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viernes, 24 de octubre de 2014

El indigente trashumante


Espejo social del siglo XXI


24/10/2014 - Autor: Reyna Carretero Rangel - Fuente: www.academia.edu



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El indigente trashumante es el espejo social emergente del siglo que amanece.

Soy el espejo emergente del siglo que amanece y que refleja con total nitidez la indigencia ética generalizada de la sociedad actual. Soy quien pasa a tu lado todos los días, buscando un sitio, un alimento, un Otro a quien hablar, a quien pedir. Cada vez somos más, invadimos las calles de las megalópolis contemporáneas. Hemos salido en tropel huyendo de nuestros lugares de origen, convertidos en verdaderos “llanos en llamas”: Chiapas, Darfur, Guatemala, Irak, Sierra Leona. Nuestra lengua nativa escasamente nos sirve, tendremos que silenciarla, luego olvidarla, para aprender aquella que nos permita sobrevivir. Buscamos con desesperación, y casi siempre en vano, “habitar” de algún modo en los márgenes, en los rincones inhabitables, de donde siempre somos arrojados para vagar de nuevo, para iniciar incesantemente la partida, la errancia sin fin.

Este testimonio nos confronta cara a cara con la emergencia de un tipo de errancia que nos sumerge en una zona donde “el lenguaje se quiebra, donde un silencio, un espacio y una interrogación se abren en su interior, emerge una nueva dimensión de nuestra morada en el lenguaje” (Chambers; 1995, 66), que nos exige, como dice Edward Said: “construir ese documento o expresión adecuada que tome en cuenta ... la turbulencia indocumentada de los exiliados, los inmigrantes, las poblaciones itinerantes o cautivas sin tierra ni hogar ... que excave los silencios, el universo de la memoria de los grupos itinerantes, que apenas sobreviven, los lugares de exclusión e invisibilidad, la clase de testimonio que no aparece en los informes” (Said; 2004, 8) .

Deambulando sin descanso, devorado por la incertidumbre y teniendo como expectativa sólo un horizonte hostil, el indigente trashumante recorre la tierra en calidad de expulsado, como desterrado. Parece recrear en su trashumancia sin fin, la maldición eterna del “judío errante”, esa figura de la mitología judeo-cristiana, destinada a “vagar sin cesar”, a “recorrer el mundo" sin esperanza de descansar en paz.

Este tipo de trashumancia desborda la definición etimológica de “poner tierra de por medio”, que alude a un tipo de desplazamiento que mantiene los criterios de sentido, tanto en los lugares de partida como de recepción, evocando un movimiento “sin regreso ni partida” claros: ¿Cómo entonces pensar a la persona que ha tenido que escapar a otro lugar, o a la muerte, o más aún, aquella que no ha tenido un “lugar que olvidar” porque fue desenraizada desde su nacimiento, que no conoció a sus padres porque fue vendido o robado, que no tiene ni desea un espacio que añorar porque en él sólo experimentó rechazo, que ha nacido y percibido su vida como “pasajera”, como desespacio y destiempo (citando a Eugenio Montejo); una vida que es en sí misma un “no lugar”, como lo ilustra José Solanes:

Lejos del país, en la “oscura claridad del exilio, hasta el mismo concepto de accidente geográfico se vuelve impreciso. Si Geografía significa dibujo de la Tierra, en tierra sin dibujo ¿qué será lo que se accidente? Sepamos que hay quien se enfrenta con extensiones sin estructura en la que no sólo no sabe orientarse sino en las que debería volverse a pensar que puede ser lo que orientación significa. Una palabra simétrica a la de destiempo de Wittelin fue a este respecto propuesta por Eugenio Montejo: desespacio. (Solanes; 1993, 133).

