Sana tu cuerpo con tu mente: la ciencia se rinde ante el poder curativo del pensamiento
Hipnosis, placebo, pensamiento positivo, fe espiritual, sueños lúcidos y meditación son algunas de las formas por medio de las cuales la ciencia moderna ha redescubierto que la mente es capaz de operar y sanar el cuerpo.
El Dhammapada, uno de los textos budistas más influyentes, inicia de esta manera: «Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos». Estas palabras se le atribuyen a Buda y se remontan a unos 2500 años, tiempo también que ha tardado la ciencia occidental en reconocer el poder de la mente sobre el cuerpo. Pero parece que por fin, a la luz de la evidencia, el pensamiento científico acepta que el pensamiento —sin reconocer del todo algo como la “energía psíquica”— es fundamental al moldear los estados físicos que experimentamos.
Una de las publicaciones de divulgación científica más importantes del mundo, la revista New Scientist, dedica una reciente edición al poder de la autosanación. Como bien dice la editora Jo Marchant, ya no se necesita ser hippie para creer en el poder de la mente, ahora la ciencia, apoyada en investigaciones rigurosas, puede constatar que la mente es clave en la salud y que probablemente sea el “ingrediente activo” más importante de toda la medicina.
Diferentes estudios en torno al placebo, la hipnosis, la meditación, el pensamiento positivo, la confianza y la intención (entre otros que analizaremos más adelante), muestran que la mentalización ejerce una influencia significativa en determinar el estado de salud de una persona. Esto funciona en ambas direcciones: personas que muestran un alto grado de fe, confianza en sí mismas (o en los placebos), que meditan, visualizan o hacen algún tipo de proyección mental, responden reiteradamente mejor a los tratamientos, se enferman menos y tienen un mayor calidad de vida. Personas sometidas al estrés, que exhiben poca confianza —interés e intención—, que pueden ser calificadas como pesimistas y que en suma no utilizan su mente como herramienta para transformar su cuerpo, por el contrario, tienden a enfermarse más y a responder con menor efectividad a todo tipo de tratamientos.
Tal vez podría parecer una simplificación de la vida y de situaciones tan complejas como pueden ser algunas enfermedades, pero de manera profunda nuestros estados mentales se convierten en nuestro estados físicos y, de alguna forma que se nos escapa en la cotidianidad, la mayoría de nuestras enfermedades son el resultado de procesos psíquicos. Aunque la ciencia occidental contemporánea no ha formulado aún una concepción totalmente integral de la salud, en la que ninguna enfermedad esté desligada de un proceso de mente-cuerpo, es probable que avance hacia allá, curiosamente una evolución que es un regreso a las premisas de la medicina y de la filosofía de culturas tradicionales (generalmente consideradas como primitivas por la ciencia moderna): un entendimiento holístico de la naturaleza.
En este sentido, además de explorar diversas técnicas de mentalización para sanar, habría que reflexionar sobre aquellos pensamientos y patrones mentales que nos han llevado a enfermar, muchos de ellos se ocultarán en nuestro inconsciente y querremos evitar enfrentarlos, pero en el proceso de detectarlos y observarlos estaremos iniciando un viaje vital de autoconocimiento en el que cada uno de nosotros puede convertirse en su propio chamán —verdaderamente en el único médico que puede hacer sanar desde la raíz. Hasta que no hagamos consciente nuestro inconsciente, como enfatizó Carl Jung, estaremos predispuestos ante serie de contingencias que permanentemente amenazan con tomar control de nuestro cuerpo y de la dirección que lleva nuestra vida. (Hacer consciente lo inconsciente también permite que se conozca cómo funciona la mente —al ver las causas y los efectos de manera transparente— y de esta forma evita que tengamos que ser hipócritas o impostores pensando positivo buscando una especie de efecto mágico desconocido y llenando el mundo de sonrisas falsas programadas).
Cada pensamiento, cada actividad mental que realizas, es una semilla de lo que serás. No es necesario invocar a la magia para entender esto, sino a la más pura causalidad, a una minuciosa concatenación de eventos y situaciones mentales que van, de la misma forma que el ejercicio físico, moldeando nuestra anatomía psíquica, la cual ejerce potestad sobre nuestro cuerpo. Como suele decirse en el yoga: “el cuerpo no es sólido, solo la mente”. En la medida en la que seamos capaces, a través de la disciplina, de generar estados mentales suficientemente flexibles, podremos seguramente superar los escollos del cuerpo y de ese supuesto determinismo inexorable que presenta la genética.
PLACEBO
“Yo les hablo a mis pastillas”, dice Dan Moerman, profesor de antropología en la Universidad de Michigan “Hey, muchachos, sé que están haciendo un excelente trabajo”. Tal vez esto pueda parecer ridículo, hablarle a tus píldoras como si fueran seres animados, pero todo indica que funciona.
