El
Papa
de las crisis
Alberto
Rabilotta
ALAI
AMLATINA,
22/03/2013.- Las crisis se suceden y sus efectos se acumulan,
en lo
económico y también –en sus más amplias acepciones- en lo
político, social y
ambiental. Una civilización, la del “capitalismo industrial”,
está transformándose
en un retrogrado sistema plutocrático, en un sistema
financiero-rentista de
explotación que se ha apoderado del poder y que utiliza sin
empacho alguno
todos los medios necesarios –incluyendo la violencia y la
corrupción-, para
destruir los avances y conquistas logrados desde finales del
siglo 19 por las
luchas de los pueblos.
Basta
mirar
lo que desde hace años sucede en la Unión Europea
(UE),
donde uno tras otros los pueblos –Irlanda, España, Portugal,
Grecia, Italia y
ahora Chipre, sin contar lo sucedido en los países Bálticos,
en los Balcanes y
Europa Central-, son despojados de las conquistas sociales,
económicas y
políticas en nombre de la austeridad fiscal que favorece a los
acreedores, a la
plutocracia dominante. Lo mismo en Estados Unidos (EE.UU.),
Canadá y otras
“países del capitalismo avanzado”.
Todas
las
herramientas de contestación que los pueblos tenían a su
alcance, como ser
los partidos políticos, los sindicatos, el sistema mismo de la
democracia
representativa, los tribunales, la prensa, etcétera, han sido
inutilizadas por
el “nuevo orden”.
Nadie
puede
sorprenderse que los resultados electorales que no coinciden
con las
directivas del “nuevo orden” –que serán cada vez más
frecuentes- sean
descalificados y que los pueblos que “votaron mal”, como hace
pocas semanas en
Italia, o las legislaturas que no aceptan los dictados, como
ahora en Chipre,
se vean amonestados o directamente amenazados por los
tecnócratas y gobernantes
de la UE ,
por el
FMI y los centros financieros, que exigen seguir el dictado y
callarse la boca.
Nada
funciona
como antes, el sistema está atascado. La inseguridad social,
por el
desempleo, la baja de salarios y pensiones, la “flexibilidad
laboral” y el
aumento de la extracción rentista, entre otras cosas más, está
disolviendo el
“tejido” social de los “países avanzados”, y en particular de
los países de la
periferia, donde el catolicismo tiene antiguas raíces.
Es
imposible
no constatar que vivimos en un desestabilizador “estado
permanente de
excepción”, donde las certitudes anteriores ya no son o pronto
dejarán de ser
válidas, y en el cual las nuevas exigencias del presente son
social e
individualmente inaceptables. Un mundo dirigido por políticos
y tecnócratas y
amparado por instituciones creadas para servir exclusivamente
a las empresas e
intereses de las oligarquías que forman la plutocracia
dominante.
En
fin,
y no para terminar, hoy nosotros y el nuevo Papa vivimos en un
mundo que
está siendo empujado –como escribieron Thomas Leif y Chris
Hedges- hacia la distopía
(antiutopía) que constituye la mezcla del totalitarismo
absoluto de George
Orwell con los “paraísos artificiales” de Aldous Huxley (1).
La
constante
Capital-Trabajo en las encíclicas papales
Desde
las
primeras décadas del siglo 19, cuando la Primera
Revolución
Industrial revela su potencial y las secuelas destructivas en
el terreno social
en Inglaterra, Alemania y Francia, clérigos y laicos de las
iglesias cristianas
comenzaron a denunciar la situación de explotación y miseria
de los
trabajadores, y a plantear la necesidad de una doctrina social
cristiana (2).
En
1891,
cuando en Europa aun se sentían los efectos de las sucesivas
crisis
económicas, financieras y monetarias del capitalismo
industrial que conforman
la llama “Larga Depresión” -1873 a
1896-, con el desempleo y las hambrunas de millones de
europeos alimentando tanto los movimientos socialistas,
anarquistas y
comunistas, como la emigración masiva hacia las Américas, el
papa León XIII dio
a conocer su encíclica Rerum Novarum, también conocida como
Derechos y Deberes
del Capital y el Trabajo, o sea la Doctrina Social
de la
Iglesia.
Esa
Larga
Depresión fue producto (como la que vendrá en los años 30 del
siglo 20)
del derrumbe de una fase de liberalismo económico, de mercados
autorregulados
que por las revoluciones tecnológicas (en los años 30 está en
su apogeo la
Segunda Revolución
Industrial) incentivaron las especulaciones y burbujas
financieras, que llevó a
rapiñas coloniales, guerras e inmensos desastres sociales, al
proteccionismo
comercial y al corporativismo.
Enfrentada
a
esa gran crisis del capitalismo industrial y a una crisis
interna por el
desfase de la
Iglesia
con la transformación económica, social y política de la
época, la encíclica de
León XIII recoge y extiende las reformas que Otto von
Bismarck, Canciller del
Imperio Alemán, había adoptado bajo el consejo de asesores y
clérigos
cristianos entre 1883 y 1889 con el objetivo de frenar el
creciente movimiento
socialista (2).
