Noósfera nosotros: historia del despertar colectivo del cerebro de la Tierra
¿Avanza la evolución hacia el despertar de la mente planetaria? ¿Después de la biósfera surge la noósfera? Teilhard de Chardin, Vladimir Vernadsky, José Argüelles y Terence Mckenna conspiran con la mente de Gaia para activar una consciencia global que incluya a cada ser vivo como un nodo dentro de un todo interconectado autorreflexivo.
La única verdadera y natural unión humana es el espíritu de la Tierra
Pierre Teilhard de Chardin
La noósfera es la más grande utopía en la historia de nuestro planeta. Y aunque esta dimensión prometida por la evolución material, mental y espiritual no pueda existir en el espacio físico como lo conocemos, el éter (o el hiperespacio) con sus jardines dorados de información, sus ríos de luz y su total e instantánea interconexión es suficiente para mantener vivo este sueño de lucidez colectiva.
La palabra «noósfera» proviene del greigo nous (mente) y sphaira (esfera). El divino Platón utiliza la palabra nous en el Diálogo de Filebo, Sócrates dice: “Todos los filósofos concuerdan —y así se exaltan a sí mismos— en que la mente (nous) reina sobre el cielo y la tierra”. En la filosofía gnóstica, el nous, será visto en ocasiones como el padre del Logos, como el primer Eon, cuyo linaje da a luz a Cristo y a Sofía; en otras ocasiones el nous se identificará con Cristo mismo, algo que será retomado por Pierre Teilhard de Chardin, el sacerdote jesuita que crea el concepto, junto con el geoquímico Vladimir Vernadsky, de «noósfera».
«Debemos engrandecer nuestro acercamiento para englobar la formación que está ocurriendo ante nuestros ojos [...] de una entidad biológica particular que nunca ha existido en la Tierra —el crecimiento, afuera y arriba de la biósfera, de una nueva capa planetaria, una envoltura de la sustancia pensante, a la cual, por conveniencia y simetría, he dado el nombre del a Noósfera», Pierre Teilhard de Chardin, The Future of Man.
La evolución de una idea mística —la mente como algo que existe más allá del cerebro, que permea el universo y que lo fertiliza con la imaginación, atributo central de la divinidad— se desdobla a través de la biología y se refuerza al incluir los procesos de la materia. La mayor influencia en el pensamiento noosférico de Teilhard fue Henri Bergson y su concepto de la evolución creativa, el cual se opone al dualismo de Descartes y concibe a la evolución como una fuerza vital (elan vital) constante que anima a la materia y conecta fundamentalmente al cuerpo y a la mente (el papel esencial del universo es “ser una máquina de crear dioses”, decía Bergson).
El otro padre de la noósfera, quien también fuera padre de la geoquímica, Vladimir Vernadsky, concibe a la noósfera como la tercera etapa en el desarrollo de la Tierra, después de la geósfera (la materia inanimada) y la biósfera. Vernadsky ve el surgimiento de la conciencia como algo que debió estar implícito desde el principio en la evolución de la Tierra. Una corriente que va más allá de nuestra voluntad individual: «En la gran tragedia histórica en la que vivimos, hemos escogido elementalmente el camino correcto hacia la noósfera. Digo elementalmente, ya que toda la historia de la humanidad procede en esta dirección [...], la humanidad como un todo se está convirtiendo en una poderosa fuerza geológica. La mente de la humanidad y su trabajo se enfrentan al problema de reconstruir la biósfera bajo el interés de pensar la humanidad libremente como un solo ente».
La clave aquí es la concepción de la humanidad como una fuerza geológica, una fuerza de la tierra, incrustada en el río evolutivo del planeta. Esto es, la posibilidad de estar siendo usados por la Tierra para lograr conciencia de sí misma. Un proyecto de la mente planetaria, de lo que James Lovelock llamara Gaia, el supraorganismo que compone a la biósfera y trasciende la suma de sus partes, para sublimarse y quizás convertirse, como un alquimista superno, en una gigantesca piedra filosofal en donde la materia y el espíritu no se distingan y no exista la dualidad. Tal vez un proyecto que podría abortar en el caso de que no lo llevemos al punto crítico cósmico de despertar masivamente.
«El planeta es un tipo de inteligencia organizada. Es muy diferente a nosotros. Ha tenido unos 5 mil millones de años para crear una mente que se mueve lentamente y que está hecha de oceános, ríos, bosques y glaciares. Se está volviendo consciente de nosotros y nosotros nos estamos volviendo consciente de ella, extrañamente. Dos miembros más improbables de una relación difícilmente pueden ser imaginados: el simio tecnológico y el planeta que ensueña», Terence Mckenna.
