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martes, 5 de junio de 2012

Prodigios en la vida de Quetzalcoatl.

Prodigios en la vida de Quetzalcoatl. José Antonio Iniesta PDF Imprimir Correo electrónico Por José Antonio Iniesta Tomado de Año Cero, Septiembre 2004 La figura divina de Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada, ha influido poderosamente en la conciencia histórica de Mesoamérica, y especialmente en la espiritualidad de distintas culturas de México. Supone la expresión de la divinidad y el símbolo de la transmutación del ser humano, que ha de recobrar su naturaleza celestial, el quetzal, desde la condiciona humana y material, representada por la serpiente. Esta filosofía de la vida en plena conexión con el Cosmos estaba a su vez asociada a infinidad de prácticas que buscaban desarrollar el equilibrio del cuerpo, de la mente y del espíritu de los iniciados, con el fin de alcanzar la libertad y la plena conexión con el principio creador: Ometeotl. Pero Quetzalcoatl, según la tradición mesoamericana, se manifestaba periódicamente, aproximadamente cada 1040 años (veinte ciclos de 52 años, número sagrado para numerosas civilizaciones centroamericanas), con la forma física de un ser humano, un mensajero que podríamos definir como un avatar o mesías, equiparable por la riqueza de su doctrina a otros seres similares de las más variadas religiones y épocas. Estos 1040 años tienen una razón astronómica, porque son el ciclo de ajuste del planeta Venus con el calendario prehispànico, es decir, cada ese tiempo, coincide Venus en una posición dada de la eclíptica, con una fecha dada del calendario. Como sabes, Venus es el astro de Quetzalcoatl, como también lo fue de Cristo (Chre-Isto, "señor de Venus"), Zoro-aster, Krishna, etcétera. El hombre que experimentó este proceso de reconocimiento de la divinidad que llevaba en su interior, y que se convirtió en un maestro y guía espiritual para un gran número de culturas mesoamericanas, fue Ce Acatl Topiltzin Nacxitl Quetzalcoatl, “Nuestro Señor Uno Caña Cuarto Paso de la Serpiente Emplumada”. Por más que los hechos asociados a su vida estén profundamente envueltos por el mito y la leyenda, con infinidad de sucesos claramente simbólicos, poesía y parábolas, nos encontramos ante una figura real e histórica. Es la de un ser sumido en un proceso espiritual que nació en un pequeño pueblecito del actual estado de Morelos, llamado Amatlán de Quetzalcoatl, el 14 de mayo del año 947 d. C. Esta fecha, de implicación astronómica, goza de un gran simbolismo, pues se corresponde con el día de paso cenital del Sol en la latitud de la ciudad de Xochicalco., que era la sede de la Toltequidad por la época del natalicio de Ce Acatl. Un milagroso embarazo La vida de Ce Acatl estuvo unida a toda clase de hechos prodigiosos e incluso milagrosos, que empezaron a producirse antes incluso de su nacimiento. Su madre fue Chimalma, una joven de origen humilde de la que se enamoró el rey de Tula, Mixcoatl. Enviada por éste a un templo, en el que sería adiestrada como futura reina, se introdujo en una cueva a orar. Allí un pez le anunció que sería madre de la encarnación en la Tierra de la mismísima Serpiente Emplumada, Quetzalcoatl. Chimalma se guardó en el interior de la boca una cuenta de jade que el pez le había entregado y de regreso al templo, sin pretenderlo, se la tragó, quedándose automáticamente embarazada sin intervención de varón alguno. El jade, por su color verde, representa la culminación de un proceso de transmutación alquímica, idéntico al de la búsqueda de la piedra filosofal en la Europa medieval, la transmutación del plomo de la materia en el oro del espíritu. El jade en esta cultura equivalía al rubí o rojo de la tradición alquímica – como sabes, los pasos son putre o negro, albedo o blanco, y rubí o rojo, aquí eran negro, blanco y verde, pues los mesoamericanos no conocieron los rubíes. Sin embargo, curiosamente, al proceso en su totalidad le llamaban Tilli Tlapalli, “del negro al rojo”, sobreentendiendo