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martes, 3 de abril de 2012

Visita a Siria: hacia la guerra civil

Visita a Siria: hacia la guerra civil


El sonido de lo que parece un trueno me despierta a las tres de la mañana, el lunes, a las pocas horas de haber llegado a Damasco. Se avecina tormenta, pienso, y mi cerebro estragado por la diferencia horaria del viaje en avión, se sumerge de nuevo en el sueño.
Cuando bajo a correr a las seis, las calles laterales en torno al Hotel Arjaan están bloqueadas por fornidos guardias de seguridad que me dicen que sólo puedo correr dentro del recinto del hotel. No voy a discutir con gente armada con kalashnikovs y empiezo a tener la sensación de que su presencia guarda relación con lo que me despertó hace unas horas. Sólo cuando el coche de la embajada filipina me recoge a las 9.30 de la mañana me entero de lo que de verdad ha sucedido, gracias a nuestro personal diplomático. El sonido del trueno era la explosión de una granada propulsada por un cohete que mató a ocho presuntos terroristas en un edificio a sólo dos manzanas de mi hotel y a unas tres manzanas de la embajada filipina, aquí en Mezzeh oeste, también conocido como el barrio diplomático.
Seis horas duró la lucha a tiros entre fuerzas del gobierno y los “ciudadanos afganos”, como los describían los medios de información controlado por el Estado. Como las dos enormes explosiones del domingo, pocas horas antes de que llegase yo a la capital siria, resultó ser un sombrío anuncio de que la rebelión contra el régimen había llegado a nuestra ciudad muy en serio. Esas explosiones destruyeron dos edificios del gobierno que se habían considerado de alta seguridad en el centro de la capital, matando a 27 personas e hiriendo a cerca de un centenar.Homs, una ciudad despedazada Al día siguiente viajo a la ciudad que se ha convertido en emblema de la versión siria de la Primavera Árabe: Homs. Esta urbe, bastión de los opositores, se vio sometida a un asedio de 26 días por parte del ejército sirio en el mes de febrero. Las estimaciones acerca de cuánta gente pereció varían, desde el jefe de policía que reconoce hasta unos 3.000 muertos, a la prensa occidental que informa del doble o más de esa cifra.
Estoy aquí desempeñando las funciones de jefe del Comité de la Cámara de Representantes de Filipinas sobre Asuntos de Trabajadores en el Exterior. Mi viaje a Homs forma parte de una misión destinada a localizar trabajadores expatriados en Siria —principalmente trabajadores domésticos— que siguen todavía en el país o han resultado muertos a causa de los combates. El plan consiste en repatriarlos, a ellos o sus restos, a las Filipinas. Los trabajadores filipinos se encuentran entre los millones de trabajadores en el exterior que se han visto atrapados en el fuego cruzado, o es probable que vayan a estarlo, de la Primavera Árabe todavía en curso.
Las señales de la guerra están frescas cuando entramos en la ciudad, que se encuentra a unos 170 kilómetros de Damasco. No hay nadie por las calles en pleno mediodía, y la Universidad Baaz, donde se produjeron algunos de los combates más duros, está desierta. Las calles están llenas de basura, y bloque tras bloque de apartamentos no se ve ningún signo de vida. Las carreteras asfaltadas son desiguales, y muestran las huellas de las orugas de los tanques desplegados para aplastar la resistencia. Pasamos la carcasa quemada de un transporte de tropas blindado.
En una rotonda en la que una estatua del padre del actual presidente, Hafez El Assad, arroja sobre nosotros una mirada benigna a lo Kim Il Sung, nos encontramos con nuestro primer puesto der control. Soldados armados con kalashnikovs examinan nuestros papeles, mientras nuestro conductor, un sirio llamado “Teddy” que habla un ingles perfecto, explica en árabe que estamos intentando llegar a la comisaría de policía para investigar el caso de una trabajadora doméstica muerta en una emboscada durante los combates. Pasamos por dos puestos de control más, con hombres suspicaces que portan los ubicuos A-47, antes de llegar a la comisaría de policía, frente a la cual hay una improvisada barricada de neumáticos, maderos y piedras. Un pensamiento ilumina mi mente como un fogonazo: esta barrera no bastaría para detener a alguien resuelto que llevara una bomba. Investigación de una muerte
Nos recibe un investigador, un hombre llamado Tobias, al que contamos que nos hace falta de veras saber más acerca de la muerte de una filipina de 23 años a la que dispararon en el pecho y que murió en una emboscada mientras se desplazaba a las 11 de la noche con su patrón y su hijo [de ella] de ocho años de edad en la autovía principal el 24 de febrero, durante la última fase del asedio a la ciudad. Queremos localizar también a su patrón para recoger su sueldo atrasado a fin de remitírselo a su familia en Filipinas.
Tobias nos cuenta que ayudó a llevar a la mujer al hospital, pero todo lo que tenía era el teléfono móvil de su patrón, y ya no funcionaba. No había ningún número fijo y tampoco ninguna dirección del empleador, y nos dice que, por lo que sabía, puede que el hombre y su familia se hayan marchado ya de la ciudad. Tobias trata de hacer ver su preocupación y actitud amistosa, pero está evidentemente deseoso de deshacerse de nosotros.