Hay algo que está claro: el efecto placebo está lejos de ser solamente imaginario. Varios padecimientos como el Parkinson, la osteoartritis, la esclerosis múltiple y por supuesto la depresión, se benefician del tratamiento con placebo. Estudios muestran cambios notables bajo el influjo del placebo, tales como la generación de analgésicos naturales, alteración en los patrones de excitación neuronal, disminución en la presión sanguínea y en el ritmo cardiaco y una mejoría en la respuesta inmunológica. Incluso hay evidencia de que algunos fármacos funcionan amplificando el efecto placebo —cuando las personas no saben que las están tomando dejan de funcionar.
Por otro lado, solamente creer en los efectos dañinos de una sustancia puede hacer que los padezcas, hasta el punto de que el efecto “nocebo” (el hermano maligno del placebo), puede llegar a matar a una persona (New Scientist, 13 May 2009, p 30).
El placebo es especialmente una prueba del poder de la mente de programar al cuerpo, ya que funciona incluso cuando una persona sabe que es placebo. Un estudio reciente en la escuela de medicina de Harvard hizo que pacientes con síndrome de intestino irritable tomaran una píldora inerte. Se les dijo a los pacientes que las pastillas estaban hechas de “una sustancia inerte, como pastillas de azúcar, que han demostrado en estudios clínicos producir mejoras significativas en los síntomas del intestino irritable a través de un proceso de autosanación mente-cuerpo”, lo cual es totalmente verdad. Pese a saber que las pastillas eran inertes, los pacientes que las tomaron reportaron una mejora en sus síntomas significativamente superior a los pacientes que no tomaron el placebo (PLoS ONE, vol 5, e15591).
Así que ya sabes, programa tus pastillas, otórgales propiedades extraordinarias de sanación. Es más, programa tu comida. Programa tu ambiente. Sí, el mundo es placebo, y eso puede ser desconcertante, pero lo cierto es que lo que significa esto es que el mundo puede ser exactamente como lo programes, al programarte a ti mismo.
PENSAMIENTO POSITIVO, OPTIMISMO
Nunca subestimes el poder del pensamiento positivo, aunque esto pueda parecer una solución demasiado simple o hasta estúpida para un problema (el verdadero problema yace en poder sostener el pensamiento positivo e intencionado por una buena cantidad de tiempo).
Los optimistas se recuperan más rápido de los procedimientos quirúrgicos, tienen sistemas inmunológicos más sanos, viven más en general y en especial cuando padecen enfermedades como el cáncer o falla del riñón (Annals of Behavioral Medicine, vol 39, p 4).
En cambio el pensamiento negativo y la ansiedad son importantes causas de enfermedades. El estrés —expresado como la creencia de que estamos en riesgo— detona vías fisiológicas como la respuesta de correr o pelear. Estas han evolucionado para protegernos en situaciones extremas, pero cuando se encienden por periodos prolongados incrementan el riesgo de padecer diabetes o demencia. Así que tranquilo, nada va a pasar si no crees que va pasar. A menos de que haya un (hambriento) tigre dientes-de-sable sentado a lado de tu escritorio, no te preocupes, no es tan importante lo que estás haciendo. Las chill-pills son gratis y son ubicuas en el espacio como hologramas etéreos fosforescentes que pululan alrededor de tu cabeza si te tomas un minuto para enfocar.
Científicos empiezan a descubrir que las creencias positivas no solo funcionan aplacando el estrés. Sentirse sano y salvo, o creer que las cosas saldrán bien, ayuda al cuerpo a mantenerse y repararse. Un estudio reciente concluyó que los beneficios del pensamiento positivo ocurren de manera independiente de los estados negativos, como el pesimismo y el estrés, y son comparables en magnitud (Psychosomatic Medicine, vol 70, p 741). Así que no sólo no pienses negativo, piensa positivo, si es que estás vivo, porque así te sentirás mejor.
La bondad psicofísica del optimismo se traduce en la reducción de los niveles de inflamación y de hormonas de estrés como el cortisol. También puede estimular el sistema nervioso parasimpático, el cual gobierna la respuesta de “descansar y digerir”, opuesta a “correr y pelear” (a veces traducida como “huir y luchar”).
Tan útil como ver positivo el futuro es verte a ti mismo de manera favorable. Autoaumentarte —en un conjuro de placebo narcisista— hace que se tengan menos respuestas cardiovasculares al estrés, te recuperes más rápido y que tengas niveles más bajos de cortisol (Journal of Personality and Social Psychology, vol 85, p 605).