A
partir de Rerum Novarum y por medio de otras encíclicas se
establecen en la Doctrina Social de
la Iglesia
los principios de conciliación entre los patronos y los
obreros que –para
frenar el ascendente movimiento socialista y comunista-
marcarán el rumbo de
los partidos reformistas hasta la llegada del neoliberalismo:
derechos de los
trabajadores a un salario justo; al descanso; a un ambiente de
trabajo y a
procesos de manufactura que no sean dañinos para la salud
física o la
integridad moral; al respeto en los lugares de trabajo de la
conciencia o la
dignidad del trabajador; a los apropiados subsidios que son
necesarios para la
subsistencia de los trabajadores desempleados y de sus
familias; a pensiones y
a seguros para la vejez, la enfermedad y de los accidentes de
trabajo; a la
seguridad social en los casos de maternidad; y, finalmente, el
derecho a
reunirse y a formar asociaciones.
León
XIII,
que en 1878 había emitido una encíclica para denunciar el
socialismo como
“una peste moral”, porque reclamaba la igualdad de todos y
atentaba como la
inviolable naturaleza del derecho a la propiedad, en 1891
estableció de facto
“una Carta de Derechos de la clase trabajadora en todos los
países, derechos
que están basados en la naturaleza del ser humano y de su
trascendental
dignidad” (3).
No
se
debe subestimar los impactos de Rerum Novarum y de las
legislaciones de Otto
von Bismarck sobre las sociedades y las nuevas
responsabilidades de los Estados
en esa fase del capitalismo industrial (y de la carrera
inter-imperialista para
apropiarse de colonias), pero definitivamente nunca
solucionaron el problema de
fondo en la inherentemente contradictoria relación entre el
capital y el
trabajo.
Cuarenta
años
más tarde, en 1931, cuando Pío XI da a conocer su encíclica
Quadragesimo
Anno, el problema ha empeorado por las luchas revolucionarias
en la década y
media que la antecede, y por la polarización política que se
produce cuando los
partidos políticos tradicionales fracasan en dar soluciones a
la crisis
monetaria, económica y financiera. Son las fuerzas de extrema
derecha que avanzan
para enfrentar al creciente movimiento de izquierda que
propone la revolución
social.
Para
lograr
el “orden social”, es decir los términos de conciliación en la
relación
Capital-Trabajo e impedir revoluciones sociales y los avances
del comunismo y del
socialismo, Pío XI predica la conciliación y da su apoyo al
corporativismo
(Estado-patronos-sindicatos) que el fascista Benito Mussolini
estaba
implantando en Italia.
De
Pío
XI a Benedicto XVI, todos los Papas reafirmaron y reacomodaron
un poco los
principios de la Doctrina Social de la
encíclica de León XIII sobre la
relación Capital-Trabajo, tratando de adaptarse a los cambios
que el desarrollo
tecnológico y la concentración del capital fue imponiendo en
el modo de
producción capitalista, y que modificaban la fundamental
relación
Capital-Trabajo.
¿Un
Papa para la
crisis estructural del capitalismo industrial?
Pero
si
el objetivo compartido del Vaticano y el Capital ha sido la
conciliación
para “domesticar” la naturaleza brutal de la relación
Capital-Trabajo y así
impedir la revolución social que nace de la explotación, la
naturaleza del
capitalismo lo lleva, por su parte, a traicionar
constantemente ese objetivo
porque su esencia es revolucionar constantemente los medios de
producción para
reducir el empleo de la fuerza de trabajo humana y aumentar la
plusvalía, e
inevitablemente aumentar la producción y el desempleo, mudar
la producción a
países o regiones con mano de obra más barata, y así de
seguido en un proceso
que inevitablemente lleva a crisis económicas y financieras
cada vez más
graves, a una mayor concentración monopólica, a ampliar la
utilización de la
automatización y a más desempleo...
Como
reconocen
algunos analistas y economistas, entre ellos Paúl Krugman, ha
llegado
el momento de pensar que en la relación Capital-Trabajo son
los robots los que
les están ganando la guerra a los trabajadores.
El
desolador
panorama que describimos al comienzo es el producto de esa
revolución
en el modo de producir, que no solamente reduce de manera
creciente la cantidad
de fuerza de trabajo necesaria –y por lo tanto la masa
salarial-, sino que al
proceder así está creando un obstáculo cada día más grande
para ampliar el
consumo y, de esta manera, la conversión de los “valores de
uso” producidos en
mercancías, y por lo tanto incapacidad de realizar la tasa de
plusvalía, con el
inevitable descenso en la tasa de ganancia de las empresas.
Este
proceso
existe, en grados de desarrollo diferente, en los “países
avanzados”
del capitalismo industrial y en la periferia cercana, como es
el caso en la
UE.
