Los musulmanes no desprecian el mundo
Fragmento del libro Islam para ateos (ed.Palmart 2006)
03/08/2011 - Autor: Vicente Haya y Ali González - Fuente: Webislam
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El mundoDesde un planteamiento puramente teórico, el universo podía no haber existido, y llamamos “Allâh” a lo que se inclinó a favor de su existencia. Pero, de verdad, ¿qué sabemos de Allâh si no fuera por nuestra experiencia del mundo? En el pensamiento islámico, la existencia de Allâh queda determinada por la del mundo y no al contrario. Es a partir de la experiencia de la realidad como comprendes a Allâh, y no a partir de una teología sobre Allâh como explicas el universo que te rodea. Es por tanto esencial la máxima precisión –la mínima falsificación- en nuestra experiencia del mundo para aquel que quiera iniciar un serio camino en Allâh.
En el Islam, la relación con el mundo es marcada por el signo del asombro por su belleza, la posibilidad de gozar de lo que en él se encuentra y la comprensión del sentido del mero estar aquí de todo. Todas las cosas existen veladas por un secreto. No sabemos qué significan las cosas del mundo. Por ejemplo, ¿qué significa un árbol? ¿O qué significa una brizna de hierba? El musulmán se abre a aquello que esas formas del mundo dejan intuir sin pretender atesorar su secreto.
Nosotros sabemos que el mundo trasparenta a Allâh y los seres son versículos de un Corán eterno, pero no por ello se deja de ser consciente de la tendencia del “yo” a cerrarse por miedo a vivir, a hundirse, a hacerse pesado, a encadenarse a la rutina, a rellenarse de nada. Esto es lo que el Islam llama “dejarse llevar por el duniâ”, sin traducir, porque si se da a duniâ la acepción “mundo” sin más, ya estamos proponiendo una mística de alejamiento de la realidad para vivir el sentido, y nada más absurdo en el Islam que esto, pues Allâh jamás es ofrecido a los musulmanes como un gair, como un “otro” a la existencia. Allâh no es un gair ni acepta el gair: tampoco nosotros somos “otros” para Allâh. No nos ha separado de sí, como no acepta que lo separemos de Él. Los musulmanes nos asomamos a un universo en el que todo es Uno.
En árabe existen dos términos para la palabra “mundo”: duniâ y ‘âlam. Son lo mismo, pero visto con ojos distintos. Cómo es el mundo que nos rodea depende de nuestra educación en la percepción. Si para nosotros el universo es duniâ o ‘âlam depende de nuestra sabiduría. Duniâ o ‘âlam no son dos realidades diferentes sino dos actitudes tuyas ante una sola realidad, la que te circunda; puedes vivir tu vida en un mundo desde el que no podrás trascender, o desde otro que te permitirá la vida sin aditamento. El mundo es ‘âlam en tanto absolutamente íntimo a ti, inmediato, sin por ello robarte el espacio que necesitas para ti. Si se hace asfixiantemente cercano y no te deja respirar, lo llamamos duniâ (del verbo danâ-yadnû, acercarse). A causa de su excesiva cercanía te excluye y ejerce sobre el ánimo una influencia hipnótica que te aliena. Entretiene tu atención, aturdiéndote y no dejando que te sumerjas de verdad en la vida. Los sabios declaran que esta sensación es duniâ y rechazan todo aquello por lo que nos esclavizamos. El duniâ es cualquier cosa que impida al hombre entrar en el auténtico nervio de la vida: es el poder, la riqueza, la celebridad, el miedo, la incertidumbre, las presiones sociales, los prejuicios, las mentiras que impiden nuestro abandono en el fluir de las cosas...
El duniâ es una falsa promesa y una permanente amenaza que no te permite la paz: augura un esplendor inútil a la hora de vivir y trata de asustarnos con la pobreza, la enfermedad, la insignificancia. Duniâ es todo entorno en el que no consigamos trascender sino tan sólo una miserable supervivencia; un entorno con sus sugerencias y con sus fantasmas, y su poderoso e innegable influjo, que nos corta las alas y nos induce a “matar el tiempo”, dispersando nuestras energías y aplazándonos la vida. El ser humano se afana durante todo el día y durante toda su vida en conseguir aquello que el duniâ promete y en huir de aquello con lo que amenaza, por eso el duniâ es el origen de toda ambición, de toda depresión y de toda desesperación.
Las esperanzas y los miedos del duniâ sacan lo peor que hay en el ser humano, pero las esperanzas y los miedos que son sugeridos por el ‘âlam activan al hombre, lo despiertan del atontamiento, y sacan lo que de mejor hay en él.
