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miércoles, 21 de diciembre de 2016

Alemania en guerra

Alemania en guerra

La canciller Angela Merkel, con el ministro del Interior Thomas de Maiziere, en el mercadillo navideño atacado por el conductor del camión en Berlín. EFE
Presagio cumplido. Hace dos semanas, algunos medios alemanes advertían de nuevo, como cada año y de costumbre, de la amenaza latente: los entrañables mercados navideños, tan queridos y frecuentados por los ciudadanos y los turistas, un lugar idílico donde degustar una típica copa de vino caliente alemán y echarse unas risas tras la jornada laboral, son un objetivo potencial del terrorismo islámico y hay que estar muy atentos sin perder la calma y la alegría. Es más, el noviembre pasado, el Estado Islámico publicaba en una de sus webs de propaganda un tutorial de cómo ejecutar este tipo de atentados con camión. La verdad es que los alemanes llevan esperando este momento desde hace tiempo, antes incluso de París o Niza. Todos los expertos coincidían: la pregunta no es si va a ver un atentado, sino cuándo. Y ya lo tenemos aquí, según declaración de la canciller Merkel, que ayer, en su primera rueda de prensa tras la trágica noche del lunes, decidió centrase en la condición de refugiado del presunto autor material de los hechos, un pakistaní de 23 años que habría llegado el año pasado a Alemania pidiendo asilo. La policía berlinesa, no obstante, sigue dudando de su autoría.
Sea como sea, estas palabras de Merkel van a determinar el tono político de los próximos meses, que ya no va a ser tan autocomplaciente y generoso como había sido hasta ahora: "Si se confirma que el hombre que ha cometido este atentado es alguien que pidió asilo y ayuda, estaríamos ante una acción especialmente repugnante para todos aquellos alemanes que cada día se implican en la ayuda a los refugiados y a los inmigrantes". Ella misma trazaba así una peligrosa relación causal entre su política de inmigración y la muerte de 12 personas y 48 heridos, una relación que hasta ahora era impensable, sobre todo porque había sido la propia canciller, en un alarde de fraternidad que ella misma tuvo que lamentar después, quien había anunciado a bombo y platillo que Alemania iba a integrar a casi un millón de inmigrantes sin complicación alguna. Nadie debería olvidar que el año que viene hay elecciones generales en Alemania: Merkel sabe que si quiere ser reelegida debe corregir hacia la derecha su postura sin tener que reconocer su fatídico optimismo inicial. Para ello, necesita realizar una operación de auténtico malabarista: admitir que la llegada del terrorismo a Alemania no tiene nada que ver con su decisión de dejar abiertas las fronteras. De nuevo, no serán los centenares de miles de casos de buena integración los que marcarán el ritmo de la agenda política alemana, sino este atentado particular. La futura estrategia de Merkel es la que dejan barruntar sus palabras de ayer: que ella actuaba siempre de buena fe, como los miles y miles de altruistas alemanes que se ocupan día a día de la difícil integración de tantos inmigrantes, pero que al final todos han sido traicionados por el fanatismo y la intolerancia. El riesgo que atesora dicha estrategia es enorme, pues si bien Merkel puede ganarse así el apoyo de muchos populistas de derecha que ven en los refugiados el origen de todo mal que afecta al país, también es igual de probable que pierda la confianza y el respeto que se había ganado anteriormente de millones de alemanes que apoyaron su coraje.
Klaus Bouillon (CDU), presidente de la conferencia de ministros del interior, declaraba desafiante que "debemos constatar que nos encontramos en guerra, aunque todavía hay algunos que no lo quieren ver y sólo ven el bien". Si se refería a la canciller, el lunes tal vez lo cambió todo. Ahora ya no son únicamente los socios bávaros los que reclaman otra política migratoria y más mano dura. Así, Bouillon anunciaba también la inminente presencia, donde sea necesario, de más protección armada: "Sacaremos las pistolas, los fusiles, los rifles y todo el armamento que haga falta". Aunque ahora nadie es capaz de imaginarse un mercado navideño, metáfora de un tiempo de paz y recogimiento, convertido en un nido de ametralladoras, parece que nadie dispone tampoco de otra respuesta contra el terrorismo que no sea la respuesta armada y violenta.
Son sus propios subordinados los que ya no apoyan incondicionalmente la infundada filantropía y solidaridad de la canciller. Por no hablar de la derecha populista alemana, representada por la ascendente AfD, que el lunes por la noche se preguntaba en las redes sociales: "¿Cuándo va el Estado de derecho alemán a devolver el golpe? ¿Cuándo va a acabar esa maldita hipocresía? ¡Son los muertos de Merkel!". Y eso es lo que teme la canciller en estos meses previos a las elecciones: que sean sus muertos y que no haya manera de desligar el atentado de Berlín de sus controvertidas decisiones políticas. Un segundo atentado perpetrado por otro refugiado o una repetición de lo que pasó la nochevieja del año pasado en Colonia, serían fatal para sus aspiraciones y dispararía la intención de voto de la AfD. De ahí que desde este lunes por la noche muchos políticos conservadores hayan pedido que se desmantelen todos los mercados navideños o se les proteja adecuadamente. Pero, ¿qué se puede celebrar ya en Alemania? La angustia puede más que las palabras y el lunes una capital tan viva y radiante como Berlín enmudeció de golpe, dejando a los alemanes y a su canciller con un profundo sentimiento de culpa. Mientras que el SPD y los Verdes no se cansan de pedir calma y no precipitarse en las conclusiones, evitar el odio a los musulmanes y los prejuicios hacia los refugiados, la maquinaria del miedo ya ha alcanzado velocidad de crucero.

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