El aeropuerto puede costar un sexenio
HÉCTOR AGUILAR CAMÍN
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La semana que empezó ayer puede marcar el sexenio. La decisión que tomará el Presidente electo sobre el aeropuerto definirá en gran medida su relación con los mercados y los inversionistas, y la de estos con la economía mexicana.
No es un asunto que le importe a la mayor parte de la población, pero es un asunto que le importa centralmente al dinero, no como el mayor negocio que puede hacerse en México, sino como síntoma de la actitud que se puede esperar del nuevo gobierno en materia de política económica y amistad o enemistad con la inversión.
No es un asunto que le importe a la mayor parte de la población, pero es un asunto que le importa centralmente al dinero, no como el mayor negocio que puede hacerse en México, sino como síntoma de la actitud que se puede esperar del nuevo gobierno en materia de política económica y amistad o enemistad con la inversión.
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Bien visto, me dice Leo Zuckermann, la confianza de los mercados y de los inversionistas es el único ingrediente que falta en la balanza para que López Obrador pueda hacer el gobierno memorable que quiere.
Imposible imaginar ese gobierno memorable sin un alto crecimiento económico, e imposible imaginar un alto crecimiento económico sin un alto flujo de inversión .
De modo que aunque el aeropuerto no es asunto que le importe a la mayor parte de la población, puede ser un mensaje decisivo para los mercados y los inversionistas respecto de si vale o no la pena meter dinero en México.
Muy mal empezará su gobierno López Obrador si cancela la inversión que tiene sobre la mesa. Se trata del aeropuerto pero podría ser cualquier otro proyecto.
Inaceptable para los mercados podría ser el espectáculo de un presidente cuyo primer acto de gobierno es patear una inversión de miles de millones de dólares tomando una pérdida de otros miles.
Otra cosa es que en el proyecto del aeropuerto haya corrupción, excesos, sobreprecios y contratos equívocos. El nuevo gobierno está a tiempo de corregir y hasta de sancionar los abusos que encuentre.
Limpiar eso, transparentarlo, reducir sus costos podría ser un primer ejemplo de anticorrupción y eficiencia .
Salirse del proyecto y licitarlo a privados sería otra opción aceptable. Cancelar el aeropuerto, no.
Sería , como dice Leo Zuckermann, desafiar la confianza del único ingrediente que le falta al nuevo gobierno para transformar el país: los inversionistas.
En esta materia, el aeropuerto puede costar un sexenio.
hector.aguilarcamin@milenio.com
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