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domingo, 5 de junio de 2016

Invitación a ayunar

No ayunamos sólo de comer o de beber ayunamos de hablar, de escuchar, de ver, de trabajar, de gastar, de desear…

05/06/2016 - Autor: Abdul Haqq Salaberria - Fuente: La Tribuna del País Vasco
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Escena de la película “Last days in desert” donde Jesús (Ewan McGregor), que ayuna y ora 40 días en el desierto, es tentado por Lucifer.
Es curioso ver cómo todas las religiones acaban desarrollando los mismos métodos. Obviamente si sólo hay una Realidad los caminos para relacionarse con ella no pueden diferir tanto, tan sólo en ligeros matices culturales.
En vísperas del Ramadán, mes del ayuno musulmán que, Dios mediante, comenzará con la luna nueva de junio, podemos hacer una reflexión general sobre el ayuno en las distintas religiones, incluida, como no, la religión del ego, hedonista, neopagana o como gusten llamarla, que recientemente ha incorporado esta práctica en su liturgia.
Sorprende el número de artículos dedicados al beneficio terapéutico del ayuno, que algunos sitúan muy por encima de cualquier dieta hipocalórica. No sólo lo aconsejan para bajar peso, sino para mejorar la salud y longevidad de nuestro organismo, incluidas nuestras neuronas.
Entre los beneficios que esta religión del cuerpo atribuye al ayuno se encuentran los siguientes:
• Aumenta el SIRT3, la proteína de la juventud y reduce la mortalidad.
• Favorece la autofagia, otro de nuestros sistemas antienvejecimiento. También en el cerebro.
• Reduce indicadores de inflamación.
• Reduce los triglicéridos y mejora el perfil lipídico.
• Mejora la plasticidad neuronal.
• Limita el crecimiento de células cancerígenas y hace más tolerable la quimioterapia.
• Promueve la pérdida de peso reteniendo la masa muscular.
Como en todo, hay también quienes son detractores de esta terapia corporal. El sector crítico con el ayuno como terapia indica que el metabolismo se ralentiza, se quema músculo, baja el azúcar peligrosamente, baja el rendimiento, pasas hambre, dolores de cabeza, irritación…y finalmente engordas con rapidez. Normalmente las críticas vienen de otras sectas de la misma religión neopagana que son partidarias de dietas milagrosas, casualmente muy caras si lo comparamos con el gratuito ayuno de toda la vida. Eso sí, el bolsillo sustituye excelentemente a la fuerza de voluntad.
Sí, digo el ayuno de toda la vida, ya que no sólo se ayuna por convicción, fe o mandato religioso. Mayoritariamente se ha ayunado, se ayuna y se ayunará por necesidad.
Uno de los ayunos propuestos por una especie de gurú de estas religiones neopaganas es el “ayuno del cazador”. Frente a otros métodos más suavecitos como el de 12/12 (12 horas de abstinencia y 12 para alimentarse), el de 8/16 (ayuno de 16 horas) o el de días alternos (24 horas); “el ayuno del cazador consiste en no seguir ningún método.
Nuestros antepasados no comían 6 veces al día, pero tampoco contaban las horas de ayuno. Si había suerte con la caza comían, si no, ayunaban. En la práctica, implica simplemente saltarse comidas de vez en cuando, por motivos de agenda, trabajo, viajes o simplemente porque decides desayunar un café sólo sin azúcar y esperar a la comida. Se trata de recuperar una relación natural con la comida y con su ausencia. Una vida menos regimentada”.
Sea como fuere, el ayuno se ha puesto de moda y ya se ofertan, como no, estancias en casas rurales para practicar ayunos colectivos aderezados con jornadas de yoga, meditación, masajes, reiki, naturoterapia y senderismo. “Una forma de perder peso de manera saludable a la vez que depuras el organismo, limpias tu piel, y mejoras el rendimiento de tu cuerpo y de tu mente. Te sentirás mejor por dentro y por fuera y además, en un ambiente de relax y naturaleza, socializarás con personas que comparten tus mismos intereses”.
Parece que han inventado la pólvora pero eso mismo hacen los monjes de todas las religiones desde hace milenios sin tanto marketing y tanta página web.