Pero ni siquiera el duniâ es malo. Es sólo una dimensión del ser humano. Es de lo que parte la criatura. Dice el Corán: “los hombres reciben la impronta del duniâ”. Trascender esa dimensión inicial para moverte en una nueva dimensión que a tu naturaleza en su desenvolvimiento le sea asimismo naturalmente propia es el mensaje del Islam; trascender sin alienarte; cambiar sin que los cambios te hagan un ser extraño. Ir de lo natural del comportamiento instintivo del niño a lo natural del comportamiento espontáneo del íntimo en Allâh. Yendo de la naturalidad del atractivo del duniâ –la superficie de las cosas- a la naturalidad del embrujo del ‘âlam –la asunción gozosa de tu condición de ser vivo-.
Dânîa (derivado de duniâ) en árabe es, por cierto, nombre de mujer: “la arrebatadoramente bella”. No es, pues, el duniâ por sí mismo algo malo. Ya que si no existiera el velo, no sería posible el gesto de desvelar lo oculto, no habría esfuerzo humano, no habría realización de lo que todavía no es. El tiempo es una espada, decían los sufis, que va rasgando los velos de la existencia: existir, vivir, desenvolverse en el cosmos, actuar según la naturaleza que nos es propia, es ir rasgando velos. El carácter dinámico de la realidad nos ofrece todo un mundo de posibilidades a nuestra acción.
Duniâ es tan sólo el mundo en tanto que velo que oculta a Allâh; ‘âlam es el mundo en tanto que velo que trasparenta a Allâh. El musulmán que se toma en serio su Islam no es un mortificado asceta: jamás renuncia al mundo en la medida que le sea ‘âlam (es decir, significativo, liberador) sino a lo que de él le esclaviza y a lo que denomina duniâ.
Si hablamos de quitar los velos, de trasformar el duniâ en ‘âlam, no es para encontrarnos con algo diferente de lo que ya hay, sino para encontrarnos con lo que hay realmente. Lo que está aquí es el secreto misterio de Allâh. Él es la intensidad de la experiencia de lo inmediato. Éste es nuestro aprendizaje reciente: el velo tras el que se oculta Allâh es también Allâh. O lo que es lo mismo: Allâh no está velado. Nada es capaz de velarlo. Eres tú el que está velado. El velo que hace que no veas a Allâh no está en el mundo exterior, porque entonces Allâh no sería el Evidente, sino en tu ojo. Está en ti descorrer el velo de tu ojo. El que Allâh sea el Evidente (adz-Dzâhir), el que no haya velo que pueda ocultarlo, es el velo más difícil de descorrer. La llave que da acceso al universo de Allâh es que no hay llave... No sé cómo decirlo sin romper el lenguaje: un musulmán sabe que... respira Allâh. Todo lo que lo trasforma a nuestros ojos son velos para que la existencia sea posible.
Es lamentable el planteamiento de algunos de satanizar el duniâ. La existencia del duniâ tiene como sentido posibilitar el esfuerzo humano, la acción que construye un mundo para el ser humano. Pero tomar como objetivo la caza de un fantasma sólo te lleva a ingresar más aún en el mundo de la irrealidad, de las relaciones confusas con la existencia, de la embriaguez de no estar despierto.
A lo que experimenta el que está absolutamente despierto en el mundo se lo llama en árabe ‘âlam, la experiencia del mundo como signo de Allâh (de la misma familia léxica de ‘alâma: “signo”), término que viene del verbo ‘álima-yá‘lamu: saber, conocer. El universo del walî (íntimo en Allâh) es un libro en el que leer para desentrañar sus significados. El Corán dice de Allâh que es el que ordena interiormente los Mundos (Rabb al-‘âlamîn), y utiliza el plural de ‘âlam, no el de duniâ. El que vive en un mundo-‘âlam sabe que éste alude a la Verdad de la que viene y en la que en ningún instante deja de existir; sabe que la existencia plasma a Allâh. Mientras que el que sobrevive en un mundo-duniâ no vive nada más que en la superficie de las cosas.
Ibn ‘Aÿîba enseña que el universo son letras. El Universo entero está dentro de la tinta, pero la tinta debe espaciarse con vacío para decir algo. Somos esa mezcla de vacío y tinta de Allâh que expresa el sentido. Una vez leídas las letras y comprendido su sentido se desdibujan en la mente y el significado al que aluden esas letras pasa a ocupar su lugar en la imaginación. Es así como desaparece el ‘âlam y se muestra Allâh.
Este mundo en Allâh que nos queda después de desvelado el ‘âlam se lo llama en árabe al-âjira. A al-âjira se llega de todos modos, ya sea con la muerte aniquiladora, ya sea con la ubicación en el puro presente. El Corán nos invitará a buscar su goce: bal tû-zirûna l-hayâta d-duniâ wa-l âjiratu jáirun wa abqâ (“Os dejáis impactar por la vida del duniâ -simulación de la realidad- pero al-âjira -pura conciencia de realidad- es más abundante y permanente”). Y, al mismo tiempo, y aunque parezca contradictorio, se nos invita a los musulmanes a vivir la apariencia de nuestro mundo con naturalidad, huyendo de toda forma de esclavitud respecto de ella, pero sabiendo que el camino del Islam es el sentido común, la vida cotidiana y por ello el rechazo de los comportamientos espirituales exagerados y extravagantes: “Relacionaos con el mundo de las apariencias (duniâ) como si no fueseis a morir nunca; relacionaos con el mundo vivido desde Allâh (âjira) como si fuerais a morir ahora mismo”. Lo cierto es que el ser humano no puede concebir el uno sin el otro: el mundo del hombre es como un río que tiene dos orillas, duniâ y âjira. Sin cualquiera de las dos orillas, no hay río.