Iniciamos este artículo diciendo que la noósfera es una utopia, porque es la idea-semilla de una colectividad idílica que busca fundamentalmente materializar un sueño, en realidad, eterrealizar todas la mentes en una mente, una gran capa radiante de consciencia interpenetrante y como tal va más alla de nuestra concepción del espacio material: ae conecta con la concepción de un espacio espiritual o un espacio de información similar a lo que en sánscrito se conoce como Akasha, palabra que significa éter, pero que también ha sido entendida por la teosofía como una biblioteca inmaterial o un banco de memoria universal, los registros akashicos. En esta cosmovisión, todo el espacio —el éter— en sí mismo es una plétora holográfica de información. En cada partícula de éter tenemos toda la información del universo, como si en cada bit estuviera todo el Internet (la teoría cuántica ha llamado esto el q-bit y la teoría de sistemas el holón). La noósfera es un avatar de Akasha, en el que amanece la posibilidad de conectarnos telepáticamente a toda la información del planeta y de cada uno de los organismos que lo componen, recibiendo en el plano místico la galvanización “de la verdad que os hará libres”.
Es una utopía porque las personas que han encarnado la movilización de la noósfera son grandes optimistas que ven en la evolución un vehículo de la inteligencia que no puede cejar, una arrolladora máquina orgánica que se magnetiza con el fin de la historia. Tanto Teilhard como Vernadsky y los continuadores de esta idea (Mckenna, José Arguelles, Ken Wilber) son, en el fondo, utopistas que acaso por su luminosa capacidad de penetrar en la noósfera misma y obtener la epifanía de su conciencia tienen una enorme confianza en su ineluctable sendero. Pero tenemos el caso de James Lovelock, quien popularizara la noción de que la Tierra es un ser vivo que se autorregula con su teoría de Gaia y que en su trabajo más reciente considera que debido a la fatalidad de nuestras acciones, y su efecto en el cambio climático, para el fin de este siglo solo existirán 150 millones de seres humanos sobre la faz del planeta ¿Será la noósfera solamente de ellos, los elegidos, concretizando el paraíso de la mente pero destruyendo el espíritu democrático de su origen? ¿O tendrán que reiniciar el sistema y atravesar un nuevo proceso evolutivo para congraciarse con la inteligencia nativa del planeta?
Pero sigamos por el sendero óptimo de la utopia, encausando la cristalización, tal vez participando en el tejido inalámbrico de este gran mandala planetario, esta collar de perlas de Indra en el que cada perla refleja no solo a todas las otras perlas sino todos los reflejos que se dan entre sí (donde las perlas son los pensamientos).
Erik Davis, en su libro Techgnosis, postula la tesis de que la tecnología esconde dentro de su hardware, en su inconsciente, el deseo de materializar el espíritu. Davis dice sobre la noósfera de Teilhard:
«Teilhard no tenía dudas de que esta transferencia (el mecanismo de evolución transferido hacia el nivel social y consciente) era por el bien, porque a la larga la actividad humana habría de despertar al planeta mismo. Desde sus inicios, el jesuita creía que la mente humana se tejió a sí misma en una matriz colectiva de comunicación e interacción, una red etérea de consciencia que no solo vinculaba a la individuos humanos sino que estaba destinada a cubrir a toda la biósfera como la piel de una cebolla. Teilhard llamaba a esta corona cerebral de la creación la “noósfera”, una entidad psíquica colectiva que surgió del mismo impulso orgánico y simbiótico hacia la unidad y a la complejidad que inicialmente llevó a los elementos químicos libres a unirse en moléculas y células”.
En la noósfera estas unidades que se alían son bits culturales, memes, lenguaje, imaginación, pensamientos y posiblemente vidas humanas en un crisol holográfico de sueños y emociones cuánticamente entrelazadas.
La influencia de la noósfera de Teilhard fue fundamental en los inicios de Internet. Los fundadores y editores de la revista Wired, Kevin Kelley, Louis Rosseto y John Perry Barlow, tomaron las ideas de Teilhard y las reprocesaron dentro de las tecnologías de la información, haciendo de la visión prístina de Internet un espacio neo- neurobiológico, donde la Red es la materialización —más allá de la metáfora— de las conexiones neuronales (y la información es el espíritu que se transmite electrofantasmagóricamente, anunciando, como el arcángel, la llegada de una nueva era).
