¿Estado Islámico?: ¡Estado islamoide!
Por Pepe López – Hay que dejar de llamarles “Estado Islámico” o “Califato Islámico” como hacen los medios de difusión de masas occidentales. En todo caso, se les podría llamar “Estado Islamoide”.
De todas formas, tampoco podemos afirmar que el “Estado Islamoide” sea una “creación occidental”. Otra cosa es que las potencias y los medios de manipulación occidentales se aprovechen de ellos, les hayan apoyado o les den carta de naturaleza para instrumentalizarlos, pero NO son una creación occidental. El reformismo puritano es la otra cara de la moneda del “islam liberal”. Habrá nacido y crecido en contacto, bajo influencia y como respuesta a Occidente, pero tiene su propia génesis y dinámica autónoma.
Pues el Estado Islamoide del norte de Siria e Iraq es una creación tacafre (o “tacfir”) que se nutre de corrientes instaladas en el sunnismo “reformado” contemporáneo que se han pasado, años y años, bebiendo de figuras e ideólogos “rescatados” del olvido o del desprecio a finales del siglo XIX y principios del XX, como el demagogo Hassan ben Al Barbahari (siglo X) el polemista Taqui Ad’Din ben Taimiya (siglos XIII-XIV) y el conocido fundador del abdelwahabismo (Mohammed ben Abdelwahab, siglo XVIII)
Puede considerarse a Hassan ben Al Barbahari como un antecedente del Estado Islamoide. Fue un extremista de la escuela Hanbalí (fue visto como extremista por los propios hanbalicos) promotor de los asaltos y persecuciones sectarias desatadas contra sunnitas “innovadores” y chiítas durante los califatos de Al Moqtadir (912-932) y su hermano Al Cáhir (932-934), presentándose como una reacción ante el desafío que representaba política y religiosamente el alzamiento del Califato Fatimí en el Norte de África (eran ismaelitas) y la extensión del movimiento Cármata en el Golfo (los cármatas eran una especie de chiítas “comunistas”) hasta que llegó el hijo de Al Moqtadir al poder (Ar Radi, 934-940) para acabar con las turbas sectarias.
Tampoco podemos olvidar a Taqui Ad’Din iben Taimiya, otro extremista hanbálico (con más preparación, desde luego) que vivió la época convulsa de las invasiones mongolas. Su línea cayó en el olvido en el siglo XV y así estuvo hasta finales del siglo XIX. De la noche a la mañana, una nueva ola de neosalafistas (y más de uno era activista anti-imperialista) “redescubrieron” su obra y lo promovieron a rango de gran precursor de la “vuelta islámica”. Los abdelwahicos de Arabia Saudita estuvieron encantados de que otros encontraran un ideólogo afín anterior con más “cuajo” que el aprendiz de jeque que fundo su movimiento en el XVIII.
Ciertamente quienes dirigen y nutren el DAI y el Estado Islamoide no tienen una formación islámica “tradicional”. No pocos han pasado del Nintendo al Humvees del Estado Islamoide en cuestión de días. Pero han sido movilizados por unos mitos, consignas y referencias construidas durante el siglo XX por el “re”neo salafismo “ben taimiyado” y “abdelwahabizado” y extendidos como la peste negra a partir de la popularización de internet.
Observo que existe cierto paralelismo histórico entre principios del siglo X y principios de este siglo.
