La guerra que Hitler no quería y los judíos generaron
Checoslovaquia tenía una alianza con Stalin. También tenía otra con Inglaterra y Francia. A Hitler no le interesaba que debido al problema checo se hicieran más tensas sus relaciones con Moscú, pero sí quería evitar a todo trance una dificultad con Inglaterra y Francia. Precisamente por eso Hitler buscó por todos los medios posibles que el conflicto con Checoslovaquia se arreglara mediante la amistosa intervención de Inglaterra y Francia, mas no con la de Rusia,y por eso invitó a Chamberlain (Premier británico) y a Daladier (Premier francés), para discutir ese problema.
Esto dio lugar a que se celebrara la conferencia de Munich, a la que asistieron Chamberlain, Daladier, Mussolini y Hitler, pero no Stalin. Hitler enfatizaba de este modo que «Alemania quiere aproximarse a todos los Estados, menos al imperio soviético», según lo había dicho en el Reichstag el 20 de febrero de 1938. Asimismo refrendaba lo escrito en «Mi Lucha»: «Paramos la eterna expedición alemana hacia el Sur y el Occidente de Europa, y dirigimos la mirada hacia el gran país del Oriente» (Rusia).
Mientras Hitler y Chamberíain conferenciaban en Godesberg, el Presidente Benes anunció por inalámbrica la movilización general. «A pesar de esta desdichada provocación —dijo Hitler a Chamberlain[3]— cumpliré por supuesto mi promesa de no proceder contra Checoslovaquia durante las negociaciones... No es preciso que haya diferencias entre nosotros; nosotros no nos interpondremos en el camino de ustedes hacia la consecución de sus intereses extraeuropeos mientras ustedes puedan, sin perjuicio, dejarnos manos libres en el Continente, en la parte central y sudoriental de Europa».
De esas negociaciones efectuadas a fines de septiembre de 1938, surgió la fórmula para que Checoslovaquia devolviera a Alemania la región de los Sudetes y la población alemana que la habitaba. Además, se concertó un acuerdo germanobritánico que le aseguraba a Inglaterra su hegemonía en los mares. Chamberlain y Hitler declararon el 30 de septiembre:
«Consideramos el acuerdo suscrito en la tarde de ayer y el acuerdo naval germanoinglés como expresión simbólica del deseo de nuestros dos pueblos de no volver a hacerse jamás la guerra. Estamos decididos a tratar también otros problemas que afecten a nuestros dos pueblos, de acuerdo con el método de las consultas».
El júbilo en Alemania, en Inglaterra y en Francia era indescriptible. Parecía que al fin se habían disipado los nubarrones de guerra y que si ésta llegaba a estallar, sería sólo entre alemanes y soviéticos. El mismo Churchill escribe que «entusiastas turbas fueron a dar la bienvenida a Mr.Chamberlain en el aeropuerto», y lo mismo ocurría con Daladier en París. Era aquélla la expresión auténtica de la opinión pública, pero las secretas fuerzas judías redoblaron
sus esfuerzos para desorientar, envenenar y utilizar en su provecho a los pueblos occidentales. Churchill, que ya en varias ocasiones había rechazado todo acercamiento de Alemania a Inglaterra, se apresuró a decir en el Parlamento: «Hemos sufrido una derrota total y no mitigada». La posible caída del bastión checoslovaco que se interponía a la vera del camino entre Berlín y Moscú, era presentada así como una derrota para Londres y no para Moscú.