Perry Barlow escribió en Wired: «El punto de toda la evolución hasta este momento es la creación de una organización colectiva de la Mente».
Rosetto dijo en una entrevista (citado por Erik Davis): «Lo que parece estar evolucionando es una conciencia global formada de las discusiones y negociaciones y sentimientos que están siendo compartidos por individuos conectados a las redes a través de aplicaciones cerebrales como las computadoras. Entre más mentes se conectan, más poderosa la conciencia será. Para mí esta es la verdadera revolución digital —no computadoras, no redes, sino cerebros conectándose a cerebros».
Ver reflejadas en la tecnología las ideas de Teilhard de Chardin y el optimismo generalizado de que la inteligencia (como en el caso de Tim Leary) conquista el espacio y nos hace emerger del polvo como creadores y controladores de nuestra realidad, da pie al transhumanismo y extropianismo, que postulan la posibilidad de escapar de la prisión del cuerpo y la muerte hacia una especie de noósfera puramente digital en la que nuestras conciencias inmortales, aumentadas por la interacción con las máquinas, estén totalmente conectadas y puedan acceder a paraísos artificiales de diseño. Este es el sendero donde la tecnología reemplaza a la magia y las máquinas a los cuerpos como vehículos del espíritu (que se vuelve información y luz eléctrica).
Pero por otra parte tenemos a Ken Wilber quien concibe la nueva etapa en nuestra historia como el “noóceno”, una época en que la inteligencia toma control de la sociedad, cuyo éxito estará determinado por “cómo logremos manejar y adaptarnos a la inmensa capacidad de conocimientos que hemos creado”.
Gobal Consciousness Project (GCP), el refinado proyecto de la Universidad de Princeton, mide los momentos en los que la consciencia humana se sincroniza y se vuelve coherente afectando el comportamiento de sistemas aleatorios. Es decir, momentos en los que la consciencia global afecta la materia. Midiendo eventos como el ataque de las Torres Gemelas, la elección de Obama o meditaciones colectivas, los científicos de Princeton (liderados por el maverick Roger Nelson) han notado que la sincronización de millones de personas afecta estos sistemas generadores de números aleatorios de forma que habría 1 en mil millones de posibilidades que esto se debiera al azar. Estos “electrogaiagramas” o EGGs (electroencefalogramas de la mente de Gaia) sugieren que existe “una noósfera emergente o el campo unificado de la conciencia descrito por los sabios de todas las culturas.”
Tanto Terence Mckenna como José Argüelles veían en la ominosa fecha del 2012 la cita planetaria con la noósfera. Mckenna concibió la historia como un fractal que se aceleraba hacia su concreción en diciembre del 2012; un punto en el que todos los ciclos de la historia se comprimieran en un sólo instante, en el que todo sucedería a la vez, una especie de Big Bang en reversa. Un punto similar a lo que Ray Kurzweill llama la Singularidad, en el que la cantidad de información apilada y su hiperfluida circulación por una especie de reacción en cadena —o efecto “100 monos”— iluminaría al mundo (la pregunta es si a las máquinas o a los hombres).
Argüelles, quien falleció hace unas semanas, poco más de un año antes del 21 de diciembre del 2012, la fecha cúlmen a la cual le dedicó todo su trabajo, dejó un libro póstumo: The Manifesto for the Noosphere: Next Stage in the Evolution of Human Consciousnes. Reality Sandwich ha publicado un extracto de este libro que viene a colación como un ouroboros en el dedo.
En el libro Argüelles traza su entrañable relación con la idea de la noósfera y nos remite a la evolución de este concepto dentro del marco de la esperanza onírica del 2012. Es interesante notar que fue el genio mulifacético R. Buckminister Fuller quien introdujo a Argüelles a la vision noósferica, fue él quien «primero me sugirió la presencia de un sistema de almacenamiento y recolección existiendo como un campo psíquico o cinturón de pensamientos alrededor del planeta. Fue a través de este medio, me escribió Bucky, que podía conversar con los filósofos pre-socráticos mientras caminaba por la playa».
En su libro In Earth Ascending (1984), Argüelles postula la existencia de un banco psíquico, « el sistema de recolección y almacenamiento de información codificada de la noósfera y programa de cronometraje de ADN, localizado entre y en resonancia con los dos cinturones de radiación del campo electromagnético de la Tierra».
