Libro en PDF 10 MITOS identidad mexicana (PROFECIA POSCOVID)

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sábado, 9 de abril de 2016

Solemne recepción de Ángela Peralta.

Solemne recepción de Ángela Peralta.- El cinco de mayo.- Teatro Principal.- Publicaciones.- Un poco de política.- La ópera.- Emilio Reynoso.- Gran serenata.- Cosas de Juan Diego.- El maestro Melesio Morales.- Justo Sierra.
Verificada la recepción de la célebre artista Ángela Peralta, en los mismos días en que termina mi anterior revista, me toca hoy hablar de este suceso que bien merece la pena ocupar nuestra atención. Ángela Peralta que muy justamente ha llegado a alcanzar una reputación no sólo americana sino europea; el Ruiseñor Mexicano como se le llama hoy en ambos mundos, es el orgullo de nuestra patria. Su canto divino habla al corazón; y en esas inimitables armonías que produce su garganta, parece que el alma pensadora descubre algo más allá de eso que todos oyen y que todos sienten. ¿Será que el canto de nuestro ruiseñor es una querella, un suspiro tierno, un efluvio del alma dolorida de nuestra patria que solloza al contemplar el mísero estado en que sus hijos la tienen? ¿Será una plegaria que se eleva al cielo por la suerte de este infortunado país, o es el canto de Ángela una lágrima vertida sobre la última flor de la esperanza? Como quiera que sea, ella es una verdadera gloria nacional. ¡Ah!, si alguna vez he lamentado no tener conocimientos musicales, es ahora en que quisiera darles a conocer el tesoro de México en Ángela Peralta.
Pero no debo ocuparme aún de la brillantísima ejecución de las óperas en que ha tomado parte; debo darles cuenta en este lugar, de la entusiasta recepción que espontáneamente le hizo la sociedad mexicana.
A pesar de haber caído una fuerte granizada momentos antes y de continuar una llovizna molestosísima, la estación de Buenavista estaba esa tarde literalmente llena de una concurrencia ávida de saludar antes que todos a Ángela Peralta. Las clases todas de la sociedad estaban allí representadas, y era hermosísimo el cuadro que representaba aquel espacioso lugar cubierto con infinitos coches particulares y con un número considerable de jinetes (a quienes no consagraré el galante adjetivo de apuestos). Tan pronto como la voz de la locomotora se hizo oír, llenaron los aires los ecos alegres de una banda situada en la estación, y al bajar la célebre artista del wagon, el pueblo prorrumpió en entusiastas aclamaciones, y así, en medio de una salva de aplausos y alegres vivas, se dirigió al Buffet de l´estation donde recibió mil felicitaciones. Ocupó después la carreta abierta que se le había preparado; pero la multitud se arrojó a desenganchar los hermosos frisones que debían tirarla, y por más esfuerzos que Ángela hizo para impedirlo, fue conducida por aquellos ardientes admiradores de su genio. Bien largo fue el trayecto que desde la estación hasta la habitación de la artista recorrió aquella numerosa comitiva; pintándose en todos los semblantes la satisfacción más grande y más sincera. ¡Qué diferencia de esas demostraciones preparadas con el oro, y que es tan fácil descubrir el influjo de los poderosos! La recepción fue, pues, digna de la notabilidad a quien se hacía, y según la opinión de muchos, ha sido una de las más espontáneas que en México se han verificado. Acompañaba en el coche a Ángela la Sra. su mamá, y el distinguido maestro Melesio Morales.
No puedo menos que consignar la satisfacción que me causó ver al gran compositor frente al dulce Ruiseñor Mexicano. Ellos en el divino arte de la música y el canto, así, como Cordero en el de la pintura, han colocado el nombre mexicano en Europa, a la altura que ambicionan para él los que aman este suelo.
Permítasenos siquiera estas glorias por ese destino cruel que nos ha cabido y que nos hizo nacer en una tierra que tiene entrañas de oro; pero que ha sido regada no tanto con el sudor de sus hijos, sino con sus lágrimas y su sangre...[4]
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Núm. 66, Mérida, viernes 16 de junio de 1871, pp. 3-4
Variedades
Revista
México, mayo 21 de 1871
Solemne recepción de Ángela Peralta.- El cinco de mayo.- Teatro Principal.- Publicaciones.- Un poco de política.- La ópera.- Emilio Reynoso.- Gran serenata.- Cosas de Juan Diego.- El maestro Melesio Morales.- Justo Sierra.
(Continúa)
Entremos al Teatro Nacional. Ante todo les diré que estas líneas son dictadas por el corazón. Desgraciadamente no poseo conocimientos musicales, para hablarles científicamente del espectáculo favorito hoy de la hermosa sultana del Anáhuac. Se anunció de una manera tan pomposa la compañía que, francamente, llegamos a creer que sólo en el cielo podríamos escuchar más gratas voces que en el Nacional. La empresa puso los precios a medida de su deseo, y el teatro se llenó. Ofreció la gran orquesta de los festivales, y nos dio otra que no es ni la misma que siempre ha servido allí. Bajo estas malas impresiones comenzó el abono. El enguantado público del patio recibió fríamente en su primera presentación a Ángela Peralta. ¿Será esta misma, me dije entonces, la que fue recibida en Buenavista con tan frenético entusiasmo? La voz divina del ruiseñor triunfó, y ya al segundo acto del sublime idilio de Bellini que se nombra La Sonámbula, no había uno solo que (no) se sintiese conmovido ante aquel torrente de armonías celestiales. Ángela Peralta en La Sonámbula ha obtenido alguno de sus espléndidos triunfos fuera de su patria.
