Sobre la angelología del alfabeto árabe
El Trono divino que rodea todos los mundos es representado por una figura circular
08/02/2002 - Autor: René Guénon - Fuente: Webislam
1. Er Rûh *
Según los datos tradicionales de la "ciencia de las letras", Allâh creó el mundo no por la alif que es la primera de las letras sino por la ba que es la segunda; y, en efecto, aunque la unidad sea el principio primero de la manifestación, es la dualidad la que ésta presupone de inmediato y entre cuyos términos será producida, como entre los dos polos complementarios de esta manifestación, representados por las dos extremidades de la ba, toda la multiplicidad indefinida de las existencias contingentes. Es, pues, la ba la que está propiamente al principio de la creación y ésta se realiza por ella y en ella, es decir, que es a la vez el "medio" y el "lugar", según los dos sentidos que tiene esta letra cuando se toma como la preposición. La ba, en este papel primordial, representa a Er-Rûh, el "Espíritu" que hay que entender como el Espíritu total de la Existencia universal y que se identifica esencialmente a la "Luz" (En-Nûr); se produce directamente por el "mandato divino" (min amri Llah), y, en cuanto se produce, es en cierto modo el instrumento por el que este "mandato" realizará todas las cosas que de este modo se ordenarán todas en relación con él (2); antes de él, no hay pues más que el-amr, afirmación del Ser puro y formulación primera de la Voluntad suprema, como antes de la dualidad no hay más que la unidad, o antes de la ba no hay más que la alif. Ahora bien, la alif es la letra "polar" (qutbâniyah),(3) cuya propia forma es la del "eje", según el cual se cumple la "orden" divina; y el extremo superior de la alif que es el "secreto de los secretos" (sirr el-asrâr), se refleja en el punto de la ba en tanto en cuanto este punto es el centro de la "circunferencia primera" (ed-dhâirah el awwaliyah) que limita y envuelve el dominio de la Existencia universal, circunferencia que, por lo demás, vista en simultaneidad en todas las direcciones posibles, es en realidad una esfera, la forma primordial y total de la que nacerán por diferenciación todas las formas particulares.
Si se considera la forma vertical de la alif y la forma horizontal de la ba, se ve que su relación es la de un principio activo y un principio pasivo; y esto es conforme a los temas de la ciencia de los números sobre la unidad y la dualidad, no sólo en la enseñanza pitagórica, que es la que más se conoce generalmente a este respecto, sino también en la de todas las tradiciones. Este carácter de pasividad es efectivamente inherente al doble papel de "instrumento" y de "medio" universal del que hemos hablado hace poco; asimismo, Er-Rûh es, en árabe, una palabra femenina; pero hay que tener cuidado de que, según la ley de la analogía, lo que es pasivo o negativo en relación con la Verdad divina (El-Haqq) se vuelve activo o positivo en relación con la creación (El-Khalq).(4) Es esencial considerar aquí estas dos caras opuestas pues de lo que se trata es, precisamente, si podemos expresarnos así, del "límite" mismo establecido entre El-Haqq y El-Khalq, "límite" por el que la creación está separada de su Principio divino y le está unida a la vez, según el punto de vista desde el que se considere; es pues, en otros términos, el barzakh por excelencia; (5) y, así como Allâh es "el Primero y el Ultimo" (El-awwal wa El-Akhir) en el sentido absoluto, Er-Rûh es "el primero y el último" respecto a la creación.
