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miércoles, 9 de agosto de 2017

«El Sol es comido»: representaciones, prácticas y simbolismos del eclipse solar entre los antiguos nahuas y otros grupos mesoamericanos

«El Sol es comido»: representaciones, prácticas y
simbolismos del eclipse solar entre los antiguos
nahuas y otros grupos mesoamericanos
Jaime Echeverría García
Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México
jecheverriagarcia@yahoo.com
Recibido: 9 de julio de 2013
Aceptado: 1 de octubre de 2014
RESUMEN
El artículo tiene como objetivo explicar las concepciones del eclipse solar entre los nahuas prehispánicos, a
través de las fuentes escritas y pictóricas coloniales. Si bien el punto de partida son los antiguos nahuas y el
mayor corpus de información proviene de ellos, existe un fuerte apoyo en la información maya, tanto antigua
como presente, así como en las etnografías de diversos grupos indígenas contemporáneos, y el propio trabajo
de campo del autor entre los nahuas de Pahuatlán, en la Sierra Norte de Puebla. De esta manera, se ofrece una
visión amplia del fenómeno. Los aspectos que se abordan en el trabajo son las representaciones del eclipse
de Sol, los agentes que intervinieron en él, las prácticas rituales implementadas por los nahuas y otros grupos
para aminorar el ataque que sufría el astro, así como los efectos nocivos que producía el eclipse. Por último,
se propone una hipótesis del eclipse solar de carácter simbólico, basada principalmente en datos etnográficos.
Palabras clave: Sol, eclipse, prácticas rituales defensivas, nahuas, Mesoamérica.
«The Sun Is Eaten»: Representations, Practices, and Symbolisms of Solar Eclipse
among Ancient Nahuas and Other Mesoamerican Groups
ABSTRACT
This article is aimed at explaining the conceptions of the eclipse of the sun among prehispanic Nahuas, through
the colonial written and pictorial sources. Although the starting point are ancient Nahuas and the main corpus
comes from them, there is a strong support in ancient as well as present day Mayan data. Such support is also
found in ethnographies of various contemporary Indian groups, and my own field work among Nahuas of
Pahuatlan, in Sierra Norte de Puebla. Thus, it is offered a big picture of this phenomenon. The article explains
the way in which an eclipse of the sun was represented, the various agents involved in it, the ritual practices
implemented by Nahuas and other ethnic groups to reduce the attack suffered by this luminary, as well as the
damaging effects produced by the eclipse. At the end, a hypothesis is advanced of the symbolical nature of an
eclipse, based mainly on ethnographic data.
Key words: Sun, eclipse, defensive ritual practices, Nahuas, Mesoamerica.
Sumario: 1. Introducción. 2. Conceptos, representaciones y agentes del eclipse solar. 3. Prácticas defensivas
contra el eclipse solar. 4. Consecuencias funestas del eclipse de Sol. 5. Eclipse de Sol, ceguera, transgresión y
castigo. 6. Conclusiones. 7. Referencias bibliográficas.
1. Introducción
El conjunto de datos –tanto escritos como pictóricos– que disponemos para estudiar
el fenómeno del eclipse solar entre los antiguos nahuas es relativamente abundante.
No obstante, como ocurre al investigar casi cualquier aspecto de la cultura prehispá-
nica, nos encontramos con lagunas de información en la documentación colonial que
nos impiden realizar una cabal reconstrucción de nuestro tema de estudio. Para paliar
esta deficiencia, el estudioso puede recurrir a la comparación con otros materiales de
la época pertenecientes a otro grupo indígena y a la analogía etnográfica.
Revista Española de Antropología Americana
2014, vol. 44, núm. 2, 367-391
ISSN: 0556-6533
http://dx.doi.org/10.5209/rev_REAA.2014.v44.n2.50721
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En mi estudio sobre las creencias del eclipse de Sol entre los nahuas prehispánicos
he recurrido, en buena medida, a la información maya colonial y contemporánea –
pero también de otros grupos–, lo que me ha permitido avanzar en la explicación e
interpretación del fenómeno. A través de la comparación de prácticas referentes al
eclipse entre los antiguos nahuas y grupos indígenas contemporáneos, igualmente
nahuas y de otro origen étnico, nos percatamos de la unidad de pensamiento que
existió y existe entre las diversas culturas mesoamericanas. A la vez, en las diferencias
observamos algunas de las particularidades de cada una de dichas culturas o de
algunas de ellas.
A lo largo del texto, especialmente a partir del apartado «Consecuencias funestas
del eclipse de Sol», recurro con mayor énfasis a la analogía y la extrapolación entre
la información contemporánea y la histórica, pero por ningún motivo pretendo hacer
pasar los datos de una cultura como propios de otra. Los desplazamientos que se
hacen entre los materiales antiguos y los presentes los justifico con base en la unidad
cultural de Mesoamérica y su larga duración, que no se vio interrumpida por la
dominación colonial y que ha persistido hasta nuestros días; sin embargo, no dejo de
reconocer las variadas transformaciones que han sufrido los contenidos ideológicos
indígenas. Habiendo expuesto lo anterior, comienzo con una breve exposición sobre
la importancia que tenía el astro solar en el pensamiento de los antiguos nahuas.
El astro diurno era el punto de referencia a partir del cual se establecía el orden
en el mundo: su creación inauguraba el dominio sobre las tinieblas perpetuas, y su
destrucción la vuelta al caos primigenio. Pero también a través del origen del Sol
se establecía la necesaria alternancia de los principios opuestos, la periodicidad del
tiempo que aseguraba el paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz, del caos al
orden, el equilibrio entre lo acuoso y lo ígneo, el principio femenino y el masculino
(véase Graulich 1988: 394).
El mito narra que una vez que el Sol salió por el este al ser creado a partir de su
inmolación por fuego, no se movía, y al verlo los dioses mandaron a Tlotli (gavilán)
para que le dijera que hiciera su curso, pero el Sol respondió que no se movería hasta
que todos los dioses murieran. Después de que Citli trató de hacerlo mover lanzándole
flechas, lo que motivó su muerte por el astro, los dioses se espantaron y vieron que
no podían prevalecer sobre el Sol, por lo que decidieron sacrificarse. Xolotl se encargó
de ello abriéndoles a todos el pecho con un pedernal, para después sacrificarse él.
Así fue aplacado el astro diurno y comenzó su curso (Mendieta 2002: t. I, lib. II, cap.
II, 183-184; Torquemada 1975: t. III, lib. VI, cap. XLIII, 122) 1. De igual manera, en
la Historia de los mexicanos por sus pinturas (2002: cap. VI, 39) se asienta que la
1 Otra versión muy similar cuenta que una vez que fue creado el astro se quedó inmóvil por cuatro días.
Los dioses mandaron igualmente al gavilán (itztlotli) para que fuera a preguntarle por qué no se movía, y éste
respondió: «porque estoy pidiendo su sangre, su vigor y su servicio». Entonces los dioses se convocaron.
Tlahuizcalpantecuhtli se enojó y lo flechó, pero no logró darle, mientras que el Sol lo flechó a él. Las deidades
se reunieron y se sacrificaron en Teotihuacan (Leyenda de los Soles 2002: 183, 185). Una tercera versión sobre
la inmovilidad del Sol, pero que no implica sacrificio de sangre, narra que una vez que fue creada la tercera
edad el astro solar no se movía, por lo que el mosquito le preguntó por qué no hacía su oficio tal como se le
había mandado, que si quería destruir el mundo. Viendo el mosquito que no le respondía le picó una pierna, y
así retomó su curso el Sol (Alva Ixtlilxochitl 1997: t. I, 264).
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condición necesaria para que el Sol tuviera movimiento era que «comiese corazones
y bebiese sangre».
El ofrecimiento de sangre para impulsar el recorrido diario del astro diurno era una
tarea colectiva de la que participaban los guerreros, los sacrificados y el pueblo, en
general. De esta manera, el Sol era la única deidad a la que se le ofrendaba diariamente
(véase González Torres 1975: 83; Sahagún 2002: t. I, apéndice libro II, 292-293).
Al salir el astro por la mañana la gente se punzaba las orejas y le ofrecía su sangre,
así como la sangre de codornices que eran descabezadas y luego elevadas al Sol
mientras se desangraban. Posteriormente, se dirigían al astro y le pedían que hiciera
prósperamente su oficio. También le ofrecían copal cuatro veces al día, que abarcaba
desde que el astro diurno despuntaba hasta que llegaba a su ocaso; y cinco veces en
la noche (Sahagún 2002: t. I, apéndice libro II, 292).
Debido a la ausencia del astro solar durante la noche, dicho tiempo de oscuridad se
veía de especial desprotección porque las fuerzas nocturnas y malignas podían manifestarse
y acechar al ser humano. Era el momento en que aparecían en el firmamento
las estrellas que no se veían por la luz solar, las cuales se identificaron con las tzitzimime
(Seler 1980: t. I, 139). También era el tiempo propicio para la aparición de seres
sobrenaturales, como algunas advocaciones de Tezcatlipoca (Códice Florentino, lib.
