Siete testigos del horror sirio
Reporteros españoles que cubrieron el levantamiento sirio y la guerra desde los primeros días aportan su visión personal de la deriva que ha tomado un conflicto que ha entrado en su quinto año
La revuelta popular contra Bashar Asad cumple cinco años superando el modelo clásico de guerra civil entre dos bandos. Hoy es una compleja una amalgama de conflictos enconados con multitud de actores y la participación de EEUU, Rusia, aliados, países europeos y varias naciones árabes. Hacía décadas que un conflicto no se ponía tan difícil para los periodistas, secuestrados, asesinados o usados como propaganda. En España muchos reporteros han cubierto el levantamiento sirio casi desde los primeros días. Tres de ellos, Antonio Pampliega, José Manuel López, y Ángel Sastre, permanecen retenidos en Siria. Esta es la visión personal del conflicto de algunos de los que lo han cubierto sobre el terreno.
Javier Espinosa
Reportero de EL MUNDO. Corresponsal en Asia
La revuelta siria fue, como la del resto de las naciones árabes, el resultado del hartazgo general de la población ante décadas de opresión. Un sentimiento que primero se canalizó hacia la demanda de libertad, algo que se vio arrinconado cuando el régimen respondió matando a miles. El odio no entiende de lógica y eso es lo que buscaba Bashar, por eso liberó a cientos de extremistas, porque sabía que las víctimas que ya no pedían democracia sino venganza terminarían aliándose con los únicos que se la ofrecían, los radicales. "Es una trampa perfecta a la que nos estamos dejando arrastrar, lo sabemos pero no lo podemos evitar", me dijo en una ocasión uno de los principales activistas de Alepo. Los desencantados, los que no aceptan ni a Bashar ni a los islamistas son los que han terminado huyendo a Europa.
Mónica G. Prieto
Reportera 'freelance'. Colaboradora de EL MUNDO y Periodismo Humano
"Esta revolución no viene de la nada". Me lo decían a decenas en aquellas manifestaciones multitudinarias que tomaba las calles de Homs y Alepo, desafíos civiles y pacíficos donde las únicas armas que se alzaban frente a los soldados del régimen eran pancartas y megáfonos. "Viene de la represión, de las torturas, de las desapariciones en prisión, viene de la corrupción de una familia gobernante que nos miente presumiendo de su firmeza contra Israel pero que nunca ha enviado a tantos soldados a combatir contra los sionistas como nos envía a nosotros". El régimen no sólo ignoraba el clamor de las calles: lo bombardeó, destruyó plazas, barrios y ciudades enteras, empleó la aviación contra sus civiles, usó armas químicas aprovechando el silencio cómplice de Occidente y liberó a los salafistas de sus cárceles mientras que los opositores, los activistas, aquéllos que no tenían delitos de los que acusarles, quedaban para siempre en prisión. Alimentó el extremismo islámico para justificar su "lucha contra el terrorismo" y su defensa de las minorías religiosas, aunque eso implicase potenciar la creación del monstruo del ISIS, el único grupo armado que no ha sido atacado por el régimen sirio. Los moderados fueron desapareciendo, detenidos o radicalizados por las bombas y el extremismo alentado y financiado desde los países del Golfo. La revolución fue devorada por el régimen, que demostró una estrategia exquisita a la hora de evitar, a toda costa, perder el poder.
Mikel Ayestarán
Reportero 'freelance'. Grupo Vocento
Si en marzo de 2011 alguien me dice que cinco años después Bashar Asad seguiría en el poder, no le habría creído. El presidente parecía que seguiría los pasos de Mubarak, Ben Ali o Gadafi, pero no ha sido así. El desconocimiento sobre Siria ha sido y es una de las mayores lagunas de la prensa y la diplomacia occidental, no tenemos ni idea realmente de lo que ocurre. Siria es un gran desconocido. Asad resiste en el poder gracias a la ayuda de socios como Irán y Rusia, que han demostrado ser mucho más fiables que Estados Unidos, Europa y los países del Golfo, que apadrinaron a una oposición política y armada que en ningún momento ha logrado erigirse en alternativa seria al régimen. Y el presidente resiste en el poder gracias al respaldo firme de unas minorías que saben que sólo pueden elegir entre el régimen o la muerte a manos de grupos como el Estado Islámico o el Frente Al Nusra. Teniendo en cuenta el presente de países como Irak o Libia, hasta que no haya alternativas, parece que Asad seguirá en su trono.