Repasemos: a finales del siglo IX se desatan rebeliones ismaelitas en el sur de Iraq y en Siria. El movimiento Qármata, con una batería de reclamaciones sociales, consigue consolidarse en el Golfo (Baharein se erige como base principal de su estado militar-comunal desde el 886) y a principios del siglo X el ejército reunido por Zicrawaih consigue conquistar las grandes ciudades del norte de Siria (Alepo, Hama, Homsa…). Aunque las fuerzas califales consiguen derrotarlo y reconquistar el territorio controlado por los Cármatas en Levante, los disturbios prosiguen tanto en estas tierras como en el sur de Iraq…
Repasemos: a finales del siglo IX se desatan rebeliones ismaelitas en el sur de Iraq y en Siria. El movimiento Qármata, con una batería de reclamaciones sociales, consigue consolidarse en el Golfo (Baharein se erige como base principal de su estado militar-comunal desde el 886) y a principios del siglo X el ejército reunido por Zicrawaih consigue conquistar las grandes ciudades del norte de Siria (Alepo, Hama, Homsa…). Aunque las fuerzas califales consiguen derrotarlo y reconquistar el territorio controlado por los Cármatas en Levante, los disturbios prosiguen tanto en estas tierras como en el sur de Iraq…
Pero lo peor estaba aún por llegar: la rebelión fatimita en el Magreb. Éstos, tras ganar para su causa a la tribu berberisca de los Cutamas, arrollan en muy pocos años tanto a los reinos independientes berberiscos como al principado (nominalmente subordinado a Bagdad pero completamente autónomo de hecho) de los Aglábidas, y convierten al “infante” Ubaidal’lah en el primer Califa ismaelita de la historia (en el 909).
Es decir, los poderes establecidos de aquella época (califato abbásida y los diferentes principados -tanto independientes como nominalmente subordinados-) se ven amenazados por el empuje de fuerzas islámicas inspiradas en el Chiísmo que cuestionan el orden social y político dominante, y en algunos casos (Magreb, Baharein…) se ven obligados a reconocer su éxito.
Ante esta situación a principios del siglo X ¿Que fue lo que hizo el poder establecido para recuperar el favor de las poblaciones e impedir que se sumen a esos movimientos?
Lo que hizo entonces el poder fue dar cobertura a predicadores extremistas, que lanzaron un discurso sectario (sobre todo antichiíta, pero también anti mutazílico, antiashyarí, anticadarí…) acusando a todos estas corrientes de innovadoras y de “escorpiones” disfrazados de musulmanes. El poder político dominante de esa época, viendo que estaba siendo sacudido por rebeliones que esgrimían idearios religiosos, jugó la baza de respaldar al sectarismo más extremista para así, frente al discurso político-religioso del enemigo, contrarrestarlo con un discurso también religioso pero exageradamente puritano y reaccionario. Hassan ben Al Barbahari se movía siguiendo sus propios parámetros, y es muy posible que creyera instaurar un poder mayor que el ejercido por quienes le respaldaban, pero fue un instrumento del poder para movilizar y desviar a través del sectarismo y el reduccionismo puritano a muchos musulmanes simples que podían haberse sentido atraídos por el programa qármata, por ejemplo.
Algo parecido he visto en este principios de siglo. El ejemplo de estados como Irán, de movimientos de resistencia como Hizbul’lah, o de rebeliones como la de Baharein y otros países árabes (protagonizadas por ciudadanos de distintas confesiones) están siendo contrarrestadas por las fuerzas “re”neosalafistas “abdelwahabizadas” que consideran “traidores al islam” a todos aquellos ciudadanos y movimientos (islamistas o no islamistas) que no comparten sus obsesiones, que reclaman poderes públicos sujetos a las demandas populares, y que se dedican a anatemizar como innovadores cualquier expresión política islámica que no tenga el visto bueno de las oligarquías árabes (que éstas sí que pueden “innovar” todo lo que quieran).
Hoy, como ayer, los monstruos -es decir, los “ben Al Barbahari” de turno- alimentados para arrojarlos contra el enemigo, pueden “crecer” demasiado. Los monstruos que los poderes han amparado pueden volverse más grandes de la cuenta, y pueden escaparse de la jaula cometiendo estragos no sólo entre la “población vecina liquidable” sino en la afín.
Esto es lo que ha ocurrido con el DAI: un instrumento para destrozar Siria y chantajear a Iraq se ha vuelto demasiado poderoso y autónomo, y ahora toca frenarlos mientras los medios de manipulación occidentales siguen insistiendo en darles carta de naturaleza “islámica” o “sunní”.
Antes, los poderes establecidos los instrumentalizaban faciltándoles apoyos. Ahora los poderes establecidos los instrumentalizan al representarlos como “Estado Islámico”.
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