que el rojo era el valor simbólico del jade como representante de “lo precioso”, es decir, de la sangre. El paralelismo con las encarnaciones de seres como Jesús, Buda, Krihsna o actualmente Sai Baba es sencillamente asombrosa. Muchos otros sucesos nos ofrecen sospechosamente un curioso guión escrito por la divinidad para distintos maestros de sabiduría venidos al mundo para iluminar el camino de los hombres. El rey tolteca, lógicamente preocupado por lo que había ocurrido, pudo saber a través de un oráculo que aunque él no era el padre de la criatura, tampoco lo era hombre alguno, así que reconoció al niño, que a partir de ese momento sería su heredero. Esto molestó profundamente a sus dos hermanos, Solton y Kuilton, devorador y usurpador, como notas, son nombres simbólicos, que así perdían sus derechos al trono, hasta el extremo de que cegados por la ira asesinaron a Mixcoatl. A esta tragedia se unió la muerte de Chimalma, pues después de cuatro días de doloroso parto murió dando a luz al niño sobre un escudo. Los nuevos regentes de Tula se conjuraron para matar al niño, por lo que las propias parteras cogieron al pequeño y lo arrojaran sobre un maguey para que muriera empalado. Sorprendentemente, esta planta espinosa lo alimentó con la propia destilación de su miel. Es curioso observar que sería esta misma la que utilizaría en el futuro para sus simbólicos auto sacrificios rituales, punzándose, como él decía que había que hacer, labios, orejas, piernas o el miembro viril, según fuera la penitencia en función del pecado a expiar. Al fallar en este intento de acabar con su vida, las parteras lo abandonaron junto a un hormiguero, con el fin de que las hormigas se lo comieran, pero lo que hicieron éstas fue alimentarlo con masa de maíz sobre un lecho de flores.Por este motivo lo dejaron caer en un manantial de agua para que se ahogara, pero lejos de lo que se esperaba, flotó y fue arrastrado suavemente por la corriente hasta que quedó a salvo sobre la arena. A partir de entonces serían sus abuelos quienes cuidarían de él en secreto.Tenía Ce Acatl trece años (otro número sagrado en Mesoamérica), cuando fue invitado por sus sanguinarios tíos para participar en las exequias de su difunto padre, en el cincuenta y dos aniversario de su nacimiento (la matemática sagrada una vez más), lo que se produjo en el año 960 d. C. Se trataba de una nueva estratagema para acabar con el heredero, aunque gracias a su astucia, y a la ayuda de unos animales, no sólo consiguió sobrevivir, sino que fue capaz de arrojar a la hoguera a los asesinos, convirtiéndose así, tal como le correspondía en justicia, en el rey de Tula. El antropólogo y escritor Frank Díaz, autor de “El evangelio de la Serpiente Emplumada”, me ha aportado generosamente los resultados de años de investigación para la elaboración de este artículo. Ha dedicado buena parte de su vida a la profunda filosofía de los toltecas (difundida a través de la web kinam.org), descifrando cada uno de los símbolos asociados a la vida de Quetzalcoatl, tanto histórica como legendaria, e indica en relación a estos animales que “el águila es el ego; el ocelote, la dimensión nocturna o subconsciente; el lobo o coyote, la sexualidad”. Resultan ser naguales del propio Ce Acatl y representan su dominio sobre la condición animal. Chamanismo tolteca El nagualismo es fundamental para comprender las creencias toltecas, pues éstos concebían la existencia desde la experiencia chamánica. El nagual sería la proyección de nuestra propia energía, adoptando forma propia en el mundo de los ensueños, de tal modo que incluso puede llegar a tener forma identificable o bien una apariencia luminosa. El folclore popular ha trivializado este proceso chamánico atribuyéndole al nagual la capacidad de convertirse en una bestia. El nagual también es el líder o guía de un grupo de chamanes o brujos organizados en Nawalmekayotl o linaje de sabiduría. Estos grupos, de carácter hermético, se iban transmitiendo los conocimientos secretos de generación en generación. La