El islam, un camino de equilibrio
La creencia de que todo viene de Allah, El Creador de todos los mundos, contribuye a la seguridad y el bienestar físico y mental del creyente
24/07/2010 - Autor: Muhámmad Escudero Uribe - Fuente: Webislam
La shahada, declaración o testificación de que no hay más deidad que Allah y que el Profeta Muhammad es su mensajero, es la manera efectiva que tiene el creyente de reconocer el islam. Esta fórmula, considerada como el primer y principal pilar del islam, es pronunciada una y otra vez por millones y millones de musulmanes de todo el mundo.
El que acepta el islam por primera vez, el que se identifica con esta creencia despúes de un recorrido espiritual y/o religioso, expresa esta fórmula tres veces seguidas, en voz alta y frente a dos testigos. Sin embargo, esas tres veces no serán únicas y definitivas en su experiencia como creyente. El musulmán profiere esas palabras una y otra vez cada día, en numerosas ocasiones. Y no sólo las pronuncia, sino que las piensa y las siente, las intuye. Cada acción debe ir precedida de esa conciencia, pues el islam, el sometimiento a Allah se pone de manifiesto, sí en palabras, pero sobre todo en intenciones, en acciones y en hechos concretos.
De ahí, la importancia de este pilar. En él, en la conciencia del mismo, se esconde un profundo valor espiritual y un importante proyección de la naturaleza y esencia de la creencia islámica. El mensaje de Allah, el Corán, transmitido por Muhammad a la humanidad es una realidad que se despliega y pone de manifiesto en esa expresión de fe.
Aceptar el fenómeno de la revelación y su posterior difusión a la humanidad por medio de Muhammad es un acto de adoración, es parte del reconocimiento del creyente, de su sometimiento a un acontecimiento insólito e inefable. Aunque intentemos racionalmente comprender y explicar este hecho histórico en la cronología del islam, nos vemos obligados a aceptar el carácter divino y supra-racional que le caracteriza. Los teólogos intentan diagnósticar las huellas de este acontecimiento inefable y conferirle un aspecto inteligible, al alcance de la mentalidad humana. Se utilizan para ello figuras retóricas y metáforas varias. Es un proceso intelectual y científico que puede arrojar luz sobre algunos puntos, no obstante, es presumible en el origen del islam un trasfondo ahistórico que contraviene las leyes básicas del racionalismo, al menos del racionalismo convencional.
Esto no quiere decir que razón y fe estén envueltos en una contradicción, no se produce un choque de mentalidades. El creyente acepta las reglas del intelecto y se supedita a las limitaciones de su cerebro y su pensamiento, al igual que un agnóstico o un ateo. ¿Acaso pueden unos y otros escapar a los contornos de sus ideas y sus pensamientos? El musulmán no acepta las cosas sin más, sino que las analiza y las comprende bajo el tamiz de su sometimiento, de que no hay más divinidad que Allah y de que el Profeta es su mensajero y sello de todos los Profetas. Eso no resta razón de ser a su existencialismo ni a su comprensión del mundo. Lo que ocurre es que el ser humano goza de esa libertad para elegir el punto de partida de su análisis, para elegir su creencia más primaria.
El el que se reconoce musulmán elige esa opción y adquiere conciencia de ella. Es así como afronta su vida diaria, admitiendo que en el uso de sus sentidos internos y externos, en el manejo de sus capacidades intelectuales y en la aplicación de sus conocimientos está expuesto a la naturaleza divina de la creación. Esa conciencia le estimula y le conmueve, le hace preguntarse sobre el ser, sobre su espíritu y sus manifestaciones. Esa conciencia no le priva de sensaciones y emociones, de sentimientos y aspiraciones. No le conduce a una prisión ni a una cárcel ideológica.
