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martes, 10 de noviembre de 2015

Medicinas para los indígenas, drogas para Occidente

Medicinas para los indígenas, drogas para Occidente
Pablo Pérez Álvarez
3 de enero de 2014
Prisma Internacional


La ayuahuasca es consumida por etnias amazónicas..
LIMA (apro).- Los hermanos Pedro y César Sinuri son dos ancianos de la
etnia shipiba con una experiencia de 40 años como curanderos. Pedro,
de 65 años, ejerce en su comunidad de Betania, en la Amazonía peruana,
mientras que César, tres años mayor, lo hace en Lima. Ambos utilizan
diversas plantas tradiciones de la selva para sus sanaciones, pero
todos sus tratamientos giran en torno a la ayahuasca: un brebaje
preparado con los extractos de una liana selvática del mismo nombre y
las hojas de un arbusto llamado chacruna.
Esta medicina, que según los estudiosos es consumida por una gran
diversidad de etnias amazónicas desde hace unos 5 mil años, es un
potente purgante, pero además provoca visiones que ayudan a los
pacientes a entrar en lo más profundo de su subconsciente y a resolver
problemas de índole psicológico, que en la cosmovisión indígena de
todo el continente americano están completamente vinculados con los
físicos y con los espirituales.
Al igual que otros maestros ayahuasqueros peruanos, los dos hermanos
Sinuri reciben a muchos pacientes extranjeros, algunos de los cuales
hacen largos viajes para tratarse en la remota comunidad amazónica
donde vive Pedro, que incluso está formando a media docena de ellos
para transmitirles los conocimientos que él recibió de sus abuelos.
Sin embargo, si estos ciudadanos foráneos se llevan la ayahuasca a sus
países de origen pueden tener problemas. Y es que este preparado
medicinal es considerado una droga en algunos países, debido a uno de
los componentes químicos que aporta la chacruna: la dimetiltriptamina
(DMT), el elemento químico con propiedades psicotrópicas que provoca
las visiones y el cual está incluido en la lista de sustancias
controladas de la Administración Antidroga Estadounidense (DEA, por
sus siglas en inglés).
Si bien la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes
(JIFE), de la ONU, incluye la DMT en su lista de sustancias
controladas pero excluye de ésta a los preparados con plantas que la
contengan, la DEA si incorpora en la suya “cualquier material,
compuesto, mezcla o preparado” que la contenga, por lo que no acepta
su uso médico en Estados Unidos.
“Muchos dicen que la ayahuasca es droga. La ayahuasca no es una droga,
es medicina. Es la única que nos ha guardado desde el inicio del mundo
para curarnos a los indígenas”, defiende César Sinuri en un
rudimentario español.
Coca para la salud
El de la ayahuasca no es el único caso de una planta considerada
medicina por las culturas indígenas de América y que se transforma en
una droga al entrar en contacto el mundo occidental.
El caso más paradigmático es el de la hoja de coca, el insumo
principal para elaborar la cocaína y, por lo tanto, satanizada en
muchos países, incluso en algunos con una milenaria tradición del
consumo de esta planta. Tanto la DEA como la JIFE la tienen incluida
en su lista de sustancias prohibidas.
Es ampliamente conocido que los pueblos andinos siempre han mascado
esta hoja para soportar el mal de altura y para rendir más en los
trabajos pesados. Pero la coca representa mucho más que eso para
ellos.
La dietista y ecóloga peruana Ana María Quispe enumeró en el II
Encuentro Internacional de Curanderos, celebrado a finales del año
pasado en la ciudad peruana de Cajamarca, toda una serie de
propiedades benéficas de la coca para la salud: “Es muy buena para los
problemas gástricos”, pues sirve para espasmos, náusea, indigestión,
estreñimiento y diarrea; es un antidepresivo; es útil también para
terapias de reducción de peso; calcifica los huesos… Incluso, añade
Quispe, “la drogadicción a la cocaína se puede tratar con hojas de
coca”.