V, en Sahagún 1969: 21, 28-29, 50-51, 53).
Asimismo, sabían que durante el día podían surgir amenazas contra el astro, por
ejemplo, un eclipse, por lo que le ofrendaban el bien más preciado con el fin de darle
vitalidad y fuerza para enfrentar cualquier peligro durante su recorrido. Así como el
eclipse representaba un atentado contra el astro, dicho momento crítico ponía en riesgo
a toda la humanidad. Otra crisis del Sol surgía cada 52 años durante la ceremonia
del Fuego Nuevo, en la cual existía el riesgo de que el astro no volviera a salir de no
encenderse el fuego 2.
2. Conceptos, representaciones y agentes del eclipse solar
El principal peligro que enfrentaba el Sol era ser devorado, tal como lo refieren los
sintagmas nahuas tonatiuh qualo, oqualoc in tonatiuh, iqualoca in tonatiuh (Molina
2004: sección español-náhuatl, fol. 48r), «el Sol es comido», «fue comido el Sol»,
«había sido comido el Sol», respectivamente; teotl qualloz, «el dios será comido»
(Anales de Cuauhtitlan 1945: 86, nota 121); motlapacho tonatiuh (Libro de los guar-
2 Otro tiempo delicado proporcionado por la etnografía es la presencia de una circunferencia que rodea al
sol en ciertos momentos, la cual es nombrada tecal Dios, «la casa de Dios», por los nahuas de Mamiquetla.
Este hecho, según ellos y sus vecinos xolotecos, indica que el sol está enfermo, estado patológico que se proyecta
en las personas, pues es augurio de enfermedades como disentería, diarrea y vómito, así como de epidemias.
Otra interpretación de tal signo es la abundancia de lluvias y los consiguientes desgarres de cerros. Todas
las referencias a las comunidades nahuas de Xolotla y Mamiquetla, pertenecientes al municipio de Pahuatlán,
en la Sierra Norte de Puebla, fueron recuperadas por el autor durante tres estancias realizadas en 2010. Agradezco
a Don Beto Hernández Casimira, de Xolotla, y a Cristina González, quien reside en Mamiquetla, por la
información que me proporcionaron.
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dianes… 1995: 84-85), «se cubrió el Sol» 3;
y oqualoc yn tonatiuh otlayohua (Códice de
Huichapan 2003: fols. 14, 38, 60), «fue comido
el Sol, se oscureció».
En teoría, los conceptos anteriores debieran
tener su correspondencia iconográfica. Se esperaría
que la representación del eclipse fuera
la del astro solar siendo devorado. La lengua
náhuatl nos proporciona un certero candidato
para esta acción: el tecuani, literalmente,
«el que come gente». Este concepto abarca a
las fieras que muerden y a cualquier animal
ponzoñoso (Molina 2004: sección españolnáhuatl,
fol. 21r; sección náhuatl-español,
fol. 104v). Precisamente, en el Códice Azcatitlan
(1995: lám. 5) se muestra la escena de
un eclipse de Sol siendo devorado por un bestia
(véase Aguilera y Galindo 1991: 61). De
acuerdo con Robert Barlow (en Códice Azcatitlan
1995: II, 78), ésta corresponde a una culebra,
reptil igualmente considerado tecuani (Molina 2004: sección español-náhuatl,
fol. 19v) (Figura 1).
Lo anterior trae a la memoria el Monolito del jaguar ubicado en el sitio matlatzinca
de Teotenango, en el Estado de México, que fue conquistado por los mexicas durante
el Posclásico Tardío. Este monolito fue labrado en bajorrelieve en una gran roca que
aflora en uno de los muros del lado oriental del conjunto A, y en él se representa a
un jaguar en posición sedente, que con sus fauces abiertas engulle un objeto que ha
sido identificado como un corazón, el cual es sostenido entre sus garras delanteras.
Un dato relevante es que en su muslo derecho tiene la imagen de un fémur (Álvarez
1983: 244) 4. Chavero (1951, citado por Álvarez 1983: 244) interpretó la escena como
un eclipse solar: el jaguar, identificado con la luna por medio del fémur, devora al
Sol-corazón (Figura 2). Hay que recordar que el vocablo nahua metztli refiere tanto
a pierna, que corresponde al fémur, como a Luna (Molina 2004: sección náhuatlespañol,
fol. 55v).
De acuerdo con Lehmann (1968: 32), se pensaba en jaguares que atravesaban en
la oscuridad y se tragaban la luz. Al respecto, las fuentes vinculan el eclipse de Sol
con los jaguares al narrar la destrucción del Sol Yohualtonatiuh, pero no se menciona
3 El verbo tlapachoa.nino, «cubrirse con algo» (Molina 2004: sección náhuatl-español, fol. 130v), indica
que algo cubre al Sol, lo que correspondería al agente del eclipse. 4 En el libro Cronología y astronomía maya-mexica (con un anexo de historias indígenas), Alberto Escalona
(1940: 250) incurrió en varios errores al describir la figura del Monolito del Jaguar así como su localización.
Él mencionó que este petrograbado se encontraba en el cerro de San Joaquín en Tenango, pero en realidad
se encuentra en el cerro Tetepetl, sobre el cual se erige el sitio arqueológico de Teotenango, que pertenece al
municipio de Tenango del Valle. Por otro lado, describió al jaguar como una figura femenina con cola y cabeza
de itzcuintli u ocelotl, cuando tal figura no posee más rasgos que los del propio felino. Esta misma información
fue reproducida por Yólotl González (1975: 86) en su texto El culto a los astros entre los mexicas.
Figura 1: Tecuani que devora al sol
(Códice Azcatitlan 1995: lám. 5).
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que éstos fueron los causantes del eclipse, pues se dice que al momento en que se
oscureció el astro solar, los jaguares empezaron a devorar a los gigantes (Anales de
Cuauhtitlan 1945: 5). Sin embargo, la iconografía demuestra que el jaguar sí intervino
en el ataque al Sol, como se acaba de exponer.
En contraste con la forma de representación anterior, la obra sahaguntina muestra
imágenes de eclipse de clara influencia europea. En los Primeros Memoriales (Sahagún
1997: fol. 282r) hay dos imágenes de eclipses –una de Sol y otra de Luna– en
las que el Sol está pintado combinando la manera tradicional indígena y la forma
occidental, en tanto que la luna se representa muy occidentalizada. Aquí, el daño al
Sol se presenta como una especie de aspiración de éste por la Luna. Mientras que en
el Códice Florentino (Florentine Codex 1950-82: lib. VII), elaborado 30 años después,
se pintó un eclipse donde aparecen los dos astros con un carácter renacentista
(Aguilera y Galindo 1991: 61).
Una forma recurrente de representar el eclipse en los códices Telleriano-Remensis
(1964: t. I, parte III, lám. XV, 288; lám. XXV, 308; lám. XXVI, 310) (Figura 3a) y
Vaticano Latino 3738 (1964: t. III, lám. CXVII, 254; lám. CXXIX, 278), es mediante
la figura del astro solar a la manera indígena con la ausencia de una parte de éste, lo
cual indica que el agente del eclipse se la «comió». Una variante de esta forma de
representación es la que muestra al Sol mordido con la aparición de las estrellas, y en
la parte superior de la imagen vírgulas de humo (Códice Telleriano-Remensis 1964:
t. I, parte III, lám. XXIX, 316) (Figura 3b).
Otra manera es el dibujo del disco solar, también a la usanza indígena, con la superposición
de la Luna –a la manera europea– sobre aquél en uno de sus extremos,
mientras que aparece el cielo estrellado como fondo (Códice Telleriano-Remensis
1964: t. I, parte III, lám. XXII, 302; también Códice Vaticano Latino 3738 1964: t.
III, lám. CXXIV, 268) (Figura 3c).
Estas representaciones, aunque en parte europeizadas, corresponden con la interpretación
tlaxcalteca del eclipse: el combate que entablaban el Sol y la Luna (Muñoz
Camargo 1998: 149). Y como se vio en el petrograbado de Teotenango, el jaguarLuna
ataca (devora) al Sol. Con base en lo anterior, se puede afirmar que el eclipse
solar se originaba por un ataque al Sol ocasionado por la Luna, la cual podía tomar
la forma de un jaguar –o posiblemente de otro tecuani, como la serpiente– con el fin
Figura 2: Bajorrelieve del Monolito
del jaguar. Zona arqueoló-
gica de Teotenango.
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de comer a aquel astro. O bien, la acción devoradora que desempeñaba la Luna pudo
propiciar su representación como tecuani, lo que considero más acertado.