Rosa Meneses
Reportera de EL MUNDO
Era agosto de 2012. En algunas localidades del norte de Siria en manos de las fuerzas rebeldes empezaron a proliferar los comités revolucionarios. Con el fin de atisbar cómo sería la 'nueva' Siria una vez se liberara del régimen de Bashar Asad, me desplacé a Al Bab (a las puertas -que es lo que quiere decir Al Bab- de Alepo) y lo que vi me dejó impresionada. El presidente de la Asamblea Ciudadana, Mahmud Sa'ih, describía cómo se organizaban. Todo parecía normal (trabajaban para solucionar los problemas de electricidad, escasez de medicinas o de combustible) hasta que dijo: "Gobernamos según métodos islámicos y a los criminales los llevamos a prisión donde les damos la oportunidad de cambiar. Los reeducamos con el Corán". Visité la Corte Islámica donde un ulema imponía la sharia y decía que sólo la ley islámica "protege los derechos de todos". Y, al visitar la prisión, entendí lo de la "reeducación". Los presos eran jovencísimos soldados del ejército de Asad -algunos cristianos y alauíes- que leían todo el día el Corán "con el fin de mejorar sus mentes y su manera de pensar", según Sa'ih. Había llegado hace algunos días al norte de Siria y ya había advertido que los idealistas manifestantes que reclamaban sus derechos civiles habían sido sustituidos por milicianos armados con sed de poder y venganza. Pero aquel día en Al Bab me di cuenta de que Siria iba hacia el abismo en el que hoy está profundamente atascada.
Marc Marginedas
Reportero de El Periódico de Cataluña. Ahora corresponsal en Rusia
Nunca los corresponsales de guerra hemos sido testigos de las atrocidades cometidas en Siria. Los civiles han sido objetivo preferente desde el inicio del levantamiento pacífico contra el régimen de Bashar Asad como en ningún otro conflicto de los que recuerdo, mediante ataques deliberados y bombardeos con armas convencionales y de destrucción masiva contra escuelas, hospitales y zonas urbanas densamente pobladas. En 1982, el padre de Bashar, Hafiz Asad, recurrió a tácticas similares para aplastar a la insurgencia en Hama, y la comunidad internacional acabó olvidándolo. Gracias a Dios, el mundo ha cambiado mucho desde entonces. El gran logro del periodismo en la guerra civil siria es que ningún Gobierno en Europa o América se atreverá a rehabilitar públicamente al dictador de Damasco, ahora que ha aparecido la amenaza de Estado Islámico en el horizonte. Asad será un paria internacional hasta que las circunstancias cambien y le llegue el momento de rendir cuentas con la justicia.
Ricardo García Vilanova
Fotoperiodista 'freelance'
Jawal Zawiya, 2011. En un pequeño pueblo durante la noche se celebra una manifestación pacífica bajo la consigna de la libertad y el cambio, solo los niños se dejan fotografiar, por miedo a futuras represalias por la temida mujabarat. Los francotiradores del régimen empiezan a disparar sobre la misma, mientras los tanques avanzan hacia la entrada de la calle principal, la gente se refugia en sus casas y otros tratan de escapar a poblaciones cercanas. Así era Siria al principio, solo un puñado de gente que, contagiados por la llamada Primavera Árabe, anhelaban otra vida. Siria se ha convertido en un conflicto sectario, condicionado por injerencias de otros países con una agenda propia que tienen como misión final servir sus propios intereses. Unos años después, parte de esa población que inició esa revolución, está bajo tierra o tratando de llegar a Europa formando parte de la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, algunos otros se radicalizaron y los pocos menos aún siguen en el país, tratando de mantener el espíritu de esa revolución, como se vio estos últimos días en la ciudad de Alepo, en la que en la manifestación del viernes ondeaban las viejas banderas y cánticos. Aunque todos son conscientes ya de que es demasiado tarde, y tal como dicen algunos: "Nunca dejare Siria, moriré aquí".
Mayte Carrasco
Reportera 'freelance'
Al principio no fue evidente. La certeza me vino poco a poco, con el tiempo. No me produjo una sensación agradable, sino un regusto amargo como de resaca; un dolor parecido a una indigestión de un bicho malo que comí sin querer y que quiso terminar conmigo. No sé si lo vencí. Lo único que sé, con cierta certeza que como digo me vino poco a poco, es que la guerra de Siria me cambió para siempre. Porque supe que nuevos tiempos llegaban. Que la libertad estaba herida de muerte y que la mataban poco a poco, como a la Primavera Árabe. Muerta. Como todos los que conocí allí. Bajo tierra. La esperanza, el entusiasmo, el romanticismo. Bajo tierra. Siria marcó para mi el fin de la libertad. La libertad de protestar, de prosperar, de expresarse, de ser. Fue y es una lección para el mundo. Me enseñó, nos enseñó, que por mucho que luchemos por un mundo mejor, no ocurrirá. Ahora no. Y ahora para mí, como periodista o escritora, lo interesante es seguir contándolo y contándolo; aunque ese bicho indigesto y malo siga doliendo. Doliendo no, matándome un poco a mí también de puro recuerdo. Por dentro.
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