Por
lo
tanto la realidad de la relación Capital-Trabajo que existía
en 1891 o en
1931 no corresponde, al menos desde hace dos décadas, con la
realidad en los
“países centrales”, con Japón como primer ejemplo porque fue
el país que más
avanzó en la automatización de la producción y el primero en
caer en una
“depresión controlada” desde la crisis de comienzos de los
años 90 del siglo
20.
Lo
que
ahora se define como “desempleo estructural” es, para ponerlo
con otras palabras,
un desempleo permanente acompañado de la total inseguridad
laboral, y por
consiguiente inseguridad de ingresos, de vivienda, etcétera,
para el resto de
la sociedad. Por esa razón ya se abrió la válvula de escape
que es la
emigración: 20 mil españoles emigran mensualmente a otros
países, por citar un
caso.
Esta
realidad,
que defino como un “proceso de disolución social”, no tiene
solución
dentro del capitalismo. No hay receta económica que permita
reactivar las
economías en términos de creación de empleos dentro del
sistema actual, y por
lo tanto tampoco es posible ya la conciliación Capital-Trabajo
pregonada desde
León XIII.
Esta
es
la realidad que en los países del “capitalismo avanzado”
enfrentará el Papa
Francisco, quien curiosamente proviene de un país y una
subregión donde la
realidad económica, política y social es muy diferente, y eso
debido tanto al
desfase de los países sudamericanos respecto al
desenvolvimiento del
capitalismo industrial como al saldo de la experiencia
neoliberal aplicada a
partir de mediados de los 70 (Chile y Argentina), que provocó
el nacimiento de
fuertes movimientos sociales de protesta donde colaboraban
masivamente y codo a
codo cristianos y no cristianos, marxistas y no marxistas.
En
la
mayoría de países sudamericanos la experiencia neoliberal
terminó en un
desastre total a finales del siglo 20, llevando a comienzos de
este siglo a la
elección de gobiernos nacionalistas y progresistas, al rechazo
de las políticas
neoliberales y, en los últimos años, a la adopción de
políticas de desarrollo
económico nacional destinadas a combatir la pobreza y crear
empleos, y en lo
regional a la creación de organismos de cooperación para el
desarrollo, como la CELAC (Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños).
Así
pues,
Habemus Papa que viene de una región que trabajosamente busca
salir de
los desastres del neoliberalismo y que en pocos años, con
políticas contrarias
a las promulgadas por la UE ,
el FMI y EE.UU., ha logrado reducir sustancialmente la pobreza
y mejorado la
calidad de vida de millones de ciudadanos. Una región, además,
donde la mayoría
de los países están tomando en serio la democracia, al punto
que nuestro
querido Hugo Chávez nunca dijo no a un reto referendario o
electoral, con
gobiernos que bregan para hacerla efectiva para todos, no solo
para los ricos.
¿Usará
el
Papa Francisco la experiencia de su país y de la región –que
él mismo
designa como la
Patria Grande ,
lo que me cae muy bien-, y sus propias vivencia como “villero”
para abrir un
debate sobre los cambios que hay que hacer a la Doctrina
Social de la Iglesia ? Un debate de
la Iglesia
y en el sentido
más amplio, incluyendo a curas y laicos que viven la situación
real, y no solo
entre la cúpula ¿Lo hará? Hay algo más que este Papa tiene
naturalmente, porque
ya dejó de ser pecado en Sudamérica, y es el potencial de ser
un caudillo, un
dirigente de masas, y así de poder explicarle al mundo de los
feligreses de
manera sencilla, llanamente, con sentimiento y convicción, los
urgentes cambios
que deben ser efectuados, y en los cuales deberán ser llamados
a participar.
En
realidad
no tiene mucho que escoger, ya que el futuro de la Iglesia
católica está
seriamente comprometido sin esos cambios que permitan
reubicarla en un mundo
que está experimentando grandes cambios económicos, sociales,
y de genero, un
mundo que más pronto que tarde deberá contemplar una
transformación social
inédita, el comienzo de la construcción de sociedades
pos-capitalistas.
Para
ello
el Obispo de Roma –como él quiere que lo nombren-, en tanto
que jefe de
Estado deberá también sacudir con fuerza el aparato del
Vaticano para que
caigan los corruptos y bandidos, podarlo para que no le quite
sol y nutrientes
a las iglesias que tienen raíces locales, y hacer que quienes
queden practiquen
la humildad a la cual él mismo está acostumbrado.
La
Vèrdiere
-
Alberto Rabilotta es periodista
argentino - canadiense.
Notas
1.-
Esta
distopía es formulada, entre otros, por Thomas Leift
Enter
the
Fifth Estate
2.-
Para
combatir al emergente movimiento socialista y reducir la
emigración de los
jóvenes alemanes hacia las Américas, el Canciller Otto von
Bismarck hizo
adoptar las leyes que establecieron el seguro de salud, el
seguro para los
accidentes y la incapacitación laboral, y un fondo de
pensiones para los
trabajadores.
3.- Ver “Catholic Social Teaching and the Welfare
State”,
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