Los nahuas tlaxcaltecas también creían que los dos astros eran marido y mujer
(Muñoz Camargo 1998: 148). Otra fuente indica que la Luna siempre andaba tras
el Sol, pero nunca lo alcanzaba (Historia de los mexicanos por sus pinturas 2002:
cap. XXI, 81). El texto yucateco del Libro de Chilam Balam de Chumayel (1985:
67) explica de manera similar el origen del eclipse: «A los hombres les parece que
a sus lados está ese medio círculo en que se retrata cómo es mordido el Sol […]. Lo
que lo muerde, es que se empareja con la Luna, que camina atraída por él, antes de
morderlo».
La creencia de que el eclipse se origina por el combate de los astros diurno y nocturno
está ampliamente extendida entre los grupos indígenas contemporáneos, tales
como los quichés, cakchiqueles, tzeltales –y otros grupos mayas– (Nájera 1995: 325),
totonacos (Ichon 1973: 66), y nahuas de Xolotla. Para los nahuas de Mamiquetla, el
eclipse de Sol ocurre cuando el Malo (Diablo) le pega a Dios.
Con respecto a otros «agentes de eclipse», tal como ha denominado Michael Closs
(1986) a aquellos seres que atacan o devoran al Sol o a la Luna –lo que provoca el
fenómeno del eclipse–, dicho investigador (Closs 1986: 398, 400) señala que la información
etnohistórica maya sobre los eclipses es consistente con la noción de que
Venus actuó como agente de eclipse cosmológico. En este rol, la deidad venusina fue
concebida como un jaguar; en la forma de una serpiente celeste, Quetzalcoatl, como
Señor del Inframundo; y como una o varias hormigas, llamadas xubab por los mayas
yucatecos en el siglo XVII (Sánchez de Aguilar 1987: 83), y xulab por los mayas de
Quintano Roo a fines de los 70 (Villa Rojas 1978: 447) 5. Los tzotziles coincidían en
5 Existen dos versiones respecto al ataque de estas hormigas contra el Sol: una es que toda una colonia se
extiende sobre el astro; y otra, que el ataque es proferido por un monstruo de apariencia semejante a la de la
reina de dichas hormigas (Villa Rojas 1978: 447).
Figura 3: Representaciones prehispánicas del eclipse solar; a: mediante la representación del astro
(Códice Telleriano-Remensis 1964: t. I, parte III, lám. XV, 288); b: con cielo estrellado y vírgulas
de humo (Códice Telleriano-Remensis 1964: t. I, parte III, lám. XXIX, 316); c: representación con
influencia europea (Códice Telleriano-Remensis 1964: t. I, lám. XXII, 302).
a
b
c
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los años 60 en que el poslob, el eclipse, se personificaba en jaguar, en animales de
mordedura ponzoñosa y en águila, cuya misión era el aniquilamiento de la humanidad
(Guiteras 1996: 225-226).
Otras referencias contemporáneas a agentes de eclipse son los gusanos, quienes
se comen a la Luna –la cual se repara a sí misma rápidamente–, según los nahuas de
Milpa Alta (Madsen 1960: 169). Un nahua de Temoctla, del municipio de Chicontepec
(Veracruz), señala que durante los tlamistonati (eclipses), el Sol se «pierde» al ser
comido por un águila mediante picotazos (Cabrera 1991: 82, 84). Por último, para los
tzutujiles de Santiago Atitlán, Sololá, en Guatemala, el eclipse solar ocurre cuando un
enorme murciélago apaga la luz del astro (Villatoro et al. 1992: 6).
3. Prácticas defensivas contra el eclipse solar
Los informantes de Sahagún (Códice Florentino, lib. VII, en Sahagún 1969: 145)
señalaron que cuando acontecía el eclipse de Sol, éste
«se muestra muy rojo; ya no permanece quieto; ya no está tranquilo; sólo está balanceándose.
Se amarillece mucho. Enseguida hay bullicio; se inquieta el hombre; hay
alboroto, hay trastorno, hay temor, hay llanto. Levantan el llanto los macehuales; se
dan alaridos; hay gritos; hay grita; hay vocerío; hay clamor; se tienden los cascabeles.
Son sacrificados albinos; son sacrificados cautivos. Se sangra la gente; se hacen pasar
varas por las orejas y en los templos son cantados cantos floridos. Permanece el ruido;
permanece la grita. Así se decía: ‘Si acabase, si fuese comido el sol, todo oscurecerá
para siempre, vendrán a bajar las tzitzimime, vendrán a comer gente’».
Este texto se puede dividir en cuatro partes. La primera corresponde a los cambios
visibles que empieza a manifestar el astro solar debido al eclipse, los cuales pueden
tener implicaciones simbólicas. En la segunda parte se describen las manifestaciones
de miedo que expresaba la gente ante tal atentado contra el Sol. La tercera refiere a
las prácticas culturales que desplegaron los nahuas con el fin de darle fortaleza al astro
en su lucha contra las fuerzas nocturnas, y que también aminoraban el miedo; las
expresiones que demostraban el miedo fungieron a la vez como prácticas paliativas.
Por último, se señala el final funesto que sobrevendría si el Sol se sumiera definitivamente
en las tinieblas: la destrucción de la humanidad.
Respecto a la primera parte, las expresiones «ya no permanece quieto; ya no está
tranquilo; sólo está balanceándose» [aoc tlacamani; aoc tlacaca za mocuecueptimani]
(Códice Florentino, lib. VII, en Sahagún 1969: 144-145), refieren a la desestabilidad
del curso del astro por causa del eclipse, que en lugar de seguir un recorrido en lí-
nea recta empieza a balancearse; se puede decir, a deambular. En términos humanos,
esto implicaba inmoralidad. El eclipse hacía que el Sol sufriera una pérdida de centralidad
debido a su oscurecimiento. Esto recuerda algunas asociaciones simbólicas
de los pueblos que peregrinan y adquieren temporalmente una condición chichimeca:
el vagabundeo y andar en tinieblas (Anales de Cuauhtitlan 1945: 4). Una vez que un
pueblo llegaba a asentarse de manera definitiva adquiría centralidad y abandonaba las
tinieblas al salir el Sol (véase Graulich 1990: 16, 173, 288).
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Un ataque directo contra el Sol implicaba el mayor de todos los desequilibrios
posibles: la inversión rotunda del orden, del cual era garante el astro, que generaba el
regreso al tiempo primigenio donde la oscuridad y el caos reinaban y la humanidad
no existía. La noche, de por sí, era un momento de tensión, pues la sobrenaturaleza
nocturna estaba al acecho, pero este tiempo era totalmente previsto. En cambio, el
anochecer repentino implicaba un resquebrajamiento del orden y la previsión (véanse
Amador 1995: 316; Nájera 1995: 326). Tal contexto era sumamente propenso para
que se creara una atmósfera de terror colectivo; sin embargo, los nahuas nunca sucumbieron
ante el temor extremo. Con el fin de remediar esta crítica situación, fabricaron
dispositivos de defensa, enmarcados dentro de su cosmovisión, dirigidos a
proporcionarle fuerzas al Sol para que saliera bien librado del delicado trance que
padecía durante un eclipse. En este sentido, fueron concebidos como prácticas propiciatorias.
Al mismo tiempo, estos dispositivos culturales pretendían disminuir el peligro
y el miedo intenso que experimentaba la población. Las prácticas propiciatorias
fueron las siguientes:
1) Sacrificios humanos.
2) Autosacrificios.
3) Cantos floridos en los templos.
4) Producción de ruido y gritos en la población.
Los sacrificios humanos pueden ser considerados como ritos oficiales, mientras
que los autosacrificios ritos individuales (Tena 1991: 73). Los primeros eran obligación
del Estado y la casta sacerdotal, cuyos representantes eran los ejecutantes. Se
buscaban hombres albinos (véase Mendieta 2002: t. I, lib. II, cap. XVI, 215) y cautivos
para ser sacrificados. Albinos, porque debido a la blancura de su piel, se podía
pensar que eran imágenes del Sol (Mendieta 2002: t. I, lib. II, cap. XVI, 215; véase
Seler 1980: t. I, 156), con lo cual se trataría de reconstituirlo. Tal idea se asemeja mucho
a una práctica maya ejecutada durante un eclipse solar que formaba parte de la
profecía del katún 11 Ahau, que consistió en «hacer una pintura de la figura del Sol»
una vez que éste había oscurecido (Libro de Chilam Balam de Chumayel 1985: 49).
Respecto a esta información, Martha Ilía Nájera (1995: 320) comenta que al atemorizarse
el pueblo maya por suponer que el dios moría, se apresuraban a hacer una
pintura que tendría como propósito «recrear de manera simbólica la imagen del sol
que desaparecía y ayudar ritualmente a que vuelva a surgir».