MEDITACIÓN
La meditación es una de las cartas estrella que tiene una persona para re-hackear su cuerpo. Existe evidencia de que la meditación estimula la repuesta inmunológica en personas con cáncer y en personas que han recibido vacunas, protege de la depresión, retarda la progresión del VIH e incluso sirve para limpiar impurezas de la piel. Y es que esa es la otra: la mente no solo es una herramienta para sanar el cuerpo, también para embellecerlo —es el cosmético cósmico.
Regresando al inicio budista de este artículo, el antiguo maestro Nagarjuna, en su texto String of Precious Jewels, escribió que «la paciencia es abandonar los sentimientos de enojo» y también que la “paciencia trae la belleza”. Analizando las palabras de Nagarjuna, Geshe Michael Roache dice: «Para verte a ti mismo como físicamente atractivo y saludable, planta improntas para esto en tu subconsciente al siempre rechazar el enojo». Para cultivar la paciencia —y su potencial de belleza—, nada como meditar.
La meditación ha mostrado un interesante potencial para combatir el envejecimiento. La telomerasa, la capa protectora de los cromosomas, se reduce cada vez que una célula se divide, lo cual propicia el envejecimiento. Estudios realizados en la Universidad de California-Davis muestran que los niveles de una enzima que fomenta la producción de telomerasa eran más altos en personas que habían acudido a un retiro de meditación que en un grupo de control (esto es especialmente interesante, ya que la telomerasa ha logrado revertir los procesos degenerativos en ratas en una investigación reciente de la Universidad de Harvard).
Como ocurre con otros aspectos analizados aquí, la meditación trabaja influyendo en las vías de respuesta al estrés. Las personas que meditan tienen menores niveles de cortisol y muestran cambios en la amígdala, la zona del cerebro que regula el miedo y la respuesta a una amenaza (como el comportamiento de huir y luchar).
Una de las investigadores del estudio citado, Elissa Epel, de la Universidad de California, cree que la meditación puede aumentar “las vías de restauración y aumento de salud”, al detonar una serie de hormonas sexuales y de crecimiento.
El poder de la meditación no requiere de un arduo amaestramiento para hacerse sentir, la meditación puede detonar cambios estructurales en el cerebro con tan solo 11 horas de entrenamiento.
Entre algunos los efectos positivos para la salud documentados de la meditación se cuenta el haber disminuido la violencia en una prisión, combatir el déficit de atención y la depresión, reducir hasta en un 50% la posibilidad de un ataque cardiaco y ser más efectiva que los medicamentos industriales contra el dolor.
HIPNOSIS
El Dr. Peter Whorwell, de la Universidad de Manchester, ha pasado la mayor parte de su carrera recopilando evidencia sobre el uso de la hipnosis para tratar el síndrome de intestino irritable. Esta condición tiene la particularidad de que muchos pacientes sufren síntomas sin que los doctores puedan detectar qué está mal. Muchos de los pacientes de Whorwell habían llegado a un punto casi suicida en el que sentían que la medicina no podía hacer nada por ellos.
Whorwell ha demostrado que bajo hipnosis algunos de sus pacientes pueden reducir las contracciones del intestino —algo que normalmente no se puede controlar conscientemente— y que muchos reducen así el nivel de dolor que sienten (Journal of Psychosomatic Research, vol 64, p 621).
Pese a estudiarse desde al menos el siglo 19, aún no se sabe exactamente cómo funciona la hipnosis, pero se cree que pacientes hipnotizados pueden influir partes de su cuerpo de forma profunda y novedosa, como si tuvieran mayor injerencia o accedieran una mayor capacidad operativa. Algunas personas son capaces de autohipnotizarse, lo cual abre un amplio campo de posibilidades autocurativas.
Entre la hipnosis y la meditación yace la terapia de regresión, en la que un paciente viaja mentalmente a sus recuerdos, representando una narrativa, y enfrenta simbólicamente sus conflictos para de esta forma, en un estado de profundidad psíquica, desamarrar los cuerpos mentales que bloquean la vías por las cuales fluye la energía vital.
LA SOLEDAD, LA ACTITUD HACIA LOS DEMÁS
Recientes estudios científicos muestran que la soledad —más como un estado mental que un hecho físico— puede incrementar el riesgo de sufrir ataques cardiacos, demencia, depresión y otros padecimientos. Por otro lado las personas que están satisfechas con sus vidas sociales duermen más, envejecen más lento y responden mejor a las vacunas. Una vida social estimulante es, según John Cacioppo de la Universidad de Chicago, aún más importante que dejar de fumar para tener una vida sana. Así que ya sabes: esos alegres tabacos fiesteros en comunión tal vez no te están haciendo tan mal —al menos no tanto como esos deprimentes cigarrillos solitarios.
Según Cacippo las personas que llevan vidas sociales ricas no se enferman tanto y viven más tiempo (aunque aquí enfrentamos la posible disyuntiva de si una vida social rica es el resultado de la salud física o viceversa).