Esto no quiere decir, por supuesto, que el término Er-Rûh no se tome a veces en acepciones más particulares, como la palabra "espíritu" o sus equivalentes más o menos exactos en otras lenguas; así es cómo, en ciertos textos coránicos particularmente, se ha podido pensar que se trataba ya de una designación de Seyidnâ Jibraîl ((Gabriel), ya de otro ángel a quien esta designación se aplicaría más especialmente; y todo esto puede sin duda ser verdad según los casos o según las aplicaciones que se hagan de ello pues todo lo que es participación o especificación del Espíritu universal, o lo que desempeña el papel de éste desde cierto punto de vista y en grados diversos, es también en un sentido relativo, comprendido el espíritu en tanto en cuanto reside en el ser humano o en cualquier otro ser particular. Sin embargo, hay un punto al que muchos comentaristas exotéricos parecen no prestar suficiente atención: cuando Er-Rûh es representado expresa y claramente al lado de los ángeles (el-malâikah), (6) ¿cómo sería posible admitir que simplemente se trata, en realidad de uno de éstos?. La interpretación esotérica es que se trata entonces de Seyidnâ Mitatrûn (el Metatrón de la Kábala hebrea); por otra parte, eso permite explicarse el equívoco que se produce a este respecto, ya que Metatrón es también representado como un ángel, aunque, al estar más allá del dominio de las existencias "separadas", sea verdaderamente otra cosa y más que un ángel; y eso, por lo demás, verdaderamente corresponde todavía al doble aspecto del barzakh. (7)
Otra consideración que concuerda por entero con esa interpretación es ésta: en la representación del "Trono" (El-Arsh), Er-Rûh está colocado en el centro y este lugar es, en efecto, el de Metatrón; el "Trono" es el lugar de la "Presencia divina", es decir, de la Shekinah que en la tradición hebraica es el "paredro" o el aspecto complementario de Metatrón. Por lo demás, incluso se puede decir que, en cierto modo, Er-Rûh se identifica con el "Trono" mismo pues éste, al rodear y envolver todos los mundos (de ahí el epíteto El-Muhît que se le da), coincide por eso con la "circunferencia primera" de la que hemos hablado anteriormente. (8) Se encuentran también aquí las dos caras del barzakh: en lo que se refiere a El-Haqq, es Er-Rahmân el que descansa sobre el "Trono"; (9) pero en lo que se refiere a el-Khalq, de algún modo, no aparece más que por refracción a través de Er-Rûh, lo que está en conexión directa con este hadîth: "El que me ve, ve la Verdad" (man raanî faqad raa el-Haqq). Este es, en efecto, el misterio de la manifestación profética;(10) y se sabe que, según la tradición hebraica igualmente, Metatrón es el agente de las "teofanías" y el principio mismo de la profecía, (11) lo que, expresado en lenguaje islámico, quiere decir que no hay otro más que Er-Rûh el-mohammedijah, en el que todos los profetas y los enviados divinos no son más que uno y que tiene, en el "mundo de abajo", su expresión última en el que es su "sello" (Khâtam el-anbiâi wa´l-mursalîn), es decir: que los reúne en una síntesis final que es el reflejo de su unidad principial en el "mundo de arriba" (en el que es awwual KhalqiLlah, lo que es lo último en el orden manifestado siendo analógicamente lo primero en el orden principial), y que es así el "Señor de los primeros y de los últimos" (seyid el-awwalîna wa´akhirîn). Es así y sólo así como pueden comprenderse realmente, en un sentido profundo, todos los nombres y títulos del Profeta, que son en definitiva los mismos del "Hombre universal" (El-Insân el-Kâmil), totalizando finalmente en él todos los grados de la Existencia, como los contenía todos en él desde el principio: alayhi çalatu Rabbil-Arshi daw, " ¡qué esté perpetuamente sobre él la plegaria del Señor del Trono!"
2. Sobre la angeología del alfabeto árabe*
El "Trono" divino que rodea todos los mundos (El-Arsh El-Muhît) es representado, como es fácil de comprender, por una figura circular; en el centro está Er-Rûh, como lo explicamos en otra parte; y el "Trono" está sostenido por ocho ángeles que están colocados en la circunferencia, los cuatro primeros en los cuatro puntos cardinales y los otros cuatro en los cuatro puntos intermedios. Los nombres de estos ocho ángeles están formados por otros tantos grupos de letras, tomadas siguiendo el orden de sus valores numéricos, de tal modo que el conjunto de estos nombres comprende la totalidad de las letras del alfabeto.