También sirve para hacer purgas, tiene propiedades bactericidas y
algunos indígenas andinos la usan como un emplasto que, mezclada con
orín, sana heridas.
La coca, sostiene la dietista, contiene una gran variedad de
alcaloides, y sólo de uno de ellos se saca la cocaína. “A alguien se
le ocurrió extraer sólo un alcaloide para hacer el veneno de la
cocaína, pero tiene otros 13”, comenta.
Pese a todo, solamente está permitido sembrar, consumir y comerciar
con hoja de coca en Bolivia, en Perú y en Colombia dentro de los
resguardos indígenas, lamenta Manuel Seminario, un activista que lleva
varios años promocionando el consumo de hoja de coca. Para ello, fundó
en 2008 la empresa Alimentos Integrales del Perú, con la que produce
industrialmente productos hechos con alimentos tradicionales, como la
quinua y la hoja de coca.
Pese a la prohibición, Seminario ha recorrido buena parte del
continente comercializando sus productos (entre los que incluye
galletas, harina e incluso hojas secas de coca) y defendiendo la
legitimidad de esta planta. “Mi propuesta es industrializar la hoja de
la coca, hacerla más rentable que el narcotráfico, porque a final de
cuentas el agricultor, el cocalero, le va a vender a quien le pague
más. Es lo lógico”, afirma.
Pone como ejemplo que en Argentina, donde paradójicamente está
permitido mascar coca, pero es ilegal sembrarla o importarla, se vende
la harina de coca a 125 dólares el kilo. “Un kilo de clorhidrato de
cocaína cuesta entre mil y mil 250 dólares. Para hacer este kilo se
tienen que haber utilizado de 15 a 20 arrobas (entre 170 y 230
kilogramos). Es un negocio absurdo. Yo con una sola arroba consigo mil
250 dólares”.
La comunicadora Ana María Pérez Villarreal, especializada en medicinas
alternativas, destaca que en Perú la hoja de coca fue declarada
Patrimonio Cultural de la Nación, pese a lo cual en las grandes
ciudades todavía no está generalmente bien vista.
“En comunidades rurales sí es aceptada socialmente” y se utiliza con
fines rituales, para la medicina, para leer la suerte e incluso como
moneda de cambio. No obstante, “en ciudades grandes como Lima la
situación es distinta. Tenemos una especie de reticencia hacia lo
indígena. Lo que es indígena y lo que es nuestra cultura occidental no
está integrado”.
Plantas “sagradas”
Axel Wayrawanpurej es un músico y curandero de la ciudad argentina de
Córdoba especializado en la wachuma o San Pedro, un cactus que crece
en desiertos altos de varias naciones de América y que contiene
mescalina, como el peyote, por lo que también está incluido en la
lista de narcóticos de la DEA.
Wayrawanpurej viste unos pantalones anchos, camisa por fuera y visera.
“Me dicen que parezco más un reguetonero que un curandero”, comenta
con humor. Con sólo 18 años ya era adicto a la cocaína. A esa edad
acudió un día a una ceremonia de wachuma. “En dos sesiones me curé. El
proceso (de rehabilitación) fue mucho más largo, pero a partir de
entonces pude no tomar más cocaína”, explica.
El tratamiento con wachuma que llevan a cabo los curanderos de
Sudamérica es similar al de la ayahuasca: con ceremonias que se
realizan normalmente por la noche, tras un ayuno de varios días sin
comer ciertos alimentos, alcohol o medicinas y en un ritual que
incluye invocaciones, sopladas con tabaco y cantos ceremoniales.
Esta planta purgante provoca visiones o, como prefieren decir los
defensores de las medicinas ancestrales, estados modificados de la
conciencia, y ayuda al paciente a abrir su subconsciente para superar
traumas u otros problemas psicológicos. Los curanderos que la usan
aseguran que ayuda a superar adicciones a drogas como el alcohol y la
cocaína.
