempre desatan las lógicas emociones de repulsa y condena contra los autores y de solidaridad con las víctimas. Sin embargo, hay que estar alerta para evitar la manipulación de esos sentimientos. Puede ser el caso de lo sucedido tras los recientes atentados en París, o los pasados en Nueva York, Madrid y Londres. No se trata de minimizar los hechos ni de justificar o exculpar a los autores y a los inductores, pero no hay que quedarse en las consecuencias, hay que buscar las causas.
La percepción generalizada en Occidente es que después de cada atentado en capitales occidentales se ha incrementado el rechazo a los musulmanes. Esta actitud puede ser el resultado de la manipulación de la emotividad. También sucede dentro del Islam, pero en el sentido contrario. El desconocimiento de otras culturas hace que la percepción se base en estereotipos y no en la realidad objetiva.
Para los occidentales las imágenes de las atrocidades de los atentados terroristas y de la crueldad del llamado Estado Islámico (Daesh) les hacen olvidar que la barbarie no es patrimonio de los musulmanes ni de ninguna religión o cultura. Los comportamientos violentos son siempre los mismos. Sin remontarse a tiempos lejanos, conviene recordar los bombardeos con bombas incendiarias de Colonia y Dresde, durante la Segunda Guerra Mundial, o las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki; o los más recientes sobre Gaza, Siria o Irak; o las torturas en las cárceles de  Guantánamo o Abu Ghraib.
Tampoco hay que olvidar que Al Qaeda surgió al amparo de los intereses norteamericanos durante la Guerra Fría para combatir a los invasores soviéticos de Afganistán. Ni que el islamismo es una de las consecuencias del imperialismo británico y francés. Los islamistas propugnaban una vuelta a los orígenes gloriosos del Islam como modo de recuperar la independencia perdida. No fueron movimientos violentos en su mayoría.
Tras la caída de los imperios, después de la Segunda Guerra Mundial y la independencia de numerosos países de mayoría musulmana, las potencias occidentales apoyaron a muchos de estos movimientos islamistas para contrarrestar el peso de los grupos laicos más propensos a aliarse con el bloque soviético.
La deriva violenta es la consecuencia de un largo y complejo proceso en el que la religión ha constituido un factor integrador y potenciador. Sin embargo, las causas del conflicto no son exclusivamente religiosas, ninguna religión es violenta per se, es la utilización perversa de los mensajes contenidos en los libros sagrados, la interpretación interesada y fanática, la que convierten la religión en excluyente, agresiva y violenta contra los que no se avienen a los dictados de los que desde el poder manejan el hecho religioso.
Para perpetuar la violencia y la guerra, de la que se obtienen suculentos beneficios, conviene tener siempre un enemigo. Acabada la Guerra Fría, se buscó uno nuevo: el Islam. Había que teorizarlo y de ello se encargó Samuel Huntington con su “choque de civilizaciones” en el que preconizaba que las futuras guerras ya no serían ideológicas o económicas sino que se darían entre civilizaciones.
Esa guerra se daría fundamentalmente entre Occidente y el Islam. Huntington consideraba que el Islam engendra violencia y que las fronteras con Occidente estaban “ensangrentadas”. Teoría confirmada, según sus defensores, por el 11 de Septiembre de 2001 en Nueva York y Washington con atentados terroristas que costaron casi tres mil vidas humanas. Pero lo que quizás olvidaron fue que sus autores eran una parte muy minoritaria de los musulmanes y que era miembros de una organización que nació con el apoyo del gobierno de Estados Unidos.
Reservas de petróleo en el mundo
Como también olvidaron que esas fronteras ensangrentadas están repletas de petróleo y gas que son el motivo principal de las luchas de poder. Luchas que se dan fundamentalmente entre los propios musulmanes, divididos en Oriente Medio: de una parte los chiíes y de otra los suníes, persas y árabes respectivamente.
En esa parte de responsabilidad que corresponde a Occidente de lo que sucede en Oriente Medio se incluye la aparición del Estado Islámico (ISIS/Daesh), consecuencia directa de la invasión de Irak en 2003 y la posterior gestión de la victoria militar de la coalición capitaneada por Estados Unidos. El desmantelamiento del Estado iraquí y de sus fuerzas armadas, y el relegar a los suníes en beneficio de los chiíes han sido causas fundamentales de la emergencia del Estado Islámico.
El Estado Islámico (Daesh), a diferencia de Al Qaeda, ha optado por ocupar territorio, así controlan ciudades y pozos petrolíferos con lo que obtienen recursos económicos. Utilizan la propaganda del terror para amedrentar a sus enemigos y para reclutar nuevos adeptos. Técnicas que, por desgracia, no son nuevas en ninguna guerra.
 El califato universal que pretenden, no es sino la manera de extender su influencia entre los musulmanes del mundo entero. Cuentan con un gran aliado: el descontento de muchas poblaciones que viven en la opresión y la miseria.