El ayuno es practicado por todas las religiones como un método de acercamiento a la divinidad. Si nos olvidamos por un momento de los asuntos corporales y pensamos en el ser humano como un conjunto físico-espiritual, el ayuno en realidad lo que pretende es cerrar las puertas sensoriales (físicas) para abrir las puertas espirituales (internas). Es decir, no se pretende tanto un beneficio corpóreo como un beneficio en los estados espirituales que abren las ventanas del auto-conocimiento y, por tanto, del conocimiento divino. Abstenerse de los placeres cercanos nos lleva a gozar de placeres lejanos más profundos.
Los atajos y las trampas también son posibles en esta vía espiritual. El consumo de estupefacientes (peyote, hachis, opiáceos, coca…) acelera la visión interna. Pero el ayuno es un método natural, que no sólo no pasa factura a nuestra salud (si se practica correctamente) sino que incluso aporta algunos beneficios al organismo, como ya hemos visto gracias a los chamanes neopaganos.
Cada religión aporta algunos matices sobre el tiempo y la manera de hacer el ayuno, pero todas pretenden provocar en el ayunante un estado especial de atención a lo interno y distracción de lo externo.
Por eso no hay peor idea que mezclar ayuno con convenciones socio-culturales. El consumo aumenta en el mes de Ramadán en los países de mayoría musulmana como consecuencia de la socialización del ayuno. Un efecto similar a lo ocurrido con la Semana Santa, o las Navidades Cristianas. Estas festividades religiosas deberían provocar el efecto contrario, la suspensión del consumismo voraz que caracteriza a nuestra civilización capitalista.
Pero del mismo modo que se cristianizaron o islamizaron costumbres paganas, se han “capitalizado” costumbres religiosas. Tristemente las religiones han sido uno de los mayores motores económicos del mundo, un auténtico filón para el marketing y los buenos negocios.
El ayuno precisa de la contención tanto en la vigilia como en los momentos de ruptura del ayuno. De lo contrario pervertimos el sentido del mismo. Siguiendo la metáfora del “cazador”, éste no se comía la pieza cazada para saciarse tras haber pasado unos días sin comer. Comía lo justo y reservaba el resto para los suyos y para momentos de escasez.
El ayuno tiene mucho que ver con una “espiritualidad sostenible”, es decir con una espiritualidad que va más allá del mero enunciado poético-cultural y pasa a los hechos, como ocurre con el compromiso social del creyente. Además el ayuno religioso siempre va acompañado de oración, recogimiento y meditación.
El ayuno también nos muestra nuestros límites y debilidades como criatura humana y nuestra capacidad de sobreponernos a ellos a través de la fuerza espiritual, de la fe, de la esperanza, de la caridad. El ayuno es mucho más que una dieta. Es romper con la rutina, con la rutina de nuestro propio ego, nuestros tics más íntimos, con la palabrería y las discusiones, con el deseo, con la ambición, con lo que nos subyuga en este mundo. El ayuno sublima el acto de poner nuestro corazón al mando y nuestra cabeza a su servicio. No ayunamos sólo de comer o de beber; ayunamos de hablar, de escuchar, de ver, de trabajar, de gastar, de desear…
El ayuno también nos aproxima al necesitado porque nos hace necesitados. Es un acto de intimidad y empatía con la pobreza. Y a la vez nos abre los sentidos hacia lo esencial, nos devuelve el verdadero valor del agua, del pan, de una fruta, de los cambios que obra en la naturaleza el transcurso del día. Olores, sabores, gustos y tactos que teníamos olvidados se redescubren solemnemente. También nos agudiza la vista, el pensamiento, la invención…Nos devuelve el espíritu despierto del “cazador” que estaba adormecido por la falta de necesidad, por la saciedad absoluta de todos nuestros sentidos.
Pero en ocasiones esta disciplina espiritual del ayuno, que cuenta entre sus propósitos inmediatos dejar de consumir y de gastar, acaba siendo una orgía socio-cultural entregada al consumismo o bien, gracias a las técnicas de la mercadotecnia occidental, un producto de consumo más para postmodernos.
Ahora que en cada anuncio de coches, relojes o perfumes se nos invita a experimentar sensaciones únicas y vivir intensamente, quizás sea el momento de hacerlo sí, pero justamente al revés, ayunando del mundo para que sea el mundo quien nos desee. No se necesita más crédito o equipamiento que la voluntad de llevarlo acabo. Algo especialmente meritorio y auténtico en una sociedad que lo celebra todo comiendo, bebiendo y gastando.

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