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jueves, 21 de abril de 2016

Cartas sobre la Vía Espiritual: Al-Rasa’il Shayj Al-‘Arabi al-Darqawi

Estas cartas (mudhakara) son numerosas. No se dirigen solo a alguien concreto de entre nuestros amigos. A veces estaban destinadas a uno de ellos, otras a más de uno y otras a todos

21/04/2016 - Autor: Mulay al-Darqawi
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Prefacio
Bajo el título “Cartas de un maestro sufí”, Titus Burckhardt publicaba en 1978 en ediciones Arché Milano una traducción de algunas de las cartas del Shayj al-‘Arabi al-Darqawi. Por primera vez quienes se interesaban por el sufismo en occidente podían acceder a esta recopilación, que acabó siendo luego una obra de referencia en la materia. A pesar de que existía una traducción inglesa publicada años más tarde, era necesario volver otra vez sobre este texto. La nueva traducción que publica la asociación “La Caravane” presenta aspectos inéditos y completa el trabajo realizado anteriormente.
La lectura de las cartas de este gran educador y maestro espiritual que fue Mulay l-‘Arabi al-Darqawi es en sí misma una bendición y como un soplo de la Misericordia Divina. Este representante de la nobleza hasaní, instalado en la región de los Banú Zarwál, en el corazón del Rif marroquí, donde se encuentra hoy su tumba, vivió durante la segunda mitad del siglo XVIII y murió en 1823 a avanzada edad. Es su vida más que su obra, la que ha dejado un rastro indeleble en los medios religiosos del Islam magrebí. Su fuerte personalidad, atrayente y majestuosa a la vez, y la fecundidad de su descendencia espiritual, confirman la cualidad de renovador (muyaddid) que le ha sido atribuida.
Descendiente del Profeta y a la imagen de éste, el Shayj al-Darqawi ha sabido hacer brotar en sus discípulos y donde quiera que ha sembrado sus enseñanzas, las mejores cualidades de nobleza de carácter, desarrollando también la inteligencia natural de su pueblo. Su influencia, que llegado el momento se ejerció desde el mendigo  hasta el mismo Sultán, mantiene presente todavía hoy --a veces de manera desapercibida y ensombrecida-- la luz y el testimonio de la unicidad Divina.
Tuvo innumerables discípulos directos o indirectos, tratándose a veces de poblaciones enteras. Su rechazo a prestarse al juego político le costó un año de prisión, infligida por el Sultán Mulay Sliman. Cuando éste se dio cuenta del daño causado, quiso liberarle, pero el Shayj se negó, afirmando que no saldría de su cautiverio hasta que el Sultán mismo saliera, lo que ocurrió poco después, cuando éste murió.
El mismo decía a sus discípulos que este mundo busca al que le huye, de la misma manera que rechaza al que lo busca, poniéndoles en guardia contra cualquier ambición terrestre, sobre todo si esta recubre su verdadera naturaleza con una especie de máscara de piedad.
Como muchos otros Maestros Shadilies, Mulay al-‘Arabi al-Darqawi no ha dejado obra escrita alguna. Sus cartas, consignadas para retener, como él mismo lo explica, las inspiraciones espirituales que le venían, constituyen su único libro: único es igualmente por su forma y contenido. De una parte, sus cartas no tienen verdaderamente un carácter epistolar. Incluso cuando las dirige a una persona en particular, escapan a las circunstancias logrando transformar hechos particulares en certezas universales. Fue el mismo autor quien dio instrucciones de reunirlas y difundirlas entre sus discípulos. Transmiten una enseñanza oral, fruto del contacto directo, y esta es la razón de que tengan un “gusto” y una sorprendente autenticidad.
Cada carta nos conduce, gracias a una capacidad de síntesis, de la anécdota más pequeña al centro mismo de nuestro ser. A la luz del Conocimiento divino, el más insignificante detalle se convierte súbitamente en algo susceptible de una interpretación más profunda, y todo esto con un lenguaje espontáneo que es fruto de una comprensión intuitiva inmediata de los estados del alma. Como ha dicho uno de sus descendientes espirituales, el Shayj ‘Adda Bentounés: “Hablad, simplemente hablad el lenguaje de la verdad”.