A pesar de que los grupos nahuas conformaron una unidad cultural, entre ellos
mantuvieron prácticas sacrificiales diferentes. Es así que cuando eclipsaba el Sol,
los tlaxcaltecas sacrificaban «hombres bermejos», esto es, pelirrojos, pero de tono
muy oscuro; y cuando había eclipse de Luna sacrificaban hombres y mujeres albinos
(Muñoz Camargo 1998: 149). Esto contrasta con los nahuas del Centro de México,
quienes sacrificaban albinos al astro diurno.
Esta elección de los sacrificados responde a un tipo de magia imitativa, la cual se
funda en el principio de que «lo semejante produce lo semejante», o que los efectos
semejan a sus causas (Frazer 1982: 34-35). Mediante el sacrificio de «hombres bermejos»,
debido a su color de cabello rojo, que era de naturaleza caliente, se trataba de
compensar el calor y la energía que estaba perdiendo el Sol. Paralelamente, sacrificar
albinos a la Luna respondía al mismo principio de semejanza: restituir la fuerza del
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astro, representada por su blancura, a través del sacrificio de personas de tez y cabello
blancos. El hecho de que también se le sacrificara mujeres albinas se debe a la íntima
relación que existía entre el astro lunar y lo femenino.
Fray Gerónimo de Mendieta (2002: t. I, lib. II, cap. XVI, 215) igualmente señala
que se buscaban personas lampiñas para sacrificarlas durante un eclipse, seguramente
de Sol. Lampiño en náhuatl es tlalhuatic, literalmente «nervudo» (López Austin
1996: t. I, 178), adjetivo que proviene de tlalhuatl, nervio, que en su forma abstracta,
tlalhuayotl –literalmente «nerviosidad»–, refiere al sistema nervioso (Siméon 2002:
599). En el Vocabulario… de Molina (2004: sección náhuatl-español, fol. 123v) también
se encuentra la composición tlalhuatl ytetecuicaca, «pulso de la muñeca, o del
brazo». El segundo vocablo proviene del verbo tetecuica, dar latidos (Molina 2004:
sección náhuatl-español, fol. 106v), o latir; mientras que el sustantivo derivado es
tetecuicaca, latidos, pero solamente se usa en forma posesiva: itetecuica, «sus latidos»
(Siméon 2002: 514). Literalmente, tlalhuatl itetecuicaca significa «el latido
de los nervios». A partir del hecho de que algunos nervios –además de ligamentos y
tendones– se localizaban entre las coyunturas y se percibieran sus movimientos, se
les atribuyó concentración de fuerza vital (López Austin 1996: t. I, 178). Con base
en este análisis, se puede pensar que el sacrificio de lampiños al Sol –probablemente
también a la Luna– tenía el objetivo de fortalecer sus nervios, que equivalía a reanimar
el pulso del astro.
De manera general, con la acción de sacrificar cautivos se trataba de reactualizar el
mito de la creación del Sol, específicamente el momento en el que los dioses debieron
inmolarse para que el astro pudiera tener movimiento, tal como lo refiere Mendieta
(2002: t. I, lib. II, cap. XVI, 215). Sangre y corazones eran el único alimento que el
Sol demandó en el mito y que exigía en el tiempo humano para tener dinamismo. Así
como diariamente se ofrendaba sangre para propiciar su recorrido, en los momentos
críticos del astro debía potencializarse su ofrenda a través del sacrificio humano. Si
un eclipse paralizaba el Sol (Anales de Cuauhtitlan 1945: 5) al menguar sus fuerzas,
se trataba de restituirlas para que pudiera librarse del ataque voraz que sufría y retomara
su curso 6.
Según Lehmann (1968: 32), cuando había eclipse de Sol los mexicas buscaban
inválidos, jorobados y otras personas con malformaciones para ser sacrificados, pues
encarnaban al dios deforme Xolotl-Nanahuatzin, quien era considerado representante
del sacrificio, activo y pasivo. En el mismo sentido, José Luis Rojas Martínez (The
Aztec Empire: Catalogue... 2004: 31, fig. 124) señala que los mexicas «creían que la
gente con deformidades, como los jorobados, los albinos, los siameses y, en particular,
los enanos, eran hijos del Sol». Y cuando acontecía un eclipse solar, «ellos eran
los primeros en ser sacrificados».
Si bien Motecuhzoma Xocoyotzin tenía la costumbre de mantener en sus palacios
a personas deformes y albinas para que le sirvieran (Torquemada 1975: t. I, lib. III,
cap. XXV, 408; Clavijero 2003: lib. V, 181), desconozco la fuente que sustenta la
información anterior. De lo que sí tengo conocimiento es del sacrificio de albinos du-
6 Esto no se opone al movimiento deambulatorio del Sol al momento de eclipsarse, pues la inmovilización
implica no poder seguir su curso normal en línea recta y sólo moverse de un lado a otro sobre su mismo punto.
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rante el eclipse de Sol, como se explicó arriba. No obstante, la posible inmolación de
personas con patologías durante este evento mantiene cierta coherencia con el ritual
y el mito. Narra fray Juan de Torquemada (1975: t. III, lib. VIII, cap. XII, 222; cap.
XIII, 225) que durante la celebración dedicada al Sol, al terminar los cuatro días de
ayuno que se hacían en su honor sacrificaban a cuatro cautivos nombrados chachame,
traducido como «tontos» por el franciscano. Asimismo, señala que en esta misma
fiesta inmolaban «leprosos y gente de males contagiosos» en el templo dedicado a
Iztaccinteotl. Sin lugar a dudas, estos sacrificios rememoraban el sacrificio del dios
Nanahuatzin, quien se arrojó al fuego para luego convertirse en Sol (Sahagún 2002:
t. II, lib. VII, cap. II, 696).
Las afirmaciones de los anteriores estudiosos puede deberse a una extrapolación.
En su vocabulario zapoteco, Juan de Córdova (citado por Seler 1980: t. I, 145) dedicó
unas palabras a los eclipses. Señala que el eclipse de Sol era considerado el fin
del mundo, y «dezian y creyan que los enanos eran hechos por mandado del sol, y
que entonces como cosa suya los pedia. Y asi qualquiera que hallauan algun enano o
enanos o hombres chiquitillos, o le tenían en su casa le mataba y sacrificaua…». Esta
información, sin embargo, no es sustentada por las fuentes para el caso nahua.
Mediante un cruce de datos, podría pensarse que el sacrificio de personas deformes
–siendo ellos la personificación de Nanahuatzin («el buboso») 7– durante el eclipse
solar, pretendería recrear el nacimiento del astro, y con esta acción dotarlo de rejuvenecimiento
y vitalidad. La reactualización del acontecimiento creador primigenio
tendría la intención de neutralizar el evento de muerte.
Jacinto de la Serna (1987: 365-366) consignó una narración referente a un eclipse
ocurrido en tiempos míticos, la cual remite al momento en que las pirámides del Sol
y de la Luna fueron construidas. Se dice que una vez que se edificaron los templos
a estos astros en Teotihuacan, los dioses ordenaron que se sacrificara gente en ellos.
Asimismo, se previno el día y la hora de un eclipse solar. Días antes, los sacerdotes
de dichos templos ordenaron que se anunciara que los dioses estaban muy enojados
con su pueblo, y como castigo por sus pecados y el descuido de su culto, se habría de
esconder la luz en un determinado día. Ante esto, los sacerdotes señalaron para dicho
día un sacrificio de 12 jóvenes y 12 doncellas con el fin de aplacar su ira. Previo a esto
ordenaron que tales jóvenes bailaran ante el Tempo del Sol, mientras que las doncellas
lo harían frente al Templo de la Luna. Y así lo hicieron hasta el día del eclipse. Al
ver los indios que faltaba la luz, arrojaron a los jóvenes a una hoguera dispuesta frente
al templo del Sol, e hicieron lo propio con las doncellas: las arrojaron al fuego frente
a su templo correspondiente. Poco después, el astro diurno empezó a resplandecer, de
tal manera que los sacerdotes juzgaron que la ira de las deidades se había aplacado
con aquellos sacrificios.
En este pasaje observamos que el eclipse solar es provocado por las transgresiones
de los hombres cometidas contra los dioses en materia de culto. También destaca la
asociación de lo masculino con el Sol y lo femenino con la Luna, reflejado tanto en
7 A partir de la iconografía, Eduard Seler (1980: t. I, 30, 55, 148) demostró que Xolotl es una advocación
de Nanahuatzin. Y recordemos que el vocablo xolotl fue aplicado a los jorobados y enanos de quienes se hacía
servir Motecuhzoma (Alvarado Tezozomoc 1944: cap. CVIII, 524), tanto por ser sus servidores –véase Molina
2004: sección náhuatl-español, fol. 160v–, como por su naturaleza deforme.