La errancia del indigente trashumante es opuesta a la experiencia de expansión espiritual de los antiguos “derviches”, en medio oriente, o de los “samanas o bikus” en la India, en la que es la más alta aspiración que puede anhelar un ser humano: la liberación. Y es también distinta de aquellas vagancias lúdicas y estéticas, ya tan famosas, del flaneur de Benjamin. En la errancia sin fin, la disolución del sentido, conjugada con la indigencia, como pérdida de bienes fundamentales para la vida, son la combinación que se integra bajo una condición que hemos nombrado como indigencia trashumante, la cual, paradójicamente, se gesta y deambula en las metrópolis contemporáneas.

La indigencia alude a miseria, estrechez, necesidad, pobreza material que, trasladada al plano de los valores, se asocia con carencia de valor, a una incapacidad de ser gente, de decencia. Sin embargo, la indigencia en términos filosóficos y literarios puede ser considerada como un estado potencial de todos los seres, que no se circunscribe necesariamente a un contexto precario de exclusión o privación de bienes materiales mínimos o de pobreza extrema. Este vocablo alude a la llana condición humana de “incompletud” y necesidad de búsqueda de sentido que cada amanecer nos acosa .

Se trata entonces, del reconocimiento de nuestra condición integral de necesidad, de falta fundante, original, que como nos dice Levinas, descubre una verdadera vida que es aspiración del otro cuyo deseo “no es como el pan que como, como el paisaje que contemplo, yo mismo y mí mismo, este yo, este otro. El deseo metafísico tiende hacia lo totalmente otro, hacia lo absolutamente otro. En el fondo del deseo comúnmente interpretado se encontraría la necesidad, el deseo señalaría un ser indigente e incompleto o despojado de su grandeza pasada. Coincidiría con la conciencia de lo perdido" (Levinas; 2006, 57).

Estas dos ausencias: la material y la metafísica discurren en la errancia del indigente trashumante con su “andar sin rumbo en medio de la hostilidad”, en medio de esa “nueva forma de desierto humano donde la soledad es total” (González Alcantud: 2005, 21); como lo refleja esa imagen del “llano en llamas” de Juan Rulfo, donde el llano es un desierto donde la muerte toma el lugar principal, y donde, a diferencia de esas otras travesías, incluso diletantes “... la errancia es un concepto que no conduce a ninguna espera, sólo a hallar azarosamente la iluminación en los intersticios de la significación, donde reside la autoctonía” (Idem).

La indigencia trashumante se muestra así como el rostro de la exclusión extrema que como espejo, refleja la condición generalizada de muchas personas en las metrópolis. Dicha condición comparte los rasgos comunes a una experiencia de exilio: desarraigo y pérdida de horizontes temporales y espaciales, así como la transformación o anulación de expectativas laborales o de relaciones personales, búsqueda de memoria y olvido, entre otros. Sin embargo, como el exilio, no es experimentada de igual manera por todos los que la sufren. El destino que a uno le espera en “tierra extraña”, muchas veces está determinado por ese desarraigo que ya se padecía antes en el lugar de origen. Como nos lo relata Martín-Baró:

Así no es igual la experiencia de un exiliado político tras el derrocamiento de un gobierno que el profesional que sale de su país a la búsqueda de un espacio vital; ni es lo mismo quien huye hastiado de la violencia bélica que quien tiene que escapar para salvar su vida, taloneado por los escuadrones de la muerte.(Martín-Baró; 1988, 3).

Queda claro que los nombres de las experiencias del exilio y la indigencia trashumante tienen que ver con la manera como se organizan la temporalidad y especialidad internas. La propia memoria toma sentidos distintos en cada una de tales configuraciones. Se trata entonces como nos dice Solanes, de una geografía cualitativa, en la que el espacio y el tiempo es:

...heterogéneo y no se vive como simple prolongación de lo anteriormente vivido. Para describir el espacio de ese mundo inesperado habría que considerar sus límites, su contenido, su sentido. ¿Cómo se lo representa, cómo nos lo presentan los exiliados? Como frialdad, oscuridad, inanidad y en contradicción, como amontonamiento, congestión, vacío. (Solanes; 1993; 99).