Sin embargo, aunque las palabras son simples y accesibles, no es tan fácil comprenderlas como es debido. En cada una de sus alusiones, el Maestro deja al lector la responsabilidad de comprender los significados subyacentes de sus palabras, pero éste no las comprenderá más que en función de su implicación y posicionamiento respecto a ellas.
Estas cartas contienen, de cierta forma, toda la enseñanza de los maestros shadilies precedentes. Constituyen de alguna manera una aplicación y una actualización de estas enseñanzas, cuya libertad respecto a las formas externas puede eventualmente enturbiar la comprensión. Estas cartas son, en efecto, a veces desconcertantes e incluso, en ciertos casos, aparentemente contradictorias. El combate y la atención interior que suscitan no permiten que nadie quede indiferente, sobre todo cuando este discurso y su transmisor aparecen unidos de tal manera que uno hace realmente referencia al otro.
Para interpretarlas bien y “situar” estas enseñanzas, más incluso que para otros textos sufíes, es necesario comprender el contexto espiritual y material en que se sitúan, es decir el contexto de un sufí típicamente marroquí donde estos dos dominios están inextricablemente ligados, como dos aspectos de una única realidad.
J.J. González
Nota del traductor
Para realizar ésta traducción de la correspondencia (Rasâìl) de Mulay-l-‘Arabi al-Darqawi he utilizado la edición árabe publicada en 1999 en Abú Dhabi por la Cultural Foundation, luego reeditada en Dar al-Kutub al-Ilmiyya como Bishar li-ahli al-sufiyya. Me he ayudado de las traducciones realizadas al Inglés de Aisha Bewley y, sobre todo, de la del francés de M. Chabry, editada en La Carvane, de la cual ésta es, en parte, una humilde traducción al español. Las que pertenecen a esta última traducción aparecen en esta edición sin asterisco, mientras que las que he traducido directamente del árabe aparecen con asterisco.
He traducido buena parte de las cartas, aunque he omitido algunas que claramente repetían a otras ya traducidas. Quizá en ello se haya perdido algo en el camino, pero estimo que el resultado final es consistente y da una buena idea de lo que el Maestro pretendía transmitir.
Tampoco he traducido las muchas y muy buenas notas de la edición francesa. Escapaban a mi capacidad. Pero las he tenido en cuenta en la traducción, que se ha beneficiado enormemente de ellas.
El valor y el bien que hay en estas cartas son mérito de su autor, mulay al-'Arbi al-Darqawi, y cualquier fallo o defecto, son solo muestra de la incapacidad de su traductor.
Nuruddin Margarit

Introducción
En el Nombre de Dios, el Todo Misericordioso, el Muy Misericordioso.
Y que la gracia y la paz estén con nuestro señor Muhammad y su familia.
Dios ha concedido la gracia a su servidor al-‘Arabi Ibn Ahmad al-Sharif al-Darqawi, oriundo de los Banú Zarwal, de haber conocido al eminente maestro espiritual (shayj) de noble origen, amigo íntimo de Dios, Abu-l-Hasan Sidi ‘Ali Ibn Sidi ‘Abd al-Rahman al-Hasaní al-‘Amraní en 1182. Esto sucedió en Fez, donde regresó a Dios en el 1193H. Su tumba, bien conocida, se encuentra en el barrio de Ramila, que Dios nos beneficie de su bendición.
Su padre, del linaje de los 'Amraníes, y por tanto descendiente de al-Hasan, se estableció en Fez, ciudad en la que regresó a Dios. Algunos dicen que fue su abuelo el que allí se estableció. Se le conocía con el apodo de "el camello" (al-Yamal). El origen de este apodo se debe a la anécdota siguiente: Sidi ‘Ali era físicamente muy fuerte en su juventud. Ocurrió que, mientras pasaba por una calle de Fes, encontró un pequeño camello o camella dormitando. Levantó al animal y lo desplazó para dejar libre el paso. Alguien que le vio actuar de esta manera dijo entonces: “Éste es el camello”. Esto le valió el ser conocido por la gente de Fez por este apodo, aunque en lo que se refiere a su linaje corresponde al de un noble Hasaní ‘Amraní como acabamos de decir.