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el ordenamiento de los sacrificios como en la preparación ritual para este evento, que
no consiste en ayunos, autosacrificios, ofrendas o rezos, sino en danzas. Por último,
cabe resaltar el tipo de sacrificio efectuado, que recuerda precisamente la manera en
que fue inmolado Nanahuatzin para convertirse en Sol. En general, toda la narración
mantiene similitudes con el mito de la creación de los astros solar y lunar registrado
por Sahagún (2002: t. II, lib. VII, cap. II, 694-696).
La información proporcionada por Serna igualmente nos habla de las importantes
atribuciones que tuvieron los sacerdotes entre los nahuas, y que les confirió un gran
reconocimiento social. Ellos conocían los designios y los deseos-necesidades de los
dioses; la manera de persuadir su voluntad; los elementos necesarios de su ofrenda y
el momento específico en que debían ofrecerse para establecer la comunicación con
ellos. Asimismo, señalaban el estado de transgresión de los hombres al momento
de culpabilizarlos por los infortunios sobre la Tierra, que eran la materialización de
la ira divina. Estas facultades hacían de los sacerdotes unos excelentes previsores y
eficaces manipuladores del ámbito sagrado. Tal manejo de lo sobrenatural fácilmente
les proporcionó la conducción del pueblo, y no sólo en el orden religioso, sino también
en el área del comportamiento y la moral, de tal manera que fueron los grandes
aliados de la clase en el poder.
La obligación de reanimar al astro diurno era compartida por toda la población.
Así, individualmente, «con gran temor», hombres, mujeres, ancianos y niños se punzaban
las orejas por donde se hacían pasar varas, y también se extraían sangre de los
brazos. Ésta era arrojada al Sol con los dedos, acción considerada «el más general
sacrificio de todos» (Benavente 1996: cap. IX, 183; Las Casas 1967: t. II, lib. III, cap.
CLXXIV, 201-202).
Lo anterior recuerda el ofrecimiento de sangre que se realizaba al astro y al fuego
durante el rito llamado Tlazcaltiliztli, «evento de alimentar o hacer crecer», en el que
la gente se extraía sangre de la orejas, la recibía en la uña del dedo pulgar o medio y
la arrojaba hacia el Sol y el fuego. Esta ceremonia se efectuaba al finalizar la construcción
de una casa o cuando reinaba el signo nahui ollin, signo del Sol (Sahagún
2002: t. I, apéndice del libro II, 287).
La ofrenda colectiva de sangre al astro evocaba el rito Tlazcaltiliztli, que como su
nombre lo indica, pretendía nutrir y fortalecer a un Sol dañado por el ataque. Este
evento se sumaba a las acciones sacrificiales de mayor envergadura, los holocaustos
humanos, que encauzaban en un mismo objetivo: vivificar al astro solar.
Debido al total desconocimiento y terror que provocó el primer augurio (tetzahuitl)
de la conquista, el de la columna de fuego (mixpanitl), se emularon las mismas medidas
rituales defensivas desplegadas durante el eclipse solar: sacrificios humanos y
autosacrificios, así como gritos, llantos y alaridos (Florentine Codex 1950-82: lib.
XII, cap. I, 1; Sahagún 2002: t. III, lib. XII, cap. I, 1161).
Los cantos floridos en los templos y los gritos de los hombres son prácticas enmarcadas
en un contexto guerrero, las cuales trataban de darle ánimos victoriosos
al Sol para que triunfara en la batalla contra su agresor (véase Tena 1991: 73). Con
dichas acciones posiblemente se trataba de imitar a los guerreros muertos en batalla
que habitaban el cielo diurno, quienes tomaban sus armas para ir a recibir al Sol
cada mañana. Con estruendo y gritos iban peleando delante de él hasta llevarlo al
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cenit (Sahagún 2002: t. II, lib. VI, cap. XXIX, 612). Graulich (1990: 243-244) señala
que la producción de ruido originada por los guerreros habitantes del tonatiuh ichan
(«casa del Sol») con sus escudos, promovía la elevación del astro y su separación de
la tierra. Dicho objetivo, proyectado al contexto de eclipse, pretendía impulsar al Sol
en la continuación de su recorrido. Asimismo, los gritos de guerra alegraban al astro
(Sahagún 1995: lib. VI, cap. XIV, fol. 60r, 117, 130). En algunos pueblos mayas de
Huehuetenango y Sololá, los «atabaleros» suenan sus tunes y tambores tocando sones
guerreros para ayudar al Sol durante su eclipse (Lara 1992: 12).
Por último, otra de las prácticas dispuestas por los nahuas para incrementar las
fuerzas disminuidas del Sol y así ayudarlo en su trance, era la producción de ruido
entre la población. Las fuentes concernientes a los nahuas no son muy explícitas con
respecto a este punto, a diferencia de la información etnográfica. En general, se dice
que la gente daba grandes gritos y lloros, los cuales tienen dos explicaciones: son
manifestaciones del miedo ante el fin potencial del mundo (Muñoz Camargo 1998:
149; Mendieta 2002: I, lib. II, cap. XVI, 215); y son producidos para ayudar al Sol en
su combate. Me voy a centrar en este segundo significado 8.
A diferencia de la información nahua, Sánchez de Aguilar (1987: 83) registró entre
los mayas yucatecos del siglo XVII información relativa al eclipse lunar, en la cual
se observa la intención deliberada de producir ruido para ayudar al astro. Dice: «En
los eclipses de la Luna usan por tradición de sus pasados hacer que sus perros aúllen,
o lloren, pellizcándolos el cuerpo, o las orejas, y dan golpes en las tablas, y bancos,
y puertas». Se promovía el ruido de cualquier fuente posible: humana, animal, y con
ayuda de objetos. El tratamiento ritual ante un eclipse de Sol o de Luna fue muy parecido
entre algunas culturas prehispánicas, tal como veremos en seguida respecto a
indígenas contemporáneos.
Una joven nahua de Mamiquetla comenta que una vez hubo un eclipse solar y
todas las mujeres se fueron a rezar a la iglesia. Les pegaban a los niños para que lloraran,
hacían que los perros aullaran y los burros relincharan, con lo cual se ayudaba
a Dios, el Sol, a que no le pegara el Malo (el Diablo), quien es el agente del eclipse.
En las comunidades nahuas del centro de Guerrero como Acatlán, Zitlala, Chilapa,
Hueycatenango y Huitziltepec, entre otras, una práctica resultante de un eclipse de
Sol es colgarles un bote viejo a niños y niñas de entre 6 a 12 años para que lo golpeen
y suene por todas las calles del pueblo, de tal forma que puedan hacer revivir al astro.
De no hacerlo, puede dejar de dar su luz, morir. Los nahuas de estas comunidades explican
que el Sol es como un pollito. Cuando éste está a punto de morir se mete dentro
de un bote de aluminio o de cualquier otro metal, el cual se golpea suavemente; con
esta acción el pollito empieza a levantarse y a volver en sí. Dado que el Sol es mucho
más grande que un pollo, se requiere que se golpeen la mayor cantidad de botes posibles
para que pueda revivir, tal como se hace con el animalito (Ramírez 1991: 87-88).
Aunque estos grupos le han dado una explicación un tanto diferente a la producción
del ruido, la finalidad sigue siendo la misma: reanimar al Sol.
8 Sobre los gestos corporales producidos durante los contextos de miedo y su distinción genérica entre los
nahuas, véase Echeverría y López 2013.
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Un tzotzil narró en los años 60 que durante el eclipse de Luna, mientras las mujeres
lloraban y rezaban, los hombres «tocábamos palos y tablas haciendo ruido grande.
Dejábamos sólo de tocar cuando se aclaraba la Luna…» (Guiteras 1996: 138) 9. Aquí
es todavía más explícita la producción intencional del ruido durante el tiempo que
dura el eclipse, que cesa cuando éste acaba. Un dato a destacar es la diferencia genérica
en la producción del ruido y otras acciones: las mujeres lloran y rezan; los hombres
hacen ruido con objetos. Semejante distinción se observa entre los antiguos nahuas
(Echeverría y López 2013). En el caso de Mamiquetla, las mujeres también son las
que rezan. En San José Chacayá, en Sololá, cuya población es de origen cakchiquel y
quiché, el eclipse ocurre cuando el Sol le pega a la Luna, o viceversa, por lo que uno
de los dos huye. Para recuperar al astro desaparecido y ahuyentar al otro se produce
mucho ruido (Villatoro et al. 1992: 7).
La producción de ruido durante un eclipse está enmarcado en un contexto de muerte,
el del astro diurno, y de posible destrucción del mundo y de la humanidad. De
acuerdo con un nahua de Xolotla, dichas destrucciones se caracterizan por el silencio,
pues la señal que anunciará el fin del mundo, indica, será que el gallo no cantará en
la madrugada ni los grillos. Los sonidos de estos animales pueden ser considerados
como signo de vida.
