El traductor iraquí que no quería ser decapitado por el Estado Islámico
Ciudadanos iraquíes como Hussein, que sirvió en el Ejército de EEUU, no pueden viajar al país por culpa de la Orden Ejecutiva impulsada por Trump
Muchos de ellos recibieron medallas por sus servicios en el frente de batalla
Cambió de ciudad, de aspecto, de escondite y hasta de teléfono. Le dio igual. Volvieron a encontrarle. "No sé cómo lo hicieron, pero localizaron cada nuevo número que usé y me amenazaron de muerte a mí y a mi familia. El Estado Islámico me había localizado de nuevo y tenía que escapar".
Hussein (que no es su verdadero nombre) era sólo uno entre un millón de refugiados llegados a Europa desde primavera de 2015 hasta hoy. Su ejemplo es el de un iraquí que se juega la vida por Estados Unidos en el campo de batalla pero que es finalmente traicionado por una Orden Ejecutiva de su presidente, que le impide refugiarse en el país que incluso llegó a condecorarle por sus servicios como traductor. Se cruzó con este periodista en 2015 en la isla griega de Kos (Grecia) recién desembarcado desde Turquía.
Ya en tierra, donde llegó con sus dos hijos en patera, acudió al reparto de comida que realizaba una ONG local y se sentó a contar su historia con una petición expresa: "No mostréis mi cara en la foto. Si lo hacéis, me encontrarán allá donde vaya. Es la segunda vez que tengo que escapar de Irak. Soy kurdo, y ya tuve que salir de allí cuando nos persiguió Sadam Hussein en los 80. Me refugié en Londres, donde aprendí el idioma. Entonces después decidí volver en 2003, en plena invasión de Estados Unidos, para trabajar como traductor de las tropas británicas y de EEUU".
Ese mismo año, los islamistas que eran el germen del actual Estado Islámico, ya lanzaron un edicto religioso para castigar según la ley islámica a quienes colaborasen con las tropas extranjeras, con lo que su actividad siempre estuvo sometida a grandes peligros. En 2015, cuando llegó el Estado Islámico a Mosul y amenazó con conquistar todo Irak, esa amenaza se volvió tangible: "Querían ejecutarme en una plaza pública, cortarme la cabeza y reclutar a mis hijos para su causa. Por eso estoy huyendo de mi casa".
Hussein viajaba con su mujer y sus hijos. Ella descansaba de la travesía por el Egeo en un hotel mientras los pequeños correteaban alrededor de su padre. Parecía relajado, pero a veces miraba su teléfono de reojo, como si el Estado Islámico pudiera seguir amenazándole frente a la plácida playa de Kos.
"He pagado una fortuna por traerlos a Europa a todos, 2.500 euros por cabeza, el doble de la tarifa normal, porque los guardacostas turcos nos han devuelto varias veces a la costa y hemos tenido que volver a abonar el pasaje", contaba Hussein, que estuvo en pleno frente de la batalla de Faluya. Eran los días en los que se permitía a los refugiados emprender su viaje a través de los Balcanes y había prisa por salir. "Espero que mi experiencia en el Ejército de Estado Unidos y mi conocimiento del inglés me ayude para encontrar un trabajo rápido".
La Orden Ejecutiva de Donald Trump corta, al menos durante los próximos tres meses, el sueño de Hussein y de miles de traductores y colaboradores del Ejército de EEUU en Irak o de asociaciones humanitarias relacionadas con su agencia de cooperación (USAID). Ya hay al menos 7.000 iraquíes que, desde 2008, han logrado el permiso de residencia en suelo estadounidense en virtud de una iniciativa especial diseñada para proporcionar refugio a los civiles iraquíes que se jugaron la vida colaborando con las tropas y las autoridades estadounidenses tras la caída de Sadam Hussein.
Esta semana, de facto, esa posibilidad ha quedado suspendida. Muchos de ellos llevan medallas concedidas por el Ejército al que sirvieron y muestran las mismas heridas de guerra por estar presentes en batallas como Faluya, Basora, Bagdad... Ahora se han quedado en tierra de nadie.
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