Era uno de los grandes Maestros de la Vía, constantemente ebrio y continuamente lúcido, reuniendo poderosamente los dos estados. Era de los que realizan el despojamiento interior y exterior, de los detentores de la doctrina de la élite, como el santo de Dios, Abû l-Hasan al-Shustari o sus semejantes entre los más grandes.
Dios se ha mostrado ciertamente generoso a mi respecto otorgándome su amor y su compañía dos años enteros. Después volví a los Banú Zarwal donde vivo ahora, visitándole dos o tres veces por año, a veces más. En cada ocasión permanecía con él un cierto tiempo para escuchar sus enseñanzas espirituales (mudhakara).
Me transmitió la práctica del recuerdo (wird), que comprende las siguientes letanías: “Pido perdón a Dios” cien veces, “¡Dios mío! Concede las bendiciones a nuestro Señor Muhammad, Tu siervo y Enviado, el Profeta iletrado, así como a su familia y sus compañeros, y la paz más completa” cien veces, “No hay divinidad sino Dios” mil veces, añadiendo “Nuestro Señor Muhammad es el Enviado de Dios, que la gracia de Dios esté con él y con su familia” al final de cada centena. Se recita este rosario después de las plegarias del alba y puesta del sol. Después me dijo: "Este rosario, forma parte para nosotros de la vía de las gentes del exterior, nuestros señores los Nasiríes". Me enseñó a continuación el Nombre Supremo, es decir la mención del Nombre Allâh sin límite de veces, diciéndome también: “Para nosotros, esta es la vía de las gentes del interior, nuestros señores los descendientes de Ibn ‘Abd-Allah, las gentes de Majfiyya de Fez”. Cuando terminó con esto, me dijo: “Ahora ve y vuelve.”
Puse esto en práctica todos los días, yendo a escucharle con algunos hermanos a Fez. Permanecí así con él para recibir su enseñanza, hasta que Dios lo llamó a Él. ¡Por Dios, su enseñanza (tadhkir) me aprovechó! Él me permitió distinguir a las gentes que permanecen concentrados (dhikr), mientras viven en sociedad, de aquellos a quienes la compañía de los hombres les distrae. Nadie me ha engañado jamás ni con su ciencia ni con sus actos. En efecto, algunos se entregan a numerosos actos de piedad aunque en realidad están distraídos de Dios a pesar de ello. Y al contrario, otros tienen pocas obras en su haber pero a pesar de lo modesto de su ciencia y sus actos, saben permanecer concentrados. Actúan conforme a lo que saben y por ello Dios les hace heredar las ciencias que no conocían, como cuenta la tradición (hadíz). Estos son superiores a los otros, precisamente por ser actuar en consecuencia, no por el hecho de saber mucho sin actuar conforme a su ciencia.
¡Por Dios, cuando vi la excelencia de la pedagogía espiritual (mudhakara), su secreto y beneficio, quedé prendado! Después lo practiqué con aquellos a los que amaba, que Dios les fortalezca y les haga extinguirse de ellos mismos en Él. En efecto, no ama apasionadamente a Dios quien no se extingue en Él, como ha dicho el Imam de los apasionados, Abú Hafs ‘Umar Ibn al-Farid en su Ta’iyya:
No podrás sentir pasión por Mí
Si no te extingues en Mí.
Y para extinguirte en Mí,
Te será necesario contemplar Mi forma en ti.
Estas palabras no son producto de su alma, sino que a través de él es su Señor quien ha hablado. En cuanto a él, por Dios, se ha ido como los otros y ha triunfado como sus antecesores.