El relato que proporciona el libro sagrado de los quichés sobre el momento anterior
a la creación de la vida sobre la Tierra, complementa la información anterior y nos
puede ayudar a delinear una hipótesis sobre la producción de ruido durante el evento
del eclipse solar. Narra el Popol Vuh (2005: primera parte, cap. I, 23) que «todo estaba
en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado… No había nada
junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido
en el cielo… Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche».
Había ciertos momentos críticos determinados por acontecimientos naturales
eventuales y extraordinarios considerados tetzahuitl, que podían predecir variadas
desgracias, siendo el eclipse solar el que anunciaba el fin de la era presente. Al producir
ruido, símbolo de vida y de creación, se intentaba evitar el regreso al tiempo
primigenio y de intrascendencia, caracterizado por la inmovilidad, la oscuridad y el
silencio, que, en suma, constituía la inversión del mundo de los humanos. La generación
de sonido era una acción dirigida al Sol, garante del tiempo y la estabilidad cósmica.
Al silencio y la oscuridad del eclipse se oponían los humanos con sus llantos,
gritos y otros ruidos para hacer que el astro volviera a brillar 10.
Otras acciones para ayudar al Sol que no mencionan las fuentes concernientes a los
nahuas, son la producción de fogatas y arrojarle agua al astro, prácticas registradas
por la etnografía. En cuanto a la primera, cabe la posibilidad de que se llevara a cabo
en tiempos pretéritos. El fuego es un elemento estrechamente vinculado con el Sol en
el pensamiento nahua antiguo, de tal manera que en el mito es el medio de transformación
y renacimiento de la divinidad en el astro diurno. Solamente encontramos una
9 Los mayas de Quintana Roo tienen por costumbre durante los eclipses dar disparos en dirección al astro
amenazado para ahuyentar al causante del eclipse (Villa Rojas 1978: 447-448). 10 Para Michel Graulich (1990: 243-244), el ruido producido durante un eclipse está dirigido a provocar
una desunión entre el Sol y la Luna, tal como los guerreros en el más allá producen ruido con sus escudos cada
mañana para hacer elevar al astro diurno y separarlo de la tierra.
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mención de sacrificio al fuego durante un eclipse, pero es una narración de carácter
igualmente mítico.
Un informante nahua de Xolotla cuenta que durante un eclipse solar se encendían
fogatas para pacificar al Sol y a la Luna que se encontraban en combate; y más bien
se le trataba de ayudar a aquel astro en su lucha. Llegaba a tal grado la desesperación
de la gente porque terminara el eclipse que incluso quemaban sus chozas. «Nuestros
antepasados indígenas sentían alarma, sentían miedo, un pánico, que el día que eclipsa
el Sol con la Luna haya un colapso. Los antepasados encendían sus casas, lo que
sea, con tal de que aquella luz no se fuera, para que el Sol triunfara sobre la Luna y no
cediera […] la oscuridad». De manera similar, otra xoloteca añade que durante este
fenómeno, la gente quemaba plástico u hojas de plátano para hacer humo y que éste
ascendiera con el objetivo de que finalizara el eclipse 11.
En una localidad del municipio de Chicontepec, en la Huasteca veracruzana, un
anciano nahua narró su vivencia durante un eclipse solar ocurrido décadas atrás. Se-
ñaló que al momento de empezar, la gente lo vio con miedo y decían que se iba a
perder el mundo. Pararon de hacer sus cosas cuando el astro se tornó medio amarillento,
mientras que los que tenían más edad «empezaron a hacer lumbre con bagazos
de caña». El astro se iba poniendo cada vez más opaco. Esta lumbre era para que el
Sol «agarra energías». Otros regaban agua hacia arriba para que éste se refrescara
(Cabrera 1991: 82, 84).
Este último dato es muy interesante, pues si bien durante un eclipse solar el astro
empieza a perder luminosidad, esto es, calor, por otro lado, también puede quemarse,
tal como se describe en un eclipse de Sol en el Libro de Chilam Balam de Chumayel
(1985: 49): «Y fue mordido el rostro del Sol. Y se oscureció y apagó su rostro. Y entonces
se espantaron arriba. ‘¡Se ha quemado! ¡Ha muerto nuestro dios!’, decían sus
sacerdotes». Los nahuas de Tlacotepec refieren que cuando el astro lunar es eclipsado
por el Sol, «se está quemando la luna» (Romero 2006: 53).
Una posible explicación de esto es la siguiente. Una creencia muy extendida entre
los grupos étnicos de México es que cuando ocurre un eclipse, el Sol se come a la
Luna o viceversa, lo cual se demuestra en el concepto indígena para referirse al fenómeno.
Comer no sólo remite a la ingestión de alimentos, sino que también es una
metáfora del acto sexual (Báez-Jorge 2008: 175; Lupo 1991: 231; Sedeño y Becerril
1985: 61), aspecto que queda confirmado en el náhuatl clásico con uno de los valores
semánticos del verbo cua, comer, pues en su forma reflexiva mocua, «se comen», o
su derivado nominal necualli, «el hecho de comerse», remiten al acto sexual (PuryToumi
1997: 145). En el náhuatl de Xolotla se conserva esta misma relación metafó-
rica: mocua’que «se comen o se muerden»; y necualiztli, «el acto de comerse» –que
también refiere a la comida– son maneras de llamar al acto sexual.
Esta equivalencia es indicada por un mito nahua prehispánico, en el que se cuenta
que los mimixcoa Xiuhnel y Mimich se encontraron dos venados bicéfalos que posteriormente
se convirtieron en mujeres. Una de ellas incitó a Xiuhnel a tener relaciones
sexuales para después devorarlo (Leyenda de los Soles 2002: 189).
11 En la comunidad nahua de Tlacotepec de Díaz, ubicada en la Sierra Negra, al sur de Puebla, durante el
eclipse solar de 1991 la gente hizo fogatas pero con el fin de alumbrarse (Romero 2006: 53).
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Con base en lo anterior, se puede pensar que durante un eclipse, los astros están teniendo
relaciones sexuales, lo cual genera un calor intenso que puede llegar a quemar.
El astro eclipsado será el que más resienta los efectos del sexo, será el que se queme.
Con esto último hay que recordar la relación metafórica existente entre el sexo y el
fuego en el pensamiento nahua prehispánico (Graulich 1983: 580-581; Olivier 2004:
470). Dicha relación es claramente expresada por Torquemada (1975: t. III, lib. X,
cap. XXXIII, 419) al hablar del tlecuahuitl, que eran los palos para sacar fuego. Afirma
que a éstos les llamaban tletlaxoni, que quiere decir «el que arroja o da fuego, que
son dos palillos pequeños que puesto uno sobre otro y ludiendo [frotando] el macho
en el que sirve de hembra, va sacando de él una harina muy molida y entre ella el
fuego…». Más adelante explicaremos algunas asociaciones simbólicas concernientes
a la relación sexual entre los astros.
4. Consecuencias funestas del eclipse de Sol
El principal peligro que se corría durante un eclipse solar prolongado era que descendieran
las malévolas deidades femeninas tzitzimime y devoraran a los humanos, lo
cual implicaba el fin del mundo. En una escala menor, este fenómeno desencadenaba
consecuencias dañinas debido a la ausencia de los rayos solares o a una transformación
perjudicial de los mismos al ser cubierto el astro.
Respecto a un eclipse ocurrido en 1611 registrado por Chimalpain en su Diario,
señaló que mientras el Sol fuera comido habría mal tiempo, enfermedad, «viento
malo» 12. Se exhortó a que nadie mirara hacia arriba, que nadie anduviera por el camino
sino que se encerraran en sus casas. También que nadie comiera, ni bebiera ni
durmiera hasta que apareciera de nuevo el astro (Seminario de Traducción Náhuatl
1991: 78).
Al oscurecer el Sol por causa del eclipse menguaban sus fuerzas, lo que volvía da-
ñino el calor que seguía emitiendo. De esta manera, repercutía en el tiempo, en la salud,
en los alimentos e incluso en el sueño. Esto nos recuerda la creencia nahua de que
durante su recorrido occidental, el Sol no ayudaba a fructificar la tierra (Durán 2002:
t. II, tratado III, cap. I, 229). La energía disminuida del astro igualmente impedía la
contención de ciertas fuerzas sobrenaturales peligrosas como el «viento malo», por
ello se demandaba que toda la gente se refugiara en sus casas, que también evitaría
que se viera directamente el eclipse, pues podía producir ceguera. De forma análoga,
en una profecía de eclipse narrada en el Libro de Chilam Balam de Chumayel (1985:
50) se dice que por éste se «perderá todo sustento».
La idea de que los rayos solares en tiempo de eclipse son dañinos por una disminución
de calor está muy bien expresada en la comunidad purépecha de San Andrés
Tziróndaro. Aquí se dice que el eclipse puede afectar la cosecha al producir menos,
y a las plantas en general, por lo que se recomienda amarrar listones rojos a las que
se desee proteger de los efectos perjudiciales de dicho fenómeno. Igualmente, en
12 En algunos grupos indígenas actuales, el eclipse es una premonición divina que anuncia calamidades
como guerra o enfermedades (Lupo 1991: 229-230; Villa Rojas 1978: 448, 451).
