Encomendarse a Lázaro, la trampa canalla
- Álvaro Ramírez Velasco
Miércoles, Agosto 14, 2013 - 07:12
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La propuesta de Reforma Energética que presentó el presidente Enrique Peña Nieto no es, ni por asomo ni aproximación, la modificación definitiva que busca, que quiere, el actual gobierno federal.
Es apenas el principio y anuncia una lógica de ir realizando gradualmente cambios a la Constitución y a las leyes secundarias del sector energético, para no sacrificar de un golpe el bono democrático que todavía tiene el PRI, luego de su regreso a Los Pinos en 2012.
La estrategia tiene como principal objetivo dosificar los saldos negativos en la imagen del actual mandatario y diferir los costos políticos de la apertura del sector en general y de Petróleos Mexicanos (Pemex) en particular a los capitales privados nacionales y extranjeros.
En las primeras 36 horas, luego de haberse presentado la propuesta presidencial que ya fue entregada al Senado de la República, se habían generado más de 100 entrevistas en medios de comunicación, principalmente televisión y radio, con funcionarios federales para hablar de las “bondades” de la reforma peñista.
Aunque se puede disentir del fondo de la iniciativa, hasta ahí es legítima la estrategia del gobierno federal. Lo que raya en la canallada de los asesores del Presidente es la intención de engañar a los mexicanos y la flagrante y descarada mentira, la simulación, de que se trata de una propuesta que recoge conceptos del cardenismo.
La Reforma Energética del gobierno federal efectivamente rescata en su propuesta de nueva redacción del Artículo 27 Constitucional el concepto de “contratos de utilidad compartida”, que introdujo el presidente Lázaro Cárdenas del Río luego de la expropiación petrolera, pero de manera tramposamente la utiliza, la sesga, para justificar la entrega del sector a manos privadas nacionales y sobre todo extranjeras.
Sí, efectivamente Lázaro Cárdenas dejó, como una puerta de emergencia, la posibilidad de aliarse con privados, pero, primero, no con el objetivo de que gozaran de la renta petrolera y, segundo, el contexto en aquel lejano inicio de los años 40 era radicalmente distinto al actual.
En aquellos años, luego de quitarles a las empresas extranjeras, principalmente británicas, la potestad sobre el petróleo nacional, el Estado mexicano no tenía la tecnología, ni todos los técnicos mexicanos los conocimientos completos, para la tarea de arrancar la industria nacional Pemex.
De ahí que el general Lázaro Cárdenas del Río dejara esa posibilidad para casos de emergencia que, de cualquier modo, nunca tuvo que utilizar.
Hoy, el gobierno federal pretende tomar con un sentido completamente distorsionado esa posibilidad, para de ahí asirse y justificar la entrega del sector a la Iniciativa Privada.
Como una canallada, una mentira y con lujo de dolo, los asesores de Enrique Peña le han indicado que debe secuestrar, para sus intenciones, la imagen de Cárdenas del Río, pero esto podría revertírseles en el mediano plazo, pues hay una clara diferenciación en el imaginario colectivo entre lo que representó el gran general expropiador y lo que buscan los neoliberales del PRI.
Sin embargo, habrá que reconocer lo positivo de que el debate esté en marcha y que todas las voces se escuchen, aunque las que impulsan la propuesta tienen de entrada a los locutores y comentaristas orgánicos de las principales cadenas de radio, televisión y los medios escritos a modo.
Sin embargo, yo insisto y coincido con el dirigente nacional del PAN –lo cual en mi caso es verdaderamente una novedad–, Gustavo Enrique Madero Muñoz, en que Peña Nieto tuvo miedo de ir por todas las canicas y presenta una iniciativa tímida que buscará los verdaderos cambios, los de fondo, en la legislación secundaria.