Conviene hacer aquí una observación: naturalmente se trata del alfabeto de 28 letras; pero se dice que el alfabeto árabe no tenía primero más que 22 letras, que correspondían exactamente a las del alfabeto hebraico; de ahí la distinción que se hace entre el pequeño Jafr que sólo utiliza estas 22 letras y el gran Jafr que emplea las 28 tomándolas todas con valores numéricos distintos. Por otra parte, se puede decir que las 28 (2 + 8=10) están contenidas en las 22 (2 + 2 = 4) como 10 está contenido en 4, según la fórmula de la Tétraktys pitagórica: 1 + 2 + 3 + 4= 10; (11) y, de hecho, las seis letras suplementarias no son más que modificaciones de otras tantas letras primitivas, de las que están formadas por la simple añadidura de un punto, y a las que se reducen de inmediato por la supresión de este mismo punto. Estas seis letras suplementarias son las que componen los dos últimos de los ocho grupos de los que acabamos de hablar; es evidente que si no se las considerara como letras distintas, estos grupos se encontrarían modificados sea en cuanto a su número sea en cuanto a su composición. Por consiguiente, el paso del alfabeto de 22 letras al alfabeto de 28 ha debido necesariamente introducir un cambio en los nombres angélicos de que se trata, luego en las "entidades" que estos nombres representan; pero, por muy extraño que pueda parecer a algunos, es en realidad normal que sea así, pues todas las modificaciones de las formas tradicionales, y en particular las que afectan la constitución de las lenguas sagradas, deben tener, en efecto, sus "arquetipos" en el mundo celeste.
Dicho esto, la distribución de las lenguas y los nombres es la siguiente:
En los cuatro puntos cardinales:
Al Este: A B J a D; (12)
Al Oeste: Ha Wa Z;
Al Norte: H a T a Y;
Al Sur: Ka L Ma N.
En los cuatro puntos intermedios:
Al Noreste: Sa A Fa C
Al Noroeste: Q a RS ha T;
Al Sureste: T ha Kh a D h;
Al Suroeste: D a Za Gh.
Se observará que cada uno de estos dos conjuntos de cuatro nombres contiene exactamente la mitad del alfabeto, o sea 14 letras, que están repartidas del siguiente modo:
En la primera mitad:
4+3+3+4=14;
En la segunda mitad:
4+4+3+3=14.
Los valores numéricos de los ocho nombres, formados por la suma de los de sus letras, son, tomándolas natural mente en el mismo orden que aquí arriba:
1+2+3+4=10
5+6+7 = 18:
8+9+10=27;
20 + 30+40 + 50 = 140;
60+70+80+90 = 300;
100+200 + 300 +4070 = 1000;
500+600+700 = 1800;
800+900 + 1000 = 2700.
Los valores de los tres últimos nombres son iguales a los de los tres primeros multiplicados por 100 lo que es, por lo demás, evidente, si se observa que los tres primeros contienen los números de 1 a 10 y los tres últimos las centenas de 100 a 1000; estando igualmente repartidos unos y otros en 4 + 3 + 3
El valor de la primera mitad del alfabeto es la suma de los cuatro primeros nombres:
10+18+27+140 = 195.
Asimismo, el de la segunda mitad es la suma de los de los cuatro últimos nombres:
300 + 1000 + 1800 + 2700 = 5800.
Por último, el valor total del alfabeto entero es:
195+5800 = 5995.
Este número 5995 es notable por su simetría: su parte central es 99, número de los nombres "atributivos" de Allâh; sus cifras extremas forman 55, suma de los diez primeros números, en los que el denario se encuentra, por otra parte, dividido en sus dos mitades (5 + 5 = 10); además 5 + 5 = 10 y 9+9 = 18 son los valores numéricos de los dos primeros nombres.
Uno puede darse cuenta mejor del modo en que el número 5995 es obtenido partiendo del alfabeto según otra división, en tres series de nueve letras más una letra aislada: la suma de los nueve primeros números es 45, valor numérico del nombre de Adam (1+4+40 = 45, es decir, desde el punto de vista de la jerarquía esotérica El-Qutb El-Ghawth en el centro, los cuatro Awtâd en los cuatro puntos cardinales y los cuarenta Anjâb en la circunferencia); la de las decenas, de 10 a 90 es 45 x 10 y la de las centenas, de 100 a 900, 45 x 100; el conjunto de las sumas de estas tres series novenarias es pues el producto de 45 x 111, el número "polar" que es el de la alif "desarrollada": 45 x 11 = 4995; hay que añadirle el número de la última letra, 1000, unidad del cuarto grado que termina el alfabeto como la unidad del primer grado la comienza, y así se tiene finalmente 5995.
Por último, la suma de las cifras de este número es 5 + 9 + 9 + 5 = 28, es decir, el mismo número de las letras del alfabeto del que representa el valor total.
