Imaginando un mundo de interconexión total, donde nuestro cerebro sea el Internet
Científicos empiezan a desarollar formas en las cuales podremos conectarnos de cerebro a cerebro (tu iPhone estará dentro de ti), creando literalmente una Mente Global, sin embargo esto sería a través de la controvesrial fusión entre el hombre y la máquina
We will interface with machines through thought signals. We will become nodes on a techno-network. We will be able to communicate with other humans merely by thinking to each other. Speech, as we know it, may well become obsolete.
—Kevin Warwick, I, Cyborg (2004)
Una de las principales cosas que nos venden las compañías de tecnología es la sensación de interconexión, de estar en cualquier parte del mundo y poder comunicarnos con la personas que queramos de distintas formas, hasta el punto de que les podemos prácticamente compartir lo que vemos, esuchamos y sentimos. Y, sin embargo, hay un límite, un límite que también es parte central del cuestionamiento de la filosofía y la metafísica, el límite de nuestro pensamiento, de lo que sucede a nuestro interior, algo que se ha pensado es incomunicable. En el fondo yace aquí el deseo de ser el otro, de ser tú y traspasar las fronteras de la individualidad.
Pronto tal vez este límite del fuero interno sea extravasado y podamos conectarnos al cerebro de otra persona… llevemos nuestro iPhone dentro del cerebro y nuestras manos y nuestros pensamientos estén en todos lados (como un i-Shiva interpenetrando el éter comunicativo en señales eróticas de información).
Esto es lo que cree Michael Chorost, cuyo nuevo libro World Wide Mind, es parte de los libros destacados por el New York Times. Chorost, quien ha experimentado la primera fase de este hipotético proceso al tener un implante coclear (el cual convierte señales auditivas en señales eléctricas), cree que es posible convertir el World Wide Web en el World Wide Mind y crear un Internet neurológico donde transmitamos información directamente entre las personas; nuestros pensamientos, pero también nuestras sensaciones y emociones a través de señales neuroeléctricas.
Rodolfo Llinas, un neurocientífico de la Universidad de Nueva York, ha sugerido que ingenieros pueden insertar miles de mini alambres a un cable en la arteria femoral en la ingle y de ahí subirlo a través del flujo sanguíneo hasta el cerebro, como haciendo un angiograma. Mientras el cable entra en el cerebro, los alambres se esparcirían para que cada uno quede en un capilar. Una vez en su lugar, cada alambre podría detectar neuronas individuales disparando y alterar su disparo pulsando una descarga de elctricidad.
“Una flor germinando dentro del cerebro, tallos nanométricos dividiéndose de un tronco micrométrico. Expandiéndose a cada capilar disponible, tocando cada milímetro cúbico del cerebro, recolectando terabytes de información cada segundo. Y al mismo tiempo enviando terabytes de data cada segundo. Sería la interfaz más íntima jamás creada. Si conectaras el cerebro cableado de una persona a otra, podrías literalmente conectarlas entre sí; tendrían un verdaderos corpus callosum uniéndolas ( en realidad con enlaces de ondas de radio y no cables). Y si conectaras a un número de personas entre sí vía el Internet, tendrías una red en la que cada nodo es un cerebro humano. La World Wide Web se convertiría en la World Wide Mind”.
Chorost cree que si este método de nanocables no es suficientemente efectivo se podría optar por alterar genéticamente las neuronas para que puedan ser controladas por fuentes de luz implantadas en el cráneo y en el cerebro. Una tecnología así podría leer las nueronas y controlarlas de forma inalámbrica.
Evidentemente existe una enorme polémica sobre esta fusión del hombre con la Red, por una parte la necesidad que tienen los cuerpos del contacto físico. Sin embargo Chorost dice que esta tecnología sería incluso más íntima en su interrelación y su interpenetración del cuerpo que el contacto físico. Se podrían transmitir paletas emocionales y sensoriales mucho más complejas, en las que intervendría un coeficiente íntimo a través de la neurorretroalimentación, creando un circunfuego de estímulos. Hacer el amor conectados al mismo nodo podría ser una interfaz al acto siempre deseado de la fusión total de los amantes. La pregunta de ¿qué sentiste? Podría ser por primera vez respuesta cabalmente.
Por otra parte la fácil formación de adicciones a estra conectados, como en la película Strange Days, a ver através de los ojos de los demás o a recibir sus transestímulos. Si hoy en día somos adictos a Facebook o abrir nuestros mails por la pequeña descarga de dopamina que nos otrorga, esto se podría exponenciar.
Además, queda la cuestión moral-espiritual de la fusión entre el hombre y la máquina, el transhumanismo rampante, el seleccionar como vía telepática y de compartir información solamente la tecnología y no la capacidad del cuerpo humano para realizar estas mismas proezas de forma natural.
El teólogo jesuíta Pierre Teilhard de Chardin imaginó hace más de 60 años su propia versión del Internet humano-planetario y lo llamó la noósfera, la esfera donde circulan todos los fenómenos de la inteligencia planetaria.
“Nadie puede negar que una red mundial de afiliaciones económicas y psíquicas se está tejiendo a una velocidad creciente, la cual envuelve y constantemente penetra con mayor profundidad dentro de nosotros. Cada día que pasa se vuelve un poco más imposible para nosotros pensar o actuar de otra forma que no sea colectivamente” -Teilhard de Chardin.
Teilhard de Chardin tenía una visión cósmica evolutiva de la materia a través de la complejificación que la acercaba al punto omega. Entre más complejidad, más conciencia y más integración con la unidad, lo que el llamaba el Cristo Cósmico. La evolución sería también psíquica, nuestros cerebros no necesitarían tener un iPhone conectado serían ese iPhone de forma natural.
Marshall Mcluhan y otros grandes teóricos de la comunicación que anticiparon el Internet veían en la visión de Teilard de Chardin la formación de una conciencia colectiva planetaria, donde la Tierra misma sería el Internet y nosotros los nodos o neuronas.
En la tradición hinduísta se habla del collar de perlas de Indra, un collar en el que cada perla no sólo refleja todas las otras perlas, sino cada reflejo que se forma. Una especie de joyería holográfica que permea el universo.
¿Quizás este sueño de intimidad absoluta, interconexión e interpenetración ya existe? Es posible que ya estamos todos conectados al Internet planetario a través de nuestra tecnología corporal y el campo magnético de la Tierra: estudios científicos muestran que el ADN exhíbe propiedades telepáticas y se teletransporta; los electrones de los cuales estamos hechos forman lo que se llama un estado de entrelazamiento cuántico, un estado de inseparabilidad en el que se transmite información instantáneamente sin importar la distancia. ¿Acaso no sería bastante molesto insertar una de esas flores-cables al cerebro o alterar genéticamente nuestras neuronas, especialmente si existe en nosotros ese potencial de superar naturalmente la barrera de la materia y la distancia y estar juntos en el éxtasis electrónico de nuestra propia sínapsis aumentada?
Quizás el siguiente avance tecnológico en el horizonte debería de ser el que pregonaba Teilhard de Chardin:
“Algún día después de dominar los vientos, las ondas, las mareas y la gravedad, el hombre logrará canalizar las energías del amor, y entonces, por segunda vez en la historia, el hombre descubrirá el fuego”.
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