Y también reitero: esta no es la propuesta definitiva que dejará saciados a los mercados, empresas trasnacionales y políticos entreguistas. Aquí me permito una analogía soez que, de antemano, reconozco corriente, pero ilustrativa: la propuesta de Reforma Energética de Peña Nieto es apenas la puntita.
Es apenas el principio y anuncia una lógica de ir realizando gradualmente cambios a la Constitución y a las leyes secundarias del sector energético, para no sacrificar de un golpe el bono democrático que todavía tiene el PRI, luego de su regreso a Los Pinos en 2012.
La estrategia tiene como principal objetivo dosificar los saldos negativos en la imagen del actual mandatario y diferir los costos políticos de la apertura del sector en general y de Petróleos Mexicanos (Pemex) en particular a los capitales privados nacionales y extranjeros.
En las primeras 36 horas, luego de haberse presentado la propuesta presidencial que ya fue entregada al Senado de la República, se habían generado más de 100 entrevistas en medios de comunicación, principalmente televisión y radio, con funcionarios federales para hablar de las “bondades” de la reforma peñista.
Aunque se puede disentir del fondo de la iniciativa, hasta ahí es legítima la estrategia del gobierno federal. Lo que raya en la canallada de los asesores del Presidente es la intención de engañar a los mexicanos y la flagrante y descarada mentira, la simulación, de que se trata de una propuesta que recoge conceptos del cardenismo.
La Reforma Energética del gobierno federal efectivamente rescata en su propuesta de nueva redacción del Artículo 27 Constitucional el concepto de “contratos de utilidad compartida”, que introdujo el presidente Lázaro Cárdenas del Río luego de la expropiación petrolera, pero de manera tramposamente la utiliza, la sesga, para justificar la entrega del sector a manos privadas nacionales y sobre todo extranjeras.
Sí, efectivamente Lázaro Cárdenas dejó, como una puerta de emergencia, la posibilidad de aliarse con privados, pero, primero, no con el objetivo de que gozaran de la renta petrolera y, segundo, el contexto en aquel lejano inicio de los años 40 era radicalmente distinto al actual.
En aquellos años, luego de quitarles a las empresas extranjeras, principalmente británicas, la potestad sobre el petróleo nacional, el Estado mexicano no tenía la tecnología, ni todos los técnicos mexicanos los conocimientos completos, para la tarea de arrancar la industria nacional Pemex.
De ahí que el general Lázaro Cárdenas del Río dejara esa posibilidad para casos de emergencia que, de cualquier modo, nunca tuvo que utilizar.
Hoy, el gobierno federal pretende tomar con un sentido completamente distorsionado esa posibilidad, para de ahí asirse y justificar la entrega del sector a la Iniciativa Privada.
Como una canallada, una mentira y con lujo de dolo, los asesores de Enrique Peña le han indicado que debe secuestrar, para sus intenciones, la imagen de Cárdenas del Río, pero esto podría revertírseles en el mediano plazo, pues hay una clara diferenciación en el imaginario colectivo entre lo que representó el gran general expropiador y lo que buscan los neoliberales del PRI.
Sin embargo, habrá que reconocer lo positivo de que el debate esté en marcha y que todas las voces se escuchen, aunque las que impulsan la propuesta tienen de entrada a los locutores y comentaristas orgánicos de las principales cadenas de radio, televisión y los medios escritos a modo.
Sin embargo, yo insisto y coincido con el dirigente nacional del PAN –lo cual en mi caso es verdaderamente una novedad–, Gustavo Enrique Madero Muñoz, en que Peña Nieto tuvo miedo de ir por todas las canicas y presenta una iniciativa tímida que buscará los verdaderos cambios, los de fondo, en la legislación secundaria.
Y también reitero: esta no es la propuesta definitiva que dejará saciados a los mercados, empresas trasnacionales y políticos entreguistas. Aquí me permito una analogía soez que, de antemano, reconozco corriente, pero ilustrativa: la propuesta de Reforma Energética de Peña Nieto es apenas la puntita.
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