Sin duda, se podrían desarrollar todavía muchas otras consideraciones partiendo de estos datos, pero estas pocas indicaciones bastarán para que se pueda al menos tener una idea de algunos de los procedimientos de la ciencia de las letras y de los números en la tradición islámica.
3. La quirología en el esoterismo islámico (***)
A menudo hemos tenido ocasión de señalar cuán ajena a los Occidentales se ha vuelto la concepción de las "ciencias tradicionales" en los tiempos modernos y cuán difícil les es comprender su verdadera naturaleza. Recientemente, teníamos de nuevo un ejemplo de esta incomprensión en un estudio consagrado a Mohyddin-Ibn-Arabi, cuyo autor se extrañaba de encontrar en éste, al lado de la doctrina puramente espiritual, numerosas consideraciones sobre la Astrología, la ciencia de las letras y los números, la geometría simbólica y muchas otras cosas del mismo orden que parecía considerar como si no tuvieran ningún vínculo con esta doctrina. Por lo demás había allí una doble equivocación pues la parte propiamente espiritual de la enseñanza de Mohyiddin estaba ella misma presentada como mística mientras que es esencialmente metafísica e iniciática; y si se tratara de "mística" no podría, en efecto, tener ninguna relación con unas ciencias fueren las que fueren. Por el contrario, ya que se trata de una doctrina metafísica, estas ciencias tradicionales cuyo valor por lo demás desconocía totalmente. Según el habitual prejuicio moderno, resultan de ella en cuanto aplicaciones, así como las consecuencias resultan del principio, y a este título, muy lejos de constituir unos elementos de algún modo adventicios y heterogéneos, forman parte de et-taçawwuf es decir, del conjunto de conocimientos iniciáticos.
De estas ciencias tradicionales, la mayoría están hoy completamente perdidas para los Occidentales y no conocen de las demás sino vestigios más o menos informes, a menudo degenerados hasta el punto de haber tomado el carácter de fórmulas empíricas o de simples "artes adivinatorias", evidentemente desprovistas de todo valor doctrinal. Para hacer comprender por un ejemplo cuán lejos está de la realidad esta manera de considerarlas, daremos aquí algunas indicaciones sobre lo que es, en el esoterismo islámico, la quirología (ilm el-kaff), que, por otra parte, no constituye más que una de las numerosas ramas de lo que podemos llamar, por falta de un término mejor, la "fisiognomía", aunque esta palabra no refleje exactamente toda la amplitud del término árabe que designa este conjunto de conocimientos (ilm el-firâsah).
La quirología, por muy extraño que pueda parecer a los que no tienen ninguna noción de estas cosas, se relaciona directamente, en su forma islámica, con la ciencia de los nombres divinos: la disposición de las líneas principales traza en la mano izquierda el número 81 y en la mano derecha el número 18, o sea en total 99, el número de los nombres atributivos (çifûtiyah). En cuanto al nombre Allâh mismo, está formado por los dedos del modo siguiente: el meñique corresponde a la alif, el anular a la primera lam, el medio y el índice a la segunda lam que es doble y el pulgar a la ha (que, normalmente, debe trazarse en su forma "abierta"); y éste es el motivo principal del uso de la mano como símbolo, tan difundido en todos los países islámicos (refiriéndose un motivo secundario al número 5, de ahí el nombre de khoms dado a veces a esta mano simbólica). Puede comprenderse de este modo el significado de esta frase de Sifr Seyidna Ayûb (Libro de Job, XXXVII, 7): "Ha puesto un sello (khâtim) en la mano de todo hombre, a fin de que todos puedan conocer Su obra"; y añadiremos que esto no carece de relación con el papel esencial de la mano en los ritos de bendición y consagración.
Por otro lado, se conoce generalmente la correspondencia de las diversas partes de la mano con los planetas (kawâkih) que la misma quiromancia occidental ha conservado, pero de tal modo que ya casi no puede ver nada más que una especie de designaciones convencionales mientras que, en realidad, esta correspondencia establece un vínculo efectivo entre la quirología y la astrología. Además, uno de los principales profetas, que es su "Polo" (El-Qutb), dirige cada uno de los siete cielos planetarios; y las cualidades y las ciencias que se atribuyen más especialmente a cada uno de estos profetas están en relación con la influencia astral correspondiente. La lista de los siete Aqtâb celestes es la siguiente:
Cielo de la Luna (El-Qamar): Seyidna Adam.