Días más tarde Churchill recibió el poderoso apoyo de Roosevelt y del grupo judío que se movía detrás de éste; fue invitado a visitar los Estados Unidos y declaró a través de la radio:
«¡Tenemos que rearmarnos!... No puede existir duda alguna de que tenemos que rearmarnos. La Gran Bretaña abandonará sus seculares costumbres e impondrá a sus habitantes el servicio militar obligatorio... ¿Es esto una llamada a la guerra? Declaro que esto representa la única garantía para la paz»
El tiempo demostró, sin embargo, que esos preparativos no podían conducir hacia la paz, sino hacia la más desastrosa de las guerras en que se hubiese empeñado el Imperio Británico. En cuanto Alemania comenzó a resolver favorablemente el problema de Checoslovaquia, el 2 de septiembre de 1938 el Embajador soviético en Londres, o sea el judío Ivan Maisky, visitó a Churchill para gestionar que la base militar checoslovaca fuera mantenida como una posición de flanqueo contra Alemania. Angustiado, el ministro israelita de Relaciones Exteriores de Rusia, Litvinov, hizo otro llamado semejante. Churchill los atendió y redobló su campaña para desacreditar el acuerdo germanobritánico y frustrar así la amistad entre Inglaterra y Alemania. Bernard Baruch, el israelita consejero de Roosevelt y jefe del consejo imperial de la Masonería Universal, fue a Londres a vigorizar al grupo de Churchill.
El historiador británico Russel Grenfell, de la Marina Real, da el testimonio de que se realizó entonces una desenfrenada propaganda antialemana en Inglaterra, para predisponer los ánimos del pueblo contra la amistad que seguía ofreciendo Alemania[4].
Durante esos días ocurrió el asesinato del diplomático alemán von Rath, a manos del judío Grynszpan, y en represalia vino la llamada «noche de cristal» en que los alemanes apedrearon aparadores de los comercios israelitas. Estos acontecimientos dieron pie a una violenta declaración de Roosevelt y a sus gestiones para realizar juntamente con Inglaterra un boicot contra el comercio alemán. Todo lo que Hitler había logrado en el acuerdo germanobritánico de amistad quedó prácticamente anulado. A pesar de esto, poco después Hitler hizo otro llamado a la Gran Bretaña. «El pueblo alemán —dijo el 30 de enero de 1939— no siente odio alguno contra Inglaterra ni contra Francia, sino que quiere su tranquilidad y su paz, y en cambio esos pueblos son incitados constantemente contra Alemania por los agitadores judíos o no judíos... Alemania no tiene reivindicaciones territoriales que presentar a Inglaterra y Francia... Si hay tensiones hoy en Europa, hay que atribuirlas en primer término a los manejos irresponsables de una prensa sin conciencia que apenas deja pasar un día sin sembrar la intranquilidad en el mundo... Creemos que si se logra poner coto a la hostigación de la prensa y de la propaganda internacional judía, se llegará rápidamente a la inteligencia entre los pueblos. Tan sólo estos elementos esperan medrar en una guerra... Nuestras relaciones con los Estados Unidos padecen bajo una campaña de difamación, que bajo el pretexto de que Alemania amenaza la independencia o la libertad norteamericana trata de azuzar a todo un Continente al servicio de manifiestos intereses políticos o financieros».
Hitler habló en Dantzig el día 19 y precisó que Alemania nada pedía ni a Inglaterra ni a Francia, y que la contienda en el Occidente no tenía razón de ser. El régimen de Daladier repuso que Francia «continuará la guerra hasta obtener la victoria definitiva», en tanto que el Premier inglés, Mr. Chamberlain, contestó despectivament e diciendo que «el ofrecimiento de paz de Hitler no cambia en nada la situación». Mientras fallaba este e fuerzo diplomático para hacer la paz en Occidente, el mando alemán pidió la capitulación de Varsovia a fin de ahorrarle inútiles sacrificios a la población civil, pero el comandante polaco se empeñó en convertir la plaza en parapeto y presentó combate. Ocho días después Hítler intervino en las operaciones militares y ordenó que Varsovia fuera capturada a sangre y fuego. El general Blaskowitz, comandante del 8o ejército, manifestó su inconformidad por la intervención de Hitler y de sus tropas electas (las SS). Poco después se le relevó del mando. La oposición de los generales seguía siendo el punto más débil de Alemania. El día 26 la aviación alemana arrojó volantes sobre Varsovia pidiendo que se rindiera. Ante la negativa polaca, esa noche se inició el ataque directo, que culminó el día 28 con la capitulación. Al concertar ésta, Hitler «dejaba a salvo el honor militar de un adversario que había sucumbido luchando valerosamente». A los oficiales se les permitió conservar sus espadas y a la tropa se le dejó en libertad después de desarmarla.
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