El Pueblo (qawn, los sufíes) se ha expresado ya respecto a la extinción (faná) y se han dicho muchas cosas. Para nosotros, la más elocuente de las definiciones es la de Abú Sa’id Ibn al-‘Arabi. Cuando se le preguntó qué era la extinción, respondió: “La extinción es que la Inmensidad divina y la Majestad aparezcan en el servidor y le hagan olvidar este mundo, el otro, los estados, los grados, las estaciones y las letanías (adhkar); le extingan a todo, a su inteligencia, a su alma, a su extinción respecto de las cosas y a su extinción de la extinción, por la inmersión en los océanos de la gloria...”
Sólo dos puertas permiten acceder a Dios: la gran extinción, que es la muerte natural, o la extinción a la cual se refiere esta comunidad (tá’ifa), es decir los shadilies. Como lo ha dicho Sidi Abú l-‘Abbas al-Mursí: “¡Oh Dios mío!, abre nuestra visión espiritual, ilumina nuestro interior, extínguenos a nosotros mismos y haznos subsistir por Ti, no por nosotros”.
Cuando estamos con Él,
Dominamos sobre los hombres,
Pero si volvemos con nosotros mismos,
La humillación de los judíos se eclipsaría frente a este drama.
En las sabias palabras (hikam) de Ibn ‘ata’ Allah, se dice: "Ilimitada es la censura en la que incurres, si Él te hace valerte por tí mismo. Pero si Él manifiesta en ti Su generosidad, serás alabado en extremo."
Mi maestro (ustadh) me ordenó en esta época anotar por escrito las inspiraciones espirituales que me venían, diciendo:
“Cada vez que te llegue una inspiración espiritual apresúrate a consignarla por escrito para evitar que desaparezca. La primera vez, viene como una montaña, si te apresuras a anotarla la retienes tal como ha llegado. Pero si lo dejas para más tarde, entonces viene como un camello. Si aún así te sigues retrasando, llegará a ti como un pequeño pájaro. Si continuas dejándolo pasar, se va y te abandona. Para conservarla es preciso amarrarla por medio de la escritura, pues es como el cordero: si lo amarras con una cuerda puedes conservarlo, si no, se va. Si la conservas, otra vendrá, después otra y así sucesivamente. Es la única forma de avanzar en la vía, para ti, como para los demás. Considera por un momento el caso del nadador que se impulsa en el agua tanto con la mano derecha como con la izquierda. Así progresa sin detención, al contrario del que no hace ningún movimiento y queda inmóvil sin avanzar." Esto fue lo que me dijo.
Así pues, escribí las enseñanzas (mudhakara) que me venían al espíritu, aunque no siempre, solo en ciertos momentos, pues de otra manera habría quedado desbordado, pues pensamos que es inútil hablar demasiado. Una pequeña enseñanza es suficiente si la intención está presente y se le hace caso; sin ella, no sirve de nada. Por tanto he querido reunir una parte, lo que Dios quiera, con el fin de que la gente que amo aproveche durante mi vida y después de mi muerte, si Dios quiere. Lo que también me ha impulsado a reunirlos es la bendición y el beneficio que de ello resulte, pues “hay una bendición y un beneficio en la unión”. Esto es así para que nuestra vía se conozca y quede manifiesta, tanto para nuestros amigos como para aquellos que quieran seguirnos. Si Dios quiere, incluso otros se beneficiarán al descubrir estas enseñanzas. ¡Y cuán inmensa es la recompensa de quien hace que se beneficie un creyente! Puede ser que hasta la gente de ciencia (‘ilm) que critica esta vía que nosotros seguimos encuentren ahí un precioso rubí de ciencia, si estas cartas caen en sus manos: regresarían a la búsqueda inicial para finalmente aceptar esta vía, abandonando así su descuido para volver a la concentración (dhikr). Estas enseñanzas les supondrían un aumento de misericordia, pues: “Dios es misericordioso con los misericordiosos”. Y no les faltará, si Dios quiere, joyas de ciencia, gracias a la bendición de la gente de la Vía.