No obstante, antes de irnos, le pregunto si sabe si pudiera haber más trabajadores domésticos filipinos que puedan haber resultado heridos o muertos durante el asedio. Habiendo oído yo mismo historias de filipinas atrapadas cerca de los combates de Homs y que escaparon después a la seguridad de la embajada en Damasco, creo muy posible que hubiera más trabajadoras domésticas muertas o heridas en los combates. Pero Tobias nos dice que no ha sabido de ninguna. Aparte de él, no disponemos de ningún otro contacto en Homs por ahora, lo que subraya las dificultades de averiguar la suerte de los neutrales atrapados en una zona de guerra cuando no se consigue la colaboración del gobierno anfitrión.
“Es una labor policial muy pobre para alguien que dice haberse ocupado personalmente del caso de la chica”, comenta Teddy del trabajo de Tobias sobre las circunstancias de la muerte de la filipina a cuyo patrón intentamos localizar mientras salimos de la comisaría de policía. Un pueblo bajo ocupación
Mientras abandonamos la ciudad, podemos ver gentes arracimadas, pero pronto desaparecen y pasamos hilera tras hilera de edificios desiertos de apartamentos. Vemos niños corriendo aquí y allá y a unos cuantos adolescentes que caminan aprisa, pero eso es todo. Cuando llegamos al puesto de control por el que pasamos antes, nos paran de nuevo, y esta vez los soldados se muestran más sospechosos y nos someten a más preguntas. Quieren ver los papeles de mis acompañantes sirios y los examinan con detalle durante largo rato, aunque, por alguna razón, a mi no me piden el pasaporte.
Es esta una ciudad bajo ocupación, ahora me doy cuenta del todo. Los soldados miran a la gente como enemigos, y la gente hace lo propio. No veo ninguna perspectiva de reconciliación entre ambas partes. Medio en broma le pido a Teddy que nos lleve a Bab Amr, el barrio de clase baja que llevó la peor parte del asedio gubernamental en el mes de febrero. Dice que es probable que haya allí elementos armados de la Resistencia, y que confundirían nuestro coche con el de alguna agencia de seguridad del Estado. “No querrán ustedes convertirse en rehenes de los terroristas”, afirma Teddy. “Como diplomáticos, valdrían millones para ellos”.
Cuando regresamos finalmente a la autovía tras su buena hora y media en esta ciudad hecha pedazos, respiramos todos con alivio. Uno de nosotros bromea, con poco conocimiento de lo que es el Sudeste asiático, con que los soldados del gobierno pensaron probablemente que yo era chino y amigo por lo tanto del régimen de Assad. Significa esto que debemos decir que soy asiático-norteamericano si nos paran las fuerzas rebeldes, pregunto, y todos nos reímos. Con Assad hoy aislado, con sus aliados reducidos a efectos prácticos a China, Rusia, Irán y Líbano, la mayoría de los diplomáticos y visitantes extranjeros son tratados cada vez con mayor suspicacia.
Una hora y medias más tarde estamos en Tartus, sobre el deslumbrante Mediterráneo. Está la gente en las calles, y hasta a primera hora de la tarde las familias dan ociosas vueltas por el paseo marítimo. Este lugar se ha visto en buena medida exento de los disturbios dado que la mayoría de la población es alauita, de la comunidad del presidente. La guerra civil ha puesto fin a la economía turística, pero hay una sensación de seguridad que no se encuentra siquiera en Damasco. Tengo la impresión de que no durará mucho. Tartus y Homs. Dos mundos diferentes. Dos caras del mismo país. ¿Guerra civil prolongada?
De vuelta a Damasco al día siguiente, leo que ha habido intensos combates en la ciudad oriental de Deir Ezzour. Junto a los ataques de Damasco, la lucha en Deir Ezzour parece reflejar la nueva estrategia de los rebeldes de atacar a las fuerzas del gobierno en diversos puntos, en lugar de llevarlas a una gran batalla, como hicieron en Homs, donde no podían oponer nada semejante al intenso poder de fuego del Ejército sirio. El llamado Ejército Sirio Libre puede sufrir una gran desventaja en términos de armamento por ahora, pero las armas que llegan de Arabia Saudí y algunos otros estados del Golfo, gobernados por élites suníes que comparten las mismas lealtades religiosas que la mayoría de los sirios, nivelarán sin duda el campo de acción.
Las charlas con diplomáticos, cooperantes y periodistas en los pocos días que estoy en Siria tienen como resultado valoraciones variadas del poder de permanencia del régimen de Assad. Hay quienes dicen que puede mantenerse indefinidamente, algunos cifran su permanencia en cuestión de meses, y otros afirman que puede derrumbarse antes de lo esperado a causa de una economía ahogada por las sanciones internacionales. Pero hay consenso en una cosa: para el pueblo sirio, las cosas se pondrán peor antes de mejorar.
Me marcho de Siria, cuatro días más tarde, acompañando a 11 trabajadores domésticos, felices de escapar del peligro. Pero también preocupados por la suerte de compatriotas y amigos que quedan atrás en un país que se sume en la guerra civilWalden Bello es miembro de la Cámara de Representantes filipina, presidente de la coalición Freedom from Debt y analista de Focus on the Global South, con sede en Bangkok. Es columnista de Foreign Policy In Focus y autor de The Food War.
Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón
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Counterpunch, 27 de marzo 2012

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