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miércoles, 6 de abril de 2016

El nuevo monstruo del fin del mundo

‘Una vez más, el terrorismo se sale con la suya, porque es, en esencia, un acto de propaganda’.
Presidente Obama en la Cumbre de Seguridad Nuclear
Presidente Obama en la Cumbre de Seguridad Nuclear 
   

Para quienes crecimos durante la Guerra Fría, consumiendo centenares de ficciones literarias, cinematográficas y televisivas sobre inminentes catástrofes atómicas, el peligro de que el mundo se rompiera de un momento a otro era parte natural de nuestras vidas. Es cierto que con ojos infantiles no éramos capaces de decodificar esa amenaza con demasiada sofisticación; teníamos una imagen mental más bien abstracta, que consistía en la posibilidad de que alguien presionara un botón de color rojo, arrasando así con la mitad del planeta. Aunque fuésemos a la escuela, jugáramos al Atari y viviéramos en países que tenían sus propios problemas, ese miedo global era capaz de poblar nuestras pesadillas.
En nuestros días el monstruo nuclear no proyecta la misma sombra cotidiana que proyectaba hace treinta años. Pero cada tanto vuelve a escena de la mano del nuevo monstruo del fin del mundo: el terrorismo.

En la última Cumbre de Seguridad Nuclear, su anfitrión y fundador, Barack Obama, felicitó el esfuerzo de los países participantes por reducir sus reservas de uranio enriquecido y plutonio, por implementar regulaciones más estrictas respecto del almacenamiento y protección de material nuclear, y por cooperar para prevenir su contrabando. Pero todos esos esfuerzos encomiables quedaron opacados cuando remarcó, a continuación, que “la amenaza del terrorismo nuclear persiste y continúa evolucionando”, y que si los “locos” de ISIS ponen sus manos sobre material nuclear “seguramente lo usarán para matar a tantos inocentes como les sea posible”.
En ese instante, el presidente de los Estados Unidos les regaló a los medios del mundo la razón que justificaba la cobertura de una mayormente aburrida Cumbre. Porque decir que “Hay acuerdos para reforzar la seguridad nuclear” o que “se destaca el uso pacífico de la energía atómica” es menos irresistible y gana menos clics que titular “Apocalipsis yihadista”; “¿Está el Daesh detrás de la bomba atómica?”; “Los locos de ISIS no dudarían en usar una bomba nuclear” o “Temor global al terror nuclear”.
Una vez más, el terrorismo se sale con la suya. Porque el terrorismo es muchas cosas pero es, en esencia, un acto de propaganda. Una lección que la comunidad internacional no parece aprender (o querer aprender), es justamente que el terrorismo suple su limitada capacidad de violencia con una buena dosis de propaganda. Desde luego, este hecho es difícil de aceptar cuando vemos lo que ISIS es capaz de hacer. Pero, por más dolorosos y sádicos que sean sus atentados y sus matanzas frente a cámaras, su poder real palidece frente a la capacidad beligerante de cualquier Estado. Por eso cabe preguntarse si una organización que atenta con bombas caseras y que no tiene ni un avión de combate, puede realmente hacerse con una bomba atómica.
Las lecciones históricas no son infalibles, pero a veces son la única protección que tenemos contra un contagio masivo de paranoia. Y la historia nos dice que las agrupaciones clandestinas que emplean el terror como estrategia nunca han accedido a material nuclear ni fabricado la “bomba sucia” que Obama citó en su discurso (y que ha sido vaticinada por muchos otros, entre ellos George W. Bush). Según la Global Terrorism Database de la Universidad de Maryland, los atentados terroristas con armas nucleares son, en efecto, inexistentes (las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki no cuentan como “atentado terrorista” ya que fueron lanzadas por un ejército regular).
Esa misma base de datos nos informa que los atentados cometidos con los otros dos tipos armas de destrucción masiva —las químicas y las biológicas—, representan respectivamente un 0.20% y un 0.03% de la totalidad de los ataques terroristas perpetrados entre 1970 y 2013. Entre la opción por el arsenal nuclear y las esporas de ántrax, o las pistolas y la dinamita, no es difícil inferir que las armas más utilizadas por los grupos terroristas son las más fáciles de conseguir.
Una de las organizaciones que se atrevió a usar armas de destrucción masiva fue Aum Shinrikyo, de Japón, que atentó con gas sarín de fabricación propia en los subterráneos de Tokio en marzo de 1995, matando a 13 personas e hiriendo a más de seis mil. La tragedia habría sido mayor si ese sarín no hubiera tenido solo un 35% de pureza. Su capacidad destructiva fue real, pero limitada. No es el caso de los Estados, cuando se deciden a usar estas armas: el suburbio de Ghouta, a 14 kilómetros de Damasco, fue objeto de un ataque con sarín en agosto de 2013 que se cobró más de 1,500 vidas, y hay demasiadas pruebas que apuntan al presidente sirio Bashar Al-Assad como perpetrador del crimen.
Mientras Bélgica todavía llora a sus muertos, los integrantes de ISIS celebran que la Cumbre de Seguridad Nuclear los haya colocado en el centro de la escena como los nuevos jinetes del apocalipsis global. Ojalá lleguemos a comprender que una de las maneras de terminar con la agrupación es impidiéndole que entre a nuestras pesadillas.
Nota: La presente pieza fue seleccionada para publicación en nuestra sección de opinión como una contribución al debate público. La(s) visión(es) expresadas allí pertenecen exclusivamente a su(s) autor(es) y/o a la(s) organización(es) que representan. Este contenido no representa la visión de Univision Noticias o la de su línea editorial.

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