capacidad de desdoblarse era propia de la concepción tolteca del poder chamánico. El símbolo del nagual era el ocelote, animal de hábitos nocturnos, cuyas manchas representaban a las estrellas. El propio Quetzalcoatl era llamado Nawalpiltsintli, “príncipe de los naguales”.Contaba todavía trece años cuando fue enviado por sus abuelos a Xochicalco (situado en el actual estado de Morelos), donde entraría en contacto con el conocimiento sagrado a través del culto a Quetzalcoatl. Allí se enfrentó, según la leyenda, con una serpiente de siete cabezas que cuidaban los sacerdotes y que devoraba a todo aquel que no respondía satisfactoriamente a sus preguntas. La serpiente, llamada “Señor Ciempiés”, le hizo siete preguntas, que simbolizan todo un proceso iniciático, en un lenguaje críptico, el mismo que los mayas llamaban lengua de Zuyua, tal como aparece en el Chilam Balam. Ce Acatl respondió, una tras otra, a las siete preguntas, convirtiéndose así en el nuevo Señor Serpiente, un título que refleja la misteriosa identidad de toda una estirpe de seres poseedores del conocimiento supremo, como por ejemplo Pacal Votan, rey maya de Palenque. Posteriormente, el joven iniciado tendría que hacer penitencia durante siete años, toda una clave simbólica que se uniría a la orden que dio para que se construyeran altares frente a los que se pudieran arrodillar los toltecas con el fin de besar la tierra. Sin embargo, estos altares tenían que ser destruidos después de cincuenta y dos años, para volver a hacerlos todavía más hermosos, tal como los propios mayas hacían con sus pirámides. La idea subyacente era evitar la idolatría, al destruir el objeto mediador, fuera un edificio, escultura o mural. En este caso se volvía a construir una pirámide utilizando la antigua como relleno, lo que nos permite ahora conocer la antigüedad de las mismas. Esto era lo que se consideraba una gavilla de años, un ciclo de gran importancia en la evolución de los hombres. Las trampas de la oscuridad Pero en la búsqueda de la Luz no se vería libre de la perfidia de su contrario, Tezcatlipoca, vinculado a las fuerzas oscuras, quien reclamaba los sacrificios humanos que Quetzalcoatl rechazaba. Este ser no dejaba de tentar constantemente al maestro tolteca para llevarle al camino de la perdición. Se decía de él que adoptaba la forma de monstruos y de toda clase de animales, que adormecía con su aliento a los toltecas, para que no siguieran las enseñanzas del amor universal, y que descendió del cielo utilizando una cuerda hecha con hilos de araña, que es, por cierto, el propio nagual del dios oscuro: la tejedora del destino. Entre una infinidad de tropelías fue el responsable del robo del espejo de obsidiana incrustado en el pecho de una estatua venerada en Tula por los toltecas, pues por medio de ésta les era posible hablar con Ometeotl, el principio divino que hace posible el equilibrio de la dualidad. De hecho todo le parecía poco con tal de extender la maldad sobre el reino de Tula y cualquiera de los territorios que abarcara su imperio. Otro de los terribles prodigios de este mago negro sería la caída de una enorme piedra sobre la propia ciudad, así como una lluvia de piedras sobre las cabezas de sus habitantes, a lo que se vendrían a sumar terribles tormentas con gran cantidad de agua. Los rezos detuvieron temporalmente este caos meteorológico, pero poco después fueron víctimas de una plaga de langostas que se comían hasta el último cultivo o planta que encontraran a su paso. Por si esto fuera poco se produjo la aparición de una inmensa cantidad de gusanos y gorgojos, entre otros pequeños animales, cuya voracidad era insaciable. La guerra cósmica entre la luz y la oscuridad se había desencadenado, y el resultado de ello fue la destrucción masiva de los recursos de los graneros del reino, sumiendo en el terror a los toltecas. Muchísimos de ellos murieron de hambre. No contento con ello, el malvado adversario de Quetzalcoatl embrujó a los toltecas con su canto en los bellos jardines de Xochicalco, en este