De ahí que a cada experiencia corresponda una geografía cualitativa interior distinta, que expresa, a su vez, una forma de la memoria que recoge esa condición de exilio nombrada de distintos modos, pero que refleja un mismo rasgo presente en distintos lugares y épocas. Nos referimos, entonces, a ese tipo de rechazo social y humano que expulsa a las personas hacia un horizonte incierto, generando una verdadera disrupción en su orientación temporal y espacial, misma que sirve para organizar la experiencia de habitación y apropiación del mundo.

Esta geografía cualitativa, a la manera de un fractal, toma múltiples formas y distintos nombres. El rasgo más distintivo de la socialidad humana no es, sin embargo, la amplitud alcanzada en ella por el repertorio de rechazos. Hay una forma de rechazo, el exilio, especialmente significativo de la condición humana, tanto por aquellos que rechazan como por los rechazados, como señala Solanes: “El exiliado es el paradigma del hombre ... ¿No debería hacerse comenzar toda antropología por un estudio sobre el exilio?” (Ibidem, 18).

La modulación de “poner tierra de por medio” puede aplicarse a la propia etimología del exilio. Su definición derivada del latín exsiliare: "saltar afuera" ha sido primordialmente referida a la dimensión espacial, pero también a la temporal en términos de “ausencia prolongada del propio país, impuesta por la fuerza de autoridad” (Ibid, 54). Así podemos ver que la pérdida de coordenadas temporales y espaciales adquiere diversos nombres y contenidos, según las lenguas, los puntos de vista y los momentos históricos. Pero lo cierto es que ninguna nominación puede abarcar en su totalidad el sentimiento de transformación que “el afectado no puede dejar de reconocer pero que se resiste a sufrir pasivamente ... ¿Cómo entonces llamar a este ausente por la ausencia arrastrado hasta tan cerca de la muerte? (Idem).

Nosotros le hemos nombrado indigente trashumante, y este poema titulado: “Ser sin lugar” es nuestro humilde homenaje a esta condición humana a la que todos somos arrojados en alguna dimensión de nuestro ser.

Ser sin lugar

Escondido en el espacio “vacío”,

el ser sin lugar,

habita lo inhabitable.

El lugar codiciado, el refugio anhelado.

Ahí no está él,

huye para no ser visto.

Fuga continua en su tiempo laberíntico,

en su laberinto de tiempo.

¿Cuándo llegaré? ¿A dónde llegaré?

(Carretero; 2009, 96)

Bibliografía:

Bhabha, Homi y Mitchell, W. J. T (comps.), (2006), Edward Said. Continuando la conversación, Buenos Aires, Paidós.

Carretero, Reyna, y León, Emma (2009), Indigencia trashumante. Despojo y búsqueda de sentido en un mundo sin lugar, México, CRIM-UNAM.

Chambers, Ian (1995), Migración, cultura, identidad, Buenos Aires, Amorrortu.

García Ponce, Juan (1981), La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski, Barcelona, Anagrama.

González Alcantud, José Antonio (2005), La ciudad vórtice. Lo local, lugar fuerte de la memoria en tiempos de errancia, Barcelona, Anthropos.

Heidegger, Martin (1986), El Ser y tiempo, México, FCE.

Kristeva, Julia (2006), Poderes de la perversión, México, Siglo XXI.

Levinas, Emmanuel (2007), Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad, Barcelona, Gedisa.

Martín-Baró, Ignacio (1988), “De la guerra sucia a la guerra psicológica: el caso de El Salvador”, en Fuga, exilio y retorno. La salud mental y el refugiado, Nueva York, CHRICA (Comité Pro Derechos de Salud en Centroamérica), 1988.

Mutis, Álvaro (1995) “Grieta Matinal”, en Antología personal, Buenos Aires, Argonauta, pp. 59-60.

Solanes, José (1993), Los nombres del exilio, Caracas, Monte Avila.



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