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domingo, 25 de febrero de 2018

Un sirio muestra una mina dejada por los yihadistas del grupo Estado Islámico

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Un sirio muestra una mina dejada por los yihadistas del grupo Estado Islámico en Raqa, el 16 de enero de 2018
Mohamed Kuraji se hallaba en su casa de Raqa para preparar la vuelta de su familia cuando su padre murió como consecuencia de una mina. Un drama banal en este exbastión rebelde del grupo Estado Islámico (EI) en Siria.
"Le había prometido a mi mujer que volveríamos en cuanto yo terminara de limpiar la casa", declara, con los ojos abiertos de par en par, este joven de 26 años que resultó herido.
Los yihadistas fueron expulsados de Raqa (norte) en octubre, pero la muerte sigue rondando.
Bajo los escombros o en edificios destruidos por los combates, las minas colocadas antes de su huida matan a habitantes que apostaron por el regreso.
Algunos resultan heridos o mueren "abriendo la nevera o la lavadora, moviendo un saco de azúcar abandonado o simplemente abriendo la puerta de su habitación", afirma la oenegé Human Rights Watch (HRW).
En la casa de Kuraji, que volvió hace más de dos meses, el detonador de la mina estaba oculto bajo un Corán.
"Fue aterrador. Salí disparado hasta la casa de los vecinos, una pared cayó sobre mi padre", recuerda el joven, con dos hijos pequeños. En las piernas lleva férulas y en las tibias, tornillos.
-'Negocio lucrativo'-
Las miles de familias que vuelven a Raqa no tienen más remedio que desminar el barrio como buenamente pueden. Se quejan de la impotencia de las autoridades instaladas por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), la coalición de combatientes árabes y kurdos sirios respaldada por Estados Unidos que reconquistó la ciudad.
Frente a la lentitud de las operaciones de desminado, los vecinos contratan los servicios de algunos habitantes que piden hasta 100 dólares por intervención, una fortuna para una población arruinada por la guerra.
"Se ha convertido en un negocio lucrativo, a causa de la negligencia de los responsables, y nosotros, no tenemos medios", explica con amargura Hamed Saleh, de 28 años.
Por culpa de las minas, él condenó el acceso a una parte de su casa. "En cualquier momento, si pasa un gato, una mina puede estallar. Da mucho miedo".
En la ciudad devastada por los combates y los bombardeos aéreos de la coalición internacional anti-EI, la vida parece abrirse paso.
Delante de un edificio reventado, unos niños vestidos con pulóveres demasiado grandes para ellos rebuscan entre los escombros, en medio de hierros retorcidos y chapas onduladas.
Hombres con picos y palas retiran los escombros de un edificio. A veces sacan explosivos intactos.
- 'Encerrados en casa' -
Esta semana, la oenegé HRW dio la voz de alarma: entre el 21 de octubre y el 20 de enero, "las minas hirieron a por lo menos 491 personas, entre ellas 157 niños, y muchas víctimas murieron".
"En un solo distrito, una asamblea de barrio recibe una diez demandas diarias para una inspección de domicilio. Las autoridades locales únicamente pueden llevar a cabo diez operaciones por semana en toda la ciudad", recalcó la oenegé.
Goh Mayama, un responsable en el terreno de Médicos Sin Fronteras (MSF), asegura que su clínica recibe cada día un promedio de seis heridos por la explosión de una mina. Según él, un cuarto de los heridos mueren.
Las FDS dicen haber desminado una parte de la ciudad, sobre todo los hospitales y los colegios, pero el comandante Lokman Jalil reconoce que es una tarea de titanes. "Hay muchas minas, llevará tiempo".
Y estima que los habitantes cargan con una parte de responsabilidad.
"Estábamos en contra de la vuelta de los civiles" a la ciudad, "pero presionaron porque vivían en condiciones difíciles", sobre todo en los campos de desplazados, dijo.
El comandante Jalil precisa que sus hombres fueron formados en el desminado por los países miembros de la coalición internacional antiyihadista, que reagrupa a Estados Unidos, Francia y el Reino Unido.
Pero Abu Mohamed se queja de la inacción de las autoridades. "Los vamos a ver para que vengan a sacar los obuses y las minas pero nadie nos escucha", lamenta este hombre de unos cuarenta años que prohíbe a sus tres hijos salir a la calle. "Los encierro en casa para que ninguna mina estalle a su paso".

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