No puedo resistir el deseo de trasladar aquí lo que el ilustrado redactor de la Iberia, el Sr. D. Anselmo de la Portilla, consignó en su acreditado periódico con respecto a esta primera función
“El teatro estaba lleno el sábado hasta no poder más; nunca se había visto allí más numerosa ni más lucida concurrencia.
“A los admiradores de la Sra. Peralta, que lo son de ella porque lo son del arte, les palpitaba el corazón pensando en lo que sucedería cuando el Ruiseñor Mexicano se presentara en la escena. Esperaban una explosión infinita de entusiasmo artístico y patriótico, y temían que el teatro se viniera abajo con los aplausos frenéticos de la inmensa multitud... Nada, el público la recibió con un saludo cortés, y eso fue todo. Proteo, el cronista musical del Siglo lo dic e bien: “Ángela Peralta fue recibida, no con frialdad, no con indiferencia; fue recibida, lo que es mil veces peor, con cortesía...”
“Ella sin embargo, supo enardecer después los corazones durante la representación, y arrancó aplausos a millares: los ganó bien en buena lid, y con buenas armas. Nadie dirá que los debió a la circunstancia de haber nacido en México.
“La Sra. Peralta no necesitaba ser hoy más que lo que era hace cinco años, para ser una maravilla; y sin embargo, a nosotros nos parece que es hoy más que entonces. Su voz es la misma voz purísima y dulcísima, pero más firme y segura; su garganta es la misma cascada de brillantes, pero más copiosa y espléndida. Esto lo decimos con algún temor de equivocarnos porque no somos inteligentes. Lo que podemos afirmar sin temor alguno, es que ha ganado infinito en sentimiento dramático y en el arte de expresarle. La edad, el estudio, la práctica, el arte, en fin, ha completado en la joven artista la bella obra de la naturaleza.
“Fue estrepitosamente aplaudida y llamada repetidas veces a la escena, y al final del segundo acto las niñas del Conservatorio le presentaron una corona de laurel, leyendo una de ellas con muy sentido acento, unos versos en loor de la eminente artista.
“Dignos compañeros tuvo la Sra. Peralta en la representación.
“El Sr. Verati es un tenor de hermosa presencia, de fisonomía simpática, de voz muy agradable y de bien cultivada inteligencia artística, y arrancó merecidos aplausos en muchos pasajes del interesante papel que desempeñaba. El Sr. Gassier domina la escena con su voz poderosa, con su actitud magnífica y con ese aplomo verdaderamente magistral que sólo corresponde a los grandes artistas avezados a los triunfos escénicos. Desde Marini no había resonado en el Teatro Nacional de México una voz más llena, ni habían visto sus concurrentes una acción más resuelta y gallarda. El Sr. Gassier cautivó al público”.
Hasta aquí el ilustre escritor.
De mí, sé decirles que mi alma estaba conmovida, que jamás había escuchado tan deliciosa voz, tan magníficos acentos, y que si hubiera tenido a mano todas las flores de delicado aroma que encierra ese jardín de la península, que se llama Mérida, las hubiera arrojado a las plantas de la célebre artista a nombre de Yucatán que tanto admira el arte. En cuanto al Sr. Verati, siento decirles que no me agrada tanto y que desearía ver menos su blanca dentadura. Gassier me parece excelente por su voz y por su inimitable maestría como actor. La Pagliari me tiene sin cuidado y no me pesaría su ausencia.
Se nos dio después Macbeth, ópera de Verdi, de gran aparato, y en la que se presentaron Mari y la Visconti. La Visconti tiene una magnífica presencia, y en una actriz consumada. Ejecuta el Macbeth con gran perfección; pero, sin que me ciegue el orgullo nacional, cediendo a las inspiraciones de mi corazón y mi conciencia, les aseguro que no puede establecerse un paralelo entre esta señora y el Ruiseñor Mexicano. Mari me ha agradado mucho, y también a todo el público.
¡Ah!, pero nada hay comparado a Ángela Peralta en Lucía de Lammermoor. Cuanto pudiera decirles, sería pálido; eso es lo supremo, lo infinito, lo inimitable del arte. No es un ser humano sino verdaderamente un ángel el que produce aquellas notas. ¿Y quién habrá que pueda expresar todas las emociones que despierta en el alma la Lucía? Fue tal el entusiasmo, tal la profunda sensación que en mí produjo esta ópera, que allí en el mismo Teatro Nacional compuse esa noche el siguiente soneto para felicitar a la divina cantona.
Lejos de aquí: por donde nace el día
existe un pueblo que entusiasta adora
el arte musical, y ese, señora,
el suelo de mi amor; la patria mía.
Al oír la dulcísima armonía
de tu divina voz encantadora,
en Mérida pensé; por eso ahora
a ti su canto el corazón envía.
A nombre de mi patria idolatrada
te vengo a saludar: modestas flores,
te ofrece nada más mi pensamiento;
mas mira en ellas, con amor grabada,
¡oh envidia de los dulces ruiseñores!
la admiración que al escucharte siento.
Perdonen que con tan pobres versos hubiese saludado a vuestro nombre a ese genio del arte con el cual puede enorgullecerse nuestra patria; perdonad que hubiese yo llevado indignamente vuestra voz. Pero todos felicitaban a Ángela, y me causaba verdadera tristeza no oír mezclado el nombre de Mérida en aquellas felicitaciones.


Después he oído La Traviata, por Ángela también, y cada día descubro nuevos tesoros y encantos en su voz celestial. Temo cansarlos y por eso dejo para otra ocasión volver a ocuparme de la ópera. Esta noche oiré a Tamberlick. Ya les diré mis impresiones.[5]

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