caso no se trata de la ciudad, sino de ciertos jardines cercanos a tula, Xochicalco solo significa casa del jardín hasta conducirlos a un abismo, por el que se despeñaron. Acabó con muchos rompiendo un puente, lo que causó gran mortandad, y hasta llegaba a matarlos uno a uno con una maza. Finalmente, para consumar su obra, rompió unos diques, ahogando a todos los que quedaban en los jardines.Los presagios del destino adverso que le deparaba a Ce Acatl habrían de aumentar hasta sumirlo en la angustia. Uno de ellos fue la aparición de un ciervo deforme, que arrastraba la cola por el suelo. Se situó frente al rey tolteca y desapareció, ante la mirada aterrorizada de todos los que encontraban a su alrededor. En otra ocasión, al mirarse en un espejo, se encontró con la imagen de un conejo (símbolo de la luna) ensangrentado. Así se amargó su corazón, preguntándose si lo vería así su pueblo, condenado a la decrepitud y al ocaso de un hombre que lo único que quería era dedicarse por completo a la trascendencia y al contacto con el Creador. A pesar de todo, él seguía sumido en la austeridad, en la penitencia y en la enseñanza dada a su pueblo para que siempre obrara el bien, fuera humilde, generoso con los más necesitados y perseverara en la creencia de un único Dios. Con Él había que fundirse a través de la práctica diaria del trabajo, la oración y el merecimiento, elemento fundamental en la esencia de la toltequidad. Su actitud de absoluta integridad hacía posible que sus súbditos, a pesar de las calamidades, todavía le fueran fieles y permanecieran unidos. Así que sus adversarios decidieron acabar con él desprestigiándolo ante todos. Con sutileza y astucia consiguieron hacerle beber vino, a pesar de que él se negó reiteradamente a causa de su ayuno. Con la bebida mezclaron hongos de efecto psicoactivo. Como no estaba acostumbrado a estos excesos se emborrachó, y aunque sintió el gozo de las visiones que experimentaba, los hechizos de Tezcatlipoca arrojaron a sus brazos a la joven Quetzalpetlatl, su propia hermana. Así fue cómo se hundió, vencido por la tentación, en las tinieblas del pecado, lo que provocó el descrédito entre su pueblo y la inmediata expulsión.Tanto añoró la muerte que pidió que le trajeran un cofre para que le sirviera de ataúd. Permaneció tumbado en su interior cuatro días, implorando una muerte que no le fue concedida. Nacxitl, título de Ce Acatl como Cuarto Paso, cuarto mensajero de la Serpiente Emplumada en una serie de encarnaciones divinas, estaba sumido en el infierno interior de la naturaleza humana. Destinado a vivir su proceso de transmutación, decidió abandonar la ciudad y el reino de Tula. Fue despojado de todas sus riquezas y posesiones materiales para convertirse en un auténtico peregrino y caminante, siempre acompañado de sus más fieles discípulos. Sobre una peña contempló la ciudad de sus sueños, que abandonaba para siempre. Cuenta la leyenda que todavía quedan sus huellas en la piedra donde se apoyó. Allí expuso el vaticinio que habría de convertirse en profecía, al lamentarse por la forma en que quedaría vacía la gran urbe, lo que ocurrió años después, cuando los chichimecas acabaron con la gloria de este ombligo cósmico y ciudad imperial de los toltecas. En el corazón del territorio maya El guía espiritual, acompañado por sus fieles, se dirigió hacia el reino del sur, donde iría en busca de los sabios mayas. El rey de Uxmal le recibió con los brazos abiertos, allá por el año 987 d. C., así como los itzáes, quienes reclamaban su facultad para curar las fiebres de las que enfermaban. Poco a poco, aquellos que habían tenido noticias de su grandeza espiritual acudieron para que pudieran ser tocados y sanados por él. Se cuenta que en aquellas tierras realizó numerosas curaciones y toda clase de milagros. A su paso impartía su doctrina, atendía a los necesitados y construía templos dedicados a la Serpiente Emplumada, sobre los que erigía el símbolo de la cruz. Éste es conocido como el Quincunce o cruz de San Andrés, representativo de la