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Angahuan, también purépecha, se utiliza el color rojo para protegerse del eclipse
(Pérez y Gómez 1991: 93-94). Debido a que este color es considerado de naturaleza
caliente (véase López Austin en Sahagún 1969: 195-196), esta medida establece una
compensación ante la falta de calor solar, lo cual elude su daño.
Asimismo, los rayos solares en dicho estado pueden causar graves enfermedades,
razón por la que la gente se encierra en sus casas (Pérez y Gómez 1991: 93). Una
anciana nahua de Xochiatipan, Hidalgo, relata que cuando el Sol eclipsó éste trajo
gran enfermedad, expresada en calentura y dolor de cabeza, lo que provocó la muerte
de muchas personas (Cabrera 1991: 84).
Al astro que siempre se le atribuye una intervención en la gestación y desarrollo
del feto y de la vegetación es la Luna, que está íntimamente vinculada con las mujeres
y su sexualidad (véase González Torres 1975: 85), y así fue entre los antiguos
nahuas (Códice Vaticano Latino 3738 1964: t. III, lám. XXVI, 68; Códice TellerianoRemensis
1964: t. I, parte II, lám. XI, 198; Molina 2004: sección náhuatl-español, fol.
55v). Pero también hay constancia de que el Sol estuvo involucrado en el desarrollo
del nuevo ser. El astro era una de las fuentes por medio de la cual se incrementaba
la fuerza del tonalli, entidad anímica que daba al individuo vigor, calor, valor y que
permitía el crecimiento. De hecho, el vínculo entre el astro y el tonalli se refuerza en
uno de los significados de éste: «calor solar» (López Austin 1996: t. I, 223, 225, 230).
Dicho vínculo igualmente se hace patente en los momentos críticos del Sol. Es así
que se creía que si una mujer embarazada veía un eclipse solar o lunar, su hijo nacería
con labio leporino. La forma de prevenir tal daño era colocándole sobre su vientre
una navaja de obsidiana (Códice Florentino, lib. V, en Sahagún 1969: 81).
Varios grupos indígenas contemporáneos igualmente asocian el Sol con los ámbitos
de la generación humana y la sexualidad, tanto femenina como masculina, y la
manera de evitar el perjuicio del eclipse solar sobre las embarazadas es muy similar
a la que se ejecutaba entre los antiguos nahuas. Si una mujer encinta de Angahuan
ve el Sol eclipsado el feto es dañado: puede nacer con deformaciones físicas como
labio leporino, pies deformes o puede hablar de forma gangosa (Pérez y Gómez 1991:
93). En otra comunidad purépecha, Santa Fe de la Laguna, se cree que si un joven
señala el eclipse con el dedo, corre el peligro de que al casarse pueda engendrar hijos
deformes; mientras que si lo hace la muchacha, puede resultar estéril (Pérez y Gómez
1991: 93) 13. Igualmente, si alguien se burla de una mujer encinta durante el transcurso
del eclipse, el feto puede ser dañado; pero si aquélla es quien se burla de un
hombre, éste no podrá procrear. El eclipse también puede perturbar el ciclo menstrual
de las jóvenes; incluso puede hacer perder la virginidad (Pérez y Gómez 1991: 94).
Un eclipse solar puede trastocar hasta las actividades más cotidianas, como serían
la preparación de los alimentos o la caza. En la población maya yucateca de Maxcanú,
durante el eclipse solar de 1991 las mujeres no tortearon, pues suponían que al
hacerlo las piedras del fogón quedarían demasiado suaves, lo cual se considera mal
agüero. Mientras que los hombres no fueron a la milpa y mucho menos de caza, pues
13 De manera similar, los nahuas de Mamiquetla afirman que si se señala un arcoíris se caen las uñas, y si
es una mujer encinta quien lo hace, aborta.
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los animales podrían adoptar una actitud muy distinta a la habitual y herir a los cazadores
(Amador 1995: 314).
Como práctica defensiva contra la influencia dañina del Sol eclipsado, en algunos
grupos nahuas de Guerrero las mujeres embarazas de inmediato se hacían de
un objeto con filo como unas tijeras, un machete, un cuchillo o cualquier otro fierro
filoso para introducírselo dentro de la ropa interior y pegárselo al vientre. El fin de
esta acción es defender al feto de la fuerza nociva del eclipse y así evitar que nazca
con la ausencia de un dedo, una oreja, un brazo, un pie o algún pedazo de otra parte
del cuerpo (Ramírez 1991: 87) 14. En la comunidad purépecha de Ihuatzio, la mujer
embarazada también debe colocarse un cuchillo sobre el estómago con la punta hacia
abajo para proteger al feto (Pérez y Gómez 1991: 94). Esta medida y su fin esperado
se remontan a época precolombina, pero era efectuada durante el eclipse lunar (Códice
Florentino, lib. VII, en Sahagún 1969: 139).
5. Eclipse de Sol, ceguera, transgresión y castigo
En este último apartado se bosqueja una hipótesis concerniente al eclipse solar que
cae en el terreno de lo simbólico. Para ello, me remito en mayor medida a la información
etnográfica, pero también se rescatan materiales históricos que igualmente
ayudan a delinear dicha hipótesis. Aunque se presentan datos de diferentes grupos
indígenas, todos ellos mantienen constantes, lo que permite su integración mediante
un orden lógico con mayor facilidad. Como se señaló al inicio, las semejanzas en la
información proveniente de grupos de distinta filiación étnica, así como en la información
histórica, no refleja otra cosa que la unidad del pensamiento mesoamericano
y su continuidad hasta nuestros días.
Los términos mayas que refieren al eclipse son tupa’an u wich k’in y tupul u wich
k’in. Tupa’an significa «borrado, apagado» y tupa’an ich «el que está deslumbrado
o encandilado y ciego que no ve»; mientras que tupul refiere a «apagarse, borrarse,
desvanecerse, cegarse». Para indicar eclipse de luna se dice tupul u wich ú (Diccionario
Maya Cordemex 1980: primera parte maya-español, 824-825). En la concepción
maya yucateca, cuando la luz de los astros se desvanece por causa de un eclipse es
como si éstos quedaran cegados, de manera que se establece la analogía entre la luz y
la visión. Así, se elabora una proyección humana hacia el ámbito natural.
Por otro lado, a partir de prácticas contemporáneas realizadas durante el eclipse
solar, se infiere que si se le ve directamente uno puede perder la vista. Por tal motivo,
se acostumbra utilizar un recipiente con agua para ver el fenómeno a través de su
reflejo en aquél 15, con lo cual no se recibirán los efectos negativos del eclipse, según
afirman los purépechas de Angahuan (Pérez y Gómez 1991: 94).
14 Las mujeres que han quedado embarazadas sin estar casadas son, por lo regular, descubiertas en estos
momentos, porque es tan fuerte el mandato que también buscan algún objeto filoso o de hierro para metérselo
en el vientre y así proteger a la criatura (Ramírez 1991: 87). 15 En el caso de los nahuas de Chicontepec se colocaban unas monedas dentro de un guacal con agua para
que éstas reflejaran la luz solar durante el eclipse (Cabrera 1991: 84).
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La explicación tzotzil sobre la ceguera durante un eclipse de Sol fue proporcionada
por el informante Manuel Arias Sojom en la década de los 60, quien comenta que
durante el fenómeno, el chojchojotro –águila o gran halcón que se relaciona con las
fuerzas destructoras y nocturnas– baja a sacarle los ojos a la gente, por lo que se los
cubren con cera (Guiteras 1996: 169, 262).
Entre los antiguos nahuas se encuentra de manera indirecta esta relación. Ellos
dejaron asentado que soñar con un eclipse solar auguraba ceguera –además de que la
persona sería vendida– (Primeros Memoriales, en Sahagún 1969: 101). Por lo tanto,
se infiere que soñar con dicho fenómeno equivalía a verlo directamente. Sin mayores
rodeos, una mujer nahua de Xolotla indica que uno no puede voltear a ver un eclipse
«porque ahí está la Luna que se está pegando con el Sol, están haciendo el Sol con
la Luna, [y] ya no va uno volver a ver». Y si una mujer embarazada voltea a ver el
eclipse, el bebé nacerá ciego.
Un dato interesante proporcionado por los nahuas de Mecayapan y Tatahuicapan,
en Veracruz, es que nunca se debe mirar al Sol, su padre, porque implica un «insulto
serio» que es castigado quitándoles la vista (Sedeño y Becerril 1985: 61). Aquí estamos
frente a un registro diferente de la ceguera: el del castigo, y es a este punto al que
he querido llegar. En efecto, uno puede quedarse ciego al contemplar un eclipse solar,
pero la consecuencia real de observar dicho evento se explica mediante un hecho de
carácter simbólico.