Por el contrario, el sometimiento a Allah le libera de otros grilletes, de las inseguridades del materialismo, de los desequilibrios de la razón plana. Se trata de una conciencia que le hace despegar hacia los horizontes del espíritu y cuestionarse sobre el origen, la naturaleza y el fin de los fenómenos. Le conduce por un camino de conocimiento y de ciencia.
La ciencia no está reñida con la fe, con la creencia en Allah y su mensaje. El Corán es un mensaje para el ser humano, una guía de la que servirse. Es un prisma con el que mirar al mundo y orientarse en sociedad. El Corán invita al ser humano a utilizar su intelecto, a reflexionar sobre sus comportamientos y sus actos, sobre sus derechos y obligaciones, sobre sus necesidades, sobre su papel en la sociedad, así como a descubirir los enigmas de la naturaleza, al estudio de los fenómenos y los procesos, al desarrollo de la técnica y a una mejora en su aplicación. Todo ello invita al establecimiento de una metodología.
Tampoco está reñido el islam o la práctica del mismo con otras religiones u otras filosofías ni con el libre albedrío. El musulmán es libre y responsable en el ejercicio de su conciencia y, por tanto, tiene derecho de elección. Puede elegir este u otro camino, según su propio criterio. Al mismo tiempo que ha de aceptar como un precepto inalienable el derecho del prójimo a escoger su camino, aunque ello vaya en detrimento de sus propios intereses ideológicos. No es aceptable una conducta coercitiva. Ese principio hacer ver que el concepto de autoridad religiosa en la sociedad islámica está supeditado al derecho individual de cada uno en el ejercicio de la libertad de conciencia. La autoridad religiosa no se puede ejercer más allá de la recomendación o el consejo. No puede ser una reinvindación de poder.
Por eso, la idea del laicismo en el islam se pone en entredicho y se describe ajena a este. Los musulmanes en general entienden y aceptan que las pautas de comportamiento y de conducta, tanto individuales como colectivas, deben tener una fuente de inspiración, en este caso el islam.
Esa es la importancia del Corán, inspirar un camino, un modelo de comportamiento, un sistema y unas normas. ¿Cómo fragmentar esos aspectos sociológicos en compartimentos estancos ajenos a la religión? Es en ese punto donde nace el temor a una secularización del individuo frente al motivo religioso. Es un temor a la pérdida de valores y principios, a la devaluación del papel influyente de una fuente original como el Corán y la sunna y, por tanto, a un a una disminución del orden y el equilibrio. La confusión que reina en el discurso "europeo" sobre el laicismo es caracterizar al islam como una religión contraria a este último como si del catolicismo se tratara. La idea de una teocracia islámica está abocada a la disolución, porque se vincula poder y religión como si de dos bloques intrincados se tratara, cuando realmente se tornan dos conceptos incompatibles. Puede haber autoridad pero no autocracia. La teocracia como tal se convierte en autocracia o en regmen teocrático, donde se vulneran principios y derechos fundamentales.
Laicismo y ciencia son perfectamente compatibles con el islam y la vida de los musulmanes, tanto o más como lo pueda ser con un modelo de vida estrictamente laico, de corte europeo en sus diferentes vertientes. No obstante, una mentalidad estrecha y carente de horizontes en el plano ideológico se ve privada a la observación de la naturaleza cosmológica del islam, el cual ofrece una reflexión interdependiente en las distintas parcelas de la vida del individuo.
La praxis del islam no es solo el cumplimiento de unas normas de forma tajante e irreversible, sino la reflexión sobre estas últimas y su readaptación constante. No es posible hablar del Corán como un libro cerrado con carácter fosil. La vasta palabra de Allah tiene innumerables significados y su reflejo presenta aspectos muy diversos. Entre otras cosas, el islam induce a la búsqueda constante del equilibrio sin denostar funciones primarias importantes como pueden ser la del ejercicio de la espiritualidad, la búsqueda del conocimiento, el aprendizaje, la interacción social o la defensa de la justicia.
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