fe tolteca, y que tanto habría de llamar la atención de los españoles cuando llegaron a México. El nombre nawatl del Quincunce es teokuitla, “excremento divino”, emblema de la conciliación de los opuestos. A pesar de la división creciente entre los toltecas, la ciudad de Cholula permaneció fiel a Quetzalcoatl hasta el último momento. Allí se había construido un gigantesco templo dedicado a la Serpiente Emplumada, con galerías subterráneas que fueron ofrecidas a los toltecas para que se refugiaran. Después de contar el sueño de un collar de dorados granos de maíz que se rompía, lo que provocaba que éstos se dispersaran, sus discípulos supieron que Quetzalcoatl les hablaba de su partida: “Cuando el nueve se junte con el trece. Cuando veáis movimiento arriba, movimiento abajo, y nazca de la serpiente de luz vida sin fin, aún sobre esta tierra. Entonces ocurrirá la voluntad del Uno, y vosotros lo veréis. Del corazón del Cielo desciende la consagración de una vida nueva”. Aunque no fuera ése su deseo, no pudo negarse a la petición que le hicieron de que les dejara algunas reliquias suyas para perpetuar su memoria. Entregó unas piedras verdes, talladas con forma de animales, así como cabellos de su barba, que llamaron “las barbas del Sol”. En su marcha, tras abandonar Cholula, se produjo un nuevo prodigio. Quería atravesar un río cuando golpeó una piedra y con el poder de su voz se partió, convirtiéndose en un puente por el que pasaron, el llamado Tepeshiweloa, “peñas desgajadas”. A pesar de su éxodo continuo, el número de seguidores fue creciendo, hasta alcanzar una muchedumbre de unas ocho mil personas. En uno de esos altos en el camino se retiró a la montaña a meditar y con el fin de ofrecer el sacrificio de su sangre, clavándose las espinas de maguey. Después ordenó a la montaña que se convirtiera en tierra llana, por lo que habría de ser terreno ideal para el sagrado juego de pelota, que representa la dramatización del orden cósmico. Esto produjo un gran terremoto que al estremecer la tierra atemorizó a todos los presentes. Regreso a las estrellas Y llegó el día de manifestar el desapego total hacia las cuestiones mundanas. Tras la imposición que se le hizo de la máscara verde, el báculo y un manto bordado con serpientes sobre sus hombros, se situó encima de un montón de leña y él mismo se prendió fuego. Un temblor de tierra sacudió por entero aquellos parajes y el sol fue ocultado por las sombras. Después cayó milagrosamente una lluvia de flores. Los allí presentes vieron elevarse el corazón de Ce Acatl, desde el fuego hacia el cielo, bien custodiado por los pájaros y las mariposas, convirtiéndose, según la tradición, en Tlawiskalpan, que es el luminoso Venus. El fuego físico de la hoguera es al mismo tiempo el símbolo de la combustión interna del cuerpo, que se vuelve incandescente, que se transmuta completamente ardiendo como una pavesa, sutilizando la esencia del espíritu a través del fuego interior, lo que nos recuerda a algunos místicos cristianos, que ardiendo en el amor del éxtasis exhalaban fuego por la boca. Ocurría esto en el año 999 d. C, cerca de la costa de Coatzacoalcos, actual estado de Veracruz. Pero para sorpresa de sus discípulos apareció cuatro años más tarde, después de descender al inframundo, del que resurgió con toda su gloria, revestido ya definitivamente con la aureola de la divinidad que siempre había tenido. Profetizó entonces que “se abrirán las puertas de oro, y vendrán en matrimonio los pueblos de la tierra al templo de los cuatro rumbos, donde se os pedirá que no os descalcéis. El mundo habrá de verlo cuando ocurra, porque es amanecer de Ometeotl”. Cumplida la misión que vino a desarrollar a lo largo de su vida, la transmisión de una gran enseñanza, arrojó su manto de serpientes al agua, para navegar sobre ellas, alcanzando la Luz, el cielo, sin haber muerto. Sus palabras fueron misteriosas: prometió que algún día regresaría... Tomado de : http://www.templotolteca.com/ < Anterior

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