En verdad, tuve un sueño mientras estaba en Féz al-Bali, en el que un cierto rey me daba un libro que yo abría y en el que encontraba numerosas joyas –esto ocurría en el siglo XII de la Héjira--. El rey al que vi es el señor de las gentes de nuestra región, nuestro señor Idris Ibn ‘Abdallah al-Kamil Ibn Mawlaná l-Hasan al-Muthanná al-Hasán al-Sibt, el descendiente del más grande Imam, de secreto resplandeciente, el más célebre, nuestro señor ‘Alí Ibn Abí Tálib. Como me fui a su tumba por deseo de obtener la ciencia, el sentido de este sueño me apareció claramente: el rey que vi, representaba a Dios, y las joyas eran joyas de ciencia. La noche anterior a este día fue en la que encontré al maestro, él me transmitió la práctica (wird) y me inició a la invocación del nombre de Majestad (Alláh). Vi al imam del que hablamos, nuestro señor ‘Alí, junto a la tumba de Moulay Idris el Menor. Cogí entonces su mano bendita y le llevé a la madrasa Misbahiyya para honrarle, pero me desperté en el momento en que llegaba al zoco de los Shammá’in. Cuando informé al maestro de lo que había visto, me dijo: “Te espera un gran beneficio, pues formas parte de la gente de la vía (tasawwuf). ‘Alí es en efecto su Imam; es el Polo y su mayor representante”.
Después de esto tuve un estado de extrema contracción que me dominó durante una época, hasta tal punto que faltó poco para que me arrancase del Islam. En cuanto a los privilegios, me los quitó y me alejó de ellos. En ese momento no tuve otra elección que abandonarme totalmente a mi Señor. Tomé la resolución de visitar la tumba del célebre santo sídi Abú-l-Shitá al-Jammár, en la que pasé la noche leyendo el Libro de Dios de forma sin poner en ello el corazón, pues de éste no me quedaba sino el nombre. Lo leí entero, de comienzo a fin, pidiendo a Dios después de la lectura que me librara de este estado. Me abandoné totalmente a Su elección y reconocí mi completa indigencia. Se apoderó el sueño de mi al terminar esta petición, y me vi en sueños salmodiando la azora al-Qasas en voz alta y de forma muy aplicada, en compañía de un hombre iletrado, que era incapaz de descifrar su propio nombre. Cuando desperté, dejé la tumba y fui a consultar la obra de Ibn Mansur que trata de la interpretación de los sueños, regocijándome mucho de lo que en ella encontré. En efecto el autor transmite de al-Kirmaní que la lectura en sueños de la azora al-Qasas simboliza la posesión de la ciencia, de la comprensión y del discernimiento respecto de las personas, lo cual se realizó en mi caso después por la gracia de Dios. Gracias le sean dadas.
Estas cartas (mudhakara) son numerosas. No se dirigen solo a alguien concreto de entre nuestros amigos. A veces estaban destinadas a uno de ellos, otras a más de uno y otras a todos. Solamente después de percatarme del beneficio que contenían, de su secreto y excelencia, me dediqué a reunirlas.
El hombre inteligente debe limitar sus escritos a lo que es aceptable por el sentido común y dejar el resto, pues el Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, ha dicho: “Exprésate en función de las capacidades de quienes escuchan”. Conviene también dejar de lado aquello que es fuente de controversia en sí mismo, para evitar polemizar con la gente. En efecto, lo que no da pie al alma para que lo contradiga, será también aceptado por los polemistas. En caso contrario, sus propósitos se verán rechazados.
Ciertamente las palabras de los más grandes, como Junayd, al-Ghazálí, Ibn al-‘Arabí al-Hátimí y sus semejantes han sido rechazados por aquellos que no podían alcanzar su estación. Sólo quien llega a comprender su estación puede comprender sus palabras, y sólo el que es verdaderamente de los suyos, las acepta. En cuanto a los demás, solo les queda entretenerse con los alfaquíes, tomándolos por (espiritualmente) elevados y propagar en su nombre acusaciones innobles de ignorancia, desviación, estupidez, herejía e incredulidad ¡Que Dios nos preserve de caer tan bajo! Sólo aquel cuya vista está obstruida y cuyo interior está oscurecido puede caer ahí ¡Que Dios nos preserve!
Shayj al-‘Arabí al-Darqáwí



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