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sábado, 24 de agosto de 2013

El islam en libertad

El islam en libertad

Capítulo I de “El Islam en Democracia”

24/08/2013 - Autor: Abdennur Prado - Fuente: Webislam
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Grito a la libertad
A lo largo de la historia, han existido grupos en todas las religiones que han tratado de establecer un magisterio dogmático, anular las interpretaciones divergentes y ofrecerse como doctrina única, una ortodoxia. Es conocido el trauma que este intento supuso para la cristiandad occidental: la lucha encarnizada contra la herejía tiñó de sangre el continente. También en el islam, el budismo o el hinduismo ha habido intentos de este tipo, guerras de religión entre visiones enfrentadas de un mismo mensaje.
Existe la tendencia a cosificar la experiencia espiritual de los maestros de la humanidad, como si su mensaje fuera demasiado abierto para ajustarse a un ejercicio de poder. Habría que diferenciar, en este sentido, entre espiritualidad y religiosidad, entre una experiencia genuina de la trascendencia y su cosificación en dogmas y doctrinas, formas transitorias demasiado apegadas a intereses mundanos como para pasar por inocentes.
Este fenómeno es llamado en el Qur’án “la religión de los ancestros”, y puede definirse como una repetición mecánica de ritos y consignas que son aplicados por fidelidad a las costumbres de los antepasados, a pesar de que han dejado de aportar sentido y de nutrir la vida espiritual de sus repetidores. Cuando Abraham hecha en cara a los suyos que veneren formas muertas, estos le responden:
“¡Pero hallamos que nuestros antepasados hacían lo mismo!”
Qur’án 26: 73
Estos son los signos de una religión cosificada: falta de reflexión y de cuestionamiento, repetición mecánica de dogmas:
“La mayoría de ellos nunca usa su razón; pues cuando se les dice: ‘Venid a lo que Dios ha hecho descender, y al Enviado’—responden: ‘Nos basta con lo que hemos hallado que creían y hacían nuestros antepasados’.”
Qur’án 5, 105
Esto mismo lo hemos oído muchas veces en nuestra vida como musulmanes. Hace años escuché a un joven palestino (medio borracho, por cierto) afirmar que a quien abandona el islam hay que matarlo. Hace pocos días un joven de origen libanés me decía que el islam prohíbe a la mujer musulmana casarse con un no-musulmán. Cuando pregunté por las fuentes de sus afirmaciones, ninguno de los dos supo contestarme. Hablaban de oídas, repetían frases cuyo origen desconocen. En ningún momento se han preguntado si correspondían con el mensaje del Qur’án o el ejemplo del Profeta. Si lo hubieran hecho, se llevarían la sorpresa de descubrir que el imam del barrio del cual oyeron esas frases no estaba hablando del islam, sino de las leyes codificadas durante los imperios omeya o abbasida.
Así, el musulmán se ve muchas veces impelido a repetir sin reflexión las interpretaciones realizadas hace siglos por sabios que vivieron en contextos muy diferentes al suyo, con el consiguiente desajuste. Ante este tipo de actitudes reaccionaron todos los profetas, todos los maestros de la humanidad. Frente a la religión cosificada, la revelación se nos presenta como un retorno a la reflexión y a la experiencia genuina, a recuperar la plenitud de unos gestos y palabras cuyo sentido habíamos perdido. ¿Qué es lo que sustenta un culto tan vacío? El propio Abraham (saaws) nos ofrece una respuesta:
“Habéis dado en adorar ídolos en lugar de Dios únicamente por mantener un lazo de amor, en esta vida, entre vosotros…”
Qur’án 29: 24
Lo que mantiene en pie la adoración de las formas vacías de la religión cosificada es el intento de mantener lazos de amor tribales, unos lazos basados en la conveniencia y la construcción de identidades, antes que en la conciencia de la Realidad única.
Esto nos recuerda en muchos aspectos al tipo de religiosidad que se difunde en muchos países de mayoría musulmana: una religión de estado, basada en la costumbre y la repetición mecánica de consignas de tipo jurídico (“a quien abandona el islam hay que matarlo”, “el islam prescribe la pena de muerte en caso de adulterio”) o teológico (“Dios hizo la Creación a partir de la nada”, “el Qur’án es la Palabra de Dios increada”). No hay más que decirlo, que creerlo, que aceptarlo como dogmas de fe, sin preguntarse por su significado ni su implicación en nuestra vida cotidiana.