Argüelles retoma la noción evolutiva de Teilhard y su punto Omega y, en buena medida, la transforma dando a luz al movimiento new age con el 2012 como punto focal. Entre la destrucción y la iluminación Argüelles, como Teilhard, gusta de voltear sus huevos al sol:
«Porque así como nosotros, en tanto especie, el agregado de las células que llevan la conciencia de la Tierra en evolución, no estamos todavía despiertos a nuestro papel como un organismo planetario, así también la noósfera no está aún del todo consciente [...], encontraremos la resolución y la voluntad para reconstruir la noósfera [...] hacia un nuevo orden armónico de realidad superorgánica basado en un estado de conciencia distinto al que ha existido antes en la Tierra».
Argüelles considera que estamos al borde de la posibilidad de convertir nuestra existencia en un obra de arte, sublimándonos en la “nave Tierra”.
«Una plétora de estructuras arquetípicas, reprimidas hasta ahora, se liberarán a través de los canales hasta ahora inimaginados de posibilidad artística, dando forma a una simbiosis entre la imaginación humana y el orden natural».
Teilhard de Chardin veía el desenlace del proceso noósferico en la convergencia de materia y mente, momento en el que, nos dice, seremos magnéticamente autodevorados por el Punto Omega, la conciencia crística al final del tiempo. Cristo «destellará como un relámpago» y la materia «colapsará en espíritu absoluto». Parfraseando el poema de T.S. Eliot, el universo no terminará ni con un gemido (whimper) ni con una explosion (bang), terminará con el flash eterno del Espíritu.
Mckenna, en éxtasis psicodélico, veía así este paso al Punto Omega:
«Debemos de lograr exteriorizar el alma humana al fin del tiempo, invocarla a su existencia como un OVNI y abrir el umbral violeta hacia el hiperespacio, atravesarlo, afuera de la historia profana y hacia un mundo más allá de la tumba, más allá del chamanismo, más allá del fin de la historia, hacia el milenio galáctico que nos ha llamado por millones de años a través del tiempo y el espacio».
Argüelles continúa con esta euforia:
«La humanidad está atravesando la última etapa preparatoria para entrar, como un colectivo armonizado, a este tiempo de sueño consciente [...]. Una vez que nos alineemos con la noósfera percibiremos y sabremos radialmente. Experimentaremos todo como múltiples correspondencias que vinculan todo con todo lo demás en un universo multidimensional armónicamente sincronizado [...], nos convertiremos en una nueva especie: Homo noosphericus”.
En su libro El Futuro del Hombre, Teilhard de Chardin argumentó que las experiencias místicas descritas por santos o yoguis eran en realidad emanaciones del Punto Omega. Algo similar ha dicho el físico David Bohm: las experiencias de interconexión total, el misticismo, la telepatía, provienen del mar de energía subcuántica que llama la Totalidad Implicada; el Mundo de la Voluntad en palabras de Schopenhauer. Es posible que este tipo de epifanías provengan de una conexión con el código fuente de nuestra realidad que podemos llamar Akasha. Argüelles, a lo largo de su desarrollo de una nueva versión del calendario maya, la frecuencia 13:20, dijo haberse conectado con el espírirtu de Pakal Votan; Teilhard de Chardin tuvo un momento místico en el desierto de Gobi en China que fue fundamental para su fusión del cristianismo con la teoría de la evolución, creando un cristianismo cósmico; Mckenna vislumbró su Onda del Tiempo Cero, de la cual dedujo que el 2012 sería el fin del fractal de la historia, en un viaje de hongos. ¿Es posible que estos hombres se hayan conectado con la misma noósfera que describen, por un momento deslumbrante descargando datos de la matriz arquetípica que resguarda en su biblioteca etérea la gnosis de la mente divina?
Es difícil decir si la noósfera solo es uno de nuestros mejores sueños, cultivado en mentes brillantes pero con un dejo de delirio religioso y mesiánico, o es inmanente a la evolución misma, una inevitabilidad de vivir en un universo creado por la Mente misma, un enorme espejo del plan de la creación, el final es el principio, un mismo instante que la evolución hace río, que proyecta la eternidad en tiempo. Lo cierto es que construimos la realidad a través de modelos y el modelo de la noósfera es el mejor que tenemos para incluir la interconexión, la telepatía, la sincronicidad, la capacidad de crear con la palabra, de fundir el mundo de la ideas con nuestra realidad experiencial: el modelo que postula la posibilidad de despertar colectivamente a un sueño lúcido.
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