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martes, 9 de septiembre de 2014

La palmera en el Islam

La palmera en el Islam


De ésta se ha llegado a decir que es un símbolo de la unicidad divina


09/09/2014 - Autor: Salvador Peña Martín - Fuente: Envío público



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palmera
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Extraído de un artículo de Salvador Peña Martín

Pero, ya que hemos entrado en el asunto de los árboles y la espiritualidad, y sin tratar ni mucho menos de agotarlo, hemos de recordar, además de lo dicho más arriba, acerca de árboles en el Corán, el singular papel que se le otorga a la palmera. De ésta se ha llegado a decir que es un símbolo de la unicidad divina y que es, por lo tanto, el mejor de los seres vegetales (del mismo modo que la coloquíntida era el peor, en establecimiento de jerarquía muy propio del pensamiento tradicional), y es tradición que la casa de Muhammad en Medina, que constituyó un modelo para las mezquitas, estaba construida de barro y de troncos de palmeras, y su techo, cubierto de palmas.

Pero hay más. Era común entre los sabios musulmanes de la Edad Media atribuir a la palmera un parentesco con el hombre, según algunos porque habría sido creada del barro que sobró de la creación de éste. Pero acaso tenga todavía mayor trascendencia la semejanza que se estableció entre el hombre y la palmera, semejanza estructural que es popularmente conocida en la actualidad, en Iraq, por ejemplo. Antes de considerar las consecuencias de esto, hemos de tener en cuenta otro dato, relativo a los árboles en los sistemas tradicionales de símbolos. Ello es que las tradiciones gnósticas, tanto islámicas como cristianas, recogen y difunden la idea de que en el paraíso los árboles estarán en posición invertida —las raíces, arriba— a la que presente en este mundo, donde, por consiguiente, los vemos al revés. Esto puede aplicarse a todos los árboles, excepto a uno: la palmera, que, a diferencia de los demás, muere cuando se le corta la cabeza, igual que los hombres. La analogía entre palmera y ser humano tiene otro aspecto, y es el lugar intermedio ocupado por la palmera en la jerarquía de los seres, pues, por las razones indicadas, está a mitad de camino entre los vegetales y los animales. Y ésa parece ser la clave en la que se asienta uno de los sistemas éticos propios del islam, en su versión humanística, como el desarrollado por la cofradía de ilustrados iraquíes del siglo IV/X, los Ijwan al-Safa’, quienes apoyan el mensaje de que el hombre debe proceder a una construcción de sí mismo que le permita ascender en la escala jerárquica, desde la condición humana a la angelical. De manera que aquí podríamos tener una nueva dimensión de la comparación que establece, entre sí mismo y la palmera, Abd al-Rahman I, el fundador de la casa omeya en al-Andalus, cuando afirma en su célebre verso:

¡Oh palma! Tú eres como yo, extranjera
en Occidente, alejada de tu patria.



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