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jueves, 14 de julio de 2016

Viaje a las Ruinas del Califato

Palmira y Qariaten son los dos últimos lugares liberados por el Ejército de Siria de manos del grupo yihadista Estado Islámico (EI). Los civiles regresan después de meses fuera de sus casas y lo que se encuentran es destrucción y saqueo.

Mikel Ayestaran
Envíado especial a SiriaMikel Ayestaran
Las huellas del Estado Islámico están frescas, su propaganda tirada en las calles, sus libros de textos para lavar el cerebro a los más pequeños, sus pintadas en las paredes… parecen parte de un pasado lejano y oscuro. La carretera del desierto que une Homs con Palmira se ha convertido en la auténtica frontera entre la Siria que controla el gobierno y el califato.
Dos jóvenes militares rusos perfectamente equipados custodian el último puesto de control antes de llegar a la fortaleza de Palmira. Son rusos, pero su posición tiene una bandera de Siria. El castillo árabe del siglo XVII domina la conocida como «perla del desierto» desde lo alto, y «ofrece las mejores vistas» para situarse en este oasis que durante diez meses estuvo bajo la bandera negra del grupo yihadista autoproclamado como Estado Islámico (EI). Así lo recomienda la guía de viaje Lonely Planet. Y así lo entendieron los yihadistas, antes, y los rusos ahora, que han situado allí su principal punto de vigilancia.
Tras un breve intercambio de palabras se autoriza el paso, con la condición de no grabar ni hacer fotos de los militares ni de la mini base montada a los pies de la fortaleza. «Treinta minutos. Ni uno más», dice uno de ellos mostrando su reloj. A los pies de la montaña descansan las ruinas grecorromanas, patrimonio de la humanidad, y a su lado la ciudad nueva de Tadmor. Los militares rusos vigilan cada movimiento. Muy serios. La fortaleza presenta importantes daños en sus muros y la pasarela de acceso está destrozada.

El presidente Vladimir Putin anunció el repliegue de sus tropas de Siria, pero en Palmira se percibe a simple vista un despliegue de hombres y de equipos importante. Camiones y más camiones con las matrículas negras y letras en cirílico del Ejército ruso se desplazan por el desierto. A las puertas de las ruinas, las tropas de Putin han levantado un campamento con casas prefabricadas presidido por la bandera tricolor de la Federación Rusa. Sus vehículos blindados son, de hecho, los encargados de controlar los accesos más importantes a los restos arqueológicos en los que jóvenes uniformados, de verde oscuro sin ningún tipo de bandera o distintivo en las solapas, trabajan en el desminado.
Para viajar desde Damasco a Palmira se necesitan los permisos de los ministerios sirios de Información y Defensa. Un oficial del Ejército debe coordinar la visita o, directamente, viajar en el propio coche de la prensa, lo que es clave para superar los incontables puestos de control de la ruta. En nuestro vehículo viaja el coronel Samir Ibrahim, que participó en los combates de la liberación. Su presencia facilita el acceso en todos los puestos de control excepto en los que hay presencia rusa. En estos es necesario detener el coche y esperar el visto bueno de los mandos rusos para avanzar.

LA RUTA MINADA HACIA PALMIRA

Desde Damasco existe una carretera directa que llega a Palmira tras recorrer 250 kilómetros. Como algunos tramos están fuera del control del Ejército, es necesario tomar una ruta alternativa, que exige un rodeo importante. Implica llegar primero a Homs –localidad a 170 km. de la capital- y, desde allí, avanzar hacia el Este penetrando en el desierto por una carretera fortificada que marca la línea divisoria entre el califato y la Siria que controla el Gobierno. Son 160 kilómetros prácticamente en línea recta con socavones continuos en la carretera, huella de los artefactos explosivos improvisados colocados por el EI y que han obligado a realizar innumerables reparaciones.

Cada pocos kilómetros existen puestos de control rodeados de muros de arena, la mayoría con tanques o artillería apuntando al califato. Al final del trayecto, cuando el convoy está a punto de llegar al cruce que permite ir a Raqqa (la capital del territorio controlado por Estado Islámico) y a Deir Ezzor, llaman la atención en los puestos de control unas banderas amarillas de las «milicias amigas». Así las define el coronel Ibrahim. «¿Hazaras?», pregunto, tras ver a los primeros milicianos con rasgos mongoles. «Milicias amigas que funcionan bien en el combate de montaña», responde el oficial sirio, sin dar más detalles sobre el laberinto bélico de colores y lealtades que corroe el país árabe.
Manos a la cabeza, cabeza a las rodillas. El oxígeno deja de llegar a los pulmones, el corazón se acelera, la mirada se nubla y los oídos zumban
El movimiento de tropas es constante. Camiones rusos, nuevos, tiran de grandes cañones en dirección al desierto. Los cazas sobrevuelan la zona a baja altura y dibujan una sonrisa en el rostro de los soldados sirios que vigilan cada puesto de control. «Ha sido la batalla más dura que ha librado el Ejército de Siria en los últimos cinco años de guerra. Calculamos que el EI disponía de unos 4.000 hombres, muchos de ellos con gran experiencia militar; no olvides que aquí vienen a morir, no tienen miedo y resisten hasta el martirio», destaca el coronel Ibrahim.
Bajamos de la fortaleza junto al oficial, pero de nuevo es necesario detener el coche: han encontrado una mina. Sin tiempo apenas de ubicar dónde se encuentra, una enorme explosión nos golpea con fuerza a apenas 200 metros de distancia. Manos a la cabeza, cabeza a las rodillas. El oxígeno deja de llegar a los pulmones, el corazón se acelera, la mirada se nubla y los oídos zumban. Por suerte, son solo unos segundos de confusión. Cuando pasan, el hongo de humo se alza como una torre gris hasta el cielo. Imposible acceder hoy a las ruinas.
Un blindado ruso corta el paso y un soldado hace un gesto enérgico con la mano diciendo que está cerrado. En el puesto de mando del Ejército sirio, establecido en una antigua escuela, informan de que, «por motivos de seguridad, se prohíbe el paso hasta que los desminadores concluyan su trabajo». Desde el muro de acceso se adivina la gran columnada de Palmira: aparenta un buen estado, pero habrá que esperar al informe detallado de los expertos del ministerio de Antigüedades y de la UNESCO para poder evaluar de los daños.

LA VIDA EN SIRIA, BAJO LAS RUINAS

El primer equipo de expertos del organismo internacional ya ha podido visitar las ruinas y, en su informe preliminar, señala que Palmira «conserva gran parte de su integridad y autenticidad» pese a «la destrucción de varios edificios emblemáticos» como el ágora, el Arco del Triunfo y el Templo de Baal Shamin. El informe constata los «daños considerables» en el museo de la ciudad, donde «los sarcófagos y las estatuas que eran demasiado grandes y pesadas para poder ser trasladadas a un lugar seguro antes de la llegada de los extremistas están destrozadas, sus cabezas cortadas, y los fragmentos de muchas de ellas esparcidos por el suelo».

Las minas no solo están en las ruinas. En Tadmor, los yihadistas sembraron las calles con explosivos para impedir el avance del Ejército. Son más fáciles de detectar que entre la arena, pero igual de destructivos y peligrosos para los civiles que regresan estos días para evaluar cómo están sus casas. El suyo es un viaje de ida y vuelta porque, después de 10 meses de califato y los duros combates para la liberación, solo encuentran destrucción y pillaje

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