Retomemos la hipótesis planteada páginas atrás que enuncia que durante un eclipse
los astros están teniendo relaciones sexuales. Ésta se sustenta a partir de dos relaciones
metafóricas: el sexo y el acto de comer –en el discurso indígena se expresa que
durante un eclipse el astro es comido–; y el sexo y el fuego –una fuente maya antigua
indica que el Sol era quemado durante dicho fenómeno–.
Ahora, algunos grupos étnicos como los mayas de Quintana Roo (Villa Rojas
1978: 446), los nahuas de Veracruz (Sedeño y Becerril 1985: 61) y los otomíes (Galinier
1990: 531), consideran que Sol y Luna son padre y madre. De hecho, los nahuas
de Tlaxcala del siglo XVI creían que los dos astros eran marido y mujer (Muñoz
Camargo 1998: 148). Si una de las explicaciones del eclipse es que los astros están en
combate, esto es, que uno se come al otro –como lo indica, por ejemplo, el concepto
tonatiuh cualo para los nahuas–, tal acción puede ser concebida como la realización
del acto sexual entre padre y madre.
A partir de lo anterior, interpreto que al contemplar un eclipse se presencia la escena
primigenia: la relación sexual de los progenitores, lo cual implica una transgresión
que es castigada con la ceguera. Varios datos confirman que ésta, o la disminución visual,
es el castigo ante una transgresión sexual, como sería observar el acto carnal de
los padres 16. En un mito lacandón, Hachäkyum, el dios creador de los hombres y las
16 La etnografía ilustra bien la asociación entre el daño a los ojos y la falta sexual. En los años 60, en
Tecospa, Milpa Alta, aquel hombre que tenía relaciones sexuales con una prostituta o que solamente pasaba
por un campo donde una pareja estaba teniendo sexo extramarital, contaminaba a su esposa embarazada con
aire de mujer (yeyecatlcihuatl) o «aire de basura», lo cual provocaba que su bebé naciera ciego (Madsen 1960:
191). También es común que la presencia de la persona sexualmente inmoral dañe con sus emanaciones a los
recién nacidos, afectándoles los ojos (Madsen 1960: 191; Lewis 1968: 156). Me voy a extender un poco más
para exponer la información que me fue proporcionada en Xolotla y Mamiquetla sobre la asociación que se
viene tratando. El tlazolli es la emanación producida por la relación sexual que puede afectar principalmente
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estrellas, no quiso que los hombres vieran qué hacía en la lejanía con Nuestra Señora.
Así que tomó los ojos de los hombres, los tostó en el comal y los volvió a colocar en
las órbitas; por esta razón, los hombres quedaron reducidos en su capacidad visual
(Bruce 1974: 128-132) 17.
La ceguera atribuida al dios Iztlacoliuhqui en los códices indica su falta (Códice
Telleriano-Remensis 1964: t. I, parte II, lám. XVIII, 212; Códice Vaticano Latino
3738 1964: t. III, lám. XXXVII, 90). En Tamoanchan, Tezcatlipoca sedujo a Xochiquetzal,
Tlazolteotl, Cihuacoatl o Itzpapalotl, siendo el fruto de esta unión CinteotlItztlacoliuhqui
(Olivier 2000: 340). En este caso, es el hijo el que carga con la transgresión
sexual que cometió su padre 18. Asimismo, entre los mayas yucatecos arrancar
los ojos era «castigo antiguo para los amancebados» (Pérez 1866-1877, citado por
Barthel 1968: 95, nota 54).
6. Conclusiones
En el contexto de eclipse solar se pusieron en práctica una serie de oposiciones que
distinguieron un estado de muerte, caracterizado por el ataque al Sol, y un estado de
vida, promovido por los sacerdotes y la población en general para restaurar el curso
regular del astro. El eclipse, además de encarnar la oscuridad, fue sinónimo de inmovilidad,
ausencia de sonido y, por lo tanto, de vida; mientras que los humanos, a través
de determinadas prácticas rituales, pretendieron propiciar la luz, el dinamismo y
la continuidad de la existencia. Cada una de las series de opuestos estuvo igualmente
conformada por un estado emocional: al eclipse le correspondió el peligro y el terror,
en tanto que las prácticas defensivas proporcionaban seguridad y esperanza. Sangre,
corazones, cantos y gritos de guerra, y ruido en general, eran los elementos indispensables
que le imprimían fuerzas y movimiento al Sol. Éstos pretendían disipar las
tinieblas que amenazaban la vida sobre la Tierra.
El énfasis que se hace en la etnografía entre la deformación del feto y el eclipse
solar puede remitirse a tiempos prehispánicos. Por un lado, en el mito mexica de la
creación del Quinto Sol, un dios de rasgos deformes –ocasionado por las pústulas en
su cuerpo–, Nanahuatzin, se convirtió en el astro diurno. Por otro lado, debido a la
a los más pequeños. Por ello, cuando la partera atiende un parto o cuando una persona visita a un bebé, deben
evitar el sexo para no perjudicarlo. De no seguir esta precaución, la persona «sucia» le provocará ceguera. Este
padecimiento es llamado ixtlazolcocoliztli o ixtlazolmiquiliztli, «enfermedad de basura de los ojos» y «muerte
de basura de los ojos», respectivamente. Precisamente el tlazolli produce su afección. Asimismo, tlazolmicqui
es el acto y efecto de que un niño o un adulto mueran de sarampión tras haber sido visitados por alguien con
emanaciones sexuales. 17 Esta narración parece ser una versión de un antiguo mito quiché narrado en el Popol Vuh (2005: tercera
parte, cap. II, 104-107), el cual asienta que los primeros cuatro hombres creados fueron dotados de tal inteligencia
y conocimiento que les permitía saber todo, hecho que no les agradó a los dioses, pues los hombres
debían ser solamente un reflejo de ellos, pero no iguales. Decidieron entonces echarles «vaho sobre los ojos,
los cuales se empañaron como cuando se sopla sobre la luna de un espejo. Sus ojos se velaron y sólo pudieron
ver lo que estaba cerca»; sólo un poco de la faz de la Tierra. 18 Esto nos recuerda la ceguera autoinfligida por Edipo al darse cuenta de la relación incestuosa que
mantuvo con su madre, Yocasta (Sófocles 1999: 204). El contenido sexual de la ceguera fue identificado por
Sigmund Freud (2000: 132) al señalar que funge como una castración simbólica.
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intervención directa del Sol en el desarrollo de la persona, cualquier alteración que
sufriera el astro volvía perjudicial su influjo sobre ésta, o simplemente la interrupción
violenta de los rayos solares la afectaba, principalmente a los seres más débiles: los
fetos y los niños. Los primeros sufrían malformaciones mientras que los segundos,
mutación animal.
Aunque en el registro histórico nahua el eclipse lunar es el evento mayormente relacionado
con las deformaciones de los infantes, hay constancia de que si las mujeres
embarazadas volteaban a ver al Sol eclipsado, sus hijos nacerían con labio leporino
(Códice Florentino, lib. V, en Sahagún, 1969:81). Además del eclipse, otro atentado
de gran envergadura que podía padecer el astro diurno era el no encendido del fuego
durante la ceremonia de atadura de años, xiuhmolpilli, lo que ocasionaría que el
Sol no volviera a salir. Asimismo, pronosticaba de forma análoga al eclipse solar la
destrucción de la humanidad por acción de las tzitzimime. Igualmente se temía que
los niños se transformaran en ratones si llegaran a quedarse dormidos (Florentine
Codex 1950-82: lib. VII, cap. X, 27). Este peligro recuerda una de las prohibiciones
señalada por Chimalpain durante el eclipse solar de 1611, citada anteriormente: que
nadie durmiera hasta que apareciera nuevamente el astro. Cabe la posibilidad de que
esta prohibición aludiera a la creencia de la mutación animal de los niños de no encenderse
el fuego nuevo.
En el pensamiento mesoamericano, un mismo fenómeno puede tener diferentes
explicaciones, no necesariamente relacionadas entre sí, por lo menos en el nivel más
superficial. Al inicio del artículo se sostuvo que el principal agente del eclipse solar
fue una fiera, especialmente el jaguar, y que la Luna, al ser el principal atacante del
Sol en el antiguo pensamiento nahua, pudo ser concebida como aquel felino u algún
otro tecuani al momento de devorar al astro. En otro registro de interpretación, propongo
que el encuentro violento entre los astros durante el eclipse también simboliza
–y simbolizó– su unión sexual. Esta propuesta parte de una doble metáfora: el acto
de comer y el acto sexual; la producción del fuego y el sexo. La acción de observar
el eclipse, es decir, el sexo entre los astros, es una transgresión que se castiga con la
ceguera, lo que pone en evidencia la relación entre esta discapacidad y la falta sexual.
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