Ya no se sabe en que momento de la cadena de transmisión se dejaron atrás los contenidos y fueron sustituidos por ese tipo de consignas, tan oscuras desde su enunciado. Comprobamos que la transmisión del mensaje libertario del islam ha sido desarticulada, que la educación ha perdido su capacidad de despertar en los creyentes el sentido profundo de la revelación, aquí y ahora.
En este punto se sitúa la importancia de la presencia del islam en occidente, en un contexto de libertad. Nos encontramos en una situación parecida a la de los primeros años de la predicación de Muhámmad, cuando los musulmanes eran una minoría perseguida. Una situación difícil, pero también propicia a la experiencia que el hombre puede realizar de Dios, el encuentro sin intermediarios del hombre con su Sustentador, sin la carga de una religión heredada que muchas veces se configura como una cárcel para nuestras expectativas más profundas.
En tanto que evitan la imposición de un dogma y favorecen la pluralidad de interpretaciones, democracia y laicismo favorecen la superación de la “religión de los ancestros”, con todas las tensiones generacionales que esto supone. Para que esta superación se haga efectiva, es esencial que cada creyente pueda cuestionarse todos los contenidos de la religión heredada para encontrar su propio camino dentro de ella. A través de esta profundización y este cuestionamiento, la religión nos transforma y enriquece, se adapta al devenir y logra dar respuesta a nuevas situaciones. Cuando la religión se reduce a la repetición de dogmas, va quedándose atrás, atrapada por su historia. Puede llegar a ser un impedimento inútil para avanzar en el presente, como hemos visto en demasiadas ocasiones.
En esto hay una paradoja que merece destacarse. Lo que en un contexto pretendidamente islámico está vedado a los creyentes, el cuestionamiento radical del islam como religión heredada, puede expresarse plenamente en el espacio laico. Todo esto significa que la presencia del islam no puede reducirse a la aparición de los representantes convenientes, ni de consejos de imames impuestos desde fuera. Es necesario que los/as musulmanes/as tengan acceso a los medios de comunicación, que participen en el juego político y puedan discutir libremente sobre todo aquello que afecta a sus vidas y a la de sus conciudadanos. Participar, encontrar un espacio que les permita interrelacionarse con la sociedad al margen de unas estructuras dogmáticas que cierran el camino.
La democracia se adapta perfectamente al mensaje del islam, la pluralidad favorece la renovación de los discursos y nuestra realización como personas. Esto tiene su fundamento en el hecho de que cada creyente tiene el deber de recibir la revelación y de aplicarla en su vida según Dios le de a entender. Cada uno de los seres humanos conscientes es un califa de Dios sobre la tierra. Como tal, debe asumir la responsabilidad del cuidado del mundo, en la medida de sus posibilidades.
Es conocida la prohibición realizada por Muhámmad de todo magisterio dogmático, como una interposición en la relación directa entre el Creador y la criatura. La ausencia de iglesia implica, necesariamente, libertad interpretativa y diversidad de doxias, de modos de comprensión del mismo mensaje universal, que se expresa ante cada uno y en cada contexto de un modo intransferible. Recordemos el dicho de Muhámmad: “La diversidad de opiniones es una misericordia de Dios para la comunidad de los creyentes”, expresión de la vocación del islam de constituirse como una religión abierta, de negar la construcción de un pensamiento único, que tenga que ser impuesto a todos los creyentes. Cuando se dan diferentes interpretaciones, incumbe a cada uno escoger por si mismo la mejor de ellas, la que mejor se adapte a sus necesidades vitales. Esto implica el ejercicio de nuestro raciocinio, la responsabilidad personal ante la Palabra revelada.
Por todo ello, afirmamos que la democracia es el sistema de gobierno que mejor se adapta a las necesidades del islam, en cuanto que crea las condiciones propicias a un cuestionamiento radical de los dogmas y las legislaciones heredadas, de los ídolos que se han ido acumulando a través de las edades. Sabemos que el islam genuino solo es posible en libertad, fuera del intento de control dogmático que se vive en muchos países de mayoría musulmana. Esta idolatría se da hoy especialmente en forma de leyes obsoletas, que coartan la libertad de los creyentes (su derecho a equivocarse) y nada tienen que ver con la consecución de la justicia.

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