“Varias personas que la han tomado conmigo se han curado de la
cocaína. Hay personas que se han curado en una sola ceremonia y no han
tomado nunca más cocaína”, defiende Wayrawanpurej.
Los defensores de este cactus alegan que, al igual que la ayahuasca,
no es adictivo, por lo que no debe ser considerado una droga. “Creo
que tenemos una responsabilidad de concientizar a los gobiernos para
la no persecución que estos conocimientos ya vienen sufriendo durante
500 años”, asegura el curandero argentino.
No obstante, al igual que otros colegas, critica el uso recreativo que
mucha gente hace de la wachuma y la ayahuasca, un turismo new age que
hace que incluso en Perú los operadores ofrezcan paquetes con
ceremonias con ambas sustancias, despojándolas así de su aspecto
ritual y medicinal.
“Hay que concientizarlos también de qué son estas plantas, cómo se
usan, cómo se cosecha con respeto, cómo se cocinan con respeto. Es
todo un conocimiento, no se trata sólo de tomar la sustancia porque
sí”, señala Wayrawanpurej.
Pérez Villarreal asevera que frente a la ayahuasca, que al ser una
experiencia fuerte causa algo de temor, el empleo del San Pedro, que
recibe ese nombre porque, dicen, abre las puertas del cielo y que es
más suave, está más extendido en Perú. “La practica el campesino, el
profesional, el político que está en campaña,… muchísima gente”, dice.
También el tabaco es una planta que ya antes de la llegada de los
españoles a América era utilizada por los nativos con fines
medicinales, pero que a su contacto con la sociedad occidental ha sido
convertida en una droga que, aunque legal, causa estragos en todo el
mundo.
Los pueblos originarios la han utilizado tradicionalmente para tratar
problemas de rinitis, parásitos intestinales, dolores de cabeza,
infecciones en los oídos o garganta, como cataplasmas para tratar
hongos y heridas…
Todas están plantas, por sus cualidades medicinales, son consideradas
“sagradas” por los pueblos originarios de América.
“Estas plantas al pasar a una sociedad moderna como la nuestra han
cambiado. Han perdido esta sacralidad que tenían en sus entornos
habituales y se ha convertido en un peligro, en una droga, porque hay
una pérdida del contacto con la espiritualidad, con el mundo interior,
con la naturaleza”, critica la doctora Rosa Giove, médica cirujana y
cofundadora del centro Takiwasi, en Tarapoto, una ciudad de la
Amazonía peruana.
Este centro es un ejemplo exitoso del uso medicinal de plantas
amazónicas, pues se dedica a curar adicciones a drogas tan fuertes
como la cocaína, el alcohol y la heroína mediante la combinación entre
éstas, principalmente la ayahuasca, y la psicoterapia moderna y las
plantas medicinales.
Sin embargo, pese a que el consumo de ayahuasca y wachuma está
permitido en Perú, no está reconocido su uso medicinal.
Giove destaca que hay leyes que prohíben a personas practicar medicina
si no tienen un título universitario, lo que implica una “espada de
Damocles que pende sobre la cabeza de todos los curanderos.”
“Esta clandestinidad implica que la población que acude a tratarse con
un curandero en realidad no sabe si es bueno o malo porque están todos
en el mismo nivel de esconderse un poco”, lo que es un caldo de
cultivo para que surjan charlatanes que no están preparados para
aplicar las medicinas tradicionales, en un círculo vicioso que
desprestigia a todo el sector, indica.
Por otro lado, subraya, el hecho de que plantas como la ayahuasca y la
wachuma permitan “acceder a estados modificados de conciencia es una
cosa que da mucho miedo y que ha hecho que en el momento en que han
salido de su contexto, del pueblo en el que han estado vigentes, y han
sido contactadas por culturas que no las reconocen automáticamente, se
las clasifique como drogas”.

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