Cielo de Mercurio (El- Utârid): Seyidna Aïssa.
Cielo de Venus (Ez-Zohrah): Seyidna Yûsif.
Cielo del Sol (Es-Shams): Seyidna Idris.
Cielo de Marte (El-Mirrûkh): Seyidna Dâwud.
Cielo de Júpiter (El-Barjîs): Seyidna Mûsa.
Cielo de Saturno (El-Kaywân): Seyidna Ibrahîm.
El cultivo de la tierra está relacionado con Seyidna Adam (Cf. Génesis, II, 15: "Dios cogió al hombre y le colocó en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo guardara; con Seyidna Aîssa, los conocimientos de orden puramente espiritual; con Seyidna Yûsíf, la belleza y las artes; con Seyidna Idris, las ciencias "intermedias", es decir, las del orden cosmológico y psíquico; con Seyidna Dâwud, el gobierno; con Seyidna Mûsa, al que está inseparablemente asociado su hermano Seyidna Harûn, las cosas de la religión desde el doble aspecto de la legislación y el culto, con Seyidna Ibrahîm, la fe (por la cual esta correspondencia con el séptimo cielo debe relacionarse con lo que recordábamos recientemente a propósito de Dante, en cuanto a su situación en el más alto de los siete escalones de la escala iniciática).
Además, alrededor de estos profetas principales se reparten en los siete cielos planetarios, los demás profetas conocidos (es decir, los que son llamados por su nombre en el Qorân, 25 en total) y desconocidos (es decir, todos los demás, siendo 124.000 el número de los profetas según la tradición).
Los 99 nombres que expresan los atributos divinos están igualmente repartidos según este septenario: 15 para el cielo del Sol, en razón de su posición central y 14 para cada uno de los otros seis cielos (15 + 6 x 14 = 99). El examen de los signos que se encuentran en la parte de la mano que corresponde a cada uno de los planetas indica en qué proporción (s/14 ó s/15) la persona posee las cualidades que se relacionan con ellos; esta proporción corresponde ella misma a un mismo número (s) de nombres divinos entre los que pertenecen al cielo planetario considerado; y estos nombres pueden ser determinados luego, por medio de un cálculo muy largo y muy complicado.
Añadamos que en la región de la muñeca, más allá de la mano propiamente dicha, se localiza la correspondencia de los dos cielos superiores, cielo de las estrellas fijas y cielo empíreo que, con los siete cielos planetarios completan el número 9. Además, en las diferentes partes de la mano se sitúan los doce signos zodiacales (burûj), en relación con los planetas de los que son los domicilios respectivos (uno para el Sol y la Luna, dos para cada uno de los otros cinco planetas), y también las dieciséis figuras de la geomancia (ilm er-raml) pues todas las ciencias tradicionales están estrechamente ligadas entre ellas.
El examen de la mano izquierda denota la "naturaleza" (et-tabiyah) de la persona, es decir, el conjunto de las tendencias, disposiciones o aptitudes que constituyen de algún modo sus caracteres innatos. El de la mano derecha da a conocer los caracteres adquiridos (el-istiksâb); estos se modifican, por lo demás, continuamente, de modo que, para un estudio continuo, este examen debe repetirse cada cuatro meses. Este período de cuatro meses constituye, en efecto, un ciclo completo en el sentido de que produce el retorno a un signo zodiacal que corresponde al mismo elemento que el del punto de partida; se sabe que esta correspondencia con los elementos se hace en el siguiente orden de sucesión: fuego (nâr), tierra (turâh), aire (hawâ) y agua (mâ). Luego es un error pensar, como han hecho algunos, que el período en cuestión solo debería ser de tres meses pues el período de tres meses corresponde sólo a una estación, es decir, a una parte del ciclo anual y no en sí mismo a un ciclo completo.
