En
defensa del profeta Muhammad, el Mensajero de Allah. Que Allah
le bendiga y le conceda santidad y paz.
Por Hayy Abdulhasib Castiñeira
Por Hayy Abdulhasib Castiñeira
Desconozco en detalle lo que este ocurriendo en el países
como Irán, Afganistán o Indonesia, excepto los breves
segundos que ofrecen los telediarios. Indudablemente este incidente
merece una posición de firmeza de los gobernantes de los
países musulmanes - para dejar claro que no toleran la mofa
y el ridículo a sus valores y creencias - mas que algaradas
callejeras, que siempre tienen por resultado, sea cual sea la motivación,
daños a inocentes, destrucción de propiedad y alteración
de la convivencia pacifica.
Pero me permito hacer algunas reflexiones personales para intentar clarificar la situación que han provocado esas estúpidas viñetas, una situación y una respuesta que quizá la gente normal de este país no llega a entender desde su propio condicionamiento, que ahora es muy insistente y muy perverso en contra del Islam, en los medios de comunicación y entre las elites que crean opinión en nuestro país y en todo el mundo.
El asunto de las caricaturas, que muchos en Europa han calificado de trivial e intrascendente, y las reacciones que han suscitado en el mundo musulmán, que analistas y expertos en medios de comunicación consideran desproporcionadas y algo fanáticas, pone de manifiesto que existe una manera muy distinta de percibir la existencia entre la mayoría de los musulmanes del mundo y las masas de ciudadanos “civilizados” de las sociedades de consumo, laicas, liberales y materialistas del mundo desarrollado.
Es esta fractura, esta profunda división, la que hace que muchas personas en Europa no entiendan porque los musulmanes están reaccionando de una manera tan airada, llegando a la violencia callejera, que no es otra cosa sino manifestación de indignación y rabia, que no encuentra otro cauce para expresarse.
A pesar de la homogeneidad de culturas en la época de la globalización y de la comunalidad de la información y los valores que se transmiten por los medios de comunicación vía satélite, del internet y la asombrosa facilidad de movimiento de las ideas y las personas en la era de la tecnología; los musulmanes siguen siendo diferentes. Los intentos de domesticar a los musulmanes por medio de la propaganda cultural, la colonización política y la invasión militar no acaban de tener éxito. Los dirigentes de Occidente que utilizan la retórica de la tolerancia, en realidad no respetan ni toleran al Islam, sino que con la técnica del palo y la zanahoria, la amenaza y el halago, intentan someter sin prisa pero sin pausa a una comunidad humana de dos mil millones de seres humanos que tienen una visión de la existencia propia y que no coincide en muchas cosas con las fuerzas y doctrinas del voraz y materialista mundo capitalista.
Los musulmanes están firmes como rocas en su fe y su dignidad y su respeto a la revelación y su amor por el mensajero de Allah, Muhammad. A quien los españoles, por cierto, deben dejar de llamar Mahoma, pues ese es un apelativo despreciativo introducido en nuestro idioma en la época de la Inquisición. El amor por el profeta Muhammad, la imitación de su ejemplo de conducta y la defensa de su persona, su buen nombre y su enseñanza, son realidades muy firmemente arraigadas en el musulmán, son precisamente las cosas por las que está dispuesto a sacrificar su propia vida, si llega el caso, porque son la más alta expresión de la existencia, y la puerta de acceso a lo mejor de si mismo y al conocimiento y adoración de Dios.
Vilipendiar, ridiculizar y tomarse a broma a los enviados de Dios son crímenes que el Islam no tolera. La sociedad laica y atea que sigue empujando y forzando los límites de lo natural -en la conducta individual, el orden social y económico y en su explotación insaciable de los recursos del planeta- tiende a la frivolidad, a la ridiculización y la mofa para descalificar todo aquello que represente una alternativas o una opción diferente a su dudoso sistema de valores. Cuando la frivolidad y la sátira se dirigen a las cosas que para los creyentes son de una importancia y de una santidad mas allá del juego y la broma, no hay que extrañarse si causan reacciones desproporcionadas.
Pero me permito hacer algunas reflexiones personales para intentar clarificar la situación que han provocado esas estúpidas viñetas, una situación y una respuesta que quizá la gente normal de este país no llega a entender desde su propio condicionamiento, que ahora es muy insistente y muy perverso en contra del Islam, en los medios de comunicación y entre las elites que crean opinión en nuestro país y en todo el mundo.
El asunto de las caricaturas, que muchos en Europa han calificado de trivial e intrascendente, y las reacciones que han suscitado en el mundo musulmán, que analistas y expertos en medios de comunicación consideran desproporcionadas y algo fanáticas, pone de manifiesto que existe una manera muy distinta de percibir la existencia entre la mayoría de los musulmanes del mundo y las masas de ciudadanos “civilizados” de las sociedades de consumo, laicas, liberales y materialistas del mundo desarrollado.
Es esta fractura, esta profunda división, la que hace que muchas personas en Europa no entiendan porque los musulmanes están reaccionando de una manera tan airada, llegando a la violencia callejera, que no es otra cosa sino manifestación de indignación y rabia, que no encuentra otro cauce para expresarse.
A pesar de la homogeneidad de culturas en la época de la globalización y de la comunalidad de la información y los valores que se transmiten por los medios de comunicación vía satélite, del internet y la asombrosa facilidad de movimiento de las ideas y las personas en la era de la tecnología; los musulmanes siguen siendo diferentes. Los intentos de domesticar a los musulmanes por medio de la propaganda cultural, la colonización política y la invasión militar no acaban de tener éxito. Los dirigentes de Occidente que utilizan la retórica de la tolerancia, en realidad no respetan ni toleran al Islam, sino que con la técnica del palo y la zanahoria, la amenaza y el halago, intentan someter sin prisa pero sin pausa a una comunidad humana de dos mil millones de seres humanos que tienen una visión de la existencia propia y que no coincide en muchas cosas con las fuerzas y doctrinas del voraz y materialista mundo capitalista.
Los musulmanes están firmes como rocas en su fe y su dignidad y su respeto a la revelación y su amor por el mensajero de Allah, Muhammad. A quien los españoles, por cierto, deben dejar de llamar Mahoma, pues ese es un apelativo despreciativo introducido en nuestro idioma en la época de la Inquisición. El amor por el profeta Muhammad, la imitación de su ejemplo de conducta y la defensa de su persona, su buen nombre y su enseñanza, son realidades muy firmemente arraigadas en el musulmán, son precisamente las cosas por las que está dispuesto a sacrificar su propia vida, si llega el caso, porque son la más alta expresión de la existencia, y la puerta de acceso a lo mejor de si mismo y al conocimiento y adoración de Dios.
Vilipendiar, ridiculizar y tomarse a broma a los enviados de Dios son crímenes que el Islam no tolera. La sociedad laica y atea que sigue empujando y forzando los límites de lo natural -en la conducta individual, el orden social y económico y en su explotación insaciable de los recursos del planeta- tiende a la frivolidad, a la ridiculización y la mofa para descalificar todo aquello que represente una alternativas o una opción diferente a su dudoso sistema de valores. Cuando la frivolidad y la sátira se dirigen a las cosas que para los creyentes son de una importancia y de una santidad mas allá del juego y la broma, no hay que extrañarse si causan reacciones desproporcionadas.
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