Pero Cacioppo defiende que existen mecanismos directos relacionados a la soledad que generan un déficit en la salud. Las personas solitarias bombean más cortisol, un mecanismo que, sugiere, podría haber evolucionado a partir de situaciones en las que percibirse en aislamiento social detonó actividad en el sistema inmunológico, involucrada además en la cicatrización y la infección bacterial, una actividad que puede ser benéfica en ciertos momentos pero que al ser constante puede resultar contraproducente. Cacioppo también teoriza que las personas en grupo podrían estar favoreciendo las respuestas inmunológicas necesarias para combatir los virus, como una de medida de prevención a la posibilidad de contagio.
Significativamente los efectos de la soledad se hacen sentir conforme a una persona se percibe a sí misma y no en relación a su contacto social cuantitativo. Esto podría tener que ver con que, desde un punto de vista evolutivo, estar entre personas hostiles puede ser tan peligroso como estar solo. Por lo cual lo importante es cómo el cerebro procesa esta soledad y cómo es capaz de reforzar sus relaciones con el mundo —las cuales funcionan como defensas autoinmunes (Annals of Behavioral Medicine, vol 40, p 218). Es decir, puedes estar solo, pero si tu mente es fuerte, estarás acompañado por una sana sociedad universal (y los átomos podrán ser micro-budas medicinales).
FE-INTENCIÓN
En un estudio realizado con 50 personas que tenían cáncer en los pulmones, aquellos que tenían “fe espiritul” respondieron mejor a la quimioterapia y vivieron por más tiempo: más del 40% de ellos estaba vivo después de tres años, comparado con solo un 10% en el grupo de poca fe (In Vivo, vol 22, p 577).
Aunque existen numerosos estudios que muestran que las personas “religiosas” tienen mejor salud que las no religiosas, es difícil sacar conclusiones de esto, ya que generalmente las personas religiosas también llevan estilos de vida que en sí promueven la salud. Sin embargo, algunos científicos creen que lo que verdaderamente tiene efectos en la salud es el tener una intención o un sentido de propósito en la vida, sea la que sea. Esto hace que se manejen las situaciones consistentemente con menos estrés, lo cual como hemos visto tiene una cuantiosa serie de beneficios.
Uno de los investigadores que realizó el estudio sobre la meditación y la telomerasa, cree que probablemente el sentido de propósito y la intención fueron al menos tan importantes como la misma meditación en aumentar los niveles de la enzima que repara la telomerasa.
Esto se correlaciona con prácticamente todo lo que hemos visto aquí: dotar a la mente de una clara intención —de curarse, de mejorar, de aprender, etc.— es una forma de avisarle que estamos dispuestos a aceptar transformar la realidad, que estamos abiertos a su operación etérea sobre la falsa rigidez del cuerpo.
SUEÑOS LÚCIDOS
Uno de los más interesantes e inexplorados campos de la autosanación son los sueños lúcidos. El pionero en este campo, el Dr. Stephen Laberge de la Universidad de Stanford, ha demostrado que fisiológicamente las experiencias que se viven dentro de un sueño lúcido son análogas a las que se viven despiertos, de tal manera que el cuerpo presenta las mismas respuestas fisiológicas con un orgasmo onírico lúcido que con un orgasmo despierto, por citar un ejemplo estudiado anteriormente. Esto abre la puerta para que las personas que logran controlar sus sueños puedan utilizarlos como escenarios de prueba, salas de operación, en los que experimenten con el poder de su intención simulando posiblemente acontecimientos de sanación. Si sabemos que lo que sucede en un sueño lúcido sucede con la misma o casi la misma potencia en el cuerpo que lo que sucede despierto, y sabemos que la mente es capaz de detonar una serie de respuestas que desencadenan mecanismos de sanación, entonces ir al doctor en un sueño puede servirnos tanto como ir al doctor despiertos —e incluso podríamos fabricar y tomar, lúcida y lúdicamente, nuestras propias medicinas oníricas.
“Existen sugerencias y anécdotas que señalan que los sueños lúcidos pueden ser útiles para la sanación. Basándose en experimentos llevados a cabo en el pasado, que muestran una fuerte correspondencia entre las tareas realizadas en el estado de sueño y los efectos que tienen en el cerebro y en menor medida en el cuerpo, se ha hecho la sugerencia de que sueños lúcidos específicos podrían facilitar los procesos de sanación del cerebro”, escribe Laberge.
El potencial de sanación de los sueños tiene que ver también, al igual que la hipnosis, con la posibilidad de que en estos estados podamos acceder a partes de nuestro cerebro que pueden enviar órdenes al cuerpo con mayor determinación o simplemente usar partes que no usamos pueda ser en sí mismo un acto saludable.
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