Estas pocas indicaciones, por muy escuetas que sean, mostrarán cómo una ciencia tradicional regularmente constituida se liga a los principios de orden doctrinal y depende de ellos por entero; y harán comprender a la vez lo que ya hemos dicho a menudo, de que tal ciencia está vinculada estrictamente a una forma tradicional definida, de tal modo que sería completamente inservible fuera de la civilización para la que ha sido constituida según esta forma. Aquí, por ejemplo, las consideraciones que se refieren a los nombres divinos y a los profetas y que son precisamente aquellas sobre las que se basa todo el resto, serían inaplicables fuera del mundo islámico, del mismo modo que, para coger otro ejemplo, el calculo onomántico, empleado ya sea aisladamente ya sea como elemento de elaboración del horóscopo en ciertos métodos astrológicos, no podría ser válido más que para los nombres árabes cuyas letras poseen valores numéricos determina dos. Hay siempre, en este orden de las aplicaciones contingentes, una cuestión de adaptación que hace imposible la transferencia de estas ciencias tal cual de una forma tradicional a otra; y ahí está también, sin duda, uno de los principales motivos de la dificultad que tienen en comprenderlas los que, como los Occidentales modernos, no tienen su equivalente en su propia civilización.
Mesr, 18 dhûl-qadah 1350 H (Mûlid Seyid Ali El-Bayûmi).
Notas:
(* ) Etudes Traditionnelles, VIII-IX, 1938, p. 324-327.
(**). Etudes Traditionnelles, VIII-IX, 1938, p. 287-291.
(***) Le Voile dIsis, mayo 1932, p 289-295.
(1). También por eso la ba o su equivalente es la
letra inicial de los Libros Sagrados: la Thorah empieza por Bereshith,
el Qorân por Bismi Lhah. Aunque no se tenga actualmente el texto del
Evangelio en una lengua sagrada, se puede al menos observar que la
primera palabra del Evangelio de San Juan hebreo sería también
Bereshith.
(2). Es de la raíz amr de la que deriva en hebreo el
verbo yâmer empleado en el Génesis para expresar la acción creadora
representada como la "palabra" divina.
(3). Como ya hemos indicado en otro lugares, alif =
Qutb = 111, (Un jeroglífico del Polo, nº de mayo de 1937); añadamos que
el nombre Aâlâ, "Muy alto", tiene también el mismo numero.
(4). Este doble aspecto corresponde, en cierto
sentido, en la Kábala hebrea al de la Shekinah, femenina, y de Metatrón,
masculino, tal como la continuación hará comprender mejor.
(5). Cf.T. Burckhardt, Du "barzakh" (número de
diciembre, 1937). traducido al castellano en el libro "Símbolos", J. J.
Olañeta Ed., Barcelona 1982) (N. del T.)
(6). Por ejemplo en la Sûrat El-Qadr (XCVII,4): "Tanazzalu´l-malâikatu wa´r-rûhu ftâh..."
(7). En ciertas fórmulas esotéricas, el nombre de
Er-Rûh está asociado a los cuatro ángeles en relación con los cuales es,
en el orden celeste, lo que es, en el orden terrestre, el Profeta en
relación con los cuatro primeros Kholafâ; eso concuerda con Mitatrûn
que, por lo demás, se identifica así claramente con Er-Rûh
el-mohammediyah.
(8). Sobre el tema del "Trono" y de Metatrón,
considerado desde el punto de vista de la Kábala y de la angelología
hebraicas, Cf., Basilide Notes sur le monde céleste (número de julio
1934, p. 274-275), y Les Anges (número de febrero 1935, p. 70-88)
(9). Según este versículo de la Sûrat Tahâ (XX, 5):
"Er-Rahmânu alarshi estawâ".(10). Se puede observar que de ese modo
reúnen, en cierto modo, la condición de Profeta y la del Avatâra que
proceden en sentido inverso uno de otro, partiendo la segunda de la
consideración del principio que se manifiesta, mientras que la primera
parte de la del "soporte" de esta manifestación (y el "Trono" es también
el "soporte" de la Divinidad).
(11). Cf. Le Roi du Monde, p. 30-33.
(12). ver La Tetraktys et le carré de quatre, (número de abril, 1927).
(13) Sin duda, la alif y la ba se colocan aquí como
todas las demás letra del alfabeto, en su lugar numérico: eso no hace
intervenir en nada las consideraciones simbólicas que exponemos por otra
parte, y que les dan, además otro papel más especial.
(14). Los datos que han servido de base a estas notas
están sacados de los tratados inéditos del Sheij Seyid Ali Nûreddin
El-Bayâmi, fundador de la tarîqah que lleva su nombre (bayûmiyah); estos
manuscritos están actualmente todavía en posesión de sus descendientes
directos.
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