En conclusión, no hay rechazo del mundo en el Islam. Simplemente ocurre que toda forma de vida que no sea significativa es relativizada por el musulmán, según la medida del objeto que se ha propuesto. Pero el mundo es real. Y cada uno de los seres del mundo lo es. Esto diferencia el Islam del Hinduismo: el mundo no es una ilusión. Claro que, si el ser humano piensa que puede extirpar a Allâh del mundo y que le quede algo, se equivoca, porque Allâh es la posibilidad infinita que tiene el mundo de hacernos estar incesantemente en la realidad.
Por eso afirmamos –diferenciándonos en este punto de los ateos- que es real el mundo de lo visto y es real el mundo de lo no-visto que podemos llegar a experimentar, y es real el mundo de Allâh al que no tenemos acceso a pesar de que está aquí mismo. Son simplemente diferentes niveles de que consta la realidad. Lo real a lo largo de la existencia del musulmán es saborear a Allâh en magnitudes distintas. Los sufíes invitan a no pararse en ninguno de los niveles de la realidad (mulk-malakût-ÿabarût), porque pararse es dejar de conocer lo real en sus diferentes grados. Entonces, ¿por qué dicen los místicos que “el mundo es falso”, que “el mundo no es real”? Porque es el único modo de zarandearte y llevarte más allá de ti mismo. Es la única forma de hacer que no detengas tus pasos en nada de lo que ya hayas descubierto, sino invitarte a ir siempre más allá, considerando siempre que lo descubierto hasta entonces no es lo real, no es lo que buscas. Sin duda, al final, descubres que todo era real, que no hay un Allâh -una Realidad- diferente de lo que se ha ido descubriendo y viviendo en la búsqueda de lo real. Todos los niveles de lo real pertenecen al mundo de lo real, pero lo que uno siente mientras está en camino es que no son “lo real”, la absolutidad de lo real, y por eso sigue adelante, tachando de irreal lo descubierto hasta entonces.
En la distancia que te separa de Allâh es donde está el secreto sentido de las cosas. En la separación es como Él se manifiesta. Nuestro sitio actual (nuestra existencia individual y separada que nos ha estimulado a buscarle) es aquello que Allâh quiere de nosotros, pero lo averiguamos al final del proceso, al final de este proceso nuestro de activar a Allâh en nosotros mismos. A partir de ese gesto de despertar al ‘âlam, Allâh -aquello que ha sido olvidado en nuestra existencia cotidiana- comienza a recobrar su soberanía.
El objetivo del Islam es el estado de realidad del ser humano, y para ello es fundamental la intuición de la Unidad que subyace a la multiplicidad. Nuestra tarea consiste en entender el universo como sucesión de fenómenos y las propias acciones de sí mismo como un continuo devenir cuyo sentido es la unidad íntima de la acción. En la mística –al menos en la mística islámica- se trata de conocer a Allâh en su Unidad porque te has desembarazado de lo que te dispersa, del duniâ... Pero ¿cómo se llega a ese estado de realidad? ¿Cómo explicar esa metodología extraordinariamente prosaica y al mismo tiempo efectiva del camino espiritual en el Islam?... Nosotros sabemos que entre dos cosas que te llamen la atención, una se te presenta siempre como más real; el asunto es que sigas eligiendo siempre lo que te es más real sobre lo menos real y así llegarás a experimentar la Unidad de Allâh que te hará posible una vida plena, no la vida del que se ve a sí mismo desgajado del Todo, aislado ontológicamente del universo.
Los mensajeros de Allâh (ya veremos en qué consiste esta posibilidad del corazón humano) hacen despertar al hombre del sueño en el que está sumido por la hipnosis a la que lo someten los aspectos menos consistentes de su cotidianidad más inmediata y el aspecto extraordinariamente múltiple de la realidad. Los profetas lo invitan a adentrarse en la raíz única de lo existente -fundamento unitario de los seres- mediante la inmersión en el quehacer diario con la conciencia de la significación de ese quehacer. Señalan a Allâh como esa verdad inmediata con la que el ser humano tropieza espontáneamente, en el convencimiento de que nada se interpone entre Allâh-Uno y cada hombre singular. Allâh es lo real y lo más cercano al hombre es lo real. El universo fundamentado en la Unidad que lo gobierna desde sus profundidades te llega en tu propio entorno -en tus propias circunstancias- como rahma de Allâh (posibilidad de vida). Y, desde ahí, recorrer los pliegues más íntimos del mundo es el camino de lo fácil.
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